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Pedro Durán lleva 49 años vistiéndose de carantoña el día de San Sebastián, la fiesta grande de su pueblo. Es el mayor de todos y el que, actualmente, lleva más tiempo siguiendo la tradición. Desde el salón de su casa, cuenta cómo empezó todo para él: "Yo lo hice por una promesa al santo cuando volví de la mili (servicio militar obligatorio) y desde entonces no he parado ni un solo año porque me gustó", y lo dice pese a los inconvenientes que trae consigo la representación. Al lado de la chimenea encendida, con las pieles listas para la transformación, Pedro desgrana lo que son Las Carantoñas de Acehúche.
"Según dicen, antiguamente esto era una fiesta pagana con mucho éxito y la iglesia terminó adaptándola. Se cambiaron algunas cosas, como la historia de San Sebastián, que, después de ser sentenciado a muerte, fue asaeteado. Al olor de la sangre acudieron las fieras, pero en vez de atacarlo, hicieron un cerco para protegerlo. Y eso es lo que representamos nosotros en la procesión", explica Pedro, que fue durante 26 años, además, líder de la cofradía que se encarga de velar por las fiestas de la localidad año tras año. "Durante el verano se organizan actuaciones de teatro y musicales para recaudar dinero", algo en lo que participan todos los vecinos. (Consulta aquí otra fiesta extremeña que coincide con Las Carantoñas)
Ante la pregunta de si no está cansado de convertirse en carantoña, el extremeño de 71 años sonríe. "Yo seguiré hasta que aguante", afirma con su hermano delante, Serafín, quien lleva 36 años vistiéndose también por una promesa, aunque cada uno lo hace un día, (el 20 y el 21 de enero las actividades relacionadas con la celebración se repiten exactamente igual). Desde hace un par de años, uno ayuda al otro en la tarea de la vestimenta. Antes, se encargaba de Pedro uno de sus amigos de toda la vida, pero "ahora tiene que vestir a su nieto", se ríe resignado al cambio de los tiempos.
El día 19 por la mañana arrancan los festejos con la salida del mayordomo, algo así como el padrino de las fiestas, y su familia a recoger romero al campo, que luego se usa como alfombra en la plaza de la iglesia y a la entrada de la casa del propio mayordomo. El olor se extiende por el pueblo llamando a la naturaleza, al campo, que se concreta con la salida de las carantoñas a las 10 de la mañana del día 20. Antes de la aparición de las fieras, a las 6.30 de la mañana se celebra la Alborá, una ruta por el pueblo, liderada por el tamborilero –personaje que proporcionará la música típica– y el mayordomo, que despierta y anima a los hombres que se vestirán más tarde de carantoñas a celebrar y disfrutar de un desayuno juntos con migas.
Ya de vuelta a casa, los que deseen transformarse en las bestias de Acehúche, este año son 45, inician el ritual. Son necesarias seis pieles para constituir el disfraz. "Antes se vestía menos gente porque las pieles no se encontraban curtidas y preparadas, había que pedirlas prestadas y no había suficientes. Ahora todo el mundo tiene las suyas propias. Yo llevo en la parte de atrás una de macho cabrío y hoy voy a sacar una nueva de cabra delante porque la de oveja churra, si llueve, pesa una barbaridad", asegura Pedro, sabiendo que la lana absorbe el agua y hace mucho más pesado el traje que seco y sobre el cuerpo ya supera los 10 kilos.
A lo largo de una hora, Serafín va sujetando cada tejido animal con enganches al pantalón y con cuerdas sobrepuestas. Las que cubren el pecho y la espalda se terminan de asegurar con algunas puntadas aquí y allá. "Si se ve algo de ropa es una carantoña mal vestida", dice Serafín. Completa el traje con la careta, una máscara que Pedro se ha fabricado él mismo. "Cada uno puede hacerla como quiera, adaptándola a su fisonomía para poder ver y respirar bien", pero todas llevan colmillos, van cubiertas de pieles y llevan pimientos rojos secos, a modo de pendientes; otras, una larga barba hecha con la cola de un caballo. Cuando Pedro se pone en pie y se coloca la careta es el momento de salir a la calle.
Una vez fuera, las carantoñas se encuentran delante de la casa del mayordomo (que este año coincide en la plaza de la iglesia), mientras van llegando las mujeres vestidas con el traje regional, llamadas regaoras, con un importante papel durante la procesión de San Sebastián, al que protegerán con un cordón caminando a su alrededor. Los colores bordan los trajes de estas mujeres que han cuidado hasta el último detalle del ropaje tradicional, donde tan importante es el refajo, como el mantón, el moño, los zapatos o los pendientes dorados. Son ellas las que, casi a las 12, se dirigen a la iglesia para acompañar al santo desde la salida de la iglesia, donde los tiraores, hombres armados con escopetas, preparan un paseíllo marcado por el estruendo de los disparos mientras el auténtico rey de las fiestas abandona el templo entre los vítores y hurras exaltados de la plaza.
Con la marcha de San Sebastián, las carantoñas ya están listas para comenzar la danza que marcará todo el recorrido sagrado. Las bestias emparejadas de dos en dos, en una larga fila, se mantienen en una postura congelada esperando a que el santo se acerque y, en ese momento, avanzar con un par de pasos coordinados para realizar una reverencia ante el patrón del pueblo arrastrando la rama seca de acebuche que llevan en una mano. El santo somete a los animales, que se inclinan ante él, regresando al final de la larga columna esperando que vuelva a ser su turno. Así, calle tras calle, parada de la procesión tras parada, el desfile se convierte en un singular baile que acompaña el tamborilero, las regaoras cantando y los tiraores disparando sus armas.
"A mis 49 años de carantoña, cada vez que me postro y hago la primera reverencia al santo se me conmueve todo el cuerpo, me recorre una emoción que es pura devoción; es mostrarte ante él y demostrarle esa pasión. Porque, antiguamente, ahora menos, vestirse era una sacrificio de dolor con las cuerdas ajustadas y sudar mucho (eso aún hoy), no es solo una diversión", subraya Pedro recalcando el verdadero significado de la festividad.
Cuando el desfile llega a la casa del mayordomo empieza el momento más emotivo de la tradición: la loa. Leída por el padrino, con la voz entrecortada y lágrimas contenidas, recuerda a los que ya no están, pide la protección del santo y recuerda la devoción de su pueblo. Cuando acaba es cuando los tiraores realizan más disparos al aire y las regaoras lanzan el confeti que han portado durante todo el tiempo en pequeños cestos, y ahí, el fervor se vuelve más fuerte y la entrega de los acehucheños es total y absoluta. Acabada la procesión se celebra la misa, momento en el que las carantoñas –vetadas en la iglesia "como cualquier animal"– se dirigen a un convite que les tienen preparado a la espera del fin del oficio.
El regreso a la plaza implica seguir con los festejos, ahora menos religiosos. Al son del tamboril, la bestias "bailan una serie de danzas tradicionales con las chicas" del pueblo. Luego será la vaca Tora, una carantoña con cuernos, manta sobre la cabeza y un gran cencerro, la encargada de espantar al resto de las fieras. Es el momento en el que se se reparten papas, una especie de flan líquido, y después se pueden retirar a quitarse los trajes.
El resto de los asistentes, tras este momento de risas y gritos, están invitados a unos dulces típicos de la tierra, entre los que destacan las flores fritas y las perrunillas, con refrescos y vinos típicos de la zona. Para el que se quede con ganas de más, aún tiene el día 21 por delante, que se repetirá prácticamente igual, excepto porque algunos hombres serán sustituidos por otros en su labor de animar Acehúche convirtiéndose en bestias danzarinas.
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