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Pero ¿cómo hemos terminado aquí? La autopista A8 avanza en paralelo al Cantábrico hacia el oeste de Asturias. La rasa litoral, sembrada de campos y valles boscosos, separa los acantilados y playas salvajes de la costa de los montes y las brañas del interior a medida que nos adentramos en el concejo de Valdés.
La salida 460 conduce a través de la antigua N-634 por los pueblos de Barcia y Almuña hasta Luarca (5.000 habitantes), capital del municipio y nuestro destino.
Como las primeras impresiones son las que cuentan, tomamos el desvío que indica 'Luarca (por el Faro)', la que todo luarqués elegiría si llevase un tiempo sin pisar su tierrina o si, directamente, le apetece.
Contemplamos las casas de indianos de los siglos XIX y XX, que se reparten por los barrios de Villar y Barcellina, como un elegante preludio justo antes de entrar en la Villa Blanca.
La carretera que conduce hasta el faro desvela una de las panorámicas más emblemáticas del Cantábrico. Desde las cumbres del sur que se desvanecen entre la niebla, el río Negro avanza, meandro tras meandro, entre los campos de la meseta conformando un valle tortuoso hasta su desembocadura en el puerto de Luarca. Aquí los barcos de pesca se apilan junto a los de recreo y las casas trepan por las laderas de la bahía.
Junto al cementerio dejamos el coche para caminar hasta la Atalaya, emplazada en la cresta de un promontorio que se adentra en el mar como la proa de un barco, rematada por la capilla de la Virgen de la Blanca y alumbrada por el faro. Al norte, la vista se pierde en la inmensidad del océano, escenario antaño de gestas de corsarios y balleneros y hoy, de pescadores y calamares gigantes. Sí, calamares gigantes, pero luego hablaremos de ello.
Ciclistas y corredores aprovechan el día claro para entrenar, las gaviotas chillonas anidan en las laderas del acantilado, un barco de pesca sale a faenar y los viajeros fotografían las playas resguardadas por los espigones de la ensenada. Joan, un catalán recién llegado, parece asombrado con la estampa: "En este lugar hay muchos puntos especiales, desde la montaña hasta el mar, los acantilados, el campo, el puerto… Es impresionante". Esperemos que no empiece a llover, Joan.
Desde la Atalaya descendemos por la calle que nos introduce en el barrio del Cambaral. Aquí las casas de fachadas blancas, trazos coloridos y tejados negros de pizarra parecen estar construidas unas sobre otras en una de las colinas que protegen la dársena del viento y la marejada. Es esta la zona más antigua de Luarca, junto con la de la Pescadería, al otro lado del puerto, ambas de tradición marinera y origen medieval.
El monumento más importante de El Cambaral es la Mesa de los Mareantes, ubicada en una plazuela con vistas al puerto, el valle y la serranía. En este lugar se reunía el antiguo gremio de marineros de Luarca para organizar la próxima campaña ballenera y decidir si saldrían o no a la mar en los días de tempestad. Junto a la mesa, una serie de paneles de cerámica de Talavera detallan episodios de la historia de la villa, desde el siglo IX al XIX, y nos ayudan a entender la esencia de un lugar con un vínculo ancestral con el Cantábrico.
El puerto, con forma de concha, es uno de los puntos efervescentes. Hasta el siglo XIX partían bergantines rumbo a las Américas desde este importante fondeadero, que aún hoy es un referente en la pesca de bajura. Merluza, caballa, pixín (rape), pulpo, calamar, pescado de roca o marisco…
Los barcos regresan con los mejores frutos del mar listos para ser vendidos en la lonja, o la rula, como la llaman aquí. Con el sonido de la sirena, acuden los compradores para pujar y surtirse de la mejor despensa posible, la del Cantábrico. Además de los restaurantes, el paseo del muelle está animado con terrazas, bares, sidrerías y algún que otro marinero que te amenizará la tarde con alguna batallita o cantando alguna habanera. Si tienes suerte, o no.
El auge de la burguesía local, principalmente indiana, haría que, en el siglo XIX, Luarca viviera un crecimiento urbano hacia el interior y a ambos lados del río Negro. Dejamos atrás la Luarca marinera para introducirnos en la Luarca más burguesa, comercial y bulliciosa, residencial y modernista. Arquitectos como Juan Miguel de la Guardia o Manuel del Busto serían los encargados, entre los siglos XIX y XX, de hacerla posible.
Compra un helado artesano junto a la iglesia, cruza por el Puente del Beso hacia la playa o sube por la calle de los Escalerones hasta el Palacio del Marqués de Ferrera, construido entre los siglos XIII y XVIII. En la plaza de Alfonso X el Sabio, cualquiera de las terrazas, junto al Ayuntamiento, será un buen lugar para relajarse al sol y las cafeterías y confiterías tradicionales, junto a la plaza de los Pachorros (o Farola), una buena elección para probar los dulces luarqueses. A medida que cae la noche, ve fijando el punto de mira en la calle del Crucero, la alternativa más animada junto con el paseo del Muelle.
De vuelta al coche, en la ladera occidental de la Atalaya encontramos el cementerio de Luarca, con un enclave privilegiado elevado sobre el mar, al amparo de las olas que se estrellan contra los acantilados y a merced de la brisa que se cuela entre las cruces y panteones. Es en este lugar donde descansa desde hace 25 años el luarqués más ilustre, Severo Ochoa, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1959, cuyas investigaciones en el campo de la bioquímica fueron básicas para descifrar el código genético.
"Fue como el descubrimiento de la piedra de Rosetta, una guía fundamental para todo lo que se ha investigado desde entonces", explica Inma López, profesora de Física y Química del Instituto Carmen y Severo Ochoa de Luarca y una de las promotoras del proyecto de divulgación científica 'Severo Ochoa: La emoción de descubrir, desarrollado por el centro en el 25 aniversario de su muerte'. "Nunca se olvidó de sus raíces y siempre quiso ayudar. Luarca tiene algo, además de ser un lugar muy bonito: tiene a Severo Ochoa", concluye Inma. El Ayuntamiento también se ha sumado en paralelo al homenaje al premio Nobel con la iniciativa turística 'Luarca, Villa de Nobel'.
Científico, explorador apasionado, observador paciente y enamorado de su tierra, a la que siempre volvía y donde siempre encontró la inspiración. "Durante la bajamar pasaba las horas muertas observando la enorme variedad de vida animal y vegetal que poblaba los innumerables pozos formados al retirarse el mar en las oquedades de las rocas. Tal vez fuese este el despertar de mi futura afición a la Biología". Severo Ochoa recordaba así sus estancias en la playa de Portizuelo, cercana a su casa, entre Villar y Barcia, donde solía indagar en su naturaleza y donde probablemente encontraría su vocación, su pasión por el descubrimiento.
A Portizuelo acudimos tras los pasos del científico. En medio de un entorno rural se esconde esta cala alargada, de 200 metros de cantos rodados y extensa pradera que casi toca el mar. Lugar para la fotografía, la pintura, para estudios ecológicos o el geoturismo. También te puedes bañar, aunque cuidado porque sus corrientes suelen ser engañosas.
Los cormoranes descansan sobre los islotes, el colirrojo tizón vuela sobre los acantilados y los pozos en las rocas muestran con la bajamar el perfecto equilibrio de vida marina. Al este contemplamos la silueta del cabo de Busto y al oeste, justo delante, la Piedra el Óleo, u Óleo furao entre los lugareños, una enorme roca horadada por la erosión de los elementos del mar. Este es un enclave magnético, ideal para la contemplación y una buena excusa para hacer la Ruta Turística de Severo Ochoa por Luarca.
Al otro lado del valle, en la aldea de La Mata y siguiendo nuestro periplo científico, descubrimos el Parque de la Vida (visita guiada 8 euros, niños 5 euros). En este complejo se desarrollan actividades de divulgación científica, perfectas para descubrir en familia y aprender sobre el entorno natural, astronomía, formación de la Tierra y los océanos. El centro es una iniciativa de Luis Laria, desde 1996 al frente de CEPESMA (Coordinadora para el Estudio y Protección de las Especies Marinas), en un afán de recuperación y divulgación de los ecosistemas terrestres y marinos.
En los dos kilómetros del recorrido descubrimos réplicas de transbordadores espaciales, un observatorio astronómico y planetario digital además de especies marinas abisales y la mejor colección de cefalópodos del mundo, con 76 ejemplares. Entre ellos destacan los impresionantes calamares gigantes, de hasta 13 metros de longitud, encontrados en las costas del Cantábrico procedentes de más de 5.000 metros de profundidad.
Muy cerca, nuestra última parada naturalista nos lleva a los Jardines de la Fonte Baixa (entrada 5 euros) en El Chano, una aldea sobre la colina oeste de Luarca. Hace 22 años, José Javier Riviera, fundador de Panrico en España, se enamoraría de este lugar, compraría una casa y las fincas colindantes para crear el mayor jardín botánico particular de Europa. José Manuel, cuidador del recinto, nos guía por este selva con 600 variedades diferentes de plantas y árboles repartidas en 20 hectáreas con un microclima húmedo que se siente nada más llegar.
"El objetivo es proyectar en un mismo lugar la mayor cantidad de especies vegetales posible", explica José Manuel mientras avanzamos por los senderos que se pierden entre la maleza. "Puedes encontrar especies de clima tropical, de Siberia, de manglar, autóctonas o desérticas". Helecho arbóreo de Australia, azaleas, rododendros, camelias, hortensias, cedros del Atlas, pinos de Canadá o secuoyas de EE UU. Un viaje natural alrededor del mundo. La visita dura 2 horas y media y requieren reserva telefónica.
DÓNDE COMER
En el restaurante 'Sport', Juan Carlos y Maite defienden una propuesta gastronómica basada en el producto de la costa asturiana, que aquí es la estrella. Cocina tradicional con una carta cambiante cada día en un amplio comedor a orillas del río Negro y a escasos metros del puerto. La empanada asturiana de merluza de pincho es uno de los clásicos, como las anchoas ahumadas en tosta de tomate o cualquier pescado de roca recién llegado de la lonja. Precio 30 euros, menú 15 euros.
'La Farola' es un pequeño e íntimo local del centro de Luarca, el escenario en el que Diego y su mujer Begoña se han posicionado como uno de los restaurantes mejor valorados de la zona. Repollo con gambas, croquetas de calamares en su tinta, pescadilla frita o cualquier opción del menú del día (12 euros). De postre está triunfando la tarta de arroz con leche y helado de canela, y con razón. Precio: 20 euros.
El restaurante 'El Barómetro' está en el corazón del puerto de Luarca, un espacio acogedor, una cocina de altura y una carta que mira al mar y también a la tierra. ¿Lo mejor? El arroz con bogavante. ¿Lo peor? Que conviene reservar con tiempo, especialmente en agosto. Precio 25 euros, menú 12 euros.
DÓNDE DORMIR
El hotel 'Rural Tres Cabos', en Valdés, a quince minutos de Luarca, en la montaña de El Vallín, es elegante y moderno. Regentado por Tomás, cuenta con 12 habitaciones y las mejores vistas del valle, con Luarca y los tres cabos de Busto, Vidio y Peñas al este, si el día lo permite. Precio: entre 85 y 160 euros.
El 'Hotel Finca Portizuelo' (Portizuelo, Valdés) con su diseño innovador y materiales ecológicos era una antigua finca prácticamente en ruinas junto a la playa de Portizuelo. Antonio Daniel Hisi la rehabilitó y el resultado es un hotel tranquilo, en medio de la naturaleza, con nueve habitaciones de estética nórdica y gusto por lo minimalista. Precio: entre 65 y 95 euros.