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Ojo, que vamos a hablar delvalle de Ordesa, no del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Si así fuera, habríamos de construir en este sitio un especial de decenas de páginas, ¡tantos son sus atractivos! Aquí vamos a quedarnos en el corazón del espacio natural protegido altoaragonés, un exquisito rincón que, en el lejano 1918, se convirtió en uno de los dos primeros parques nacionales de España, junto con el de la Montaña de Covadonga, y uno de los primeros del mundo. Es justo reconocer que lo fue gracias a la iniciativa de Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, en cuyos hombros se apoyan los inicios de la conciencia ecológica y el conservacionismo de nuestro país. Vayamos pues a recorrer Ordesa y alguno de los exquisitos secretos que esconde.
Situada a las puertas del valle, no puede entenderse Ordesa sin Torla, en cuyo territorio se asienta gran parte del parque. La visión del caserío alzado sobre un roquedo, que remata la torre de la iglesia parroquial de San Salvador, es la carta de presentación de la zona. Tras el pueblo y mucho más arriba, se elevan los rojizos paredones de Mondarruego, puro valle de Ordesa.
Se trata de una de las postales más reconocidas de la naturaleza y la montaña españolas. La villa no ha perdido sus hechuras medievales y conserva estrechas callejas y casonas con el tradicional estilo altoaragonés, como la de los Viu. En la entrada del pueblo se sitúa el Centro de Visitantes del Parque Nacional de Ordesa, obligada visita para recibir información del espacio natural y descubrir aspecto de su historia y sus animales, con una sala exclusiva dedicada al bucardo, la extinta cabra montesa pirenaica.
Este cómodo sendero que recorre el fondo del cañón de Ordesa de punta a punta es el principal responsable de que muchos hayan elegido al valle como el mejor de España. La mayoría de quienes visitan el parque nacional lo recorren, al menos en su primera parte. Lo más recomendable es hacerlo desde la Pradera, a donde puede llegarse en vehículo, o en autobús si están cerrados los accesos. Hay que caminarlo con toda la calma, no porque resulte esforzado, que un poco sí lo es, sino sobre todo por averiguar por qué le llaman el Camino de las Cascadas.
A lo largo del recorrido, sucesivos miradores permiten asomarse al cercano río Arrazas para contemplar el conjunto de saltos de agua más espectacular de la geografía ibérica. Las primeras son la de Arripas y la de la Cueva. Sigue la del Estrecho, encajonada en un singular barranco entre cuyas estrechuras se despeñan las aguas hasta una enorme oquedad. Es uno de esos lugares donde se siente el poder de la naturaleza en estado puro.
Algo más arriba se alcanza la sucesión de saltos de agua que son la sinfonía de las Gradas de Soaso, escalera de espuma y roca por la que el Arrazas baja de la alta montaña. Al final y después de recorrer el amplio circo de Soaso, se alcanza la Cola de Caballo, desmelenada pero armoniosa catarata de cincuenta metros de altura, que simula lo que señala su nombre y que el periódico británico The Guardian calificó en 2019 como la cascada más bonita del mundo.
Este sendero montaraz que cuelga en la ladera meridional del valle es el contrapunto perfecto del calmado Camino de las Cascadas. Lo más recomendable es recorrerlo de regreso desde la Cola de Caballo. Hacerlo en dirección contraria, iniciándolo en el aparcamiento de la Pradera, supone un ascenso casi vertical por una zigzagueante senda que salva de un golpe más de seiscientos metros de desnivel.
El camino carece de dificultades y marcha por las amplias repisas de la faja Pelay, situada a media altura de la pared. Esto obliga a recorrerlo con atención, pues en algunos tramos discurre en la proximidad del borde de la pared. Al final y antes de empezar el vertiginoso descenso, se alcanza el mirador de Calcilarruego, balcón colgado al vacío donde conviene llegar al atardecer, para contemplar como con la caída del sol se iluminan los paredones del Tozal del Mallo, el espolón del Gallinero y la Fraucata, justo en la ladera de enfrente.
Por su historia, morfología e importancia natural Ordesa es comparable al californiano valle de Yosemite y en este sentido, el Tozal del Mallo es el monte par del Capitán, el espectacular risco que domina el emblemático lugar norteamericano. Esta montaña se sitúa en el comienzo de las paredes del Valle de Ordesa y la visión de sus más de 300 metros absolutamente verticales es mareante. La pared sur es una de las mecas de la escalada en España y ascender a su cima por la ruta normal exige muy buena forma física, conocimientos montañeros y carecer de vértigo.
Ordesa muestra los encantos que tiene en cualquier estación, aunque es en otoño cuando más se esmera su naturaleza. Se venga en la época del año en que se venga, el valle nunca defrauda, pero ahora llega el tiempo del otoño. La huida del verano de la montaña obliga a muchos de sus bosques a cambiar de traje. Y el nuevo vestuario resulta irresistible. Dispuestos a no pasar inadvertidos, robles, hayas, servales, arces, abedules y fresnos encienden su hojarasca con amarillos, rojos y mil tonos ocres. Y se dejan mecer por el viento.
Al tiempo, una infinidad de setas cubren sus raíces, pero, cuidado, estamos en un parque nacional y está prohibido coger nada de su naturaleza. Sí que es posible fotografiarlo todo. Hojas, setas, el atardecer, un salto de agua… y los visitantes de estos días otoñales lo hacen hasta agotar las tarjetas y las baterías de sus móviles. Hay que estar atentos para no perdérselo; el espectáculo apenas dura un par de semanas. Luego caerán las hojas y la nieve. Otra belleza, otra historia.
Mucho más acrobática resulta la Faja de las Flores. En Alto Aragón las fajas son repisas horizontales que cruzan por su mitad paredes rocosas de mucha altura. En Ordesa hay mucho de estos pasillos aéreos. La de las Flores es la más espectacular entre todas ellas. Es un camino, en algunos puntos de algo más de un metro de anchura, colgado sobre el vacío de 250 metros que componen los espolones y paredes del Gallinero, uno de los farallones que conforman las paredes del valle abierto por el río Arrazas.
Para muchos es el sendero más bonito –también el más espectacular– de los Pirineos. Regala la visión de Ordesa a vista de pájaro y una excursión donde abundan lirios, gencianas y otras innumerables clases de flores, entre las que destacan los edelweiss, también llamada flor de la nieve, todo un emblema del parque.
A cambio, la Faja de las Flores es un recorrido muy exigente. Para alcanzarlo hay que superar un desnivel 1,1 kilómetros –que luego hay que descender– y recorrer la estrecha senda, en una marcha que puede prolongarse más de ocho horas y que no se recomienda hacer sin probada experiencia o un guía.
No son las del Arrazas las únicas cascadas que rugen en Ordesa. En verdad, no puede entenderse este valle sin el protagonismo absoluto del agua. Este elemento ha excavado sus profundidades y ha esculpido sus descomunales paredes y, por si fuera poco, se entretiene saltando una y mil veces entre las rocas. Cotatuero es el más descomunal de esos saltos. Tanto que se disputa con el salto del Nacedero del Nervión el título de la catarata más alta de España.
Aseguran que ambas miden 222 metros. La situada en Álava es de sobra conocida por tener un acceso sin complicaciones, pero la de Cotatuero apenas es conocida. Tal vez por su situación escondida en un rincón del valle de Ordesa, al que solo se llega después de una esforzada caminata. A favor de la oscense debe señalarse que, al contrario que la que forma el Nervión en su nacimiento, solo con agua durante cortos periodos, esta se precipita caudalosa todos los días del año.
Junto a la cascada llevan clavadas a la roca unas clavijas desde 1881. Su historia es un poco la historia de este valle. Las colocó el herrero de Torla por encargo de uno de los cazadores extranjeros que entonces eran los únicos visitantes que venían a Ordesa, aparte de los pobladores locales. El valle oscense era desconocido excepto para quienes venían a abatir una de las piezas cinegéticas más valoradas de Europa: el bucardo o cabra montés pirenaica.
Tantas cazaron que terminaron por extinguirlas. La última que quedaba –se llamaba Laña– cayó justo cuando comenzaba el tercer milenio aplastada por un árbol. Prohibida la caza, hoy utilizan las clavijas de Soaso los montañeros que suben o bajan entre el fondo del valle de Ordesa y el circo de Cotatuero, camino de la famosa brecha de Rolando.
Este recorrido, que suele hacerse en alguno de los taxis de Ordesa, transita justo por el borde meridional del cañón de Ordesa. Es un pista que se sitúa unos cientos de metros por encima de la Senda de los Cazadores y lleva desde Torla a Fanlo. Recomendable para quien no quiera, o no pueda darse una caminata, la excursión visita los sucesivos miradores que rematan el límite de la profunda depresión abierta por el río Arrazas y que forma la Sierra de las Cutas.
Desde ellos, el panorama se extiende y regala singulares vistas de rincones tan excepcionales del parque nacional, como la cascada de Cotatuero, la brecha de Rolando y las Tres Sorores, las tres montañas que reinan en el lugar: Cilindro, Sound de Ramond y el legendario Monte Perdido. A poco que haya suerte, este panorama a vista de pájaro se hace imbatible si aparece alguno de los quebrantahuesos que viven en el parque nacional surcando el aire a la altura de nuestros ojos.
Este nido de águilas situado en las alturas de Soaso es la casa de quienes vienen a subir las montañas de Ordesa, en especial el Monte Perdido, o a descubrir algunas de sus maravillas como la Brecha de Roland y la Cueva de Hielo. Situado a una altura de 2.200 metros, alcanzarlo desde el fondo del valle de Ordesa supone realizar una marcha de más de 15 kilómetros, que salva un desnivel cercano a los novecientos metros. Es decir, solo recomendable para montañeros y siempre que las condiciones ambientales lo permitan. Construido hace medio siglo, permanece abierto todos los días del año. Se puede pernoctar y comer, siempre que haya plazas libres. Conviene hacer la reserva con antelación y en su interior es obligado guardar la distancia social y demás medidas de seguridad, como el uso de mascarillas.
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