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La decadencia bien llevada es un valor al alza, más si te ofrecen una segunda vida. Es el caso del Bosque-Jardín de la Fonte Baixa, el "paraíso en la tierra" que construyeron José Rivera de Larraya, V Marqués de San Nicolás de Nora y cofundador de 'Panrico', y Rosalía Pardo, su segunda esposa. El marqués habla siempre de paraíso.
Tras los últimos años de abandono, las secuoyas, los cedros, el ginkgo biloba mítico, los centenares de especies –500 han llegado a datarse– entre hortensias, camelias, rododendros y más exóticas, como el paraguas de los pobres, lucharon por un poco de luz contra la crueldad de los bardales, que los sepultaron en la oscuridad. La liberación del lugar es una de las grandes nuevas de este extraño verano-otoño, pero para disfrutar todo el año. Necesitamos naturaleza.
José Rivera de Larraya comenzó esta aventura a finales de los 80, principio de los 90 del siglo pasado. Vivió su esplendor 20 años, hasta que la crisis del 2008-2010 y sus consecuencias cambiaron las circunstancias y llegó el lento deterioro. Ahora, una década después, mientras los humanos estábamos encerrados, este jardín fue recuperado de las sombras que lo ahogaban. El resultado es un lugar increíble, con el señorío y la pátina que presta la humedad atlántica y cantábrica a todo lo que envuelve. No hay debate sobre la belleza de lo que fue publicado como el jardín botánico privado más importante de Europa.
Un acuerdo del Ayuntamiento de Luarca y la familia Rivera de Larraya ha permitido que cinco hectáreas de este vergel fuesen abiertas el 1 de julio. Este otoño e invierno seguirán trabajando para desbrozar el resto de las diez que forman el botánico. Es una aventura apasionante desde que a mitad de abril se firmó el acuerdo para mantenerlo entre los propietarios y el Consistorio.
Jugar al descubrimiento de qué tesoros se esconden bajo los artos o bardales tiene su aquel. "En tres meses hicimos una acción inmediata, para poder abrir a primeros de julio. Hemos recuperado, digamos, el aperitivo. Seguiremos en otoño, porque en verano lo estamos dejando para las visitas. Los primeros diez días fueron gratis, para la gente de aquí", explica Ismael González, concejal de Cultura.
La entrada por la escalera de madera inaugurada en la playa de Luarca es un aliciente nuevo. Es imposible que los visitantes de esta punta del pueblo no se pregunten adónde lleva. La intención era no dañar nada, agredir lo menos posible y dejar, además, que el marqués y su esposa Rosa –Queca para los amigos– pudieran disfrutar de su casa con su numerosa familia.
"Han regresado y creemos que están contentos de cómo se están haciendo las cosas. Para ellos también fue duro tener que reducir los cuidados", señala Jesús Fernández, concejal de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Valdés, sin lanzar un resoplido mientras sube la escalera que lleva a los jardines. La propiedad –con la casa incluida– lleva tiempo a la venta, pero los ediles tienen la esperanza de que después del acuerdo para los próximos cinco años por el mantenimiento –1.500 euros al mes– el sitio se quede en el patrimonio del Principado de Asturias.
El estanque con los lotos, el puente azul de madera, el arce común, el arce japonés, las hortensias al final de su esplendor, y los caminos húmedos tapizados con las hojas de las camelias, que ya se lucieron en primavera, se mezclan con alguna estatua neoclásica y dos leones de terracota, que asoman aún fieros.
Los anfitriones de esta mañana espléndida de verano recomiendan recorrer el jardín en zigzag, "siguiendo los seis paseos temáticos: el de los Estanques, el de los Magnolios, el de los Abedules, el del Castaño Centenario, el del Mediterráneo y el de la Aliseda de Ribera. Cada nombre indica el predominio de la especie en esa ruta", explica Jesús, en una parada para observar el arce japonés y poco más allá, la increíble hoja de el paraguas de los pobres.
Los rastros de los bardales que aprovecharon la ausencia de manos para su limpieza aún son visibles en algunos lugares. Inmersos en el paseo de los estanques, maravillados y perplejos ante el espectáculo –"en breve funcionará el arroyo artificial y la cascada", cuenta Jesús–, entre la brisa que se cuela por las ramas del ciprés de los pantanos y el helecho driyopteris, llegan las voces de la primera visita.
Suben dirigidos por José Manuel Alba, quizá el hombre que más zapatos ha gastado pisándolas en los últimos 20 años. Ni en los momentos más duros, con la crisis del 2008, José Manuel ha dejado de encargarse de las visitas del jardín. Con dolor, iba reduciendo el paseo a medida que las zarzas le ganaban, pero no ha fallado. "Don José Rivera es un gran amante de las antigüedades, por eso perseguimos por todo el país un montón de piezas. ¿Os acordáis de 'Antigüedades Fortuny'? Él era el dueño y entendía mucho, por eso ha escogido piezas estupendas para este lugar".
Estamos al pie de la puerta de un convento de clausura de Málaga, que "cuando llamamos al obispado para comprarlo dijeron que no valía nada. Pero, ¡ay! cuando allá fuimos las cosas habían cambiado y pidieron unos miles de euros". A la gente, las numerosas anécdotas del guía les divierten, porque "así suben sin sentir", cuenta Alba.
Exageradas o no, las leyendas o historias de José Manuel distraen a periodistas y turistas. En la plazoleta de azulejos azules y ante una fuente también escultural, los concejales cuentan la historia, pero también el por qué Carla, otra guía más joven, diferente, no se detiene tanto en los detalles de artísticos, las estatuas, las barandillas, la virgen o el origen rumano de las columnas a las que llegaremos al final.
"Nuestro acuerdo con José Rivera y su esposa Queca se refiere a la parte botánica. No sabemos aún qué va a pasar con todo esto", señala Ismael, estirando los brazos para mostrar los leones bajo cuya tapa se esconden misterios para los niños, guardianes de la llave de la fuente para los adultos. "Son el antiguo sistema de Whatsapp, aquí se dejaban los secretos los amantes", cuenta la joven guía, destapando la cabeza de uno de ellos, para fascinación de la chiquillería.
Una escultura de mármol de Carrara neoclásica y una gruta, con un escudo sin datar, transcurren entre los magnolios y los miles de camelias, que perdieron su protagonismo en mayo y junio, para dárselo a las hortensias y luego las azaleas. "Vinieron de la misma Italia –sigue contando José Manuel, mientras asciende con las visitas– a ver qué tierra teníamos aquí para conseguir este azul espectacular y se la llevaron. Se debe a la tonalidad de pizarra de estas tierras".
Antes ya ha pedido a chicos y grandes que metieran la mano en el hueco de los deseos, flanqueado por dos esculturas inglesas "de época victoriana". Las barandillas pintadas de blanco evocan los jardines de las playas de este Cantábrico, pero también el toque británico que se cuela con el verdín y el musgo.
Que este lugar tiene quizá la mejor colección de camelias de Europa lo ha defendido muchas veces Rafael Ovalle, Falo, el jardinero y paisajista de esta tierra, culpable de inculcar al fundador de 'Panrico' –junto con Albert Costafreda– la pasión por las plantas. Ovalle asesora ahora el proyecto municipal, contento de que su obra vuelva a resurgir. Han sido años un poco tristes.
Ni Rivera ni su esposa Queca eran jóvenes cuando comenzaron la aventura. Casados en segundas nupcias ambos, Rosario enseñó a su marido su tierra de origen, y él cayó rendido, como siempre cuenta. Fue su cuñado quien le trajo hasta aquí para comprar un terreno y construir una casa. Luego, el paisaje y Ovalle hicieron el resto y comenzaron a adquirir los prados de alrededor. Jesús e Ismael, que no llegan a los 40 años, recuerdan perfectamente las praderas con vacas y los caños de agua dulce que "hacían de ducha en la playa".
"Querían disfrutar del jardín, así que apostaron por traer especies ya desarrolladas, árboles grandes", señala el encargado de Medio Ambiente ante el castaño varias veces centenario que da nombre a otro de los paseos. "Este castaño vino desde Tineo, sé muy bien lo que costó traer los dos. Son más que centenarios, uno murió, pero el otro mirad cómo está. Y este comedero de ganado, entre los dos castaños, vino de Salamanca", puntualiza el guía, que tiene tiempo para atender a todo el mundo.
Este es un lugar para visitar todo el año, porque la floración está asegurada gracias al diseño y las ideas de Ovalle y el matrimonio Rivera. "En febrero empiezan las camelias, luego los rododendros, después, en verano, las hortensias, un espectáculo'', relata el infatigable Alba, mientras Ismael resalta los colores tamizados del otoño, con los arces, el roble asturiano y el roble americano.
Atrás quedan las secuoyas, los cedros, los tejos, los cenadores con esa pátina tan apropiada de la plazuela de Choni –dedicada a la madre de Rosa Pardo–, los dragos de Canarias y los pies de elefante, todo vestido con un traje cuyo velo se acaba de levantar tras años de oscuridad. Para los niños de Walt Disney, es como si hubiera llegado el príncipe que destruye la maleza alrededor del castillo y el lecho de La Bella Durmiente.
Historias y manos que se deslizan en el agujero de la fuente de los deseos, el campanario volado y la gruta de una virgen con hornacina y cielo estrellado ayudan al personal a subir al mirador sin caer en la cuenta de lo trepado. Atrás queda el ginkgo biloba –el árbol más antiguo del planeta, único superviviente de Hiroshima– y el granado centenario, cuyo tronco es de una belleza escultural.
Acaban de pasar por la cúpula, para muchos la mejor extravagancia del lugar. Montada sobre una antigua cúpula románica y rematada con cristal de payés azul, que compite con el de las hortensias, da un toque surrealista daliniano. José Manuel Alba aclara que aún se celebran conciertos y actos y los habrá a lo largo del verano y, quizá, del otoño.
Pero la cúpula no es el plato fuerte en los jardines de la Fonte Baixa, el plato más contundente es el postre. El final ante el promontorio privilegiado, magnífico, que cae sobre la playa de Luarca y desde donde la vista sobre el mar y el increíble cementerio de la localidad –para muchos, el más hermoso de la península– quita el hipo.
Las columnas del siglo II traídas desde la Dacia, en Rumanía "cuando gobernaba Trajano", aclara Alba, –y cuentan las leyendas de este pueblo que negociado el precio incluso con los Ceaucescu, cuando estaban al final de su régimen en 1989– trasladan inmediatamente a las costas griegas y romanas sobre el Mediterráneo, más si luce un día de sol espléndido y cielo limpio, que no es lo más abundante en la zona. La grandeza del jardín atlántico, mezclada con el azul del mar y el blanco impoluto del cementerio que acoge a dos figuras más que interesantes, culminan el chute de adrenalina que supone el paseo completo. La promesa de volver para el otoño y la primavera, cuando todo el lugar esté desbrozado, es sincera entre los turistas.
La vista no hace sino invitar a la visita al cementerio, hasta ahora la atracción cultural más importante del pueblo, pero que junto con los Jardines de la Fonte, va a conformar una visita que combina a la perfección naturaleza y arte. Desde la playa hasta el cementerio hay un rato andando –cuesta arriba–, pero en coche no llega a los diez minutos. Escasos. A la salida del bosque-jardín, el chiringuito de la playa es el lugar perfecto para la caña y el repaso a lo que se deja atrás, aunque harán falta un par de días para reflexionar y poner en valor el descubrimiento.
Ese "aquí da gusto morirse" es de José García, el fotógrafo que busca cómo eludir esta brutal luz de mitad de la tarde en verano, al pie de la tumba de Severo Ochoa, el Nobel de Medicina que pidió descansar en este maravilloso sitio junto a Carmen, su mujer. El Nobel asturiano lo tuvo claro y eligió el lugar, al que llegó en 1996. El bramido del mar y las galernas combinan con la placidez de otros días en esta costa escarpada, con mirada privilegiada al horizonte y los bosques de la Fonte Baixa.
Hace años se hubiera dicho eso de "voy a echar un cigarro con los muertos", porque el paisaje lo merece, pero hoy está mal visto y en desuso. Más bien es un lugar perfecto para guasapear, instagramear y hacer selfies. Estos vicios de ahora por la imagen quizá los entendería mejor el segundo habitante famoso del cementerio, Manuel Gil Parrondo. El mejor director artístico de este país –obtuvo dos Óscar de Hollywood por los decorados de Patton y Nicolás y Alejandra al inicio de los años 70– quería regresar aquí, su pueblo natal. El luarqués también trabajó en títulos míticos como Doctor Zhivago, Lawrence de Arabia, Espartaco o El Cid, aprovechando los rodajes en la España de final de los 50 y años 60.
Este genio del cine que iba para pintor sí que decidió que este cementerio, bañado hoy por una luz escandalosa del Cantábrico que ilumina la blancura de sus muros y las tumbas hasta hacer daño, era perfecto tras la despedida definitiva. Se cree que en el promontorio ya hubo una torre defensiva desde el siglo XIII, pero no fue hasta el XIX, cuando un obispo de la zona lo convirtió en lo que para muchos es el mejor lugar de descanso para la eternidad.
De momento, dedicarle una hora de visita, entre las tumbas blancas y cercanas de ambos personajes geniales, es el toque final a una jornada única. Nunca antes fue tan fácil pasar del paraíso al mejor lugar para morirse. Amén.