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Si fuera solo un mirador, los viajeros pasarían de largo. La orografía de La Gomera es una exhibicionista que no se corta un pelo a la hora de dejar a cualquiera que se asome a la cima de sus montes con la boca abierta. Primero, mostrando los valles esparcidos entre sus barrancos; y después, las islas más cercanas flotando sobre un Atlántico inmenso. Sin embargo, el Mirador de Abrante, cercano al Centro de Visitantes del Parque de Garajonay, cuenta con sus propios atractivos. Uno de ellos es permitir a los curiosos pasear sobre un despeñadero de 400 metros flotando sobre un suelo de cristal mientras en su restaurante se hacen demostraciones de silbo gomero, el lenguaje único de la isla.
Ni siquiera los que tienen miedo a las alturas quedan decepcionados ante el espectáculo. La zona de la terraza ofrece un observatorio más seguro, sobre el suelo y en un lateral del túnel de cristal, capaz de dejar ojiplático a los menos valientes ante el paisaje. Pero, como hemos escrito antes, esto es posible en muchas partes de la isla mágica. Sin embargo, sentarse a comer en un restaurante con estas vistas, solo aquí, en Abrante. El complejo, que abrió hace cinco años la naviera Fred Olsen, es visitado por grupos de turistas que llegan con viaje organizado, con parada obligatoria en el mirador gomero más famoso, pero también llegan los que lo buscan por su cuenta para hacerse una foto y encuentran mesa. Eso sí, es conveniente reservar.
"La carta se basa en productos tradicionales gomeros como papas arrugadas, almogrote, mojo, queso asado con su mojo y miel de palma, pollo al ajillo, carne de fiesta, conejo al salmorejo… Y luego hemos introducido algunos platos internacionales pero siempre con un toque nuestro", dice el encargado del establecimiento, Óscar David Niebla Chinea, después del servicio de la comida. "Los favoritos entre los clientes son el bacalao confitado y solomillo de cordero lacado con miel de palma".
Son las 2 de la tarde y el restaurante-mirador está lleno. Más que los platos del lugar, el punto fuerte del establecimiento es otro. Entre las mesas se mueven los camareros haciendo una demostración del silbo gomero, la forma de comunicación tradicional de la isla. En La Gomera han tenido que imponerlo como asignatura en los institutos para que no desapareciera, pero es raro el gomero que hoy en día no sabe silbar o entenderlo.
En Abrante, los ingleses y alemanes que han venido hoy a comer se quedan fascinados ante los silbidos. Se hacen demostraciones a los grupos, pero también silban a petición del cliente encandilado con el modo en el que se comunican los camareros en su rutina diaria. "Yo aprendí a silbar con mis padres y mis abuelos desde chiquitito", dice Óscar mientras me enseña las marcas que tiene en el dedo que usa para silbar. Un lenguaje que aquí se escucha mientras se mira al mar.
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