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Flanqueado por las sierras de Pela y la del Castillo, este brazo de agua de 37 kilómetros de longitud de cola termina en una presa cercana a Orellana la Vieja, una localidad de unos 3.000 habitantes que se convirtió desde hace más de medio siglo en el guardián de este entorno para el disfrute de bañistas, pescadores, ornitólogos y amantes de deportes náuticos.
La Playa Costa Dulce de Orellana, siberiana y serena a la vez, es un oasis de ensueño en la provincia de Badajoz, la más grande de España. Construido en 1961, el embalse de Orellana fue uno de los hijos del Plan Badajoz, un conjunto de actuaciones ambiciosas que comenzaron a principios del siglo XX con el Plan Gasset y que finalizó bajo la dictadura de Franco, en la década de los 60 del pasado siglo.
La transformación y colonización para dotar de electricidad y regadíos a este territorio casi olvidado fue la causa que convirtió al Guadiana Medio en una sucesión de pantanos a su paso por Extremadura. Jamás hubieran pensado los tecnócratas de la época que este almacén de agua de 824 hectómetros cúbicos, aparte de producir 22 megavatios y regar las Vegas Altas, terminaría siendo la única zona de Extremadura, junto a las lagunas de Albuera, que goza del privilegio de la lista de humedales de importancia internacional establecidos en el Convenio Ramsar, como las emblemáticas Tablas de Daimiel, Doñana o el Valle del Ebro.
Tampoco los habitantes de la zona imaginaban que su entorno fuera declarado zona especial de protección de aves (ZEPA) y a la vez ser incluido en la Red Natura 2000. Sombrillas, hamacas y toallas. Veleros, canoas y botes a pedales se asoman cada día a las aguas más limpias del país.
Los más pequeños aprenden a amar el agua entre los brazos de los más experimentados, y los mayores recuerdan bajo la sombra de los eucaliptos sus años de emigrantes. "Si el Rin fuera el Guadiana no estaríamos aquí borrachos de nostalgias y cervezas, de vino no bebido", cantaba el extremeño Pablo Guerrero a los que tuvieron que marcharse de su tierra cuando todavía estaba seca.
A pocos metros de esta playa de casi un kilómetro de largo, los más jóvenes del pueblo aprenden a navegar en el Centro Ibérico de Vela de Orellana la Vieja, demostrando que estas actividades no son patrimonio de los más privilegiados. Decenas de pequeñas embarcaciones amarran en el Club Náutico Municipal esperando a zarpar cada día y navegar entre sierras peladas.
Agua dulce y naturaleza se unen aquí para la práctica del carpfishing, una modalidad de pesca sin muerte de grandes carpas que encontró su Meca en las aguas de este paraje. Todo sigue siendo auténtico en la comarca a pesar de la presencia de los turistas que prefieren lo dulce a lo salado, que aman el sonido de los pájaros y detestan el ruido enlatado.
La Canción del Guadiana, una de las composiciones del pianista que mejor ejecutó la obra Iberia de Albéniz, el orellanense Esteban Sánchez, se mete cada verano en este espacio azul intenso, en cada casa abovedada y en cada huerto, donde no falta un limonero ni un pozo antiguo de agua cristalina.
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