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Ni las compañías aéreas low cost podrían llevarnos más rápido ni más barato de Lisboa a Londres y de allí a Berlín pasando por Atenas. Un recorrido por casi toda Europa en poco más de dos horas y media sin subirse a un avión. Solo caminando. Y no, no es lo mismo, ya lo sabemos, pero poder hacerte un selfie en la Torre Eiffel –aunque sea frente a una versión más pequeña– sin salir de Madrid o enseñarle a los niños los símbolos de las ciudades más importantes de Europa en un único paseo tiene el encanto de un parque entero.
A punto de cumplir una década de vida, la extensión del Parque Europa, construido al sur de Torrejón de Ardoz no es baladí: 233.000 metros cuadrados. Donde antes había naves abandonas y barrios chabolistas ahora hay más de 5.000 árboles, 60.000 arbustos y 120.000 flores de temporada. Además, cuenta con fuentes y tres lagos artificiales, que alegran los calurosos días de verano y las vistas en los días de invierno.
Sin embargo, para recorrer todo el recinto hay que echarle paciencia y voluntad, especialmente con niños pequeños. Es grande y andarlo supone un desafío incluso para los adultos. Existe una opción válida para los más perezosos o los que vayan con prisa: el servicio de alquiler de cuatriciclos a pedales para toda la familia (tres adultos más dos niños, por 14 euros una hora).
En los más peques, las expectativas son altas, especialmente al principio, y la curiosidad motiva las carreras. Este sábado por la tarde, arrancamos en la Torre de Belém, cuyo original se yergue en la desembocadura del Tajo en Lisboa, que aquí es un laguito artificial cubierto de barcas infantiles como atracción principal. "¿Sabéis cuánto mide la torre portuguesa?", pregunto a las niñas que están maravilladas con el agua. "¡Muchísimo más que esta! Exactamente, 30 metros y medio, que sería como colocaros a vosotras 22 veces una encima de la otra", les voy contando para que no decaiga la atención. Buscamos, siguiendo el sendero principal, el Puente de la Torre de Londres que cruza chiquitito, casi como el puente original, el río Támesis que deja a la izquierda un embarcadero desde donde alquilar barcas para dar un paseo en cualquier época del año. Ni el frío frena a los que se animan a remar. Antes de llegar hasta aquí, los colores azul celeste, amarillo chillón y verde de un centenar de periquitos exigen una parada. Llaman primero con su trino, después con sus movimientos coloridos.
Atravesando el puente más famoso de toda Inglaterra se puede bordear dejando a la izquierda el Teatro Griego, al que regresaremos después. Se impone buscar a La Sirenita de la bahía del puerto de Copenhague, casi escondida al final del lago que se supone el Támesis. "¿Os acordáis del cuento? Esta escultura es un homenaje a la protagonista", explico antes de empezar el relato, el original de Hans Christian Andersen y no el de Disney, de principio a fin ante los pies de esta sirena sufrida, porque aunque está protegida, son muchos los padres que se saltan las restricciones de subirse a los monumentos para obtener una foto de los hijos para sus redes sociales. "¡Está prohibido, señores!", susurra una de mis pequeñas acompañantes.
Hay que atravesar el Arroyo Ardoz, el único verdadero en toda esta sucesión de fantasía replicada, para ver el Parque del Olivo. Tres elefantes esculpidos en arbustos casi tapan la silueta que se ve detrás, la Puerta de Alcalá. Un camino invita a seguir hasta la Plaza de Europa, donde las 27 banderas de los países miembros de la Unión Europea forman un círculo alrededor de una fuente. Cerca, casi escondido, el Atomium, ya símbolo de Bruselas.
Hay un monumento que llama a los niños desde que atravesamos una de las puertas del recinto: la Torre Eiffel. En París vive Ladybug, y el símbolo parisino del amor se ha hecho más conocido ahora entre los pequeños por la súper heroína vestida de mariquita. Pero primero hay que pasar el barco vikingo, semihundido en otro lago; ver las hermosas figuras de un parque de atracciones conocido como Diversión en la Granja; hacerse una foto con el Manneken Pis de Bruselas, que está cerrado y sin chorro; y, casi por último, pararse a pedir un deseo en la Fontana de Trevi como hacen miles de turistas cada día en la fuente original en Roma. La buena noticia es que aquí hay menos gente; la mala, es que los niños quieren pedir un centenar de deseos y no llevo tantos céntimos encima.
Los mini Campos de Marte que conducen hasta la Torre Eiffel esconden al David de Miguel Ángel, sin lugar a dudas el protagonista de la mayoría de los selfies. Ante la réplica de la torre de metal parisina, las cámaras de los móviles no tienen descanso. Familias enteras intentan encuadrarse con uno de los monumentos más visitados en el mundo. ¡París al alcance de la mano en Torrejón!
De regreso a la Plaza Mayor, esa que simboliza cualquier plaza de España, vemos una cascada (ahora sin agua) junto al merendero del recinto. Muy cerca, hay otro tipo de parque que emociona más a los visitantes que van conmigo. El Parque Europa dispone de dos áreas infantiles para jugar dividiendo a los niños en zonas de 0 a 5 años y otra de 6 a 12 años. Cerca de una de las entradas, la que está más cerca de la Torre de Belém, está la llamada El Futuro, cuya temática son las naves espaciales. Y la que está cerca del merendero, se conoce como El Pasado, donde los castillos son los protagonistas. Alrededor, las zonas verdes son perfectas para jugar, correr, tomar el sol o "hacer la croqueta", me gritan las niñas ya rodando por el suelo.
Desde el Teatro Griego, coronado por la Victoria alada de Samotracia, se puede ver sentado en sus gradas –con capacidad para 700 personas– durante las noches de verano el espectáculo de su Fuente Cibernética con luces, música y chorros de agua. Desde aquí, no da tiempo a que empiecen a decaer los ánimos cuando aparece una atracción nueva para abrir como platos los ojos infantiles. Unas balsas hinchables, unos ovnis locos de choques o un campo de tiro con arco, entre otras cosas. Aunque el mayor éxito lo tiene el parque de aventuras y las camas elásticas. Para los adultos existe el reclamo de una tirolina que llega desde el Teatro Griego hasta el Puente de Van Gogh –que en realidad es el de Langlois, situado al sur de Francia, que inmortalizó el pintor en un cuadro– surcando el cielo sobre el Támesis. Desde lo alto, se puede ver la Puerta de Brandeburgo y un pedazo del Muro de Berlín.
Antes de abandonar el parque, hacemos una paradita para descansar sentados en los Molinos Holandeses. Se escuchan idiomas de otras partes del mundo: chino, japonés, ruso. Cerca del puente de Van Gogh, vemos cómo un grupo de japoneses vuelve a fotografiarse, quizás con la misma ilusión que nos trajo a todos hasta aquí: llevarse el recuerdo de haber recorrido Europa en una sola tarde.