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El monte Naranco, centinela de Oviedo y máximo exponente del Prerrománico asturiano, atesora entre sus árboles vestigios del pasado más reciente y dramático de la ciudad. Un pasado que cobra vida en los nidos de ametralladoras, trincheras y casamatas artilleras construidos durante el asedio republicano a la capital asturiana en la Guerra Civil. Estos restos, aún visibles y accesibles, pasan inadvertidos para la mayoría de visitantes e incluso para los propios ovetenses. Hoy, 85 años después, la ciudad busca recuperar ese patrimonio y abrir las puertas del turismo bélico, al estilo de las fortificaciones alemanas en playas francesas de Normandía o el frente aragonés y catalán del Ebro.
Oviedo fue la única ciudad de Asturias en la que triunfó la sublevación militar contra la República en julio de 1936, por lo que fue sitiada por las fuerzas gubernamentales. Entre el verano de ese año y el otoño de 1937, franquistas y republicanos se enfrentaron ferozmente por el control del estratégico Naranco, que colmaron de construcciones defensivas. Unas 160 de las 600 fortificaciones documentadas en la región se ocultan entre el mar de helechos y eucaliptos que anega las laderas del monte. Bien lo saben los 89 miembros de la Asociación para la Recuperación de la Arquitectura Militar de Asturias 1936-37 (ARAMA 36/37), que llevan 15 años trabajando para localizar y rescatar estos restos. Su presidente, el veterano investigador Artemio Mortera, se desvive para conservar estos vestigios y confía en su potencial turístico y didáctico. "Son patrimonio del periodo histórico que ha marcado la política española del siglo XX y hasta del XXI, no podemos perderlos", afirma tajante.
Con ese espíritu, ARAMA organiza el primer sábado de cada mes una salida didáctica por el monte de libre inscripción. Uno de los directivos, equipado con una foceta (el término asturiano para referirse al rozón) para enfrentarse a la maleza, emprende la marcha desde el pico Paisano, cumbre coronada por un Cristo de 30 metros de altura. Apenas a unos pasos del monumento al ciclista asturiano José Manuel Fuente, 'el Tarangu', señala uno de los primeros mal llamados búnkeres —"nidos o blocaos", puntualiza—, cuya maltrecha estructura asoma poco más de un metro sobre el suelo.
Su aspecto actual, recubierto de madera, es obra de Víctor Montes, un vecino enamorado del Naranco que se dedica a señalizar y acondicionar como "refugios" algunos de los restos repartidos por todo el monte; una vía poco ortodoxa para suplir la dejadez de las instituciones. De la misma parcela parte un sendero frecuentado por ciclistas que alberga otras dos estructuras, una reconvertida a "refugio" y otra semienterrada, descubierta por Antonio Cuestas, ingeniero y directivo de ARAMA. "No aparecía ni en los libros", apunta.
La marcha continúa por el camino que conduce al Cristo, con una orquesta de desbrozadoras de fondo. Los trabajos de limpieza de las zonas aledañas al pico, impulsados por el Ayuntamiento de Oviedo, revelan líneas de trincheras hasta ahora solo visibles en los mapas de la época. La mayoría de ellas, que surcan la ladera como cicatrices, pertenecen a posiciones republicanas. La niebla, el frío y la incipiente llovizna no hacen difícil imaginar las duras condiciones a las que se enfrentaron sus defensores.
Dos supervisoras de las tareas confirman el hallazgo y la intención del Consistorio ovetense de abrir seis nuevas rutas de senderismo que destaquen los vestigios de la Guerra Civil, una medida que celebra Mortera. Aunque advierte: "Hay que mantener viva la zona con rutas, recreaciones, actividades… Si no, todo esto corre el riesgo de morir en el olvido". Pese a los trabajos arqueológicos previos y la insistencia de las asociaciones locales para dinamizar el Naranco, apenas se han dedicado recursos públicos. "Es una cuestión de perspectiva. ¿Cuántos años tienen que pasar para que se considere patrimonio histórico? Si desaparece, lo echaremos de menos", añade Mortera.
No obstante, la única ruta señalizada en el entorno del Naranco es la PR AS-239, que permite seguir la línea del frente bélico. No es extraño cruzarse con caminantes o grupos de ciclistas a lo largo de la pista que parte del pico. A unos 800 metros de la finca abandonada de 'El Pevidal', junto a la carretera, se divisan dos de las fortificaciones mejor conservadas y de más sencillo acceso, en la llamada Cama del Moro. Los dos nidos de ametralladoras cuentan hasta con una mesa con bancos para los excursionistas, que se pueden sumergir de lleno en la historia del asedio de Oviedo bajo el hormigón de las estructuras.
El recorrido continúa en dirección a El Violeo, una pequeña localidad conocida por los ciclistas por su pronunciada subida, donde se concentran numerosas fortificaciones, la mayoría consumidas por la vegetación dentro de terrenos privados con el ganado como espectador privilegiado. Destaca un conjunto de casamatas de artillería que conservan en su interior el soporte metálico original de las ametralladoras que barrían la antigua carretera que conectaba esta zona con Grado, base de operaciones de las fuerzas sublevadas que avanzaron desde Galicia para levantar el sitio de Oviedo a finales 1937.
Apenas a unos 10 minutos a pie, dejando atrás una finca conocida como 'Las Llanas', las troneras de otro nido asoman al borde del sendero entre el penetrante aroma de los eucaliptos. Los helechos, secos tras los meses de invierno, despliegan una alfombra grisácea rodeada de nada menos que 10 nidos, comunicados por túneles y trincheras. Este complejo circular, desbrozado en varias ocasiones por miembros de ARAMA, languidece junto al camino y deja patente la desidia de la Administración hacia este patrimonio.
Este paseo por la historia de la Guerra Civil no se reduce exclusivamente al monte. Las huellas llegan hasta Oviedo, una de las capitales de provincias más destruida por la contienda. Dan fe de ello las fortificaciones que se conservan en plena urbe, junto al moderno Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), que perviven en pésimas condiciones. Los túneles y trincheras de Las Matas, en Colloto, la batería artillera de La Faxuca, el fortín de El Cueto en Lugones y otros tantos vestigios dibujan la línea del sitio de Oviedo, un recorrido con un potencial turístico que Oviedo comienza a recuperar a través del Naranco, su particular Normandía.
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