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Las ráfagas de tramontana provocan el batir abrupto de las olas contra los acantilados de pizarra que se precipitan al Mediterráneo. Contorsionan los escasos enebros y cojinetes de monja que despuntan en este paraje rocoso de morfologías singulares, como sacadas de un sueño. Las rachas de aire fresco que llegan de los neveros de los Pirineos tienen la virtud de tersar el rostro, refrescar la caminata los días soleados y dejarnos contemplar el cielo tapizado de un azul celeste impoluto de nubes. "Aquí decimos que tenemos 300 días de tramuntana y el resto, malos", anuncia la guía cadaquesenca Mercé Donat.
Este viento es el amo y señor del Paraje de Tudela, dentro de la Reserva Natural Integral, la zona de máxima protección con la que cuenta el Parque Natural del Cap de Creus, que comparten los municipios de Cadaqués y Port de la Selva. "Estamos en uno de los rincones geológicos más espectaculares del país; un espacio natural de primer orden. Es un escenario al descubierto de lo que sucedió en el interior de la Tierra hace 250 millones de años y que vio la luz hace solo 65 millones, cuando las placas euroasiática y africana chocaron y dieron origen a los Pirineos, los Alpes y el Himalaya", cuenta con detalle Donat a un grupo de estudiantes franceses que han venido de excursión desde Albi, al norte de Toulouse.
Rápidamente la guía capta la atención de los adolescentes, que por un segundo abandonan sus selfies al borde de los acantilados. Les hace mirar la singular estampa que se presenta ante ellos: esas estructuras y afloramientos de rocas metamórficas (esquistos) y graníticas (pegmatitas), que el agua y el viento han dando formas oníricas que recuerdan la silueta de un camello, un águila o una foca.
"Pues no lo vais a creer, pero desde 1962 hasta 2005 aquí se levantaba un enorme complejo vacacional, el Club Mediterranée, con 443 edificaciones entre bungalows, piscinas olímpicas, bares, discotecas, supermercado, pistas de tenis, anfiteatro y hasta un pequeño hospital, que albergó la primera cámara hiperbárica de España", les suelta Donat. Una de esas aberraciones urbanísticas que escandalizó, en otros, a Salvador Dalí, su ilustre vecino, como le hizo saber a su amigo y paisano figuerense Pelai Martínez, encargado de la obra: "[Este] es un paraje mitológico que está hecho para dioses más que para los hombres, y debe continuar tal y como es".
Una reacción, mezcla de perplejidad y horror, que comparte el grupo estudiantil al imaginarse a esos 1.200 turistas, sobre todo franceses, suizos, belgas y alemanes, zambulléndose en una piscina de la que no se vislumbra ya ni la sombra. "En 2005, el Gobierno se hace con la propiedad por 4,4 millones de euros, aunque los trabajos de demolición de todo el complejo y recuperación del entorno no se inician hasta dos años después. Se retiraron 44.000 metros cúbicos de escombros, casi de manera manual, y 3.000 toneladas de vegetación invasora", apunta la guía.
El paseo por el Itinerario 17 que cruza el Pla de Tudela es plano y apto para toda la familia. Son 2,5 kilómetros en los que se mezclan el granito, la mica blanca y negra, el cuarzo, la turmalina y la pizarra. Aunque la tramontana seca el ambiente, entre estas moles de roca asoman matorrales limoniums, clavelinas de mar, hinojos salinos, la zanahoria marina –"ideal para la anemia"–, brezos y escobas, las espantazorras o la auténtica joya botánica del Cap de Creus, la siempreviva (Helichrysum bracteatum), a la que bautizaron como l'immortelle, "y cuyas flores amarillas desprenden un sutil aroma a curri al frotarlas".
A lo largo de la senda se puede ir jugando a adivinar qué representan las rocas moldeadas por la erosión. Junto al parking está la Roca del Camell, que aparenta un camello reposando tranquilamente frente al mar. A pocos metros aparece el mirador, donde se levantan dos cubos de acero corten, únicos vestigios del Club Mediterranée. "Aquí se ubicaba el hospital. Los responsables de devolver a su estado original el espacio decidieron colocar estas estructuras que simulan los objetivos de una cámara de fotografía: la que tiene el mirador más cerrado, enmarca el horizonte del Mediterráneo, donde en los meses de enero y febrero se pueden ver delfines y rorcuales, la segunda ballena más grande del mundo; a través de la otra se ve la cincelada costa, presidida por L'Aliga, una pegmatita que recuerda un águila con las alas desplegadas”, explica Donat. Otro lugar ideal para los selfies es el Mirador de Illa de Portaló, con Portbou y Francia al fondo.
Este fue uno de los lugares favoritos de Salvador Dalí, uno de los vecinos más ilustres de Cadaqués, donde vivió durante años junto a su esposa Gala en la reservada calita de Port Lligart. "Muchos de sus cuadros están inspirados en este paisaje onírico: en la figura central de 'El enigma del deseo' se recrean los alveolos que provoca la erosión en la piedra; el rostro del personaje central de 'Le Sommeil' lo encontramos cerca del mirador de cala Culip; o la más famosa, la roca Cavallera, cuya silueta coincide con la figura central de El Gran Masturbador", les señala la guía a los estudiantes galos, que no pueden evitar los codazos cómplices y las risotadas adolescentes.
Cuando finaliza el itinerario 17, frente a la cala de Culip, existen dos alternativas: regresar al parking desandando los pasos o atravesar un camino agreste que lleva al faro del Cap de Creus, el punto más oriental de la Península. Hay que bajar por un sendero, escoltado de pinos, cipreses, lavandas, cadec (enebros) y numerosas chumberas invasoras, hasta la playa del Gran de Culip, donde aún se conserva el refugio que usaban los pescadores cuando los temporales no les dejaban faenar. "Aquí veníamos de pequeños a bañarnos y pasar el día muchas familias de Cadaqués, pues el complejo turístico era para economías más pudientes", recuerda Mercè.
Al alcanzar la carretera, por su lado izquierdo, se sigue la travesía marcada por dos tipos de franjas dobles: la verde y roja, que señala el sendero local; y la blanca y roja, que fija el GR11 (la transpirenaica). El punto final, a lo alto, es el faro de 1853, desde donde se tienen unas vistas indescriptibles de la Costa Brava: el golfo de Roses, el Cap Norfeu, Cadaqués, los relieves de El Peni y Puig de Palau; incluso, si el día está muy despejado, las Illes Medes al fondo. Justo enfrente del faro emerge el islote de la Maça d'Oros, con su peculiar forma de rata. "Aquí suelen venir muchos buceadores para nadar entre enormes ejemplares de meros, sargos y corales rojos. Es un lugar complicado, no para aficionados, pues las corrientes son intensas y es difícil encontrar un día de mar en calma", reconoce un paisano.
Muchos senderistas terminan su ruta asomándose a la sugerente Cueva del Infierno. "El nombre no es tanto porque aquí habite el diablo, como creen algunos, sino porque era un refugio natural que usaban los marineros que no podían cruzar el cabo y se resguardaban dentro hasta que pasara la tormenta", detalla Donat. Ese cóctel de rayos, relámpagos y fuerte oleaje dentro de esa cavidad debe generar la sensación de estar en el mismísimo averno.
Más relajado, sin duda, es el ambiente del único restaurante del Parque Natural, que se ubica junto al faro. Hace ya 28 años que el inglés Chris Little llegó a este paraje, "del que me enamoré a primera vista". Se hizo con la propiedad de la antigua casa de los carabineros, que controlaban el contrabando y estraperlo en épocas pasadas, y montó un restaurante que puede presumir de ser el primero en ver amanecer en la Península y de los pocos que no cierran en invierno en esta zona de costa. "Los inicios fueron muy duros; los pescadores de la zona se negaban a venderme pescado porque era foráneo; tuve que ganarme su confianza", reconoce entre risas Chris. Ahora es uno de los clientes privilegiados en Port Lligart, desde donde le llega cada día peix de roc que sirven al horno con patatas y pimientos.
La especialidad de esta casa, sin embargo, es el curri, "que aprendí a hacer en mi época universitaria en el barrio indio de Londres, en mi época de vegetariano". "Aunque los que más triunfan son el de buey y el vindaloo de cerdo, así como nuestras tartas y bizcochos caseros", apostilla Aida, una de las camareras más veteranas de un local que llega a emplear a 35 personas en temporada alta. Aunque sus vistas, sin duda, también tienen el éxito garantizado.