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Temidas por marineros y equipos de salvamento; perseguidas por los surfistas más osados. En invierno, las borrascas que se crean en el Atlántico norte llegan al golfo de Vizcaya en forma de fuertes temporales que levantan enormes olas y vientos de hasta 40 nudos. La costa de Asturias es una de sus primeros escenarios.
“Todo lo que venga del Atlántico es lo peor”, advierte Enrique Pérez, del equipo de Salvamento Marítimo de la Cruz Roja de Luarca. “Con vientos de 25 nudos los barcos suelen estar en tierra. Sin embargo, en ocasiones tenemos que rescatar algunos veleros”, explica el patrón de la embarcación Nereida. “Por suerte no hay muchas desgracias”, pero sí algún susto, como hace tres semanas, cuando tuvieron que auxiliar a unos jóvenes arrastrados por las olas que sobrepasaron los espigones del puerto. ¿Olas de diez metros? “Nosotros tenemos una embarcación de 8 metros de eslora”, responde Pérez. “Cuando hay tres o cuatro metros de mar de fondo ya es mucho”.
Vagamar -o marejada-, mar de fondo y viento del noroeste. Cuando se juntan estos tres componentes en esta época del año se prepara una receta explosiva y salvaje que hay que probar, pero a salvo. En los 354 kilómetros de litoral de Asturias, buscamos el mejor enclave para contemplar la furia del océano en sus diferentes facetas por este territorio.
La frontera entre Asturias y Galicia la conforma un estuario de 14 km2 que se adentra como un fiordo desde Isla Pancha y la Punta de la Cruz para bañar los puertos de Castropol, Figueras y Ribadeo. La ría del Eo, de aguas tranquilas, ideales para la navegación, se transforma una vez se sobrepasan los límites del Puente de los Santos, cuando la bravura del Cantábrico se apodera de esta costa de acantilado bajo. En ocasiones golpea con una de las olas más poderosas del Golfo de Vizcaya.
El Panchorro es el nombre con el que se ha bautizado este enorme flujo de agua, con forma tubular, que se forma frente a Isla Pancha en Ribadeo -de ahí su nombre- y que ha seducido a los mejores surfistas del mundo de olas gigantes. Cada invierno se celebra en esta ubicación, frente al faro de Ribadeo y con vistas privilegiadas desde la Punta de la Cruz, en Castropol, el Illa Pancha Challenge.
Este torneo de surf de olas gigantes tiene diferentes citas desde enero hasta finales de marzo. Cuando las condiciones climatológicas lo permiten, se ilumina la luz verde en el semáforo de la web de la competición para indicar a los riders que se preparen para surfear el Panchorro, que puede alcanzar hasta los 15 metros de altura. Maniobras trepidantes y escalofriantes caídas son las protagonistas de este espectáculo de adrenalina y deporte extremo que no tiene por qué envidiar nada al de Nazaré.
En contraste con el oriente calcáreo, la costa oeste de Asturias es una escultura vertical de pizarra y de cuarzo que se eleva a casi cien metros de altura sobre un mar que se reserva el acceso a pequeñas bahías y calas. Estamos en las inmediaciones del cabo de Busto, a 16 kilómetros de Luarca (Valdés) y dentro del Paisaje Protegido de la Costa Occidental de Asturias.
En esta reserva natural de 35 kilómetros de extensión el turista escasea hasta en verano, y los promontorios, que guían nuestra mirada hacia el este, se convierten en los mejores miradores para observar los golpes del Cantábrico.
El primero de ellos lo encontramos al borde de los acantilados, donde se erige el faro de Busto desde 1858. Desde este emplazamiento divisamos buena parte de la costa occidental de Asturias, y hasta la Estaca de Bares en Galicia los días muy despejados. En días como hoy lo que se aprecia es el salvajismo de un mar incontrolable, atronador y espumoso, protagonista en este paisaje dramático. El segundo lo encontramos en el mirador de la Punta El Arenoso, accesible a pie desde el faro por la GR-204. Esta atalaya se escora al oriente para regalarnos la estampa del cabo de Vidio a lo lejos y, cerca, la línea recortada de precipicios de 80 metros de altura que protegen calas como la de Barchinas o Vallino, castigadas por el fuerte oleaje.
El último enclave para asomarse al abismo oceánico nos lleva a la aldea de San Cristóbal, rumbo a Cadavedo por la N-632. El asfalto desaparece en un camino de tierra que nos conduce hasta el precipicio y al Pico la Pena. Además de un estupendo balcón para ir en busca de marejadas, es un lugar ideal para un picnic en su área recreativa y para desafiar a la gravedad descendiendo por el empinado sendero que nos conecta con la playa de la Estaca.
Sin salir del Paisaje Protegido de la Costa Occidental, continuamos a levante hacia Cudillero para descubrir otro de los mejores platós de vagamar. Xogarrales se conocen aquí a las bahías de cantos rodados escondidas por laderas de pino y matorral que, en este caso, aparecen custodiadas por islotes afilados.
La playa de Gueirúa y la del Silencio, de aguas claras que ahora se agitan, son lugares privilegiados para sentir la fuerza de un mar que mece sus piedras en la orilla y embiste sus escollos en la ensenada.
En el pueblo de Oviñana, dentro del territorio escarpado del cabo de Vidio, descubrimos uno de los bancos más icónicos de la costa española. El Mirador del Sablón se encuentra al final del camino que parte desde otro mirador, el de Cueva, donde dejaremos el coche para caminar por el borde del acantilado.
Una estrecha línea de tierra se asoma a una caída libre -de 90 metros de altura- sobre la playa de Vallina para presentar al viajero uno de esos asientos donde uno no descansa, sino que se maravilla ante tanta grandeza natural. Al este, la imagen del Faro de Vidio sobre el promontorio y, a nuestros pies, una gran bahía de aguas onduladas como base de una estructura escalonada que culmina en las brañas de montaña. Quien llegue aquí a la hora de la puesta de sol ha de saber que el premio es doble, y que conviene regresar con luz al vehículo.
Seguimos atando cabos. Esta vez el de Peñas, el enclave más elevado de la costa asturiana. Nos adentramos en este territorio, de forma triangular, que parte el litoral del Principado en dos y se eleva a más de cien metros sobre el nivel del mar. En otras palabras, una panorámica de vértigo del todopoderoso Cantábrico.
Quien quiera explorar este Paisaje Protegido en comunión con el océano, caminará por la senda que parte desde el Faro de Peñas, el más emblemático y antiguo de Asturias, hasta el de San Juan de Nieva, que domina la desembocadura de la ría de Avilés.
El sendero es el PR AS-25 -con una longitud de 16 kilómetros- y el objetivo es bordear la cara oeste de esta península sin perder de vista el embravecido mar. Desde la isla de la Herbosa caminamos por una senda que atraviesa praderas y brezales, precipicios de cuarcita, sistemas dunares en la playa de Verdicio, el cabo Negro o la playa de Xagó, de corrientes peligrosas y olas enormes. Esto también lo saben los surfistas que aquí se congregan.
La costa oriental de Asturias, como los Picos de Europa, es un homenaje a la roca caliza, a la erosión y a sus miles de formas. Los acantilados aquí presentan menor altura, pero con infinitas cuevas y galerías, y perfiles picudos y afilados como cuchillas. Entre Ribadesella y Llanes aparecen los llamados Acantilados del Infierno, que se desploman desde la rasa litoral, verde y ondulada, como antesala de las sierras del interior.
En esta costa calcárea encontramos dos puntos de referencia para arrimarnos al precipicio y sentir la esencia del Cantábrico cuando más vivo se presenta. El primero lo encontramos en el área recreativa del Infierno, a tres kilómetros de Ribadesella. Una apacible pradera contrasta con su nombre tenebroso y el abismo revela una de esas visiones que quitan el hipo, o una caída libre que parece no terminar nunca.
Siguiendo el ruido de los bufones nos desplazamos al área recreativa de Guadamía. Desde aquí, en la frontera entre Ribadesella y Llanes, parte la ruta de los Acantilados del Infierno y se aprecia la mejor panorámica de los Bufones de Pría cuando la mar es gruesa. Es entonces cuando el agua penetra en las cavidades de estos acantilados bajos para comprimir el aire y expulsarlo con violencia por las galerías verticales que desembocan en la superficie. El mar ruge a través de la roca y el espectador se asombra con una de las secuencias más espectaculares de la marejada en Asturias.