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Un par de consejos por si tomas la fantástica decisión de explorar la Ribeira Sacra: ármate de coche y de paciencia. Aquí el mundo baja un par de velocidades, el GPS entra en huelga más de lo que te gustaría y la cobertura parece de quita y pon. Como resultado, es posible que des mil vueltas y vueltas por carreteras estrechas sinuosas como el cauce de los ríos responsables de esta maravilla de la Naturaleza. Nunca perderse dejó tan buen sabor de boca y nunca mil curvas molestaron tan poco a unos servidores. Ayuda que tras cada una de ellas descubras un rincón, un túnel de árboles, un barranco, una ladera plagada de vides o un corzo cruzando en tres saltos la carretera.
La Ribeira Sacra es una región situada entre los cauces de los ríos Sil, Miño y Cabe, en el interior de Galicia, que abarca a 21 ayuntamientos del sur de Lugo y el norte de Orense. A pesar de no ser oficialmente un territorio común, tienen una capital oficiosa –Monforte de Lemos-, una de las mayores concentraciones de arte románico de Europa y una Denominación de Origen vitícola propia. Su tercera gran joya la da la propia Naturaleza, y son los paisajes que la conforman. A la vegetación salvaje intrínseca de Galicia se le suman las riberas de los ríos, que en este caso se transforman en cañones de pendientes escarpadas, que pueden alcanzar los 500 metros en el caso del río Sil, el más agreste y conocido de los tres. Los miradores y las vistas hablan por sí solos así como el cultivo del vino en valles, riberas y cañones, una actividad que en ocasiones podría compararse casi al alpinismo.
El río Sil es el más célebre y visitado de la zona, así que nos proponemos descubrir los secretos de su hermano el Miño, de laderas algo menos escarpadas, menor afluencia turística y, por tanto, mayor tranquilidad si cabe. Empezamos nuestra ruta en Belesar, un pueblecito de ribera, con casas en ambos lados que se prolongan en el río como en un perfecto espejo. Se respira tranquilidad. En sus faldas, las viñas se mezclan con los árboles frutales en flor, en su mayor parte cerezos.
"La zona del Miño es menos conocida y es preciosa. Hay mucha menos gente, es más tranquila" nos cuenta Roi Barcala, de la empresa 'Rutea', que organizan todo tipo de rutas –de 10 a 600 personas– por la Ribeira Sacra. En coche, admirando la ribera del río, pasamos por Pincelo, una aldea al borde del agua donde hasta hace poco vivía un cesteiro (cestero), de esos artesanos de toda la vida que vendía sus cestas a los turistas que se acercaban. Ya casi de golpe llegamos a Portotide, un pueblecito semisumergido por la crecida que siguió a la construcción del embalse de Peares. Quedan unas seis casas en una de las vertientes, comunicadas por un puente en el que paramos. ¿Vive alguien todavía por aquí? Eso parece, y con tremendas vistas.
Un poco más adelante nos topamos con la playa de A Cova, otra de las paradas imprescindibles de esta zona, especialmente en verano. Esta playa fluvial tiene arena, restaurante, bar, un ‘Rincón del Gin Tonic’ y hasta pedaletas (las típicas barcas con pedales de playa) para darte una vuelta por los recovecos del río, bañado por viñas y árboles que, en esta primavera que empieza, pasan por todos los tonos de verde.
Ribeira Sacra tiene un clima especial, más próximo al Mediterráneo de lo que su situación geográfica marcaría. Es una de las zonas en las que menos llueve de Galicia y muy apta para el cultivo de uva, por supuesto, pero también de árboles frutales y otras especies no muy vistas por estos lares como es el madroño.
"Viene mucha gente en verano", dice Roi paseando por la playa fluvial y añade entre cómplice y orgulloso que "sobre todo son de la zona. Por aquí no entra un autobús". Damos fe. Las curvas imposibles de sus carreteras –preciosas, insistimos– marearían a un avezado capitán de fragata. A pesar de que los paisajes nos alucinan, nos insisten en que debemos volver en otoño, con las vides rojas y los árboles en todo su esplendor. En verano, triunfa explorar los ríos a bordo de un kayak y es que no olvidemos que aquí el calor aprieta.
Nuestra siguiente parada es O Cabo do Mundo. Es el nombre que recibe el meandro más acusado del Miño, que realiza un giro de 180 grados sobre una colina dando lugar a la gran curva entre las curvas. Los cañones de esta zona se formaron por movimientos tectónicos y vislumbrar la fuerza del río y de la tierra impresiona.
Después de tanta carretera, lo verde nos llama. Queremos más agua y queremos más monte. Basta ya de coche. Lo dejamos y nos adentramos en un bosque de robles, castaños y muros de piedra cubiertos de musgo de un verde que roza el fosforito. Estamos buscando la cascada de Aguacaída, una de las tres más grandes de Galicia junto con la de Toxa (en Silleda) y la de Vilagocende (Fonsagrada). Pero antes vamos a desviarnos a catar las vistas del Castro de Marce.
Por caminos en parte asfaltados con piedras antiquísimas, nos perdemos entre árboles y piar de pájaros, incluyendo uno carpintero. Atravesamos caminos llenos de mariposas de colores y nos paramos a manosear un alcornoque. Se nota que venimos de ciudad.
El verde, que empieza a salir, se mezcla con el marrón de las hojas de los árboles aún desnudos y las caídas al suelo, el amarillo vibrante del toxo (tojo) y el violeta del brezo. Hay mimosas también, aunque la especie es algo peor recibida en la zona. De fondo, todo el rato, escuchamos el agua caer. Cuando ya no sabes a dónde mirar, llegamos al castro que según algunos documentos recibía también el nombre de Castelo do Miño y hoy son un conjunto de piedras que escalar para valientes sin vértigos reconocidos. Parada obligada para tomar aire, admirar el río y puede que buscar xacias, las ninfas del Miño, unos seres mitológicos mitad mujer mitad pez que atraían a los hombres con su belleza y los ahogaban en el río. Había una considerable colonia en esta zona, al parecer.
Volvemos sobre nuestros pasos y nos desviamos para bajar hacia la cascada. Porque la Fervenza de Auga caída, la cascada que se desploma en picado 40 metros desde el pequeño regato de Aguianza, se encuentra a escasos 50 metros del Miño. De hecho, hay un sendero que sube del río hacia el salto, lo que hace de este paraje una parada preciosa para cuando vienes de excursión en kayak o zodiac. Para los caminantes, la bajada puede llegar a ser algo escarpada (ojo al bajar, toma aire para subir), pero merece la pena. Además, recientemente, la Xunta ha construido unas escaleras que sustituyen a las cuerdas (¡sí, cuerdas!) por las que había que colgarse para llegar a sus pies. Ahora bien, alcanzar la meta y sentarte en los bancos con el sonido del agua estallando, el musgo, los árboles y todo su entorno no tiene precio. El cansancio de subir –media hora de reloj hasta el coche–, dura mucho menos que la magia de la ruta y del lugar.