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Un grupo de amigas brindan en el Mirador de La Corneja en Ruilobuca.

Mirador de La Corneja en Ruilobuca (Ruiloba, Cantabria)

Un sol, un banco, un idilio al atardecer

02/10/2024 –

Actualizado: 04/09/2024

Fotografía: José García

Cae el sol flirteando con las nubes y se hunde en el mar, mientras tiñe de naranja y dorado los alrededores. El personal observa hipnotizado y salta el subidón de adrenalina entre jóvenes y mayores. Pasen y vean desde el mirador de La Corneja, en Ruilobuca, localidad de Ruiloba (Cantabria). Septiembre, el Cantábrico, las mareas vivas y la luna azul, un cóctel que otorga primeros premios en belleza. Déjate ir tras tu mirada. Adiós verano, bienvenido otoño.

Ruilobuca es un barrio de Ruiloba, municipio que es vecino de Comillas y que en los últimos años se ha convertido en la salida natural de la villa de Gaudí y los Güell. El corazón del pequeño pueblo no es gran cosa, pero sus alrededores y los paisajes de la costa son una pasada.

Puesta de sol desde el Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
Una postal de la puesta del sol.

Entre las conocidas playas de Comilla o de Cóbreces, el mirador de La Corneja, con la ermita del Remedio unos metros más arriba, es una alternativa al saturado Rayo Verde. Tiene una ventaja, y es que aún se puede visitar con cierta comodidad, a diferencia de lo que sucede en los últimos tiempos con algunos puntos de la costa cantábrica. Las vacas, el olor a estiércol y la lluvia no disuaden ahora a quienes huyen de los calores del sur de la península.

Unas mujeres sentadas en el banco del Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
El tronco de un árbol convierte el banco en lugar privilegiado.

En La Corneja, desde que llega el verano, los dueños de ‘Sol y Sal’, el food truck que tiene permiso para acompañar a las pandillas que disfrutan de la puesta de sol, extiende sus pacas de paja y encienden sus bombillas de verbena. El lugar es punto de encuentro no solo de la muchachada del territorio, también los mayores tiran de sus sillas de playa y de un sándwich con cerveza, dispuestos a esperar a esa hora divina, entre las ocho y las diez de la tarde, primavera-verano, donde todo sueño está cerca de hacerse real. Al menos durante un ratito.

Una mujer contempla el atardecer desde el Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
En media hora, los tonos de luz son infinitos.

Si además tienes la ventaja de acudir a La Corneja a finales de agosto y primeros de septiembre, cuando las mareas vivas ya han hecho su aparición y la luna azul -la superluna de fin de agosto fue todo un espectáculo- ha dejado un rastro encantado que anima al personal a asomarse a la costa, la bandeja con tardes inolvidables está servida. Siempre y cuando la lluvia lo consienta.

Dos personas sentadas en sus sillas de playa en el Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
Los hay que llevan su asiento y no esperan.

Para quienes no saben aún en qué consisten las mareas vivas, de septiembre y marzo, son las que coinciden con los equinoccios de primavera y otoño y se alían con la luna. Los profesores explican que son los momentos del año en el que los días tienen la misma duración que las noches. A veces coincide con que el sol, la luna y la tierra se alinean sobre el Ecuador, impulsando la atracción gravitatoria a su máximo nivel. Cada lunación dura aproximadamente cuatro semanas (29,53 días) y en ese periodo de tiempo las mareas vivas se dan en dos semanas y las mareas muertas en otras dos semanas. El ciclo comienza con la luna nueva, sigue con la luna creciente, llega a la luna llena y comienza a decrecer con la luna menguante hasta que desaparece, y así cíclicamente sin parar.

Food truck en el Mirador de La Corneja en Ruilobuca
El ‘food truck’ recoge por la noche.

Hasta ahí, el manual. En la práctica esto se traduce en que durante la marea alta hay playas que desaparecen, mientras que, en marea baja, se hacen infinitas. El mar se retira hasta muy adentro y la sensación de pisar playa ignota es una pasada. Los amantes del surf deben de tener claro que las mareas vivas, con menos playa y más alta, no significa que vaya a haber olas más grandes.

Pradera del Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
Una pradera ideal para echarse un rato con los amigos.
Vista desde arriba del Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
El mirador de La Corneja desde arriba.

Papardos y fodechinchos

Y para los amantes de colocar la toalla al mismo borde el mar, el riesgo es que entre en la arena y observe con cara de superioridad a todos los que se mantienen en un lugar muy alejado del agua. Más avispado que nadie, decide dejar su toalla y demás enseres al borde mismo de la ola. Ocurre a menudo que para sorpresa de estos papardos y fodechinchos -nombre que atribuyen los locales a quienes suben de los Picos de Europa para abajo con actitud prepotente- cuando asoman la cabeza entre ola y ola suelen encontrarse con que su toalla o sus zapatillas nadan mejor que él, al ritmo de las olas que se los han tragado en minutos.

Un grupo de amigos en el Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
Lugar de encuentro de guiris y nacionales.

El mirador de La Corneja tiene un banco de tronco de árbol colocado estratégicamente, donde se puede disfrutar de la cerveza de ‘Sol y Sal’ (a cuatro euros) mientras se produce el milagro de la entrada del sol en el mar. Sin rayo verde, hay que saber que este presunto fenómeno se ve rara vez en la vida de quien no vive en esas latitudes habitualmente. El food truck es desmontado por la noche, pero las fiestas y las charlas de luna creciente o luna llena son habituales en julio y agosto.

Dos mujeres en el Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
La felicidad de conseguir un buen punto para el atardecer.

Una recomendación: no importa que haya alguna nube en el atardecer. Al contrario, como en nuestro caso es preferible que haya cirrus, porque su aspecto delicado y sedoso matiza los rayos de sol de formas diferentes y la riqueza de las tonalidades es asombrosa. Eso nos ha sucedido esta vez en La Corneja.

El sol se oculta desde el Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
Quedan minutos para el baño del sol.

Para quienes quieren hacer tiempo mientras se pone el sol, subir unos metros más hasta la ermita del Remedio merece la pena. Por el paisaje, sobre todo. La ermita es del siglo XIX, nada especialmente extraordinario, pero sí agradable su entorno.

Atardecer desde el Mirador de La Corneja en Ruilobuca.
Hasta el día siguiente.

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