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Al doctor Fidel Fernández se le alegra el timbre de voz cuando habla de Loma Somera, su lugar de nacimiento y donde transcurrió su infancia. Si es verdad que la niñez es la patria de cada uno, para este doctor de Anatomía Patólogica, Loma significa el paraíso recuperado ahora que la vida y los años le permiten disfrutarlo.
Es un pueblo que no tiene más que cuatro habitantes -literal, en el 2020 cuatro censados- y que es “uno de los más bonitos de Valderredible” confirma él con cierta modestia, aunque los habitantes del valle susurran que sí, que Loma es el más hermoso de los 53 de esta comarca. Y hay discusión, porque otros como Arroyuelos o San Martín, incluso Polientes, la capital de la comarca, dan para debate de café. Pero Loma tiene posibilidades de algún día, no lejano, entrar en la lista de lo más de “Pueblo de Cantabria”: la de los bonitos.
Se lo ha ganado a pulso. Desde la descomunal y triste despoblación de los años 60, la supervivencia de esta única calle Mayor, de empedrado “realizado por la escuela de canteros de Reinosa” como recuerda el doctor, el enterramiento de los cables de luz y demás conductos tecnológicos, y la cuidada reconstrucción de las casas -de los que aquí viven como los que han mantenido segunda residencia- ha dado como resultado un pueblo encantado, donde el silencio lo atenúa el rumor del agua y la brisa de la montaña.
“Mis padres vivieron en Loma hasta que fallecieron. Ahora he vuelto a mis orígenes. Voy a menudo, todas las semanas al menos un día. Mi hijo, con la pandemia y el teletrabajo, ha estado allí. Mi infancia está poblada de los recuerdos del pueblo” narra el doctor, licenciado en la Universidad del País Vasco, con una vida dedicada a la Anatomía en Bilbao y en el hospital de Valdecilla, además de las clases en la Universidad de Cantabria.
Pisar esta calle e imaginar el ganado bebiendo en el pilón, la fragua funcionando “con el herrero que llegaba una vez a la semana a arreglar los aperos o el potro para herrar los animales”, son recuerdos grabados en la infancia de Fidel Fernández. “Hubo un tiempo en que llegamos a ser 60 vecinos” afirma, todo un récord en este recóndito lugar, ubicado a 930 metros sobre el nivel del mar y a 26 kilómetros de Polientes, la capital de Valderredible, pero cerca de la A-67, entre Reinosa y Aguilar de Campoo.
Como cuenta el doctor Fernández, quizá el éxito de esta pequeña aldea es que el equilibrio entre lo público y lo privado “era perfecto”. El respeto por el monte y los lugares comunes -escuela, ayuntamiento, iglesia- siempre se ha mantenido. Loma está a la altura del Puerto del Pozazal y “yo siempre recomiendo que cuando se suba hasta el pueblo, hay que pararse en una de las curvas para admirar las vistas de la localidad y sobre la Lora, el valle y el pantano”.
Aunque no forman parte de los otros pueblos que están en la ribera del Ebro, como tantos en Valderredible, los montes de alrededor, los robledales, con obras de la naturaleza como “La Piruta”, el gran roble quasi santificado por los habitantes de la zona, dan para una excursión de paz y belleza, donde el canto de las golondrinas, o de los aviones -“así los llamamos aquí” apunta Fidel- una especie de vencejo de color negro, como recoge el Palabrero de Vocablos bustillanos de la comarca, son valores sin precio. Porque a menudo lo bello es gratis, aunque lo olvidemos.
“Yo recomiendo recorrer el pueblo, de estructura medieval, desde la fuente de arriba, con fecha de 1918, hasta la otra fuente. En ese camino vas a ver todo, las casas medievales, la capilla-iglesia con la pila adosada a la espalda, el pilón, las casas de madera” añade Fidel, quién reconoce que los mejores momentos para visitar la aldea son durante la primavera y el otoño, aunque su estación favorita es el invierno, con esas nevadas donde los copos se cuelgan de los árboles desnudos formando paisajes emocionantes.
Además del roble milenario que es La Piruta y sus alrededores, las vistas sobre el pantano de Reinosa y la Lora, o desde el Monte Bigüerzo, este discreto y elegante lugar cuenta con las ruinas de un monasterio, entre Bustillo y Loma, con tumbas antropomorfas, como sucede en varios pueblos del valle, donde al pie de la iglesia rupestre se encuentran los cementerios antropomorfos.
Esos cementerios pequeños son una muestra de que hubo un tiempo en que la comarca contaba con riquezas y señores que podían pagar a los canteros para cavar esas tumbas. Las historias, las leyendas y San Millán de la Cogolla, se extienden por Valderredible en partículas que llegan hasta las tardes de Loma Somera, donde el último canto de los aviones-vencejos se mezcla con el olor a humo de la calle en otoño. No solo los cuatro habitantes del pueblo están aquí, regresan los que sienten la nostalgia de un pasado que aún pueden recuperar.
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