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“Eres el espejo de una Andalucía
que sufre pasiones gigantes y calla
pasiones mecidas por los abanicos
y por las mantillas sobre las gargantas”
Así, con tanta celebración como nostalgia, con tanto afecto como denuncia, Federico García Lorca cantó a su Granada natal, la ciudad que se coló por su escritura en forma de aromas y de colores, de atmósferas y de costumbres. Nadie como el genial poeta supo retratar esta tierra que fue para él "más plástica que filosófica, más lírica que dramática".
El autor más representativo de la Generación del 27 hizo de este lugar un poema urbano. El Federico surrealista, el Federico viajero, el Federico de los gitanos no dejó nunca de ser el Federico de Granada. Por eso su huella está presente en cada vuelta de la esquina, en las cuestas pronunciadísimas, en el lenguaje que retumba por sus calles. Ahora, cuando se cumple el 120º aniversario de su nacimiento y el centenario de su primer libro, Impresiones y Paisajes, paseamos los rincones que marcaron su vida y quedaron impregnados en su obra.
Una ruta lorquiana por la tierra nazarí ha de comenzar en sus alrededores. Concretamente en la vega, una fértil zona de labranza desde la época de los romanos, donde su padre, hombre de campo, alcanzó gran prosperidad con el cultivo de la remolacha. Aquí duerme Fuente Vaqueros, el sosegado pueblo que vio nacer al poeta un buen día de 1898.
Es el lugar donde buscar su casa natal, reconvertida en el que fuera el primer museo a nivel mundial dedicado a la figura de Lorca. Una casa que recrea el ambiente de la época y los espacios de aquella infancia que tanto resurge en sus escritos: artilugios, retazos de la vida rural y el gusto por la literatura que le inculcó su madre maestra.
De aquí a la otra residencia familiar que marcó sus años más tempranos, el camino se abre por un bosque a lo largo de 35 kilómetros. De pronto irrumpe "este pueblecito blanco entre las choperas oscuras", como aludía Federico a aquella localidad para evitar su desafortunado nombre: Asquerosa, resultado de los vocablos latinos Acqua Rosae (agua de rosas). Una localidad que, con el tiempo, pasó a llamarse Valderrubio, no tanto por ser el primer lugar donde se sembró tabaco rubio como por acabar de una vez con el jocoso gentilicio.
Hoy no sólo queda la vivienda donde la familia Lorca vio transcurrir algunos veranos, sino también la semilla que germinó en sus grandes obras. Muchos aspectos sociales de este pueblo inspiraron sus famosas escenas: las humildes vidas de Romancero Gitano, las mujeres cantando en el río de Yerma y hasta la misma Casa de Bernarda Alba, que existió en la realidad, a 50 metros de la suya, y con la que el autor trazó la historia que más estudios sociológicos ha despertado sobre la condena del luto.
Así fue Granada para Lorca. Una realidad infinita, abrumadora y eterna que mantiene en cada esquina la sombra del poeta universal. Especialmente en La Alhambra, cómo no podía ser de otra manera. Aquí, en el Patio de los Aljibes, al que se accede sin necesidad de entrada, Federico descubrió que el quejío estaba hecho para esta ciudad.
En este enclave rodeado de montañas que envuelven y rebotan el sonido, organizó el Festival de Cante Jondo, en 1922, con la presencia de críticos, humanistas y figuras como la Niña de los Peines y un desconocido Manuel Ortega que se convertiría en Manolo Caracol. Años después, en la iglesia de Santa María, también dentro del recinto, el poeta olvidó su ateísmo para pedir fuerza y suerte en su viaje a Nueva York.
Seguir la huella lorquiana implica contemplar la ciudad desde las alturas, como a él mismo le gustaba. Hacerlo desde el Mirador de la Almanzora, en el barrio de La Churra, donde no solo se despliega la más bella panorámica sobre el Albaicín, sino también la aglomeración de Los Cármenes.
Estas casas de estilo morisco (con patios, agua y vegetación) fueron para Federico "el secreto lírico de Granada", el lugar desde donde admirarla "entre cal, mirto y surtidor". Hoy es el hotel 'Barceló Carmen' el que recoge su esencia con las vistas que al poeta le hubieran gustado divisar: en el rooftop B-Heaven, con su piscina orientada a la Alhambra y su escenario sobre los tejados, se organizan veladas dedicadas a la obra lorquiana.
También hay que pasar por la plaza de Isabel la Católica, donde antaño se alzaba el Centro Artístico y Literario, en el que justo hace un siglo recitó su primera obra, Impresiones y Paisajes. Y tomar unas cañas (con sus tapas infalibles) en el restaurante 'Chikito', ubicado allí donde estuvo el famoso 'Café Alameda'. Era el hogar de las acaloradas tertulias con sus amigos (Manuel de Falla, Fernando de los Ríos…) siempre en el mismo rincón, por lo que fueron conocidos como 'los del rinconcillo'.
Pero sobre todo, hay que visitar la Huerta de San Vicente, la soleada casa familiar en la que transcurrieron los veranos de su juventud. Aquí, en estas estancias perfectamente conservadas con vistas a una hermosa finca, nuestro autor dio a luz a algunas de sus obras más célebres (Bodas de Sangre, Doña Rosita la Soltera…). También entre estos gruesos muros, hoy reconvertidos en un museo con interesantes reliquias, fue donde sus padres recibieron la desgarradora noticia de su fusilamiento.
Queda solo empaparse de esta figura irrepetible en el flamante Centro Federico García Lorca, en el corazón de la ciudad. Todo un referente de la cultura contemporánea, destinado tanto a la difusión de sus obras como a generar actividades artísticas (exposiciones, teatro, talleres…) vinculadas con su persona.
Aquí, donde acaban de trasladarse más de 90.000 documentos procedentes de la Residencia de Estudiantes, se puede descubrir todo sobre sus luces y sus sombras. Esto lo convierte en un imán para estudiosos del mundo. Y es que hasta en Uzbekistán existe un club de lectura de este hombre definido a sí mismo como "un poeta de nacimiento sin poderlo remediar".
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