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Los que esperaban la gran nevada de la temporada ya tienen nuevo destino fetiche, pues los últimos retazos del invierno han convertido los Picos de Europa en una postal de los Alpes. Pero no hablamos de esquí, hablamos de una senda que bordea las laderas y sigue los trazos de los pastores trashumantes, las cicatrices de la minería y las tradiciones de este territorio fronterizo.
Aquí cambiaremos la raclette por los quesucos y el cocido lebaniego, el vino caliente por el orujo y las multitudes del verano por la exclusividad de esta temporada mientras nos sumergirnos de lleno en este capricho invernal de la comarca de Liébana, en Cantabria. Primera parada, Potes.
Bajo la silueta de los Picos de Europa y en la intersección de tres valles aparece la capital de Liébana. La “villa de los puentes”, atravesados por el río Quiviesa en su travesía hacia el Deva, es un reducto medieval de estrechas calles de pavimento empedrado, de fachadas con balcones de madera, de galerías portaladas y monumentos como la Torre del Infantado o la antigua iglesia de San Vicente. Este templo está declarado como Monumento Histórico Artístico y toda la villa de Potes como Conjunto Histórico (Bien de Interés Cultural) desde 1983.
Es uno de los destinos preferidos de Cantabria para los amantes del montañismo e importante parada en el Camino de Santiago y la Ruta Lebaniega. Entre sus callejuelas encontramos coquetas tiendas donde comprar productos de la zona como la miel de flores o licores como el de orujo, la crema de café o el aguardiente de la tierruca. ¿Para comer? Sus restaurantes se convierten en templos gastronómicos donde degustar el icónico cocido lebaniego, ideal para un final de ruta.
Sin embargo, la nuestra empieza en coche, rumbo oeste por la carretera CA-185 hasta detenernos junto a la iglesia de San Miguel o el mejor emplazamiento para contemplar el valle de Liébana, acurrucado entre las cumbres nevadas de los Picos de Europa. Esta ermita se encuentra al lado del Monasterio de Santo Toribio de Liébana, un monumento que guarda el Lignum Crucis, que se dice que es el pedazo más grande conservado de la Cruz de Cristo. El cenobio marca, a su vez, el punto final del Camino Lebaniego, que empieza en San Vicente de la Barquera.
De vuelta a la sinuosa CA-185 pasaremos por pueblos como Camaleño, donde se muestra hasta una docena de hórreos, y Mogrovejo. En este reducto rural sobresale la silueta de su torre medieval, con el telón de fondo de las cumbres, para conformar una de las estampas más características de Liébana. La aldea, declarada Conjunto Histórico, combina armoniosamente las casonas barrocas ornadas con escudos y la arquitectura tradicional de la Comarca.
A medida que ascendemos, desciende la temperatura y la nieve empieza a adueñarse de la carretera y del hayedo de las Ilces, situado más allá del pueblo de Areños y un poco antes del de Espinama. Es este un punto de encuentro de montañeros que parten rumbo al corazón de los Picos de Europa y las praderas de Áliva. Nuestro destino.
“Nuestra ruta sigue las huellas que el pasado glaciar ha dejado en esta zona”. Así lo explica Alfonso Palazuelos, guía de naturaleza de la empresa Europe Still Is Wild. En mitad del bosque sólo se escuchan nuestras pisadas en la nieve mientras ascendemos por la ladera que vertebra los montes de Espinama. La pista parte desde 877 metros de altitud y desde la plaza del pueblo, para pasar bajo el corredor que une dos casas y subir por la Corona y el monte de la Regollá.
Los tres primeros kilómetros del recorrido son los más duros por su pendiente, mientras el camino se retuerce y se pierde entre robles y hayas pintados de blanco. Algunos senderistas bajan la ladera mientras los rebecos la trepan en rebaño, ajenos al camino que conduce hasta las invernales de Igüedri.
Desde este grupo de casitas rudimentarias de piedra, donde los pastores se refugiaban con su ganado durante trashumancia estacional, podemos contemplar al oeste el perfil vertical de la cara sur del pico Valdecoro, que se alza sobre el hayedo. Es aquí el protagonista de este cúmulo de cumbres calcáreas que se extienden por todo el parque nacional, desde su Macizo Oriental, donde nos encontramos, hasta el occidental, donde se encuentra Covadonga. “La caliza es un material del periodo Carbonífero que la orogenia fue plegando hasta formar la actual Cordillera Cantábrica”.
Así lo apunta Alfonso Palazuelos, experto en la geología de este territorio. “Las distintas glaciaciones del Cuaternario (desde hace 2 millones de años hasta la actualidad) fueron moldeando este paisaje”, añade. “Las grandes acumulaciones de nieve aguantaban los veranos hasta convertirse en glaciares alpinos capaces de tallar valles en forma de U y avanzar en forma de morrenas”, comenta el guía de Europe Still Is Wild”. Ofrece recorridos en todoterreno para interpretar el paisaje geológico de la Cordillera Cantábrica, además de las actividades de avistamiento del oso pardo y el lobo ibérico.
Continuamos por la pista, por la que asciende algún que otro vehículo todoterreno rumbo a las praderas de Áliva, si la nieve lo permite. No tardamos en llegar a las Portillas del Boquejón, siguiendo el curso del río Nevandi, que nace en esta zona situada a 1.335 metros de altitud. Ante nosotros se abren, por fin, las praderías de los Puertos de Áliva. “Esta zona, además de contar con uno de los paisajes más bonitos de los Picos de Europa, es una excepcional aula didáctica para comprender la incidencia y modelación geológica de los Picos por el glaciarismo cuaternario”. Así lo considera Luis Aurelio González, profesor y experto en el patrimonio histórico y natural del parque nacional.
La fuente de Covarance, el cruce de caminos de Campotijo y los cúmulos prehistóricos que aparecen en el valle hacen de escalas antes de llegar a la bifurcación de Campomenor. Desde aquí, tomaremos la senda de la izquierda hasta encontrar el hotel-refugio de Áliva, situado a 1.667 metros de altitud y después de dos horas y media de caminata. El primer refugio de Áliva fue construido en 1916 por la Real Sociedad Picos de Europa, fue remodelado en 1927 e incendiado por accidente en 1975.
Hoy, ya restaurado, aparece en mitad de la montaña el único hotel situado en el corazón del Parque Nacional de Picos de Europa. Suele abrir sus puertas a partir de la primavera, cuando acuden los montañeros para descansar en este refugio ubicado cerca de las ruinas de la mina de cinc de Manforas. “Estos restos pueden servirnos para comprender las duras condiciones de vida de los trabajadores de las minas, que vivían en barracones subterráneos”, como explica Luis Aurelio.
Desde el hotel de Áliva podemos optar por descender por la misma ruta hasta Espinama, en un recorrido de menos de 2 horas, o bien continuar hasta la estación superior del Teleférico de Fuente Dé, a 1.834 metros de altitud. La travesía conecta con el chalé Real, mientras nos regala unas vistas privilegiadas del Macizo Oriental y cumbres como la Peña Olvidada, las agujas de Covarrobres o la Peña Vieja, con sus impresionantes canales y espolones. Hablamos de la montaña más elevada de Cantabria (2.613 metros) donde sobrevuela el águila real, el alimoche o el buitre común y las cabras montesas trepan por sus riscos.
Cuatro kilómetros separan el pueblo de Espinama de Fuente Dé, situado al final de la carretera CA- 185. Su teleférico es uno de los principales atractivos turísticos de la comarca de Liébana. Cada año recibe 250.000 personas que toman su telecabina con capacidad para 20 personas, la de superar un desnivel de 753 metros y hacerlo a una velocidad de 10 metros por segundo. En otras palabras, teletransportarse desde la puerta al meollo de Picos de Europa, a 1.823 metros, en tres minutos y medio.
Técnicamente, este teleférico se diferencia de otros transbordadores porque no dispone de ningún apoyo a lo largo del trayecto. Cuenta, también, con un sistema de funcionamiento diseñado para resistir condiciones extremas de alta montaña. Sin embargo, hoy, está cerrado por la fuerte nevada, por lo que conviene consultar el parte de nieve antes de llegar y la web del teleférico.
Su nombre, Fuente Dé, viene de la cascada que da lugar al nacimiento del río Deva y, su construcción, de la necesidad de disponer de un transporte por cable del vagón a la bocamina, ubicada en mitad de la ladera de la montaña. Ahí arriba se cargaba con la blenda extraída del cinc y aquí debajo, en la base, se encontraba la estructura de la tolva donde llegaba el mineral, de la que se conservan algunos restos.
La estación inferior del Teleférico es también el punto de partida de varias rutas de senderismo, como la que conduce hasta Posada de Valdeón (PR-PNPE 25) o la del pequeño recorrido “auto guiado” mediante códigos QR que rodea Peña Remoña y traslada al visitante al pasado minero de esta muestra de patrimonio industrial de Cantabria. Hoy es una de sus principales joyas turísticas.
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