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Ojos infantiles extasiados ante el juego de luces del árbol de 32 metros de la calle Príncipe; manos arrugadas de abuelos que dirigen la cara de los nietos hacia la bola gigante de la calle Urzáiz; padres que aclaran a sus hijos que no llueve, "son copos de nieve"; las huellas de la reina Frozen, esa que no necesita ni rey ni príncipe, en la calle del Progreso. Esto es la Navidad en Vigo, que el 23 de noviembre arrastró a 170.000 personas para presenciar el encendido del alumbrado.
Cuando hayan transcurrido los dos meses de Navidades y consumo, se espera que por la ciudad hayan pasado más de dos millones de personas. Las fiestas son el reclamo turístico más importante y los vigueses se lanzan a la simpatía y la hospitalidad. Lo cierto es que esto es un espectáculo en toda regla.
En los jardines de Montero Ríos, en el puerto de Vigo, poco antes de las cinco de la tarde –faltan tres horas y media para apretar el botón del alumbrado– cuatro niños juegan entre las patas del pulpo gigante que le sirven de asiento al escritor Julio Verne. A su lado, Marisé, Sandra, José y Suso, los padres, controlan a la pandilla. "Venimos de Lugo para el ver el alumbrado. Hace mes y medio que reservamos el hotel", comentan felices pese al cielo que a ratos lanza ráfagas de lluvia para recordar que esto es Galicia y estamos a las puertas del invierno.
Gallegos, asturianos, cántabros, castellanos, portugueses hasta franceses –"e ingleses, ¡eh!" matizan en el hotel– llegan a este rincón del Atlántico, atraídos por un fenómeno inducido desde hace tres años: el estallido de las luces de Navidad en Vigo. Pocas cosas más emotivas que el recuerdo de las Navidades de la infancia que, de paso, han convertido estos dos meses de invierno en temporada alta. "Todos los fines de semana los tenemos ya ocupados, y sí, suben los precios por esto del alumbrado", reconoce el encargado del 'Hotel Gamboa', en el centro de la ciudad.
Hay cinco puntos neurálgicos para hacer la ruta de las luces. El árbol de Navidad, situado en la Puerta del Sol, es la zona cero de las luces, donde el 23 de noviembre arrancó el espectáculo, orquestado por el alcalde Abel Caballero, y desde donde saludó a los colegas de otros ayuntamientos del mundo: el de Nueva York, la de Barcelona y el de Madrid. No hay visitante que se precie que no se pasee por debajo de las luces del árbol y se haga el selfie. En solitario o con la tribu familiar al completo.
Cumplido el ritual con el abeto, calle Príncipe arriba –la peatonal de las tiendas– repleta de luces y muñecos navideños, o casetas con nieve, se llega a la enorme bola de Urzáiz con Colón, en donde muchos ven parecido con la nave de Star Wars. El trayecto entre el abeto y la bola tiene su aquel, porque la calle esta cubierta en el centro con musgo y estampas de Navidad, desde la niña de capa roja con el perrito y la cartera, a los soldados estilo Alicia en el País de las Maravillas o el músico del violín. Con niños, el recorrido requiere de espíritu navideño.
Siguiendo a la gente, terminarás en una enorme caja de regalos, iluminada en colores violeta con estrellas doradas y cinta roja, en la Gran Vía. Mide 15 metros. Y más allá, en Rosalía de Castro, te toparás con el muñeco de nieve.
Por encima de Príncipe, la calle del Progreso es la dedicada a Frozen II, el producto de la factoría Disney para estas Navidades, que se ha aliado con el alumbrado de Navidad en Vigo, para recrear –más si cabe– la atmosfera navideña. Frozen está por toda la ciudad, gracias a los globos iluminados que sujetan los niños estos días y los carritos de ruedas de los vendedores ambulantes, que también tienen su agosto en Navidad. Cada globo se vende a 5 euros, por lo menos en los inicios de las fiestas.
Pero la novedad de este año según los vigueses –peatones, comerciantes, visitantes de concellos aledaños y hasta los de Pontevedra, que estos días pasan de rivalidades vecinales– es la noria gigante, con 62 metros de altura. Observar desde el suelo cómo se mueven las cabinas con golpes de aire ya causa mareo y ni la sensación de perderse visiones maravillosas hará subir a esa máquina al enfermo de vértigo.
Pero la opción es fácil. Los temerosos de las alturas se topan al pie de la noria con el mercado de Navidad –'Cíes Market' según la publicidad municipal- donde se han instalado casetas navideñas, en un azul muy centroeuropeo, con mayas de luces y entramados de madera vestidos con adornos de acebos y piñas, que dan al paseo de la Alameda un aire de mercadillo muy nórdico. Los 50 cañones de nieve que están alrededor van a dar el toque definitivo, con las luces de la noria al fondo.
El éxito de la ciudad olívica radica en que no solo está iluminado el corazón del centro histórico. Calles y barrios aledaños lucen diseños de cientos de bombillas, con elementos que cuelgan de las farolas o bien crean mallas de luces que techan las calles, creando un ambiente que propicia las buenas voluntades. O eso parece.
Para colmo, la novedad de los cañones de nieve siembra una sensación mágica entre niños y adultos, donde por minutos la irrealidad se convierte en una realidad palpable, en una ciudad en la cual la nieve es un mito. Los copos llevan la sonrisa a los rostros de las hijas de Alejandra y Marcelino, dispuestos a visitar al reno tumbado al pie del abeto gigante.
Que Vigo se ha montado unas Navidades internacionales se discutirá más o menos, pero que la ciudad ha logrado hacer una exhibición de diseños en adornos de Navidad –además del árbol gigante, que se viste con decenas de colores con música varias veces al día– recurriendo a la colaboración en la península es obvio. La empresa que ha montado todo el tinglado es de Córdoba, 'Iluminaciones Ximénez', y es ya colaboradora tradicional del ayuntamiento vigués.
A veces, el juego de iluminación es tan potente que arrastra a los vecinos a los balcones, les engalana de colores que asombran y hacen sonreír hasta a los más sufridos, sacándoles a los balcones. Y eso que en los dos meses que dura el espectáculo, ellos más que disfrutarlo, lo van a sufrir.
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