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En el sur están las vistas más espectaculares y globales. Tiene menos altitud, pero precisamente por eso basta con ganar altura para ver casi toda la ciudad como trepando hacia la sierra. El norte es más elevado pero, al ser más plano, es difícil llegar al mirador perfecto, aunque también lo tiene. Este u oeste ya es una cuestión de gustos: oriente da una imagen más completa de Madrid, sacando su faceta de gran ciudad moderna, mientras que el oeste muestra su cara más vieja.
Lo tiene casi todo. A la derecha se ve la zona nueva de la Castellana como apelmazada, por capas. A la izquierda la zona vieja, que parece pueblecito castellano de casas bajas con campanarios que dibujan un electrocardiograma. Y el sol poniéndose detrás. Porque hay que venir por la tarde. Es cierto que se echa de menos el viejo Madrid monumental, pero los que hemos crecido con orgullo de "pirulí"; como símbolo de progreso, le tenemos un cariño especial a esta perspectiva, con la vieja torre de telecomunicaciones abriendo camino a lo que ha seguido después.
Suele haber consenso en que el machacado cerro del Tío Pío, o el parque de las Siete Tetas según los locales, es el mirador más recomendable de Madrid. Desde Atocha, el bus 141 te deja en la base del cerro (parada Ramón Pérez de Ayala/Benjamín Palencia). Es el más famoso, pero no es el único en la zona sureste. Tomando un poco más de distancia, los hay mucho menos concurridos. Un poco más al este, en el parque de Valdebernardo, hay un cerro artificial junto a una reserva de aves y un chiringuito que es una delicia en las noches de verano. Está al lado de Faunia, y se puede llegar con el bus 71 desde Manuel Becerra.
Si damos la espalda a la ciudad, desde Valdebernardo se ve una mole amarilla y árida: el cerro de Almodóvar, que también se está convirtiendo en uno de los miradores favoritos de los vallecanos a medida que el barrio se ensancha. Además de en el horizonte, vale la pena fijarse en el suelo: hay sílex, los restos del que se extrajo para construir la muralla árabe de Madrid, ese mismo sílex que brillaba con el sol y por el que el lema olvidado de Madrid reza "mis muros son de fuego". Está a un paseo de poco más de un kilómetro y sesenta metros de desnivel desde la parada de cercanías de Santa Eugenia; los que vayan en coche, pueden dejarlo junto al C.E.I.P. Ciudad De Valencia.
El de Almodóvar es el cerro el más famoso de la zona, en parte, porque es el más accesible. Pero un servidor prefiere otro más al sur que, por desconocido, no tiene ni nombre. La virtud de este lugar es que, al estar más al sur, la perspectiva compacta mucho más el skyline, mientras que desde Almodóvar se muestra algo disperso. El defecto es que llegar puede ser una aventura. Está cerca de la confluencia del Manzanares y del arroyo de la Gavia, frente a Mercamadrid (40°21'09.7"N 3°38'54.7"W). El coche habría que dejarlo junto a la entrada de la planta de tratamiento de aguas "EDAR la GAVIA" (del lado de la orilla del Manzanares) y subir andando algo menos de dos kilómetros. La bicicleta es una opción bastante interesante: ya sea desde el carril bici el Manzanares o desde el parque de La Gavia, tomando el camino de la Magdalena se puede llegar hasta la misma cumbre, aunque seguramente en la última rampa haya que empujar la bici. La parada de cercanías de Villaverde Bajo queda a unos cuatro kilómetros.
Antes de cambiar a la zona oeste se puede tomar una perspectiva estrictamente meridional desde el parque Lineal del Manzanares, un milagro verde donde hace años había vertederos y chabolas. Lo corona 'La Dama del Manzanares', una cabeza de ocho toneladas de bronce que adereza las vistas, un poco estropeadas por la proximidad de carreteras y vías de tren, pero fundamentales para completar nuestro cuadro cubista. La bicicleta vuelve a ser una gran aliada ya que el carril del Manzanares pasa a sus pies, aunque hay una parada de autobuses a menos de ochocientos metros: la de San Mario, con las líneas 23 (desde La Latina), 123 (desde Legazpi) y 78 (desde Embajadores).
Desde el suroeste parece que estuviéramos viendo otra ciudad mucho menor, más antigua y verde, con la catedral y el Palacio Real como protagonistas. La idea es buscar el punto aproximado desde donde Goya pintó su famosa Pradera de San Isidro, tarea no demasiado fácil después de más de doscientos treinta años de cambios. Los miradores "oficiales" no suelen tener las perspectivas más privilegiadas. Y subir pendiente arriba no es una buena idea porque, aunque se gana altitud, la pendiente disminuye y solo se ven árboles. Así que quizá sea más interesante quedarse cerca del río y caminar buscando claros entre los pinos.
El favorito del que suscribe está exactamente en el parque que hay frente a la entrada del cementerio de Santa María. No debía andar muy lejos Goya cuando pintó aquel cuadro. Pero curiosamente es una novedad: solo ahora que se ha derribado el estadio Vicente Calderón vuelven las vistas abiertas desde aquí. El autobús 50, que sale desde plaza Mayor, deja a escasos metros en la parada de San Illán/San Cándido. El segundo en esta escala de preferencias sería el mirador del parque de la Ermita del Santo, que con un aspecto un poco decrépito quizá guste a los exploradores urbanos. La línea de autobús 25, que sale desde Ópera, tiene la parada de Vía Carpetana/Ermita Del Santo también a escasos metros.
Mucho más alejados del centro, no están nada mal los miradores bajo y alto de la Cuña Verde. Gustan especialmente a los que van con un buen teleobjetivo. Pero lo cierto es que la perspectiva es más que suficiente desde el parque de San Isidro y alrededores. Como hemos cambiado de lado, los atardeceres ya no ofrecen una estampa tan potente. Si uno tiene la moral de venir a ver el amanecer, más aún en invierno, se va a llevar un buen recuerdo. La parada de metro y cercanías de Laguna está a medio kilómetro de cada uno de estos miradores.
La teoría dice que debería ser la envidia de todo Madrid porque hay altitud y se asoma a la parte vieja, lo que pasa es que con tanto árbol no es fácil encontrar el punto exacto y la cultura popular no ayuda demasiado en este caso. Muchos se conforman con la estampa desde el lago, que no están mal… si no conoces lo que hay solo un poco más arriba. El mirador más famoso es el del teleférico, pero curiosamente tiene vistas a unas poco interesantes montañas rusas del parque de atracciones. Y los más ambiciosos se suben al cerro de Garabitas, que ofrece una panorámica 360º, pero está lejos y no tiene casi claros donde parase. De alguna manera, pasa medio desapercibido el mirador de la Sartén, que está cerca, es accesible, tiene bancos y mesas… y vistas bien abiertas, a la derecha, del Madrid viejo, y a izquierda, del nuevo. Desde la orilla norte del lago de la Casa de Campo, se ha de subir por el paseo de María Teresa hasta unas canchas de tenis; al norte de estas hay un pequeño cerro al con varios senderos que conducen al mirador. En total, algo más de medio kilómetro desde el lago.
Pone la nota bucólica a esta selección. Incluirla quizá es hacer trampas porque, en realidad, apenas se asoma a un pedacito de Madrid. Pero estaría feo pasar por alto los cielos de atardecer más espectaculares de la capital, con la sierra de fondo. Y así descansamos de tanto ladrillo y hormigón. Los horizontes más abiertos están en dos puntos bien definidos: el Cerro de los Locos, con vistas a Moncloa, y el mirador de la Dehesa de la Villa, que se olvida totalmente de la ciudad y te hace olvidarla. El autobús 64, que sale de Cuatro Caminos, tiene una parada cercana, la de Francos Rodríguez/Antonio Machado. Desde esta, para llegar al primer cerro hay que dejar a la izquierda el Centro de Información Ambiental y caminar hacia el sur; para llegar al mirador solo hay que seguir el carril para bicis y peatones de color rojo; ambos se alcanzan en un paseo de unos trescientos metros.
Por el norte las cosas no están demasiado claras, pero vale la pena hurgar para que el cuadro no quede incompleto. De hecho, nos va a enseñar la perspectiva más contrastada, donde un Madrid sorprendentemente rural se funde con el más nuevo. Lo más famoso y accesible es el mirador de Valpalomero (El Pardo), con un perfil en el que solo las torres más altas surgen sobre los pinares. Hay que ir por la carretera M-612 y tomar el desvío que hay en el punto kilométrico 5,5; el coche o la bicicleta son las opciones razonables. Pero el punto más dulce hay que ganárselo con un paseo hacia miradores que no están marcados en el mapa.
Al norte de Montecarmelo, cruzando la M-40, surge un Madrid sorprendente donde todavía se cultiva el cereal y se puede ver ganado pastando con las torres de Chamartín de fondo. Esta economía es casi anecdótica porque aquí el negocio real está en las hípicas, pero el contraste es el protagonista. Lo más cómodo es ir en coche hasta la Quinta La Muñoza (M-612, km 4,5) y desde allí caminar con libertad hacia donde nos lleven los impulsos. Pero tampoco suma mucha distancia ir en tren hasta la parada de cercanías de Cantoblanco Universidad. Casi cualquier punto entre ambos lugares (separados por algo menos de seis kilómetros) es un mirador fabuloso.
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