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El Ebro, con su impetuosa corriente, tajó a su paso por Burgos los páramos calcáreos de La Lora para abrir una brecha de más de 200 kilómetros de profundidad y pintar con ella un hermoso paraje de hoces y cañones, de riberas escarpadas, de meandros que serpentean como laberintos en los valles. A su vera crecen las encinas y maduran los nogales entre hayas y robles gigantescos. Porque aquí donde el río se codea con la cordillera cantábrica y la meseta castellana, aquí donde se da la transición entre el mundo atlántico y el mediterráneo, la vegetación es la dueña y señora. Este paisaje del límite burgalés se alza como el rincón más verde y fresco de la provincia, el que mejor expone, en definitiva, el peculiar carácter del norte.
Apetece, con la que está cayendo, emprender estos caminos donde el sol calcinante da tregua. Caminos que durante el verano se presentan perfumados por plantas aromáticas como el espliego y el orégano, y en los que no faltan miradores donde asomarse al abismo. Si hay suerte, además, una fauna adaptada a la humedad y la umbría hará más amena la marcha.
Estas rutas que atraviesan el Parque Natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón tienen en el agua su mayor artífice. Aquí también irrumpe otro río, el Rudrón, hermano menor del Ebro, cuyo curso se funde y se confunde encajonado también entre el verdor. Pero antes de elegir la senda, conviene saber que por este parque castellano y leonés de unas 46.000 hectáreas transcurre el Camino Natural del Ebro GR-99. Una ruta de Gran Recorrido que acompaña el curso del río padre a lo largo de 930 kilómetros y 42 etapas, ocho de las cuales se encuentran en tierras de Burgos. Esto, claro, para los más valientes. Los menos pueden decantarse por otros senderos de distinta dificultad, tanto para hacerlos a pie como para recorrerlos en bicicleta.
El más famoso es el recorrido que discurre entre Pesquera del Ebro y Orbaneja del Castillo (o viceversa), con un total de 15 kilómetros en los que se invierten unas seis horas y media. El trayecto no tiene desperdicio. Siguiendo el borde rocoso se contempla en todo su esplendor la herida abierta por el torrente fluvial en esta Castilla crustácea. Abajo, en las aguas esmeraldas se ve nadar a las nutrias. Arriba, sobre los cortados, sobrevuelan más de mil parejas de buitres leonados, águilas perdiceras, alimoches y halcones peregrinos.
Luego están las paredes calcáreas del cañón, que alcanzan alturas de vértigo. Paredes verticales de hasta 200 metros que forman relieves caprichosos. Hay quien ve la cabeza de un indio; hay quien distingue claramente el mapa de África y hay quien se deleita buscando entre las alocadas figuras el beso de dos camellos. Son los juegos habituales en cualquier parada de la marcha mientras se descansa para reponer fuerzas.
Esta ruta, bien señalizada, destaca por las espectaculares perspectivas de la disección del Ebro. Pero no es la única. Otra opción es recorrer parte del cañón del Rudrón en apenas unos tres kilómetros. La senda discurre paralela al curso, por el fondo del desfiladero, y atraviesa el pueblo de Covanera, donde, tras un paseo, se llega al bonito paraje del Pozo Azul. Esta suerte de laguna que exhibe un intenso color turquesa es, en realidad, una surgencia del río con una curiosa característica: no tiene fin. El ser humano ha llegado a contabilizar 13 kilómetros de longitud, pero la cueva aún continúa. Se trata por ello de una de las galerías subacuáticas más interesantes de Europa.
Recorrer los Cañones del Ebro es mucho más que disfrutar de una deslumbrante naturaleza. Bellos pueblos que se asoman a la ruta ponen la nota humana y resultan ideales para hacer un alto en el camino con buenos vinos y delicias locales. Pesquera del Ebro, con sus casas blasonadas y antiguos palacios; Cortiguera, donde Miguel Delibes se inspiró para su obra El disputado voto del señor Cayo; o Valdelateja, que hundido en el fondo del valle acoge también la unión del Ebro y el Rudrón en un maravilloso enclave.
Pero si hay una localidad cuya visita resulta imperdonable no hacer es Orbaneja del Castillo, declarada Conjunto Histórico Artístico. Porque en ella encontramos la que está considerada una de las imágenes más fotogénicas de España: una poderosa cascada que brota de la Cueva del Agua y se precipita sobre el pueblo para caer directamente en el cauce del Ebro. El torrente, de 25 metros de altura, nace, corre, salta y muere en unos pocos segundos para al fin explotar en la roca musgosa y dividir en dos el caserío. Solo admirar esta famosa instantánea ya justifica la visita al rincón más refrescante de Burgos.
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