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Hiendelaencina es, entre otras muchas cosas, una de las puertas de acceso al Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara a través de la panorámica GU-147. La carretera nace precisamente en el pueblo, junto a una pareja de mineros de acero que, con su vagoneta y su candil, parecen estar saliendo del castillete de acceso al pozo. Es un modesto monumento erigido en 2009, casi un siglo después del tercer y último periodo floreciente de explotación de sus filones de plata.
Los yacimientos argentíferos de Hiendelaencina son los más importantes que ha dado este país y convirtieron a la Serranía de Guadalajara en El Dorado español cuando se comenzaron a explotar a partir de 1844. Durante las décadas siguientes llegó a haber decenas de explotaciones de nombres tan peculiares como La Mala Noche, La Cubana o La Marinera, que han dejado los alrededores del pueblo repletos de vestigios de pozos y lavaderos que, con el paso de los inviernos, van colapsando y dejando un paisaje que invita a la nostalgia.
La fiebre de la plata hizo que este remoto pueblo se situara en el epicentro del mapa económico nacional "desatando la locura en la Bolsa de Madrid", según contaba su alcalde Mariano Escribano en el pasado FITUR. En un puñado de años la localidad pasó de tener 200 habitantes dedicados al pastoreo, a más de 4.000 dedicados a la industria, convirtiéndose en una pequeña capital de la zona. Y aunque ya se fueron todos los empresarios y las minas han quedado desiertas, Hiendelaencina todavía rezuma un cierto ego capitalino.
"Nosotros somos finos como las cabras", cuenta entre risas Julián, copropietario del ‘Mesón Sabory’ (Solete Guía Repsol) un negocio especializado en el cabrito asado en horno de leña, cuya fama es hoy un motor económico incluso mayor que el de los vestigios de la industria minera. "¿Tú has visto lo que hacen las cabras, que se comen una hojita sí pero la otra no? Pues nosotros somos iguales, de morro fino". Lo dice en referencia a una cierta fama de prepotentes que tienen los del pueblo. Y también a propósito de la ganadería tradicional, que se está perdiendo, y a la que ahora también se dedica para garantizar un producto de primera.
Muchos de los emigrados que hoy vuelven a pasar los fines de semana al pueblo que les vio nacer, de pequeños llevaban las cabras de sus padres al monte. Y más de uno tuvo que refugiarse de una nevada imprevista en alguno de los refugios de pastores que hay por los alrededores. Porque a pesar de la fiebre de la plata, las gentes de Hiendelaencina se mantuvieron fieles a sus costumbres y, cuando después del ascenso llegó la caída de la minería, ellos pudieron seguir con su forma de vida casi como si nada hubiera pasado. Una forma de vida que hoy trata de perpetuar el ‘Mesón Sabory’ (Plaza Mayor, 9).
"Si le pongo un cabrito de Grecia a los clientes puede que me lo perdonen una vez, pero a la segunda ya no van a volver". Julián justifica así haber apostado por ganado propio, porque el ‘Sabory “tiene tanta demanda que ya no puede abastecerse de los pastores locales, que cada vez son menos”. Achaca el éxito del restaurante a la suerte que tienen con la clientela, porque son ellos los que les recomiendan. Pero no parece probable que un negocio que lleva viviendo del boca a boca desde hace casi 50 años se base en la fortuna.
Lo inauguró en el año 76 su padre, que en un arranque de originalidad vino al pueblo cuando todo el mundo emigraba. Fletó este salvavidas para la economía local junto a su mujer y sus hermanas. En realidad, el primer gran éxito del ‘Sabory’ fue una simple salsa de unas patatas bravas que tiene tanta fama como el mismísimo cabrito. Pero la cosa fue evolucionando hasta convertirse en un gran salón de comidas de trato familiar y en un espectacular alojamiento rural de nueva construcción pero arquitectura tradicional.
Tienen muchos clientes asiduos en la franja que va desde Navarra a Madrid, y que abarrotan el mesón todos los fines de semana (mejor resevar) en busca del menú degustación: un sota-caballo-rey que más les vale no alterar. Suele consistir en un guiso al fuego, normalmente de legumbres, en productos de matanza que hacen en casa y en el célebre cabrito. "Sabemos hacer muchas cosas, pero al final la linde es la linde. Te tienes que súper especializar y ser el mejor en eso: en el horno de leña y en la ganadería propia, que es lo que nos diferencia".
Parece como si Hiendelaencina tuviese un embrujo según el cual son los forasteros los que sacan brillo a sus grandes tesoros. Sucedió con las minas, que explotaron empresas inglesas y holandesas. Sucedió con los Sabory, que llegaron a hacer magia con las cabras. Y ahora también sucede con una inquieta ciudadana de Burdeos que ha construido aquí su nido y cuyo impulso vital es oro caído del cielo para el pueblo. De hecho, su trabajo por empoderar a la gente de la comarca se ha visto reconocido con el Premio Mujer Rural 2022 que le concedió la Diputación de Guadalajara.
Hablamos de Isabelle Bancheraud, propietaria del encantador alojamiento rural ‘La Perla’ (La Perla, 29), que tiene a mérito un muy alto grado de sostenibilidad gracias, en buena parte, a unas placas solares con las que consigue abastecerse de energía en verano completamente, y en buena parte durante el invierno, además de cargar su coche eléctrico y el de los huéspedes. También hace compostaje, utiliza jabones ecológicos y sirve desayunos con productos de kilómetro cero. Productos como los que vende en su nuevo negocio, ‘La despensa de Las Minas’, una tienda pensada a medias para la gente del pueblo y para los visitantes que quieren llevarse delicias de la zona.
En esta época del año, en las estanterías de la sección gourmet dominan los productos de caza y de matanza, pero si viniésemos en verano, el protagonismo se lo llevarían los derivados de la floración de la lavanda, como aceites esenciales, mieles o ambientadores. Y durante todo el año vamos a poder comprar, por ejemplo, vinos de la Finca Río Negro, en la vecina Cogolludo, que también organiza catas y visitas a sus instalaciones; una original colección de las mermeladas El Mirador, también de Cogolludo; cosméticos ecológicos Saper, de Casa de Uceda; flor de sal de las salinas de Saelices e incluso artesanía salida de un taller ocupacional de la prisión de mujeres de Aranjuez.
Parece ser que el nombre de Hiendelaencina proviene de "allende la encina". En el pueblo me explican que es porque las encinas solo crecen hasta el municipio Congostrina. A simple vista parece que por aquí solo haya roble y jara, algo que tiene sentido teniendo en cuenta que el pueblo se ubica a unos imponentes 1.084 metros de altitud. Pero el nombre de Hiendelaencina apenas lo vamos a ver en las señales de la carretera, sobredimensionados para que alcancen para este topónimo tan largo; la gente local, cuando se refiere al pueblo, habla de "Las Minas".
La convivencia entre el nombre oficial y el extraoficial refleja, de alguna manera, la peculiar dualidad en que vive el pueblo: por un lado ajeno a la historia de la minería y por otro orgulloso de ella. Paseando por las afueras del municipio, entre las ruinas de las explotaciones mineras y las viejas cercas de piedra para el ganado, resulta fácil imaginarse el pintoresco momento en que los ganados pasarían junto a las frenéticas minas y los pastores mirarían, quizá atónitos, a los sufridos mineros. La gente del pueblo apenas se involucró en la minería; no debían envidiar mucho los riesgos y sacrificios de la profesión y prefirieron seguir con sus cabras de toda la vida.
Hoy pervive la sensación de que la minería fue algo ajeno al pueblo. Una sensación acrecentada por el abandono de las explotaciones. Pero los vecinos hablan con orgullo del pasado industrial por delante de cualquier otra faceta local. Y desde hace unos años caminan con paso firme para conseguir que la historia de la explotación de la plata sirva de herramienta contra la despoblación en la zona. Un paso importante fue, en 2016, la apertura del centro de interpretación El País de la Plata, un espacio que desgrana la historia del ascenso y caída de la explotación de los filones de plata de Hiendelaencina, además de los tesoros del Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara.
Cerca del centro se encuentra la mina de Santa Catalina, que fue la última en cerrar y en la que todavía se conserva el castillete del ascensor para acceder al pozo, además de parte de la maquinaria de procesado original. Es una pieza casi única y la gran esperanza del futuro de Hiendelaencina. "Va a ser un bombazo", dice Isabelle cuando se le pregunta si cree que sus hijos se acabarán marchando a la ciudad. Se prevé que la mina esté rehabilitada y abierta para visitas alrededor de 2025, y que a 45 metros de profundidad se inaugure un pequeño museo donde se haga una recreación multimedia de cómo fue la historia de su explotación.
Hasta entonces podemos disfrutar, desde la barrera, de los vestigios relacionados con la industria minera visitando grandes complejos como el de San Carlos o La Constante. La Ruta de los Miradores es una bonita propuesta para descubrir algunas de las minas, especialmente la de Santa Teresa, que fue la joya de la corona local. Desde la mina tenemos buenos atardeceres, aunque siguiendo un poco más hacia oriente los tendremos incluso mejores, asomados hacia el cañón del rio Bornova, donde todavía sobreviven viejas instalaciones hidráulicas de suministro de energía. De repente el cielo se vuelve de un negro rotundo y se entiende mejor por qué este año el pueblo contará con un mirador Starlight.
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