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La composición kárstica del litoral de Llanes se revela en forma de arcos, islotes, galerías colgadas, dolinas y acantilados en continua mutación y movimiento. En este tramo de la costa asturiana, la piedra caliza ha sido especialmente susceptible a la erosión del agua. Las olas se han despachado aquí a gusto, moldeando el paisaje como si fuera arcilla en vez de peñascos. Un mundo irreal de rocas y arenas que forman calas muy apetecibles para el baño.
Esta costa conviene disfrutarla con marea vaciante, salvo en los bufones –oquedades– de Pría, que piden marea alta y oleaje, si es enfurecido, mejor. Junto a la playa de Guadamía, el Cantábrico manifiesta todo su temperamento a través del campo de El Bramadoriu, llamado así por las cavidades que, como géiseres, arrojan agua pulverizada hasta alcanzar 30 metros de altura. Una forma sutil de belleza.
Caminando desde los bufones hacia el este, se encuentra uno de los mayores cenotes de la costa cantábrica: La Puente o Poza de Las Grallas. Este pozo se alimenta del mar a través de un conducto kárstico, obedeciendo el ritmo de las mareas, de manera que siempre permanece inundado.
A la playa de Cuevas de Mar siempre hay que acudir durante la tregua que concede la marea y así observar de soslayo esa suerte de galería pétrea. "Su forma me recuerda al pañuelo de una aldeana", dice Marta Borragán, alma máter del chiringuito 'Cuevas del Mar'. "Respetamos al máximo este paraíso. Solo le ponemos música, con DJ y actuaciones, aportando un sexto sentido".
Otros elementos de disolución kárstica son los castros, que es como llaman los llaniscos a los islotes, vestigios de la antigua línea costera. Desde el aparcamiento de la playa de La Huelga (Villahormes) se disfruta del castro de las Gaviotas, que alberga una importante comunidad de aves. Como siempre, mejora con marea baja, cuando la espuma abraza con elegancia su base. Y qué mejor que repasar los selfies en la sidrería-llagar Cabañón, de Naves.
Helena Toraño, artista plástica y cantante del dúo indie-pop Los Bonsáis, siempre ha buscado su inspiración en estos parajes: "Sean las piedras y rocas que inspiran mis últimos cuadros, sea la playa de Andrín, portada de nuestro primer trabajo discográfico". Toraño apunta recomendaciones. "Llevo 20 años en Poo de Llanes, por lo que siempre recomiendo el tramo entre el paseo de San Pedro, en la villa de Llanes, y la playa de San Martín, con su islote y los restos de la capilla, sin perder de vista el peñasco Palo Poo".
Se va de asombro en asombro en la playa de Toró por sus rocas acuchilladas, mejor para un paseo –hasta el mirador circular– que para un baño. Siempre destaca su fotogenia, de la que se presume en el restaurante 'Mirador de Toró'. En Buelna, ya cerca del concejo de Ribadedeva, es necesario buscar el punto exacto de la bajamar para acercarse a El Picón, peñasco que, como pocos, deja volar la imaginación.
A la playa interior de Cobijeru solo se puede llegar a pie desde Buelna, pero una vez allí nadie deja de pisar el puente pétreo del Salto del Caballo; pocas experiencias tan vertiginosas como sentir la irrupción de las olas bajo los pies. A la cueva de Cobijeru solo se puede bajar con marea menguante y equipados con linterna. Refugio de valientes.
Para quienes quieran sentir el "nadie estuvo antes aquí", Roberto Llamedo organiza en Planeta Palombina excursiones en paddle surf. "Remar por esta costa es como ver en contrapicado una catedral, con sus columnas y arbotantes. Se trata de escuchar la respiración del mar, de oler el salitre, de sentir la condensación de la humedad". En el litoral de Llanes, todo el entorno se confabula para que el visitante entre en otro mundo.
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