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A medio camino entre la bahía de Cartagena, la de Mazarrón, la sierra de la Muela, Cabo Tiñoso y el pueblo de Roldán emerge un híbrido entre los paisajes áridos de Cabo de Gata y las verdes sierras del Levante. Es un terreno abrupto de grandes desniveles -cuenta con cimas que superan los 500 metros de altitud a escasos metros de la costa- y acantilados tras los cuales el mar alcanza rápidamente los 200 metros de profundidad. Por sus montes casi inhabitados, el verde del matorral contrasta con el rojo de los cortados calizos y las ramblas, repletas de flores y cardos, serpentean para desembocar en calas y playas de piedra fina encantadoras.
Cabo Tiñoso es un lugar de gran valor ecológico en vertical y por eso está protegido desde el cielo hasta el fondo marino. Para empezar es una Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) porque en sus islotes y acantilados crían multitud de aves marinas. Además, buena parte de su costa es Reserva Marina ya que la singularidad de su geología, que tiende a formar cuevas, la claridad de sus aguas y sus corrientes la convierten en un lugar de gran biodiversidad perfecto para la regeneración de la fauna. Así, no es de extrañar que proliferen las escuelas de buceo en La Azohía, la puerta de entrada occidental a este espacio natural.
Si abordamos el cabo desde Cartagena -por el este- las llaves para descubrir este espacio natural protegido hay que ir a buscarlas a la pequeña localidad de El Portús, donde disfrutan de las únicas playas de arena de toda la reserva. En una de ellas, la de la Morena, concurren los clientes de un famoso camping naturista que hay frente a ella. En la otra, la del Portús, tiene su base de operaciones la empresa de deporte de aventura referente en el cabo: Portuskayak. Sus propuestas, guiadas siempre por dos técnicos deportivos, son una introducción interesante a las mejores esencias de la reserva, además de una manera de apoyar a una empresa con certificado de turismo responsable conseguido, entre otras cosas, por sus campañas de limpieza de playas.
Una de sus propuestas más democráticas es la visita a la Cueva del Gigante, a la que se llega remando poco más de media hora hasta la boca de la gruta. Ahí se desembarca y se entra caminando hasta toparse con un pequeño lago de agua salobre y templada donde te puedes dar un chapuzón a la luz de las linternas. Los que tengan un poco más de forma física y tolerancia a las alturas quizá disfruten más la propuesta de la Cueva de Neptuno, un espectacular sifón marino con forma de lago azul al que hay que descender haciendo rápel o en tirolina. También se puede llegar hasta ambas a pie siguiendo el GR-92 y sus ramales, aunque después de caminatas importantes.
Las cuevas son una de las señas de identidad de Cabo Tiñoso, aunque el cajón de sus esencias quizá sea la Isla de las Palomas, que también está en el catálogo de propuestas de Portuskayak. De toda el área de protección marina, esta, junto con el mismo cabo, son las únicas zonas con categoría de Reserva Integral. Por eso es una zona muy codiciada para bucear y la actividad termina con una sesión de snorkel. Además, este pequeño islote es uno de los lugares favoritos de anidamiento de aves marinas y, con suerte, puedes verlas atreviéndose con sus primeros vuelos o pescas.
Alejandro Franco, que lleva diez años a la cabeza de este negocio y dora el cabo, pilota la embarcación de apoyo para asegurarse de que no haya problemas con los grupos. Le gustan las cosas bien hechas. Además, él ya ha remado suficiente en sus largas travesías dando la vuelta a la Península y luego ampliando horizontes por la Baja California o Madagascar. Ahora son sus chicos los que reman codo a codo con los clientes. Un grupo de amantes de la aventura, sobre todo de la escalada, que cuando te reciben te hacen sentir como si acabaras de llegar a casa de los primos: todos trabajando y ayudándose en lo que puedan con una sonrisa en la cara.
La carretera que alcanza el mismo Cabo Tiñoso es un feliz martirio. Está llena de agujeros que ponen a prueba la suspensión del coche y muchas veces solo deja espacio para un vehículo. Pero qué vistas va dejando con el mar apareciendo a izquierda y derecha, y qué peculiar premio regala en destino: la Batería de Castillitos. Quizá engañe su aspecto historicista, como sacado de una película Disney, pero se comenzó a construir apenas a principios de la década de los 30, en el contexto de un gran cinturón defensivo costero -que se diseñó durante la dictadura de Primo de Rivera- que aprovechaba la privilegiada visibilidad de los acantilados de todo este paraje natural.
Paradójicamente, se concluyó justo para que las tropas republicanas pudieran defender Cartagena durante la Guerra Civil que, gracias a esta y otras muchas baterías que salpican el cabo, fue la última ciudad en caer en la contienda. Estuvo en funcionamiento hasta 1994 y hoy se puede pasear por parte de sus instalaciones. Todavía se ven los cañones Vickers 381/45 que eran capaces de lanzar proyectiles a más de treinta kilómetros de distancia. Castillitos es el complejo gemelo de la Batería Cenizas, al otro lado de la bahía de Cartagena, una pareja que hacía prácticamente imposible atacar el puerto cartagenero que ya de por sí tiene una defensa natural privilegiada.
La reserva natural de Cabo Tiñoso está plagada de baterías costeras. Apenas desde Castillitos podemos ver dos más que quedan a tiro de piedra, la de Jorel y la del Atalayón, y entre El Portús y Cartagena hay otra especialmente famosa, la de Roldán, de estilo modernista. El GR-92 cruza el cabo de este a oeste dejándonos cerca de varias de estas estructuras, pero sobre todo de un sinfín de calas y cuevas que aparecen por su caprichoso litoral. De hecho, la batería de Castillitos suele ser más bien un punto de partida que de destino, pues su parking es el que nos deja más cerca de varias de las calas más sugerentes del cabo.
Desde la misma batería, descendiendo hacia el este una media hora, encontramos tres calas prácticamente seguidas y muy poco concurridas: la Salitrona, la de las Chapas y el Pozo de las Avispas. Otra opción, favorita de muchos lugareños, es dejar el coche justo un kilómetro antes del parking de Castillitos para bajar, esta vez hacia el oeste y algo más de media hora, hasta Cala Cerrada, una formación privilegiada al abrigo de dos brazos de tierra a la que también se puede llegar fácilmente en embarcaciones desde la localidad de La Azohía. Otra de las preferidas de los locales es la Cala Boletes, a pesar de que exige una caminata de cerca de una hora; para llegar, en lugar de subir hasta Castillitos, nos desviamos hacia Campillo de Adentro, cruzamos la rambla de La Azohía por una pista forestal y aparcamos justo antes de que comience la senda de Boletes.
Un broche de oro a una mañana de calas puede ser una comida en ‘Ecoturismo Cabo Tiñoso’ (Camino a Cabo Tiñoso, Buzón 15, s/n), en Campillo de Adentro, que ocupa los antiguos acuartelamientos de las baterías de costa. Ahora en este establecimiento se cocina exclusivamente al fuego, ya sea a la parrilla o en el horno moruno, verduras de la huerta local, cordero, cochinillo, arroces… Un gran final, en caso de dedicar la tarde a la visita de las calas, puede ser disfrutar de una puesta de sol desde alguna de las baterías de costa, siempre con anchísimas vistas.