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Solo quien pasea por Rubielos de Mora y Mora de Rubielos, a unos 60 km de Teruel, es capaz de descifrar el porqué estos dos pueblos turolenses, separados únicamente por 12 kilómetros de curvas, decidieron cambiar el nombre por el apellido. Algo les delata y nos desvela que son de padres distintos. En Mora la vida giraba en torno a su imponente castillo. En cambio, Rubielos perdió su fortaleza pero el pueblo entero es un tesoro medieval. Solo hay una manera de descubrirlos: recorriendo sus calles.
Comenzamos el día en Mora de Rubielos. El kilómetro cero de nuestro recorrido es la Plaza Mayor. Es día de mercado y los puestos de artesanía, flores y alimentación ocupan el ágora, con el ir y venir de moranos y forasteros. Si no fuera por varios cuatro por cuatro se podría decir que estamos en la baja Edad Media.
En breve los coches van a desaparecer de nuestra vista. Tan pronto como crucemos la Puerta de Rubielos, curiosa construcción mitad piedra, mitad madera, que data de 1380 y que comunica la villa vieja con la nueva. Cruzar el Portal de la Villa –como también se conoce– resulta toda una sorpresa para quien desconoce los vestigios medievales del municipio, declarado Conjunto Histórico Artístico en 1978.
A izquierda y derecha deslumbran las fachadas y portales de las casas de adinerados hidalgos, que recuerdan que Mora fue un importante núcleo de poder siglos atrás. Viajamos de la mano de Consuelo Blesa, guía turística municipal, que nos va a descubrir la historia y los secretos más desconocidos de la ciudad, "incluso para los de aquí", confiesa. Pozo de conocimientos y amabilidad desbordante, nos propone recorrer la villa a través de sus antiguos puntos de acceso. "Los portales llevan el nombre del pueblo más cercano a Mora porque indicaban hacia dónde se llegaba a través de cada uno de ellos. Había un portal de Albentosa por el que se accedía al puente de piedra, pero tuvo que ser desmantelado a mediados del siglo pasado por el paso de la actual carretera. Cosas de la modernidad", cuenta.
Pero eso es en la Mora nueva, que visitaremos más tarde, cuando el estómago lo pida. Ahora estamos en la Mora de hace ocho siglos. Nuestra siguiente parada es el Portal de Alcalá, el que mejor se conserva y ubicado en la calle Pedro Esteban. Nos encontramos de frente con la casa de los Fernández de Heredia, una de las ocho casas más importantes del reino de Aragón. "Cuando digo casa, me refiero a familia. Eran considerados como los grandes de España de ahora. Un estilo a los Alba", explica Consuelo.
Estamos ante un castillo-palacio que fue sede de un señorío, el de Gonzalo Fernández de Heredia que, entre otras cosas, llegó a ser presidente de la Generalitat de Cataluña entre 1504 y 1606. Mucho se ha oído hablar de los duques de Alba o de los Médici de Italia, por su condición de grandes gobernantes, por ostentar grandes cargos eclesiásticos y por ser grandes mecenas. Son anteriores a ellos los Heredia de Aragón, que según los historiadores, no han recibido la atención merecida. No solo atesoraron una de las mayores fortunas de la época, sino que al igual que los Médici, sufragaron un sinfín de obras artísticas y recuperaron una ingente cantidad de clásicos de la Antigüedad.
Bajamos a las caballerizas y a la habitación del señor del castillo, que se presentan tal y como debieron ser en los siglos XIV y XV, los más esplendorosos de la casa. Nos hacemos una idea de cómo vivían los moradores de una fortaleza que fue de vital importancia en el pasado y que en la actualidad es visitada cada año por más de 41.000 personas, llegando a ser el lugar más visitado de la provincia de Teruel.
En buena parte este éxito es gracias a Rubén Sáez, un historiador de Albarracín que hace varios años creó la empresa Máquinas de Asedio S.L. con un objetivo: dar vida a castillos medievales como el de Mora. Sus esfuerzos se han visto recompensados en diversas ocasiones, como cuando le llamaron del equipo de rodaje de la película Tirant lo Blanc (2006), pidiéndole una parte del mobiliario para los decorados.
Ahora nos vamos a probar esos manjares la zona. Ternasco, quesos artesanos, aceite y, cómo no, el exquisito jamón de Teruel, que podemos degustar en forma de tapa en 'Fuenjamón'. Este es uno de esos bares de toda la vida, cuyo dueño además tiene un secadero de jamones, con lo que también nos podemos llevar a casa una pieza de esta delicia con denominación de origen.
Nos llama la atención el nombre de la calle en la que estamos, sobre todo al descubrir que hace honor a alguien en vida. "Calle Juan Alberto Belloch", leemos, y así descubrimos que de aquí es el conocido juez y exministro aragonés. También atravesamos el Portal de Cabra y, para hacer hambre continuamos nuestro paseo hasta el puente del Milagro o puente de piedra, que conduce al barrio de Santa Lucía. Allí se encuentran las ermitas del pueblo, la del Loreto o Santa Lucía, la de San Roque y la de la Soledad.
Pero nos quedamos a mitad de camino. El instinto nos conduce hasta varios bares donde seguir tapeando. 'El Hongo', y al lado, 'Cañaseca'. Muy cerca, en la placita de Jaime García Herranz, 'El Botiquín', de toda la vida. "Se llama de esta manera porque en las fiestas locales había una peña que se llamaba así y se le puso el mismo nombre. Es de los padres de los que llevan ahora el bar". Consuelo conoce a todos. "El padre de 'El Hongo' se llamaba Jesús, el de 'Cañaseca', Paco; y el de 'El Botiquín' es hijo de Toni, que empezó el negocio siendo muy joven", enumera.
Hay que reservarse para el festín que nos tiene preparado 'La Trufa Negra', uno de los establecimientos que más ha apostado por este producto y que regenta la joven Sandra Pérez. Para abrir boca, unos huevos estrellados trufados que quitan el hipo, acompañados de una ensalada de langostinos que compensan esa bomba de calorías. Pero no pasa nada. Tenemos hueco para el segundo: una corvina salvaje al gratén de trufa y, para nuestro fotógrafo, un solomillo con salsa de trufa melanosporum. Otro pecado capital que cometemos sin ningún cargo de conciencia.
Para el postre nos acercamos a una de las tahonas más típicas de Mora, junto a la plaza de la Iglesia. Allí podemos acompañar el café con unos rollos embusteros, dulce típico que debe su nombre al chasco que se lleva quien los prueba cuando descubre que están huecos por dentro. También podemos llevarnos de recuerdo unos sueños de queso de oveja de Teruel, o unos suspiros de Mora –otro dulce típico a base de huevo, mantequilla, azúcar y queso– con los que recordar nuestro viaje una vez que volvemos a casa.
Pero además, nos podemos sentar a ampliar la sobremesa en 'El Escalón', cafetería con vistas a la excolegiata de Santa María la Mayor del siglo XV, gótica por supuesto, que está construida sobre una sola nave de 19 metros de anchura. "Es la segunda en importancia de este estilo detrás de la Catedral de Girona", cuenta Consuelo. Ella además sugiere recorrer varios tramos de las murallas que protegían la ciudad ante el invasor. Pero nuestro tiempo es limitado."El mejor momento para hacerlo es el amanecer o el atardecer". Ahí lo dejamos. Hasta aquí nuestra visita a Mora. Nos vamos a Rubielos.
Un pueblo de anuncio. Con esa idea llegamos a Rubielos de Mora. Quizá algunos recordéis que, hace varios años –en 2016– sirvió de decorado para la campaña de Navidad de una conocida marca de bombones. Este spot, según cuentan los vecinos, supuso una gran promoción turística para el municipio, que conserva un casco antiguo salpicado de palacetes y casas solariegas.
Títulos y honores no le faltan. Además de ser uno de "los pueblos más bonitos de España", según esta asociación, el cariño con el que los rubielanos y la Administración han restaurado sus edificios les hizo merecedores en 1984 del premio Europa Nostra, un galardón concedido por la Unión Europea a las poblaciones mejor conservadas del continente.
Con una estampa típicamente medieval y una calidad de vida envidiable, Rubielos ha logrado también entrar a formar parte, además, del listado de "ciudades lentas" que elabora el movimiento italiano CittaSlow. Y es que Rubielos es un pueblo para viajeros sin prisas.
Así que sugerimos dejar el vehículo y adentraros en un entramado de callejuelas donde es fácil encontrar iglesias, pórticos, pequeñas plazas y numerosas casas solariegas y palacios que un día pertenecieron a nobles de la región. De hecho, muchas de las casas todavía conservan sus escudos de armas en piedra, balcones elaborados con forja y esos aleros de madera tan típicos de Aragón. Todo esto le otorgó a Rubielos de Mora el sobrenombre de "Corte de la Sierra".
Al entrar por la Puerta de San Antonio nos asaltan muchas preguntas. Sus señoriales casas de piedra –algunas ocupan casi una manzana, símbolo del poder de sus propietarios– nos llevan a indagar: ¿por qué tanta riqueza en este pequeño municipio de Teruel? Nos dirigimos a la oficina de turismo con el objetivo de encontrar respuesta, donde nos informan del horario de visitas guiadas: todos los días a las 11:30 y 18:00 horas en julio y agosto y a las 12:00 y 16:30 el resto del año. Nos sumamos a una de ellas. El precio es muy asequible, solo 2,5 euros, así que merece la pena.
Pronto obtenemos el porqué a nuestra pregunta. Los nobles que vinieron desde el País Vasco, Navarra y Cataluña fueron los que levantaron tales palacios. Cuando Pedro IV El Ceremonioso concedió a Rubielos el título de villa como premio por la resistencia que ofrecieron frente a las tropas castellanas, les dio a sus ciudadanos una recompensa: todo noble que viviera en Rubielos estaba exento de pagar impuestos, circunstancia que alentó a mucha gente adinerada a instalar allí su residencia. ¡Acabáramos! ¡Resulta ahora que los paraísos fiscales ya existían hace mil años!
Nuestro viaje en el tiempo comienza en la Casa Consistorial, uno de los edificios civiles más impresionantes de la localidad, que fue construido en el año 1571 por Pedro de la Hoya. Es especialmente fascinante su escalera de 1630 que da acceso a la planta noble y a la prisión. Justo al salir del Consistorio se encuentra el Palacio de Villasegura, uno de los más grandes que se pueden admirar en la localidad. El edificio luce un espectacular alero de madera de pino negro tallado en una sola pieza, muestra de la posición social de la familia propietaria. La pena es que el edificio es privado y en la actualidad no se puede visitar su interior.
Si continuamos por la Calle San Antonio llegaremos al Palacio de la Familia Creixell, que en 1835 sirvió como cuartel para el General Cabrera durante un asalto al Convento de Carmelitas. Llama la atención por su sistema de doble aldaba (el típico llamador de las puertas antiguas). Una de estas aldabas estaba situada a la altura de la cabeza y la otra, justo encima de la puerta, para que los que vinieran con caballo no tuvieran que desmontar para llamar.
Y es que todo tiene su explicación en Rubielos. Sin dejar la calle de San Antonio, una de las arterias principales del municipio, descubrimos cómo las casas cambian de aspecto. Además de nobles y gente adinerada, durante los siglos XVI y XIX se instalaron en la localidad numerosos artesanos ya que, ante tales casas y palacios por construir, tenían su trabajo asegurado.
Uno de los aspectos que destaca de esta zona de la localidad es la identificación de los establecimientos. Para publicitar a qué se dedicaban, lo que hacían era tallar en la puerta un objeto relacionado con su profesión y así todo el mundo conocía las habilidades de su dueño. Un ejemplo de esta rudimentaria publicidad está en el número 19 de esta calle, donde vivía un alfarero, por lo que podemos ver una especie de botijo tallado al lado de la puerta de entrada.
Continuamos callejeando. En la confluencia con las calles Barberanes y Josefa Villanueva se encuentran las cuatro esquinas. En la antigüedad los mozos del pueblo ponían un porrón de vino en medio y cantaban jotas, la más popular está escrita en una placa de cerámica en la pared y dice: "Estas son las cuatro esquinas y las cuatro son de acero, quiero entrar y no me dejan, quiero salir y no puedo".
La ruta nos lleva a la calle José Gonzalvo, donde se concentra un gran número de antiguos palacios nobles. Entre ellos, la Casa de los Gascón, un imponente edificio del siglo XIV de tres alturas, que cuenta con un gran pórtico gótico. También la Casa Vivó-Roca, y la Casa Lloret, un palacio neogótico del siglo XVI que hoy en día alberga un hotel. Para acabar nuestro recorrido, volvemos al punto de partida: el Barrio del Campanar, primer núcleo de Rubielos de la Mora, donde estaba situado el castillo, hoy en día desaparecido, el horno y el Hospital de Gracia. Esta última institución alojaba a peregrinos y personas sin recursos, ya que no solo nobles e hidalgos vivían en esta localidad de la sierra turolense.
Antes de decir adiós a esta villa con encanto, y para digerir con calma todos los secretos que nos ha confesado, nos tomamos un refresco ante el Portal de San Antonio que, junto al del Carmen, es el único vestigio que queda de la antigua muralla. Y entonces, nos sentimos muy afortunados de conocer este lugar, tan escondido y quizás por ello, tan bello.
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