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"El Guadiana tiene ojos verdes", escribió Víctor de la Serna en el diario ABC durante su viaje por La Mancha en 1953, al ver brotar el agua que inundaba las tierras y se hacía grande de orilla a orilla. En la actualidad apenas manan estas alfaguaras, los ojos del Guadiana, debido a la sobreexplotación de las aguas subterráneas.
Manuel Martín, un agricultor que regenta un puesto con mil frutas y verduras en pleno paraje de los Ojos, a mitad de camino entre Daimiel y Arenas de San Juan (N-420), ha sido testigo de la desecación de la zona. Manuel, 'el Lele', canturrea de carrerilla los ríos y afluentes de España como lo hacían los escolares cuando él era niño, sin perder de vista al ojo Mari López, el más cercano a su puesto y el que más agua aportó. Realmente los ojos y ojuelos son los aliviaderos del acuífero de la Mancha occidental, el número 23, el origen de un nuevo río también llamado Guadiana y que algunos afirmaban que eran las aguas que desaparecieron cerca de Argamasilla de Alba.
Un nuevo espacio natural, el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, el más pequeño y controvertido de todos, es el último representante de un ecosistema denominado tablas fluviales, originadas por el desbordamiento del río Guadiana y el Gigüela. Situado al noroeste de la provincia de Ciudad Real, donde los montes de Toledo dejan paso al campo de San Juan y a la gran llanura manchega, esta reserva de la biosfera es un superviviente de la barbarie cometida en la década de los cincuenta del siglo pasado cuando, por culpa de una ley planificada por el Estado, convirtieron el gran cauce en un canal y desecaron las aguas para convertirlas en tierras de regadío, en propiedad privada.
Julio Escudero, el último barquero de las tablas, es un octogenario que conoce palmo a palmo este territorio, que es el suyo, desde que nació. Pescador de cangrejos, cazador de conejos y jabalíes, recolector de eneas y juncos, se crió en la misma casilla que aún conserva en la orilla del río. Julio, junto a su primo Juli, de la misma quinta que él, añoran los años en que el río estaba vivo, cuando las plantas medicinales de los alrededores curaban los males de los ribereños.
Los carpinteros construían las pequeñas naves de madera que flotaban por las aguas impulsadas por una pértiga, y que actualmente fueron apartadas del parque nacional por otras de fibra de vidrio. Memoria y sabiduría, la de los hombres del río que se regían por reglas no escritas que todos respetaban en relación con la propiedad de las trochas, las zonas de pesca.
El molino de puente Navarro es el final de la zona lacustre del parque nacional. Una presa impide que las aguas del humedal se escapen y dejen seca esta reserva de aves. Situado en la carretera CM-4114, entre Daimiel y Malagón, este molino nos acerca a otro, Flor de Ribera, donde varias familias vivían de la actividad de sus seis piedras moledoras, de los cangrejos que terminaban en los bares de Madrid y de los peces que se criaban entre sus aguas. La carretera provincial CR-P-2121, entre los municipios de Malagón y Torralba de Calatrava, es la que nos lleva a este lugar que aún mantiene en pie los muros de las estancias y los ojos de sus puentes.
El Guadiana sigue divagante hasta el castillo de Calatrava la Vieja, la antigua fortaleza árabe que sirvió más tarde de sede a los caballeros calatravos. El río protegió a los pobladores de este enclave de llanura haciendo de foso defensivo. Tierras duras y ásperas, pobres en superficie y ricas en yeso en el subsuelo. Son los Prados de Carrión de Calatrava, un paisaje lunático cercano a la fortaleza, donde vivían temporalmente los yeseros construyendo grandes hornos en los que cocían y molían el sulfato de calcio, que más tarde terminaba enluciendo las fachadas y dependencias las casas de la comarca.
El río se ensancha de nuevo y no respeta cauces impuestos. Conocedor de un nuevo muro, la tercera presa en menos de cien kilómetros, la de El Vicario, se abre en los alrededores de la aldea de Peralvillo, donde un puente ferroviario de la escuela de Eiffel, ya en desuso desde la llegada de la alta velocidad, une de nuevo las dos orillas y sirve de sendero verde para ciclistas y caminantes.
Sancho Rey, Arzobispo, Pedregoso, Albalá o Rodeznos son nombres de pequeños molinos de agua que abastecieron durante siglos de pan y pienso a humanos y animales. El desnivel necesario en la llanura, para que el agua tuviera la fuerza suficiente para mover las piedras de moler, hizo que se concentraran pequeños ingenios hidraúlicos en un tramo corto del cauce, entre el puente de Alarcos y Corral de Calatrava. Abandonados todos o rehabilitados en fábricas de luz, como la de Albalá, siguen siendo parte de un paisaje fluvial algo perezoso.
La intensa actividad ganadera de ovino alrededor del río nos dejó uno de los vestigios patrimoniales más significativos del legado de la trashumancia en España, el puente de las ovejas, un estrecho contadero de ganado en la mitad de los 1.150 kilómetros de la Cañada Real Soriana Oriental. A unos cuatro kilómetros del actual puente sobre el Guadiana, entre las poblaciones de Alcolea de Calatrava y Corral de Calatrava (CR-P-4124), nos encontraremos con esta joya de ingeniería civil del siglo XIII, rodeada de una zona habilitada para pasar el día entre naturaleza e historia. Al otro lado del puente, unos minutos de caminata orillando el río a favor de la corriente nos llevan a una antigua fundición de hierro de mediados del siglo XIX, El Martinete, con edificios, hornos e instalaciones para albergar a trabajadores y técnicos que llegaron desde el norte de la península.
Es chocante que ningún pueblo quiso ser ribereño en este tramo de río. Las aguas tomadas por los mosquitos en épocas estivales hicieron que ninguna comunidad se atreviera a vivir en las orillas pantanosas, donde el agua apenas corría y las enfermedades causaban graves problemas de salud. Fontanarejo, en la comarca de Cabañeros, tiene como propio el Guadiana a unos seis kilómetros del municipio. Cada 30 de abril las calles desaparecen en una intensa humareda cuando celebran las Luminarias, una fiesta de carácter pagano donde en cada puerta de cada casa se queman haces de romero verde para purificar las viviendas y a los vecinos. El milagroso humo de esta planta aromática se mete en las casas abiertas y en los pulmones como un antídoto contra los males.
Poco le falta al Guadiana para dejar de ser manchego y volverse extremeño. El Bullaque, el pequeño río que llega desde Cabañeros vivo y con fuerza, vierte sus aguas a su hermano mayor en la localidad de Luciana, un municipio donde las sierras están más presentes que el llano. El desaliñado y casi esperpéntico río de cauce ancho se cuela entre montes y arboledas cuando llega a La Puebla de Don Rodrigo. Como una culebra con reflejos plateados, los meandros del río brillan desde lo alto y desenroscan sus pliegues hasta dejar la provincia de Ciudad Real por el estrecho de las Hoces.
Francisco Blasco, 'el Kiko', el último pescador de la Puebla de Don Rodrigo, conoce al detalle estas curvas del río. "Me pasaba noches enteras tirando las redes para pescar algo y mantener a mi familia", comenta Kiko mientras nos muestra sus aparejos. "La venta la hacía por los pueblos de alrededor gritando el género que llevaba en las alforjas de la moto. Era el único pescado fresco que conocían por aquí", nos relata este polifacético hombre de río a sus 82 años.
Pantanos, tierras de frutales, pueblos de colonos y el mayor patrimonio que el Imperio Romano dejó en la antigua Hispania serán los nuevos territorios de este entretenido, sensual y generoso río. El más apasionante y singular de la Península Ibérica.
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