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Pero antes de comenzar un par de consejos. Si ha llegado el verano, mucho mejor madrugar un poquito. El calor puede ser muy, muy, muy intenso. Así que sí es recomendable evitar las horas centrales del día y siempre llevar protector solar. No obstante, para los menos madrugadores, también las últimas horas del día son un horario fantástico. Aunque en este caso no puede faltar el repelente para los mosquitos, ya que las zonas verdes más atractivas están a orillas de los ríos de Zaragoza.
A la capital aragonesa siempre se la relaciona con el Ebro pasando a las espaldas de la Basílica del Pilar. Pero con alejarnos solo unos cientos de metros de la postal más típica descubrimos la desembocadura de los otros dos ríos que bañan la ciudad. Cada uno por una orilla. Uno es el Huerva, que viene desde tierras turolenses, al sur; y el otro desciende desde el norte, desde las montañas del Pirineo, es el Gállego.
¿Practicas el rafting o la escalada? Si es así, tal vez tengas en mente la imagen más salvaje del río Gállego a su paso bajo los Mallos de Riglos en tierras de Huesca. Sin embargo, su aspecto en Zaragoza es mucho más calmado. Forma como una alargada isla verde ajena al bullicio urbano que la envuelve. Un sitio no muy concurrido e ideal para ir a pasear o correr por sus orillas. Siempre protegidos por la refrescante sombra de la densa vegetación de ribera. En cambio las orillas del río Huerva están mucho más transitadas. Especialmente a su paso por dos parques históricos: el Grande y el Bruil, este último ubicado justo antes de que el Huerva vierta definitivamente sus aguas al Ebro.
Pregunto por Francisco Bruil a varias de las personas que están en el parque que lleva su nombre. Ninguno sabe que fue el propietario de este solar en el siglo XIX, cuando la zona era una finca agrícola. No parece extraño que ignoren este dato los jóvenes, niños y adultos con cualquier tono de piel y nacionalidades que pasan tantas horas en el parque, auténtico gimnasio al aire libre para los vecinos del multicultural barrio de La Magdalena.
Un área muy frecuentada son las mesas de ping pong. Pero también hay diversas pistas de futbol sala o de baloncesto. Si lo tuyo es correr en solitario o pedalear hasta reventar el pulsómetro, este no es tu parque. Aquí se viene a jugar, a disfrutar en equipo, con alineaciones de última hora y fichajes venidos de lejos. Sin duda una fabulosa metáfora del barrio y un buen homenaje al lugar donde comenzó a gestarse el equipo de fútbol del Real Zaragoza.
Otro dato que seguramente no sepa el hombre de rasgos eslavos que se acerca sonriente mientras paseamos por el jardín. "Oye, listillo, tú has interrogado a mis hijos sobre un tal Bruil. ¿Pero tú sabes quién es Hagi?". –"Sí, claro. Gica Hagi, un futbolista rumano que jugó en el Madrid".– "¡Y en el Barça, amigo, y en el Barça!". Da igual donde se juegue al fútbol, en Zaragoza o en Bucarest, hay rivalidades universales...
El Parque Bruil es muy pequeño si lo comparamos con el que lleva el nombre de José Antonio Labordeta. Una denominación muy reciente. De hecho, para los maños es y será el Parque Grande. E incluso es muy posible que si viviera el cantautor también lo llamaría así.
La gran mayoría de niños de Zaragoza hemos dado aquí nuestras primeras pedaladas. Casi siempre en compañía de nuestros abuelos, que pagaban con gusto el alquiler de una bici. Las escenas de nietos abusando de la bondad de los yayos siguen siendo habituales y también los quioscos de alquiler permanecen abiertos. Todavía prestan sus bicicletas, pero se han especializado en tener cacharros de lo más curiosos: tándems, triciclos, cuatriciclos con sombrilla, cochecitos a pedales... Todo para disfrutar en familia de una peculiar carrera de autos locos y entrañables.
¡Así que mucho ojo! Mientras paseamos por las avenidas peatonales del Parque Grande hay que ir con mucha atención a este incesante tráfico al que tenemos que sumar patinadores y más ciclistas. Hasta el tren chuchú se suma al divertido caos.
Para los despistados es mejor salirse de las zonas asfaltadas e irse fijando en otros muchos detalles. Así se ve a los que acuden al parque con la intención de agotarse haciendo abdominales, flexiones o estiramientos después de correr como locos. Son muchos y con sus atuendos fluorescentes, siempre llaman la atención. Pero hay más formas de disfrutar. A algunos nos parece más interesante pasear con actitud contemplativa y dejándonos sorprender por el personal. Ver a ese grupo de maduritos con aire de guiris que leen los carteles de todas las estatuas o ver a parejas de adolescentes retozando en la hierba. Un césped que comparten con gente haciendo taichí, merendando o con ese aprendiz de torero que trata de girar el capote con temple de maestro. Dan ganas de gritarle ¡olé!
Durante el paseo por el Parque Grande tarde o temprano llegamos a su área más elegante, rebosante de jardines y fuentes. Pues bien, allí en lo alto, está el Cabezo Buenavista, donde destaca la escultura de Alfonso I el Batallador. El monumento enorme y blanco se recorta sobre el cielo azul y el verde de los pinos que lo rodean. Al fin y al cabo está en uno de los extremos de los Pinares de Venecia. Un pulmón verde y la mejor escapatoria si queremos tener la ilusión de perdernos en el monte sin salir de la ciudad.
Entre los pinos y el matorral existen mil y un caminos. Siempre a la sombra, hay un laberinto de sendas muy apreciadas para correr campo a través o para poner a prueba la amortiguación de la sufrida mountain bike. Un poquito de aventura y adrenalina a un paso del tranvía y de los centros comerciales.
Por cierto, quien quiera ahorrarse la cuota del gimnasio, en los Pinares de Venecia también encontrará circuitos de ejercicios para mantenerse en forma sin gastar un euro y con unas vistas de lo más inspiradoras.
Por la zona más baja de los pinares circula el "cuarto río" de Zaragoza. Nos referimos al Canal Imperial de Aragón. Una obra de ingeniería del siglo XVIII que se prolonga durante más de 100 kilómetros, desde Tudela (Navarra) hasta la localidad de Fuentes de Ebro, más allá de la capital aragonesa.
Este canal se ideó para garantizar el riego a los cultivos, y al igual que ocurre ahora con los grandes proyectos, se rodeó de críticas y escepticismo. ¡Sin embargo, se culminó! La tradicional tozudez maña hizo que varios políticos aragoneses lograran el objetivo y acabaran tan orgullosos de la obra, que a modo de revancha y de aprendizaje hicieron construir la Fuente de los Incrédulos donde todavía se puede leer: "Para convencimiento de los incrédulos y descanso de viajeros. Año 1786". (eso sí, en el latín tan querido en los tiempos de la Ilustración).
Actualmente en la fuente suelen descansar muchos abuelos del barrio, los cuales se pueden pasar horas viendo el canal y las vecinas esclusas. Hasta te podrán avanzar cuando se abren para desaguar: "Si vas a hacer la foto, tendrás que venir de noche. Ahora en verano, las abren tarde para que llegue el agua a las acequias".
Aunque se abran las esclusas y el nivel de agua varíe en ciertos momentos y épocas del año, siempre suele haber profundidad para practicar el piragüismo. De manera que aprovechando lo liso del cauce y de los caminos laterales, es habitual ver al mismo tiempo a runners, ciclistas y remeros en su kayak, además de pescadores y gentes de todas las edades paseando en plena naturaleza a un paso del gris asfalto.
Y vamos regresando al principio de todo, volvemos hacia el Ebro, la arteria principal de Zaragoza desde sus orígenes. No obstante, es innegable que durante mucho tiempo la ciudad le dio la espalda. Abandonó sus riberas, y más que un arteria fue una cicatriz. Sin embargo, algo cambió hace unos años. ¡Un cambio radical! Es cierto que se necesitó preparar un evento tan grandilocuente como la Expo 2008, pero... sirvió para que Zaragoza y zaragozanos miráramos más al río.
Hoy en día sus orillas son un continuo de parques y jardines, excelentes para el deporte, los pícnics o irse a tomar algo a sus terrazas. Incluso se diseñó un azud para regular el nivel del cauce y permitir la navegación de embarcaciones a motor, para las que se construyó hasta un puerto fluvial. ¡Fue un fracaso! Ahora, en ese embarcadero solo se encuentran piragüistas, que cuentan cómo es navegar en el Ebro: "Tiene muy poca profundidad, pero mucha fuerza, por eso tenemos que remar junto a la orilla. Hay que dar buenas paladas, pero tenemos las mejores vistas de Zaragoza", reconocen.
Otra herencia de aquella Exposición Internacional fue el Parque Luis Buñuel, popularmente llamado "del Agua". Se aprovechó un fértil meandro del río para diseñar un laberinto de caminos, zonas de esparcimiento y áreas botánicas muy variadas, desde los sotos salvajes hasta los jardines con frutales, lirios, nenúfares o bambú. Han pasado doce años desde su inauguración y ha cambiado mucho. ¡A mejor! El tiempo y el crecimiento del arbolado han conseguido algo que parecía imposible en sus inicios: la sombra. Gracias a eso es perfecto para practicar deporte al aire libre.
Corredores, ciclistas y grupos haciendo tablas de ejercicios no faltan ningún día, ni a ninguna hora. Pero también hay quien se dedica a jugar al golf, en el 'Pitch & Putt' o en los hoyos del 'Ranillas Urban Club'. Y las numerosas pistas de pádel tienen que reservarse con antelación. E incluso hay un espacio hípico, donde cabalga gente de todas las edades, aunque sobre los caballos predominan los niños mientras sus padres los miran desde la valla.
Hasta las mascotas vienen a ejercitarse. Bien corriendo libres por los espesos sotos ribereños y dándose algún baño clandestino en los estanques; o bien poniéndose a prueba en el recinto privado de 'Agility L’Almozara'.
Por haber, hay hasta playa. ¡Sí, las Playas del Ebro! Darse un baño y nadar viendo el Pilar es algo que merece la pena. Aunque, en este verano atípico e incierto, no sabemos si será posible lucir bikini y el tipín trabajado con tanto deporte. No obstante, es seguro que se podrá presumir de fino palmito trasnochando en las distintas terrazas y bares que animan la noche del Parque del Agua. ¡Así que el esfuerzo habrá merecido la pena!
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