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El amor mueve montañas y, gracias al folclore popular y la tradición oral, ha situado una vez más a Teruel en el mapa. La ciudad entera se ha volcado este año y ha desarrollado un centenar de actividades lúdicas y culturales que se extenderán a lo largo de todo 2017, pensadas como revulsivo turístico, con motivo de los ocho siglos de la historia de amor de Juan Diego de Marcilla e Isabel de Segura, conocidos como los Amantes de Teruel.
El centro histórico de esta ciudad aragonesa se engalana cada tercer fin de semana de febrero con banderas y estandartes para celebrar la gran fiesta medieval que durante unos días duplica la población de la ciudad. Sus torres mudéjares se convierten en un decorado perfecto y los sonidos del laúd, la flauta, el violín, el arpa o el tambor de piel vertebran las andanzas de Isabel y Juan Diego, cuyo drama representan dos turolenses seleccionados por directores teatrales, en las diversas representaciones que tienen lugar en los puntos claves de la ciudad.
El objetivo de la representación es sumergir al visitante en la historia de amor ambientada hace ocho siglos que todo turolense sabe contar. Antecedentes de la misma ya se encuentran en El Decamerón de Bocaccio y grandes autores como Tirso de Molina, Andrés Rey de Artieda o Juan Pérez de Montalbán escribieron en el Siglo de Oro sobre el tema.
Las crónicas cuentan que a principios del siglo XIII, dos jóvenes hijos de familias acomodadas pasaron de jugar juntos a enamorarse sin remedio. Los dos jóvenes pretenden casarse, pero don Pedro, el padre de la novia se opone por motivos económicos. Ella, Isabel, era la única hija de la familia Segura. Él, Diego, solo era el segundón de los Marcilla y heredaría poco más que un caballo. Pronto supieron que era un amor imposible y acordaron entonces que esperarían cinco años para contraer matrimonio, mientras él conseguía riquezas. Diego partió hacia tierras de conquista para ganar nombre, fortuna y tal vez un título que le hiciera digno de desposar a Isabel. Ante la falta de nuevas, el padre de la doncella pensó en buscar para su hija algún rico hombre con quien casarla y puso los ojos en don Pedro de Azagra, hombre poderoso y hermano del Señor de Albarracín.
La tradición cuenta que ni uno solo de los días que permaneció fuera dejó don Diego de pensar en Isabel, ni la dama dejó de hacerlo en el caballero. Pero Diego regresó en 1217, justo ahora ocho siglos. Las familias de Azagra y de Segura habían celebrado ya las nupcias de sus hijos cuando el amante cruza con su caballo el portal de la Andaquilla y tiene noticia de la boda.
El caballero fue a ver a su amada, pidiéndole un beso que ella le negó por estar ya casada. Ante la negativa de Isabel, el joven cayó muerto y ella acudió al sepelio, dándole entonces el beso que le negó en vida y se derrumbó sin vida sobre el cuerpo de su amante. Desde entonces sus restos, exhumados durante unas obras en el siglo XVI, reposan juntos y se pueden contemplar en el Mausoleo de los Amantes, ubicado en la iglesia de San Pedro, que recibe cada año la visita de más de 100.000 personas.
Durante estos días, Teruel ofrece a los visitantes la mejor oportunidad para comprender in situ cómo era la sociedad turolense hace ocho siglos. La ciudad se transforma para viajar al pasado. El plato fuerte es la representación callejera de la leyenda de los Amantes, en la que participan unos 150 actores amateur seleccionados por directores teatrales, pero hay mucho más. Su mercado medieval, con su corte de saltimbanquis, cuentacuentos, faquires y otros personajes de la época dan vida a la ciudad que fue hace ochocientos años.
El montaje del mercado medieval y de las 150 jaimas que sirven de sede a otros tantos grupos recreacionistas deja lista la ciudad para afrontar la recreación teatral de la leyenda de los Amantes. Toda la ciudad está implicada. Grupos de teatro, bandas de tambores, centros docentes, asociaciones culturales de todo tipo, colectivos y público en general se involucran en esta recreación para crear una atmósfera propia de la baja Edad Media.
Viendo el vestuario de los protagonistas, sus diálogos o los cientos de puestos de artesanía y gastronomía que nos reciben en las calles del casco histórico, uno puede llegar a imaginarse cómo eran las comunidades llamadas aljamas o morerías y que, en el caso de Teruel, en contra de la costumbre habitual en otras ciudades del Reino, y a pesar de la iniciativa real de Pedro III, fue ubicada de acuerdo con el Concejo en el interior del recinto amurallado.
En ella seguían viviendo los musulmanes, que llegaron a representar hasta un 40 % de la población aragonesa. De hecho, dada su relevancia en la economía local, a los mudéjares se les permitía seguir practicando su religión, tenían cierto grado de autogobierno y solían ocuparse en gran medida de las tareas agrícolas y del oficio de la construcción.
En los aledaños de la Plaza del Torico, el pulmón sentimental de la ciudad, encontraremos pasteles, abanicos, botellas de vino, tapas y todo tipo de alimentación y artesanía medieval que nos harán sentir unos auténticos mudéjares. Una mezcla de arte, historia y amor que hará las delicias de todo aquel que decida visitar la ciudad en estas fechas.
La representación de las Bodas de Isabel de Segura nos sirve también de pretexto para visitar una ciudad, Teruel, que en su día fue una plaza de frontera frente a las taifas musulmanas de Levante. A medida que los reinos cristianos medievales avanzaron en su conquista de tierras aragonesas, ocupadas anteriormente por el Islam, muchos de los pobladores musulmanes permanecieron en la ciudad: eran los mudéjares, que dejaron tras de sí un estilo peculiar de arquitectura que se desarrolló en los distintos reinos de la España medieval.
Teruel es, de hecho, uno de los ejemplos más representativos que se pueden encontrar del arte mudéjar español, reconocido en 1986 por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Recorrer Teruel es empaparse de esta simbiosis perfecta entre el románico y gótico propios de Occidente y los elementos decorativos más característicos de la arquitectura musulmana.
Empezaremos el recorrido por sus torres más antiguas, San Pedro y la Catedral, que son de mediados del siglo XIII. Con una clara influencia románica, su decoración es más sobria si se compara con las torres que se construyeron posteriormente. Fue en el siglo XIV cuando se levantaron las torres de El Salvador y San Martín, a solo un paseo de las primeras. Ambas son de mayor tamaño que las anteriores y poseen una exuberante riqueza decorativa. En ellas aparecen ya con claridad los rasgos góticos.
Otro de los escenarios mudéjares que sirve de escenario para las Bodas de Isabel es la propia capilla de San Cosme y San Damián, en la Iglesia de San Pedro, donde en 1555 fueron halladas por vez primera las dos momias que, según los defensores de la veracidad de la historia, pertenecen a Isabel de Segura y a Juan Martínez de Marcilla.
La representación también es una excusa para visitar la Catedral, declarada Monumento Nacional desde 1931 y cuyo elemento de construcción más significativo es su techumbre de madera y sus valiosas pinturas. Por algo se le considera la "Capilla Sixtina" del arte mudéjar. Y si levantamos un poco la mirada, sobre el crucero observamos un hermoso cimborrio mudéjar de gran esbeltez.
Es justamente allí, en la plaza de la Catedral donde tiene lugar el desenlace de la recreación con la muerte por amor de Isabel de Segura, tras darle a Diego de Marcilla el beso que le había negado en vida. Si se tiene un rato, es recomendable bajar a los aljibes medievales Fondero y Somero. Son depósitos de agua que se encuentran en el subsuelo de la plaza y cuya visita merece la pena.
Podemos finalizar nuestro recorrido por la capital turolense descendiendo por la escalinata neomudéjar y acercándonos al acueducto de los Arcos, construido en 1537 y catalogado como una de las obras de ingeniería más destacadas del renacimiento español.
Ya que hemos recorrido unas horas en coche –tres si venimos desde Madrid, cuatro desde Barcelona– merece la pena visitar también lugares próximos a la capital de la provincia con gran encanto. Uno de ellos es Albarracín, situado a 30 kilómetros, un pueblo con mucho hechizo que ha sido propuesto por la Unesco para ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Incluso puede ser una buena opción, dado el lleno hotelero que cada año vive la ciudad de los Amantes.
Lejos del bullicio que inunda Teruel por estas fechas, Albarracín es un oasis de tranquilidad. El color rojizo de sus casas confiere una gran personalidad a este municipio lleno de cuestas y estrechas calles, cuyos tejados casi se tocan unos con los otros y en ocasiones apenas dejan espacio a la luz del sol. No es extraño que esté considerado como uno de los pueblos más bonitos de España.
El mejor consejo que se le puede dar a quien lo vaya a visitar es que use un calzado cómodo, porque además de las pendientes, todas las calles del pueblo están adoquinadas. Con unos buenos zapatos, la mejor opción es caminar y olvidarse del mapa, tomarse un café en los bares más típicos del pueblo o pararse en mitad de la muralla para observar las vistas y tomar una foto. De no ser por los coches y las vestimentas de las personas, el visitante pensaría que se encuentra en plena Edad Media.
Si lo que nos gusta es la naturaleza, la vecina Gea de Albarracín ofrece unos caminos muy interesantes para perderse entre montañas que un día estuvieron inundadas por el mar Mediterráneo. Y si preferimos la paleontología, la provincia es el lugar ideal para conocer lo que pasó realmente en la era de los Dinosaurios. Pero esto podría ser motivo de una próxima visita, algo más larga de lo que nos permite un fin de semana.
Para dormir, tanto en Teruel como en Albarracín, hay alojamientos para todos los bolsillos, que van desde campings a albergues juveniles, pasando por hostales y hoteles de varias estrellas o el Parador Nacional. Con esta oferta hotelera, no hay excusa para dejar de visitar la Ciudad de los Amantes y sus alrededores. Porque si el amor existe, está claro que vive en Teruel.
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