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El Real Jardín Botánico vuelve a ser el primero en vestirse de fiesta con su Naturaleza Encendida, en este caso para llevarnos directamente al fondo del mar. El sonido del oleaje, las criaturas acuáticas de colores psicodélicos y -sobre todo- la magia de la luz, transportan al visitante a mundos difíciles de imaginar desde el Paseo del Prado de Madrid. Por tercer año consecutivo, el parque del CSIC abre la veda de los preparativos navideños y la apuesta de este año soprende en fondo y forma.
Los pequeños abetos de led dorada al entrar en el recinto son el guiño fundamental a la Navidad de esta Naturaleza Encendida, que arranca este 2 de noviembre y permanecerá abierta al público hasta el próximo 16 de enero. En pases desde las 18.00 a las 23.45, miles de madrileños y turistas atravesarán este jardín encantado rumbo, en primer lugar, al "Umbral de la expedición".
En un homenaje a la Expedición Magallanes-Elcano -primera circunavegación al planeta a principos del XVI-, el escenario sumerje al que llega en un viaje marítimo que empieza, claro, con un barco. Frente a esta escultura lumínica atracada en mitad del jardín, vestida de potente luz roja y rodeada de un intenso sonido de oleaje, al visitante casi le parece oler el mar.
Atravesando la imponente avenida que lleva al Pabellón Villanueva, coloridas proyecciones salpican las deportivas de los paseantes: estrellas de mar, algas marinas, remolinos de agua..., y sobre nuestras cabezas, las copas de los árboles lucen malva, fucsia, naranja y azul claro. Los ojos se van solos a los grandes tentáculos que asoman por el estanque frente al pabellón y a la historia que cuenta la proyección de su fachada, pero aún queda un camino por recorrer, en concreto un kilómetro y medio de paseo y más de un millón de bombillas de colores.
A ambos lados de la avenida, enormes esculturas de blanco fulgurante y colores fluorescentes habitan las pequeñas rotondas que separan los parterres. Parejas de peces globo, caballitos de mar y tortugas que parecen nadar en el aire brillan aquí y allá, en un impresionante mar de luces led azul eléctrico. Una escultura en el lado derecho acoge al espectador, que en este caso también forma parte de la experiencia, y le sorprende con su juego de luces y sonidos, recreando la violenta atmósfera de una tormenta marina.
La zozobra dura poco porque si seguimos avanzando hacia la derecha, la combinación de la luz y el vapor dibujan una especie de auroras boreales en miniatura que el explorador no se espera. En este caso, relajados graznidos de gaviota acompañan el juego de colores; también el despliegue musical transporta a esa calma después de la tormenta. Grandes peces coronan esa parte del recorrido y hacen sentir al pequeño incluso al público adulto.
Las copas de los árboles titilantes, el rumor del agua ficticia, las pisadas sobre las hojas secas y los "¿te has fijado en eso?" del resto acompañan al visitante de vuelta a la avenida principal. Y es al otro lado, atravesándola, donde la psicodelia se hace reina y señora del lugar. Bolas de discoteca entre las ramas, grandes cañones de luz apuntando al cielo y un gran cuerpo celeste penduleando entre dos de los centenarios del jardín conforman un escenario bello e inverosímil.
En esta zona, bautizada como Siziga -alineación del Sol y la Luna con respecto a la tierra-, incontables chispas de luz lo salpican todo, como libélulas verdes y naranjas en el ambiente coloreado de diferentes tonos de azul. Las plantas, ya de por sí vistosas, ahora parecen de otro planeta.
Con una sensación casi de mareo tras tantos estímulos, la comitiva va llegando en cuenta gotas a la última parte del recorrido, donde unas enormes medusas rosas pastel vigilan desde las copas más altas del jardín. Ya estamos en los alrededores del pabellón, muy cerca del Monstruo marino, esos enormes tentáculos colocados en representación de los seres mitológicos de toda carta naútica. Aquí, la altura ligeramente elevada con respecto al resto del parque brinda una panorámica increíble, de incontables colores.
Con esa imagen aún rondándonos, el itinerario lleva a las Expediciones Botánicas: orquídeas, cacao y otras variedades descubiertas fuera del viejo continente toman forma en una exposición lumínica inmersiva en el interior del edificio. Ya casi al final, familias enteras, parejas y paseantes solitarios atraviesan el ya típico Túnel, cuajado de bombillas blancas, presente cada año y broche oficial de la experiencia.