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Las calas rocosas de esta playa escondida de Porto do Son (el camino para llegar a ellas es un secreto que guardan con celo los parroquianos) podrían ser el escenario de un desembarco de piratas. Serans es una playa prima-hermana del arenal de Espiñeirido, también del mismo municipio coruñés.
Ambas comparten la escasa afluencia, incluso durante la temporada alta de verano. El sonido del oleaje, con su bravura y majestuosidad, es la banda sonora de este paisaje rocoso bañado por el Atlántico, que se funde con una naturaleza salvaje de pinos, azucenas de mar, carrizos y juncales.
Sin abandonar Galicia, pero sí la Península, desembarcamos en las islas Cíes y Arousa, en el Parque Nacional de las Islas Atlánticas. Aquí están algunas de las playas salvajes que se han coronado como “las más bonitas del mundo”. En Cíes, un trozo arrancado del Caribe y colocado frente a la ría de Vigo (Pontevedra), hubo un momento que la masificación era absoluta, pero desde hace unos años se ha mitigado con las cuotas turísticas por día durante los meses de verano.
La arena fina y el arrullo de las olas junto al graznido de las gaviotas -las verdaderas dueñas de este archipiélago- es el plan más tentador en las Cíes. Pero hay que estar atentos al viento, para no pasarse el día comiendo arena. Si sopla del norte, la más recomendable es Nosa Señora, que a última hora de la tarde desaparece y hay que resguardarse en las rocas que sobresalen al final del arenal. También es bastante espectacular Muxieiro, que forma parte de la afamada Rodas.
Un poco más al norte, en pleno corazón de las Rías Baixas, en A Illa de Arousa tenemos donde elegir extender la toalla, pues hay más de 80 arenales. Nosotros nos quedamos con la playa de Lombeira, resguardada en el Parque Natural de O Carreirón, un destino idílico también para los amantes de la ornitología. Cuenta con 1,3 kilómetros de playas y calas de arena blanca y aguas cristalinas, y la de Lombeira suele ser una de las menos concurridas por los visitantes, pues su acceso es a pie y carece de servicios y chiringuito. Además de ser un estupendo refugio del viento, ofrece unas vistas impresionantes de Cambados y la península de O Grove.
Seguimos nuestro periplo por el Cantábrico, con parada en el occidente del Principado de Asturias, donde aún se preserva la virginidad de los paisajes. En el entorno de Puerto de Vega y Castropol nos vamos a encontrar Monellos, de apenas 50 metros de extensión, sin casi señalización desde la carretera y nada de aseos, chiringuito o vigilancia -por lo que hay que extremar las precauciones.
Es una cala de piedra, situada en el concejo de El Franco. Aunque los parroquianos quieren guardar su secreto, confiesan que, para llegar a ella, hay que tomar un desvío de la N-634 tras pasar la localidad de La Caridad en dirección a Valdepares. Se trata de un camino pedregoso -por lo que se recomienda dejar el coche a la entrada- y bajar por una escalera de madera en zigzag que ha sido conquistada por la vegetación. Un sitio muy apreciado por los submarinistas y con vistas a la villa ballenera y astillera de Viavélez, donde nació la afamada escritora Corín Tellado.
La fotografía que abre este listado demuestra que Berellín es una de las calas más hermosas de Cantabria. Rodeada de acantilados y pastos, la cala -aunque los vecinos gustan de llamarla playa- se presenta ante los fotógrafos como una postal idílica. El verde de la naturaleza se fusiona con el azul del cielo y el mar y con el gris de las formaciones rocosas, generando una policromía cinematográfica. Se accede a ella por un camino situado a un kilómetro de Prellezo y antes de bajar a su arena fina y blanca, vale mucho la pena asomarse al mirador. Pero ojo, que aquí la playa aparece y desaparece por capricho de la luna y hay que estar informado previamente sobre las mareas.
Podría ser perfectamente una postal de Croacia pero nada más lejos de la realidad. Esta playa de rocas se encuentra en la localidad gipuzkoana de Hondarribia, en la ribera este del cabo de Higuer, a los pies de Jaizkibel. Entre acantilados y con unas aguas cristalinas perfectas para bucear, también es llamada la playa de Asturiaga y apenas tiene 60 metros.
Los Frailes es salvaje, no tiene servicios y el acceso tiene cierta dificultad. Para llegar a ella hay que caminar por senderos que parten bien desde el castillo de San Telmo, bien desde el puerto de Higuer. Pero merece mucho la pena.
Nos adentramos en el Mediterráneo, al verano con olor y sabor salino. Primera parada: L’Ametlla de Mar, un recorrido serpenteante por el Baix Ebre de Tarragona. Además de sus turísticas playas de bandera azul, en L’Ametlla de Mar, que se conocía originariamente como La Cala, también hay espacios vírgenes y resguardados por la naturaleza para darse un buen chapuzón.
Al sur de este pueblo costero, a unos 10 minutos, está L’Illot, una cala conectada a su islote Roca de L’Illot. Según el nivel del mar, a veces estamos ante una isla y otras, ante una península a la que se accede por un pequeño brazo de tierra. Hay dos opciones de playa: arena y piedra, pero para disfrutar del baño es recomendable el uso de sandalias o escarpines, por el fondo rocoso, que se deja ver con claridad gracias a la Posidonia.
También hay calas escondidas, de aguas cristalinas, en el Levante. Las playas del Parque Natural de la Sierra de Irta, en Castellón, son un tesoro ecológico, entre el mar y la montaña, las torres de vigía y los castillos templarios. A medio camino de los municipios de Alcossebre y Peñíscola se extiende una franja de costa virgen, donde no hay masificación turística y el mar queda protegido por palmitos (palmera endémica), pinos carrascos, hinojos y tomillos.
Entre las calas de roca y cantos rodados destacamos Ribamar, una de las más tranquilas, donde costa y sierra se funden. La mezcla de rocas, grava y arena, junto a sus aguas cristalinas, la convierten en uno de los lugares ideales para observar la fauna y flora marina. No hay que olvidarse de las cangrejeras y calzado cómodo, porque en sus alrededores se puede practicar el senderismo.
Damos un pequeño salto y recorremos las Islas Baleares. En Mallorca aún encontramos playas sin sombrillas, hamacas y chiringuitos. Para llegar a Es Marmols es inevitable una camina de hora y media, a pleno sol, desde el Faro de Ses Salines o desde Cala S’Almonia (cerca de es Caló Des Moro), en el municipio de Santanyí, suroriente de la isla.
La recompensa a este esfuerzo es una cala semidesierta, rodeada de acantilados, como si fuera una piscina natural, en la que algunas rocas cuentan con escaleras excavadas para acceder al agua. El color mármol de las formaciones rocosas y la arena es la que le ha dado el nombre a esta playa, en la que desemboca el Torrent des Marmols. La recomendación es esperar al atardecer, porque se disfrutará de una puesta de sol con la que coronarse en tus redes sociales.
Sí, hasta en la masificada y megaturística isla de Ibiza todavía se puede tomar el sol en calas vírgenes, sin el omnipresente chill out y las camas balinesas. Punta Galera se encuentra dentro del municipio de Sant Antoni de Portmany, pero su escasa señalización (hay que guiarse más por los grafitis que por las señales de tráfico) la hacen menos concurrida -que no solitaria-.
Está compuesta por unos 150 metros de roca lisa, que en ocasiones forma pequeñas terrazas donde es fácil plantar la toalla. Esto hace que sea sencillo encontrar un espacio íntimo y la convierte en un lugar ideal para practicar el nudismo. También los numerosos peces de todos los tamaños y colores que pululan por su fondo atraen a muchos buceadores. La pequeña cueva natural que se forma en la pared de su acantilado ofrece refugio a hippies y turistas ocasionales.
En el sur hemos elegido la playa de El Sombrerico, en la localidad almeriense de Mojácar. Alejada del bullicio de esta localidad turística, se llega a ella por una angosta carretera -en algunos tramos solo cabe un vehículo, por lo que extrema todas las precauciones-. Aunque no cuenta con servicios de ducha y vigilancia, sí hay un pequeño chiringuito, 'Manaca', que ofrece pescados y arroces. Está formada por roca volcánica y arena y se encuentra aislada, por lo que suele practicarse el nudismo. Esta playa toma su nombre por una gran piedra que preside este enclave y que, según quienes la bautizaron, tiene forma de sombrero. Aquí se rodó La isla del tesoro, protagonizada por Orson Welles.
Cerramos este recorrido de playas salvas en las Canarias. Las de la isla de El Hierro están marcadas por sus acantilados, sus empinadas escaleras de piedra y esas piscinas naturales de aguas cristalinas donde la orografía y la voluntad de las mareas harán las delicias de los bañistas. Entre las que salpican la costa de El Golfo, elegimos la joya de la corona: El Charco Azul. Desde lo alto no podrás imaginarte lo que esconde la cueva que se asoma al fondo.
La belleza del color turquesa de sus aguas se encuentra protegida por un arco volcánico que se abre al mar y a la luz del sol justo donde se encuentra la poza. Eso sí, no es la más solitaria que te vas a encontrar en la isla, por su popularidad. Además, para conseguir la mejor foto, viendo el pozo desde el interior de la cueva, hay que esperar a la bajamar, mientras que para darse un chapuzón tranquilo es mejor la pleamar.
Si hay un lugar imprescindible en Fuerteventura para los amantes de lo salvaje y lo misterioso es, sin duda, Cofete. En el extremo sur de la isla se encuentra esta playa única en toda la geografía canaria a la que se llega a través de una carretera pedregosa. Este arenal, de aspecto salvaje y paradero remoto, cuenta con doce kilómetros de arena dibujando una media luna protegida por la cordillera que parece desprenderse lentamente hacia el océano.
El viento no es un extraño en Cofete pero, tanto si lo hay como si no, lo mejor será buscar uno de los pequeños refugios que se camuflan entre la arena y la piedra volcánica para resguardarse, pasar el día y también desaparecer. Además del baño prudente, el paseo por los senderos que conducen a Punta Paloma (a 8 km) se antoja obligatorio para descubrir esa sensación de sentir que estás en una isla desierta.
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