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Es un lujo de mañana. En la terraza de la Venta Arias, en el Puerto de Navacerrada, hay que limpiar las sillas de las gotas de lluvia que ha dejado la madrugada. El aire tempranero es limpio y la luz tan transparente que el valle que se extiende al fondo, hacia Valsaín y La Granja, resplandece bajo los rayos de sol que coquetean con nubes de adorno.
Los ocres, amarillos y verdes del otoño están lejos de los verdes de mayo que Ernest Hemingway –el Premio Nobel de Literatura, que hizo más que popularizar San Fermín– describió en Por quién doblan las campanas. Es quizá la novela más famosa sobre la Guerra Civil española, escrita en 1941. Pero los picos del Guadarrama que alcanza la mirada, la tierra que pisan los caminantes, es la misma que recorrió Hemingway y patearon sus personajes: María, Robert Jordan, Pilar o Anselmo.
Mirando hacia la pequeña estación de esquí y de espaldas al valle se encuentra Ramón Buckley. Podría ser un guiri, uno de esos extranjeros que tienen el aire de los minihemingways que cada 7 de julio corren en Pamplona ante los toros, emulando al escritor, pero este habla un español perfecto, pese a que su melena, mediada y canosa, y sus pillos ojos azules llamen a la confusión. La explicación es fácil, Buckley es británico y español, hijo de Henry Buckley, el colega y amigo de Hemingway desde finales de los años 20 del siglo pasado en España, compañero en la Guerra Civil y autor de uno de los mejores libros sobre la desdicha de la República y la democracia: Vida y muerte de la República Española (Ed. Austral y traducción de Ramón Buckley). Su madre, María Planas –el mismo nombre que la protagonista– era catalana.
Ramón, profesor jubilado de Literatura Española en diferentes universidades de EE.UU., recuerda la figura de Hemingway en su infancia, cuando su padre ya había regresado de la II Guerra Mundial y era el jefe de Reuters en España. Hace unos pocos inviernos que dedica su tiempo al turismo "literario, en este caso, a resucitar una novela. Mi padre conoció a mi madre ya casi al final de la guerra, durante la batalla del Ebro, en la primavera de 1938. En febrero de 1939 cruzaron la frontera por el paso de La Junquera, con otros muchos refugiados. De alguna manera, la historia de la novela me recuerda un poco a mis padres. No digo que se inspirara en ellos, aunque la conocía, sino que a mí me interesan esas similitudes. Es una historia que solo puede darse en las circunstancias que depara una guerra".
En su relato de introducción a la ruta, Buckley no incluye una de las razones por las que su padre, uno de los más curtidos corresponsales de la guerra española junto a Herbert Mathews y Jay Allen –con Hemingway, eran de los pocos que conocían España años antes de 1936– sentía una enorme simpatía por el grandullón norteamericano, que seguramente les había salvado la vida una noche de 1938, cruzando el Ebro. La corriente era tan fuerte, que el escritor relevó al soldado que remaba y les sacó hasta la orilla, lejos de líneas enemigas.
"Hemingway vino a España con la idea de escribir una gran novela con la que ganaría el Nobel. Ya era famoso cuando llegó. Contaba mi padre que cobraba diez veces más que los demás corresponsales; en su cuarto siempre había tabaco y whisky para todos. Gracias a su popularidad, sus crónicas se leían por todo EE. UU., trabajaba para un grupo de diarios. Escribió la novela dos años después de que acabara la guerra y cuando se publicó tuvo un tremendo éxito. Sería lo que hoy llamamos un best seller", relata Ramón.
Luego llegó la película, con Ingrid Bergman y Gary Cooper, y remató el triunfo. Y 80 años después, "estamos aquí, en este punto sobre el Puerto de Navacerrada, donde Robert Jordan y Anselmo, su guía, se encuentran en uno de los límites del frente entre republicanos y nacionales, para entrar en la tierra de nadie. Navacerrada era tierra republicana y Valsaín y La Granja, tierra nacional".
Con una última mirada hacia esas tierras del otro lado del frente, comienza la bajada al puente sobre el río Eresma, el objetivo central del protagonista de la novela. Robert Jordan camina cargado con dos alforjas llenas de dinamita, tras Anselmo su viejo y ágil guía, para encontrarse con los guerrilleros que le deben de ayudar a dinamitar el puente y que los republicanos conquisten Segovia a los nacionales. El plan se elaboró en abril de 1937, cuando la República lanzó el ataque sobre La Granja y Segovia. En la vida real, el personaje estaba inspirado en Robert 'Bob' Merriman, mítico comandante del Batallón Lincoln en las Brigadas Internacionales.
El puente de La Cantina es el único sobre el río Eresma que resultaba estratégico volar para conquistar Segovia. Aunque ya solo sea por el nombre, es seguro que mereció la aprobación del escritor. Nada había que le apasionara más que el alcohol, las mujeres y la aventura. Para ser un octubre de 2018 no baja mal de agua gracias a las lluvias de los últimos días, pero nada que ver con el caudal de aquel mayo de hace ocho décadas, bajo una nevada.
Para Ramón Buckley, que marcha monte arriba con Elfi al lado, su golden retriever, una de las cosas más interesantes de esta persecución de las huellas de la novela por las montañas de Guadarrama es el enorme interés de los hijos y los nietos de los combatientes en la guerra que se apuntan al recorrido. "El recuerdo de las batallas de los abuelos en los nietos ha dejado más huella. Este puente no es de hierro, es de granito. Creemos que el que describe Hemingway, de hierro y madera, está sobre el Jarama, una batalla que cubrió con mi padre. Ha trasladado aquel puente aquí porque lo suyo es una novela y le venía bien para la acción, para que Jordan se cuelgue bajo la estructura y coloque la dinamita".
Es ahí, al pie del puente cuando el profesor de Literatura Española, un experto en Miguel Delibes, saca la novela manoseada y de la que asoman diversos post-it para leer uno de los párrafos clave, cuando el general soviético le explica a Jordan la importancia estratégica de volar el puente en el momento oportuno. A las preguntas del dinamitero de las Brigadas Internacionales, Golz le interroga "¿Es usted sordo?", mientras Jordan trata de enterarse de a qué hora comenzaría la ofensiva, algo que el soviético no sabe dada la improvisación de las tropas republicanas. Jordan tendrá que estar atento al ruido de las bombas para saber cuándo volar el puente, y quienes escuchan a Buckley leer, a las emociones de su voz.
A la derecha del Eresma, subiendo hacía el puerto, se entra en la pista que lleva a la Boca del Asno, por donde los caballos de Pablo y El Sordo se mueven en el texto. El recorrido hacia Valsaín y La Granja se pierde en los escenarios de la novela, pendientes de la información que El Sordo, otro de los guerrilleros, trae de las líneas del enemigo. Hoy, Buckley aparca el camino para tomar otra senda más larga, hacia la Cueva de Pilar. Arriba y abajo los arroyos, el manto de agujas de pino que cubre la pista y las trochas no hacen sino evocar los paisajes del texto, las noches en vela al otro lado del río, vigilando la caseta que hay más arriba del puente, donde quizá el escritor se imagina a Anselmo o al gitano Rafael, vigilando a los nacionales, bajo la nevada.
Hay un momento en el que se cree oír las herraduras de los caballos chocando con alguna roca, pero solo son las ruedas de un ciclista que baja a toda pastilla. Pese a las interrupciones de los móviles disparando a los lugares emblemáticos, los ciclistas o los buscadores de setas, la luz que rebota sobre el brillo de las hojas húmedas de los acebos, repletos de bolas que en breve serán rojas, y el sonido de la brisa entre los pinos ayudan a evocar la memoria de la novela.
Hoy, las laderas del Pinar de Valsaín –un tipo de madera famosa por su calidad– tienen otros muchos habitantes. Pasada la media mañana, ni los corzos ni los jabalíes van a hacer su aparición, pero sí amantes de la sierra ya entrados en años y jubilados, que se pueden permitir el lujo de huir de la compañía excesiva los fines de semana. Al pie de las pistas y los cerramientos, los forestales han puesto unos carteles de vanguardia: "Acotado de Setas". Y es que hace ya dos años que estos montes, en una decisión precursora, se han declarado territorio micológico protegido.
Buckley charla sobre su trabajo, mientras avanza sobre el camino cubierto de agujas de pino, como hacía Jordan. Su personaje preferido en la novela es Pilar, la mujer de Pablo, la medio gitana vieja –¿Qué era vieja en ese tiempo, 50 años, 70 años?– fea y valiente, bregada en todas las batallas, que se atreve a contradecir al bruto anarquista que es su marido, quien no quiere participar en la voladura del puente. "El puente es la República", dice Pilar desafiando a su marido en aquellos tiempos. ¿Quién puede concebir un personaje así, con ese empuje? "Quizá Hemingway pensaba que Pilar tenía una fuerza parecida a La Pasionaria, sí, quizá sí. Mi padre no era comunista y siempre quedó fascinado por la personalidad de Dolores Ibarruri. Incluso ya en los años 60 (su padre murió en 1972) llegamos a pensar en ir a verla a Moscú", explica el hijo del mítico corresponsal, mientras vigila al golden retriver, que empieza a disminuir la marcha, cansado por el esfuerzo de la subida tendida hacia la Cueva de Pilar.
Por fin, a la vuelta de una curva y cuando ya se vuelve a divisar Valsaín y La Granja al fondo, en un raso aparece la gruta y Ramón Buckley lanza un suspiro de alivio. "La Cueva de Pilar es la Cueva del Monje, como se conoce a este lugar. A esa conclusión hemos llegado un amigo y yo, él también profesor universitario, después de muchos años investigando. Yo he visto la habitación de Hermingway cuando estaba escribiendo la novela, cubierta de mapas. Mapas militares, de la guerra, que le ayudaban a calcular las distancias. Él vio el nombre de la Cueva del Monje señalado en el mapa y decidió utilizarla como escenario. Le encajaba en las distancias hasta el puente. También creemos que nunca la visitó, simplemente la imaginó", explica el hispanista, sentado ante la cueva, tras tomar el piscolabis que llevaba en la mochila y que comparte con Elfi, antes de disponerse a leer la exaltación a la vida que es el acto de amor entre el norteamericano y la joven María, capturada y rapada por los nacionales.
"Y hubo entonces el olor de la jara aplastada y la aspereza de los tallos quebrados debajo de la cabeza de María, y el sol brillando en sus ojos entornados. Toda su vida recordaría él la curva de su cuello, con la cabeza hundida entre las hierbas, y sus labios, que apenas se movían, y el temblor de sus pestañas, con los ojos cerrados al sol y al mundo. Y para ella todo fue rojo naranja, rojo dorado, con el sol que le daba en los ojos; y todo, la plenitud, la posesión, la entrega, se tiñó de ese color con una intensidad cegadora. Para él fue un sendero oscuro que no llevaba a ninguna parte…".
Cuando el profesor termina el párrafo, queda claro que aún se emociona ante "la exaltación a la vida, ese camino al que les lleva Pilar, que les empuja a uno en brazos del otro para tres días de vida. Estas circunstancias solo se dan en una guerra. Lo veo como una reflexión sobre la guerra, no sabemos lo que es vivir una guerra. Es algo que tú no has deseado, pero trae otra forma de existencia. Cuando participas entras en una dimensión diferente, como le muestra Pilar a Robert Jordan".
Después del receso en la Cueva de Pilar, la cumbre de la ruta tras la huellas de Hemingway y la subida hasta el Cerro del Puerco, donde todavía se ven las posiciones del frente, suponen una vuelta al intento de imaginar la realidad de hace ocho décadas, aquellos territorios sobre los que un día sonaron las balas y las bombas y hoy son testigos mudos de un pasado que sería mejor no olvidar para que no se vuelva a repetir.
Por quien doblan las campanas es un título escogido del poema de John Donne, un británico del siglo XVI. "La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque está ligado a la humanidad; y por consiguiente, no preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti". Es la cita de Hemingway en la primera página del libro, después de la dedicatoria a Marta Gellhorn, la corresponsal que terminaría siendo la segunda esposa del Nobel.
La ruta se puede hacer a través de la agencia 'Tierra de Fuego' o de la Fundación Wellington, depende de si quieres español o inglés. En ambos casos, el guía es Ramón Buckley.
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