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Aunque la tradición marca que sea el 1 de noviembre el Día de la Mochila en Ceuta, nosotros te proponemos que te calces tus deportivas, amarres tu morral de cuadritos Vichy, cargues con un bocadillo y frutos secos para recorrer, en cualquier época del año, cinco miradores para contemplar la ciudad como si fueras una pavana.
Comenzamos este recorrido por la que se considera una de las dos Columnas de Hércules, el Monte Hacho (la otra sería Gibraltar). Subiendo por zigzagueantes carreteras y empinados caminos entre pinos y alcornoques se alcanza la pequeña ermita de San Antonio, que sin ser patrón de la ciudad es el santo que más cariño y devoción levanta entre los caballas. A él se encomiendan las casamenteras que, antiguamente (dicen que alguna todavía lo hace) posaban sus nalgas sobre la cruz del presbiterio para conseguir marido.
Desde este alto, donde cada 13 de junio se celebra una concurrida romería, se consigue una espectacular panorámica casi de 360º de toda la península ceutí. Al oeste, la ciudad se presenta en su plenitud, con su istmo amurallado y sus barrios donde apenas encaja una casa más, el salir y entrar de barcos en el puerto y el conjunto que conforman el helipuerto, los llanos de la Feria (oficialmente Parque Juan Carlos I) y el Parque del Mediterráneo, la obra póstuma de César Manrique. "Con estas tres construcciones le hemos ganado al mar unos 3-4 kilómetros cuadrados", asegura María Antonia Paublete, guía turística.
Hacia el sur se dibuja la silueta del vecino Marruecos; al norte, si las brumas dan su permiso, el Peñón, las costas de Algeciras y el Faro de Tarifa al fondo; y al este, la inmensidad del Mediterráneo con sus borreguitos. No hay que perderse la puesta de sol, que se va escondiendo lentamente tras el Monte Musa.
En la parte oriental del Monte Hacho, siguiendo la carretera de Circunvalación que rodea la fortaleza –que fue cuartel, prisión, campo de concentración y, de nuevo, acuartelamiento de Artillería– se encuentra un pequeño mirador desde el que observar el Castillo del Desnarigado. Recibe tan curioso nombre porque aquí se escondió un pirata berberisco al que le amputaron la nariz cuando estuvo preso en las minas del Rif. Hoy, el actual fuerte, construido en el siglo XIX, alberga un museo de armamento militar.
Asomándonos hacia abajo nos encontramos con el paseo de ronda, que va serpenteando el abrupto relieve que penetra en las frías y cristalinas aguas del Mediterráneo. Aquí está la cala de la Pota (por una antigua Potabilizadora), pequeña y pedregosa, pero que hace las delicias de los submarinistas. Vigila el horizonte el cercano faro de Punta Almina, que se encendió por primera vez en 1855 y no ha dejado de guiar a los barcos en el Estrecho, hoy con su torrero Santiago al frente.
Damos el salto al otro extremo de la Ciudad Autónoma, al Monte García Aldave. Pinos carrascos y canarios, matorrales, chumberas, cactus, palmitos y, sobre todo, eucaliptos con los que se repobló la zona en los años 40. En la subida al Mirador de Isabel II van apareciendo, semiescondidos entre el bosque, los derruidos y abandonados fortines neomedievales que se construyeron tras la Guerra de África para defender el enclave y que ahora aprovechan muchos deportistas para marcarse sus recorridos.
No hay que asustarse si el silencio que se respira desde esta atalaya se ve interrumpido por los disparos, pues está muy cerca del Campo de Tiro donde entrenan los legionarios de la IV Bandera. De frente, además del imponente Monte Hacho y la estampa más singular de la península ceutí, escoltada por sus dos bahías, podemos ver los dos pantanos de Ceuta: a la izquierda, el Renegado; al otro lado, el del Infierno. En ambos suelen entrenar los piragüistas del Club Los Delfines y en sus alrededores es habitual encontrarse con senderistas y corredores por las pistas forestales que discurren por la zona.
Comenzaron siendo dos casas y el cafetín donde ir a tomar el mejor té moruno de Ceuta. Hoy Benzú es una popular barriada de más de 1.000 habitantes pegada a Marruecos. Al reino alauí pertenece el espectacular Monte Musa (839 metros), pero es desde este lado de la frontera donde se contempla en su plenitud el contorno de la Mujer Muerta. Son muchas las leyendas que atesora esta enigmática figura en las estribaciones de la cordillera del Rif. "Algunas dicen que es Hércules descansando tras acometer su décimo trabajo y abrir las puertas del Estrecho; otras apuntan a que es una princesa que se bañaba desnuda todas las noches y su padre la castigó convirtiéndola en roca; incluso que es el dios Atlas sosteniendo el peso del firmamento", relata la guía Paublete.
La posición geográfica de Benzú la convierte en el punto más cercano al Estrecho. Sus playas, poco visitadas, son pequeñas y de sedimentos de pizarra, pero sus aguas frías y cristalinas son territorio habitual para pescadores locales e ideales para divisar el horizonte, asomados en la terraza de la 'Tetería El Estrecho' mientras se degusta un té moruno con unos briwat de almendra mientras graznan las pavanas, que es como se conocen aquí a las gaviotas de pico amarillo.
Terminamos la ruta en el centro de la Ciudad Autónoma, en lo alto de uno de los baluartes de las Murallas Reales más desconocidos por los locales. Durante años estuvo cerrado su acceso, hasta que en el año 2002 se descubrió, de manera casual, la Puerta Califal. Para asomarse al Baluarte de la Coraza Alta y su Caballero hay que solicitar autorización a la oficina de Turismo, pero vale la pena el trámite porque desde aquí se tiene una visión completa de las dos playas de la bahía sur: la de La Ribera y El Chorrillo.
Desde este pequeño bastión, que 'perdió' su Coraza Baja con la construcción de la carretera que discurre paralela a la costa, se otean las casas y minaretes de Castillejos y, más lejos, el perfil de Rincón y Cabo Negro –todas en territorio marroquí–. También se puede tener una visión espectacular de los dos campanarios de la Catedral de la Asunción y, al fondo, la fortaleza del Monte Hacho.
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