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Por su luz, por su regusto bohemio, por sus lagartijas azules. Por sus bosques de pinos y sabinas. Por Julio Verne y Julio Medem. Por su capacidad de engullir hordas de italianos sin que con ello altere su magia. Estas son diez razones para profesar a Formentera un amor verdadero.
Todas las gradaciones del azul al abrigo de una arena blanca y fina que no concede espacio a las construcciones masivas. Un mar de transparencia imposible, cálido y quieto como un consomé. La razón hay que buscarla en la posidonia, la planta que alfombra sus fondos y cuya peculiar fotosíntesis propicia esas coloraciones. Por algo tiene Formentera la pradera oceánica más grande del Mediterráneo, declarada Patrimonio de la Humanidad. Entre sus playas deslumbrantes (Migjorn, Levante, Es Pujols, Cala Saona…) destaca Ses Illetes, elegida varios años como la mejor de Europa y la séptima a nivel mundial.
Fue en la catarsis de los años 60 cuando irrumpieron en la isla, dispuestos a hacer realidad su doctrina nudista de paz y amor. Y también a escapar del alistamiento forzoso para la Guerra de Vietnam. Estos melenudos despreocupados encontraron en Formentera el oasis que había seducido a Jimi Hendrix, Bob Dylan y Eric Clapton, y al que años más tarde David Gilmour, guitarrista de Pink Floyd, dedicó su álbum en solitario On an island para celebrar su 60 cumpleaños. Hoy hippies quedan pocos y bastante trasnochados, pero el lugar sigue siendo ese reducto de paz donde poner a prueba la libertad.
Indisociable de la imagen de esta isla es aquella escena de 'Lucía y el sexo' con Paz Vega a lomos de un escúter. Al fondo quedaba el faro del Cap de Babaria, en el punto situado más al sur, allí donde se divisa el mágico islote de Es Vedrá y los perfiles de Ibiza. Aquí se viene a ver una puesta de sol inolvidable, mientras que al otro faro, el de La Mola, en el extremo oeste, se viene a contagiarse de cierta atmósfera esotérica: acantilados de 200 metros con vistas que parecen irreales, una cueva horadada en el suelo con salida directa al mar y los ecos de Julio Verne, a quien el lugar también inspiró sus travesías viajeras.
Acorde con la idiosincrasia de la isla se erigen estos mercadillos estivales dispuestos a reseñar un estilo de vida alternativo: el del amor al trabajo realizado con las propias manos, libre de la industrialización y con la obligatoriedad de un diseño y una elaboración en los propios talleres de Formentera. Hay mucha artesanía pitiusa desperdigada por todos los rincones, pero el mayor exponente se halla en el Mercado Artesano de La Mola, los miércoles y los domingos de 16.00 a 22.00 horas. Cestas, espardenyes, artículos en cerámica, cristal y cuero, y creaciones con material reciclado. Todo ello aliñado con música en directo y con la animación de las terrazas vecinas.
Pura representación de la dieta mediterránea, el saber culinario de Formentera tuvo que tirar de ingenio para paliar la escasez derivada del aislamiento. La solución, que pasaba por sacar el máximo provecho a las materias autóctonas, erigió al pescado de la isla en el ingrediente crucial. Un pescado que, desde tiempo inmemorial, se seca artesanalmente con procesos naturales para dar lugar al peix sec, el rey de la gastronomía. Con él se elabora el plato formenterense más típico: la ensalada payesa, que lo combina con pimiento rojo y verde, cebolla, patata, tomate y biscuit, un pan duro especial al que se baña en aceite de oliva.
Aunque Formentera puede recorrerse en coche en una sola mañana, quienes opten por hacerlo a pie o a ritmo de pedaleo descubrirán que nunca se acaba. Perderse sin prisa por senderos ocultos y acceder a rincones imperceptibles desde la carretera no solo es el modo más respetuoso de abordar la isla sino también la manera más genuina de apreciarla. Para ello existen 32 Circuitos Verdes debidamente señalizados, que suman más de 100 kilómetros de especial interés natural y que confirman que sí, que este pequeño territorio es en realidad infinito.
Atraídos por sus colores, muchos artistas llegaron a Formentera para alumbrar su trabajo inspirado en elementos del paisaje. Es el caso de José Marcos Garzón, que comenzó con un puesto callejero y acabó vendiendo en la Quinta Avenida. Su marca Ishvara de calzado y complementos, que apareció en las páginas del New York Times, ha seducido a la mismísima Kate Moss. También Enric Majoral conoció la isla en los setenta y decidió crear su propia firma: Joyas Majoral, que hoy goza de dos tiendas y un taller en Formentera. Sus piezas de plata y oro, acabadas a mano, son un tributo al mar y a la posidonia. Y moda basada en la época dorada del cine es lo que ofrece Obi, una marca adscrita al slow fashion con prendas que se renuevan lentamente para usar durante toda una vida.
También para los más gourmet hay un lugar en la isla: 'Can Dani', el restaurante que atesora la primera Estrella Michelin pitiusa. La cocina de la chef Ana Jiménez García dentro del establecimiento dirigido por Dani Serra es un referente de la alta gastronomía de Formentera con su propuesta sofisticada y basada en ingredientes de primera. "Una experiencia gastronómica sin reglas, sin tapujos, sincera, honesta y divertida", detalla su propia web. Pues eso.
Sí, también los haylos, pese a tratarse una tierra pobre y expuesta a los vientos del mar. El cultivo de la vid es una arraigada tradición de los payeses, que elaboran sus propios caldos desde hace un puñado de siglos. Hoy el vino de Formentera, que tiene Indicación Geográfica Protegida, apuesta por sus uvas autóctonas (especialmente la Monastrell) y tiene su mayor producción en La Mola, cuya altura propicia que refresque más en la noche. La bodega Terramoll es una de sus referencias.
Son parte de los cientos de eventos que nutren la agenda del verano. Compases latinos, músicas del mundo y jazz ambientan las plazas de la isla en distintos días de la semana. También en La Mola, Sant Francesc y Sant Ferran se proyecta cine bajo las estrellas con películas para todos los gustos.
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