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Nunca aprenderemos lo suficiente sobre los celtas, ese pueblo de la Edad del Hierro al que debemos las culturas que hace 3.000 años vivían en el norte de España, la Galia, Irlanda, Escocia… Ellos sentaron las bases de quienes somos, antes de que los romanos nos domesticaran. Música celta, dioses como Taranis o Socellus, la cruz rodeada por un círculo, gaitas, faldas en los hombres; gentes escocesas, irlandesas, gallegas, asturianas, cántabras y tradiciones que romanos y cristianos disfrazaron para integrar a aquellos salvajes que ya sabemos que no lo eran tanto.
“Eres fuerte como un roble”, dice un dicho en varias lenguas. Y eso lo sabían bien los druidas celtas, para quienes el roble era un Duir, el hijo de Duantria, la diosa de esos árboles. Para buscar a nuestros ancestros, nada mejor que adentrarse en el robledal de los aledaños del Monte Hijedo, un lugar con resonancias místicas para los habitantes del norte de Burgos y del sur de Cantabria. Hijedo es el tercer robledal de España. Muy cerca de este enclave, en Bustillo del Monte, aguarda una ruta con nombres como “El Joven”, “La Piruta”, “El Viejo” o “Las Brujas”, árboles que forman parte de estos bosques milenarios repletos de tesoros y sabiduría.
“Dicen que es el tercer robledal de España. Yo, la verdad, no lo sé. Desde luego Irati (Navarra) o Munillos (Asturias) seguro que están por delante. Pero Hijedo es nuestra vida, un sentimiento”, cuenta Luis Murillo, secretario del Concejo Abierto de Riopanero (Valderredible), “la puerta natural al Monte Hijedo”.
Murillo creó con sus propias manitas (y con mucho amor y paciencia) la web www.riopanero.es, donde todo aquel que quiera saber más sobre la vida por fuera y por dentro de un bosque debería pasarse, como hacemos nosotros, antes de adentrarse en el monte mítico o sus aledaños. "Y porque va a ser declarado Parque Natural en un futuro no tan lejano...".
“El hecho de que el monte se encuentre entre dos comunidades como Castilla y León y Cantabria no trae, precisamente, ventajas. Pero, cuando uno recupera una pasión vinculada a lo que fue su infancia, es más fácil avanzar. La primera foto que recuerdo de mí es en un barreño de cinc como bañera, en el corral de Riopanero con el Monte Hijedo al fondo. Luego estaban las historias de mi tío Calixto y las leyendas del monte. Sí, los robles, los árboles de ese monte, son nuestra vida, tienen mucho que contar”.
Desde luego, eso transmiten las gentes de la zona. Muchos de los que se marcharon de Valderredible en los años 60, con la terrible despoblación, sufren ahora del mal denominado nostalgia de las raíces del valle y regresan al cobijo de los bosques y robledales, del Ebro y sus fértiles orillas, de las rocas excavadas por ermitaños que levantaron las iglesias rupestres (¿los herederos de los druidas celtas?).
Tratan de curarse la herida de la lejanía con la pócima del regreso. Ya han entrado en la segunda parte de su vida. Cuando Celia Tejada vuelve cada año a su 'Molino de Tejada' y trae a los californianos, uno de los lugares adonde les envía de excursión es al monte Hijedo o a la ruta de los robles de Bustillo; si Fidel Fernández escapa cada fin de semana que puede a su casa en Loma Somera, lo primero que hace al llegar es confirmar que “La Piruta”, el roble milenario de su vida y de su pueblo, sigue ahí.
Ernesto Rodrigo también regresó tras años fuera. Es uno de los expertos en petroglifos de Cantabria, a quien algunos museos deben interesantes hallazgos. “En la Vita de San Millán ya se habla del Monte Hijedo y el geógrafo Estrabón ya marca la Cantabria auténtica”, cuenta mientras bajamos del coche en Arantones para hacer una de las rutas más accesibles y hermosas de los alrededores de Hijedo. “Este no es el monte en sí, es Bustillo y arrancamos en Arantones, pero como aperitivo es una zona preciosa”, remata.
A su lado, Andrés Serna, un “acoplado” a los robles de estas tierras. "Yo soy de Alfoz de Bricia, ya Burgos. Pero me pierdo muy a menudo por aquí con mi hijo Martín y Ernesto. Es un alucine el camino, esa es la verdad . Los robles son únicos, mágicos". Y eso es lo que vamos a comprobar.
Empezamos la ruta al revés, porque la cita para quedar ha sido en 'La Olma de Polientes', el bar-restaurante-bodega de Gustavo y su hermano Guillermo, referencia clave en estas tierras. Subir al pueblo de Arantiones para iniciar el paseo -la ruta está muy marcada- es lo apropiado. Dicen los compañeros que por estas pistas no hay más de cinco o seis kilómetros a Bustillo y, sin embargo, por carretera son 40 kilómetros.
El sol se filtra a ratos entre las nieblas y los robles chicos ya se han deshecho de sus hojas. La pista, que luego se transforma en senda, está cubierta de una moqueta de hojas de robles tostadas, algunas aún verdes y anaranjadas, otras envueltas en el barro y las gotas de lluvia que se resisten a mancharse en la tierra negra.
Pronto el olor a la madera húmeda, a musgo y a tierra mojada invade los sentidos de los caminantes. Solo el clic de las máquinas interrumpe a veces el sonido de las pisadas o la charla de las hojas y la brisa en los árboles. Pero esos clics tan metálicos no pueden competir con los grajos que a veces lanzan algún graznido que espanta a los pobres vencejos o a alguna rapaz pequeña.
La esperanza de toparse con un corzo, un jabalí ("incluso lobos”, afirman los anfitriones) es banal, marchando un grupo de seis personas, por más prudentes que sean. En la subida ha quedado a la izquierda el valle del Ebro (Valderredible), el Monte Hijedo al fondo, y Bustillo que luego veremos al regreso por el mismo sitio.
Las gentes de estas tierras tienen tal respeto por el árbol milenario, que siempre les han puesto nombres. "La Piruta", el de "Las Brujas", "El Joven", "El Viejo". "La mayor parte es roble, pero también había tejos, aunque ahora quedan menos porque van cediendo terreno a las hayas", apunta Roberto. Hace milenios que aquellas gentes consideraban al roble el rey de los árboles, a la encina la reina, pero algunos pueblos daban ese puesto al haya. El clima y los tiempos parecen indicar que será esta última quien destrone a la noble encina.
Ante el primer gran roble, un auténtico rey, con el tronco hueco pero vivo y en chimenea, se produce un susurro de admiración y luego el silencio. La tentación de entrar de uno en uno, y luego hasta cinco, es demasiado hermosa. A la salida, "huele a tierra", murmura Miry, una de las senderistas; “a paz”, cuenta Pili, otra caminante. “A los consejos que podrían celebrar aquí dentro entre viejos y sabios”, habla Andrés Serna, sin saber quizá que está evocando a los druidas, a los Panoramix que se perdían por estas sendas buscando plantas medicinales para sus pócimas contra todas las enfermedades y encantamientos.
Arantones, el pueblo desde el que hemos arrancado -subimos y bajamos por la ruta marcada de los robles- está a 975 metros sobre el nivel del mar y estamos a poco más de 100 kilómetros de la costa. Buscando acebos hembras con sus bolas rojas que vuelven locos a los pájaros, levantando la vista en busca del muérdago o de las plantas y setas con todos los poderes que cuentan las leyendas, nos topamos con “El Joven”, llamado así para distinguirlo del “Abuelo”, que está enfermo según Ernesto, y queda aparcado para este camino.
Reza el cartel que tiene al lado “El Joven” que es “de la especie Albar, Quercus Petrela, 12 metros de diámetro, Quercus Petraea”. Sobre la edad de cada ejemplar, durante todo el recorrido se cuentan más de 500 años -están aquí antes del Descubrimiento de América-. Aunque hay expertos que apuntan que ejemplares como “El Joven”, “El Viejo” o “La Piruta” se acercan más a los 1.000 años. Asier, un amigo biólogo de Ernesto, experto en estos asuntos, apunta que "El Joven" debe de tener unos 1.500 años. No es fácil que un roble, por más fuerte, testarudo y sabio que sea, aguante más de 1.000 años.
Es impactante y las ganas de abrazarla entre todos para ver cuanto mide de verdad su base -entre 12 y 13 metros- no se hacen esperar, pero no la abarcamos. Pero ¿por qué se han conservado tantos, en una zona donde la leña era imprescindible y se hacía también carbón vegetal en el monte hasta principios del siglo XX?
“Con los robles de estos montes se han hecho los galeones de la Armada Española, los cañones de la Cabada y las traviesas de los ferrocarriles -nos había dicho Luis Murillo-. Pero es cierto que, en los últimos 50 años, se ha recuperado mucho. También se hacía carbón vegetal, ahora las cosas han cambiado, se aprecia lo que tenemos cada día más.
Recientemente, se ha inaugurado una senda para bicis; la red de caminos naturales está cambiada para el trazado del Camino Natural del Ebro y este es el primer año con el tramo desde Mediadero a Riopanero, que ofrece 18 kilómetros para bici, senderismo, caballos...”.
La bici quedará para otro día. De momento, la llovizna y la luz echa a los visitantes monte abajo, de vuelta a la plaza de Polientes, donde en 'La Olma', durante la comida, Guillermo Lucio -el cocinero que junto con su hermano Gustavo han puesto en marcha la bodega 'Peña Camesía' o 'El Hito, la cuna de Iberia'- recuerda cómo ya en “en 8º de EGB los profesores nos hicieron tomar conciencia de la importancia de los robles milenarios, de la historia y la riqueza ecológica que significaban en estas tierras”.
Luis Murillo también tuvo un tío Calixto -cazador- que les contaba historias del monte al pie de la chimenea, "decía que una vez había matado dos zorros porque uno estaba encima de otro; otras veces nos hablaba del tesoro que los carlistas habían escondido por ahí".
También a Guillermo y a Gustavo, hoy embarcados en el proyecto de bodega más interesante de la zona, como a Celia Tejada o a Fidel Fernández, los abuelos les fueron relatando las leyendas, los cuentos, los brujos y la brujas, los duendes y los animales fantásticos que esconden estos montes. Quizá eso y la infancia, que es la verdadera patria, es lo que les hace volver.
Para los de la excursión, con la esperanza de que las brujas y los druidas nos acompañen con la buena suerte, una modesta ramita de muérdago ha bajado con nosotros como recuerdo de los cuentos del caldero de Panoramix o de la pócima de Merlín bajo la mirada de Arquímedes, su sabio búho. Una última recomendación: con niños de más de siete u ocho años, esta ruta resultará embrujada para su memoria.
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