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Han sido más de 900 kilómetros de recorrido desde las lejanas montañas de Cantabria. Un largo viaje en el que se ha enriquecido con miles de arroyos y afluentes. Un itinerario por siete comunidades en las que sus orillas quedan unidas con puentes de todas las épocas y gustos. Mientras que sus aguas crean embalses, riegan campos y ciudades o son la razón de ser para espacios naturales únicos. Pero todo tiene un final, y el Ebro que nace muy cerca del mar Cantábrico va a morir al Mediterráneo.
El último tramo lo hace por la provincia de Tarragona. Allí forma el Delta del Ebro, un pedacito de la Costa Dorada a descubrir durante cualquier estación. De hecho, la temporada alta para el turismo playero tal vez sea la menos esplendorosa para disfrutar de estos paisajes. Por ello, hemos elegido visitarlo en otoño. Y lo hacemos navegando, el medio más apropiado para un río que aquí alcanza dimensiones considerables.
Los cruceros fluviales por el Ebro funcionan todo el año, si bien las distintas empresas que ofrecen la experiencia, van variando su frecuencia según la afluencia de viajeros. Eso sí, los fines de semana nunca fallan. Y más aún si brilla el sol, algo que no es demasiado raro por este trozo del litoral al sur de Cataluña.
El plan imprescindible para esas jornadas es tan simple como exitoso. Lo primero es reservar un buen lugar para comer. Abundan los restaurantes y chiringuitos que ofrecen pescado y marisco fresco, además de mil y una recetas elaboradas con el producto estrella de la zona: el arroz. La oferta es cuantiosa en todos los pueblos del Delta, desde L’Ampolla, al norte, hasta Sant Carles de la Ràpita, al sur. Por supuesto, también los hay en Deltebre, el corazón del delta y donde está la arrocería 'Mas de Prades' en la que brilla un Solete Guía Repsol.
También en Deltebre se sitúa el embarcadero para los cruceros que navegan por la última parte del cauce. Un recorrido que es recomendable hacerlo por la tarde. Incluso navegando durante puesta de sol, cuando los efectos de luz pueden ser espectaculares en un paisaje tan llano y acuático como este.
De hecho, es el horario más solicitado y no está de más llegar un poquito antes de la hora de zarpar, aunque sea necesario hacer algo de fila. Nosotros coincidimos ahí con Joana y Mario, una pareja medio catalana medio maña que pasaba el fin de semana por la zona. Ella se vuelve y nos pregunta: “¿Se mueve mucho el barco? Nos hemos dado un festín de arroz con bogavante y con esto… – dice señalándose una barriga inmensa de embarazada – espero no marearme”.
No parece que eso vaya a ocurrir, porque el río es una balsa de aceite. En cuanto el pasaje se sienta en la cubierta superior, el guía toma el micro y lo aclara. “Vamos a descender durante los últimos cinco kilómetros del río, hasta llegar al punto donde el agua dulce contacta con el mar. Un recorrido más o menos de una hora. Les recomendamos permanecer en sus asientos durante la maniobra inicial. Pero después, se pueden mover libremente para disfrutar de las vistas e ir haciendo fotos a babor y estribor, a proa y popa. ¡Aquí no hay olas! Además nuestro capitán Jordi, se conoce el río como la palma de su mano. ¡Zarpamos!”.
Suena la sirena y la Princesa del Ebro, así se llama la nave, se pone en movimiento. La maniobra nos pone rumbo a la desembocadura y de nuevo el guía empieza a hablar, alternando catalán y castellano. “Descendemos por la parte derecha del río, así que nos acercamos a la isla de Buda. La tenemos a estribor y con unas 1.000 hectáreas de superficie es la isla más grande Cataluña. Por cierto, su nombre no tiene nada que ver con la religión asiática. En realidad, lo de buda se debe a un tipo de anea que crece en sus zonas pantanosas”.
En la Isla de Buda conviven los arrozales con una parte del Parque Natural del Delta del Ebro. Un extenso humedal a caballo de la tierra y el mar que se ha convertido en fabuloso refugio para miles de aves. Muchas de ellas son migratorias, aunque también las hay que viven aquí de forma permanente, aprovechando la abundancia de alimento y de refugios para anidar.
“Sigan mirando a estribor y verán la antigua desembocadura del Este. Hasta 1937, el río continuaba por ese camino hacia el mar. Pero tras una gran riada se cerró el paso y varió su cauce para seguir por donde ahora navegamos”. Es algo que nos puede parecer ciencia ficción en un día tan soleado como hoy, pero el Ebro sufre periódicamente grandes avenidas, y entonces su altura crece de forma desmesurada. Lo que en un territorio como el delta supone inundaciones. Y cuando baja el nivel de las aguas, no siempre vuelven al mismo camino, ya que su incontenible fuerza ha podido abrir nuevos cauces.
Al fin y al cabo el Ebro llega hasta aquí con un caudal muy importante. Y no solo eso. Sus aguas vienen cargadas con todo tipo de materiales, sedimentos y nutrientes. Eso explica la formación del delta y su continuo crecimiento. Y también es la razón de su enorme producción agrícola, porque esta zona se ha convertido en uno de los mayores productores de arroz en España.
No obstante, si la dinámica natural de un delta es crecer y ganar paulatinamente territorio al mar, hoy en día ese fenómeno se está invirtiendo. ¡Cuestiones más que evidentes del cambio climático! El guía nos hace mirar hacia el sur y nos indica la torre de un faro. “Ese faro marca la presencia del Cabo Tortosa. Hasta hace 60 años se podía llegar allí caminando. Pero ahora está metido varios kilómetros mar adentro”.
Y mar adentro podríamos seguir nosotros si el capitán Jordi no inicia la maniobra de virar. Hace sonar de nuevo la sirena con fuerza para informarnos de que hemos llegado a la desembocadura. El punto donde se funde el Ebro con el Mediterráneo. No hay nada de espectacular en ello. Es algo absolutamente natural. De lo más fluido y relajante. Igual que la maniobra del capitán que en un momento ha virado 180 grados y se dispone a remontar el río, yendo cercano a la orilla izquierda.
“Mira allí se ven las velas". Son las voces de dos jóvenes en los asientos de atrás, Claudia y Jordina, que hoy han acabado su curso de kite surf en Riumar y aprovechando que esa población playera es vecina a la desembocadura se han venido a hacer el crucero. De hecho, si no fuera por la altura de las dunas de arena junto a la orilla, desde la cubierta del barco se podría ver la larga playa de Riumar, todo un paraíso ventoso para los amantes de este deporte acuático.
La conservación de estas dunas y la singular vegetación acostumbrada a vivir en unas condiciones tan duras es otro de los motivos por los que se creó el Parque Natural del Delta del Ebro. Para contemplarlo en todo su esplendor hay numerosos miradores que se elevan sobre el terreno llano y casi ofrecen una visión cenital del entorno, como por ejemplo el Zigurat del Delta que de un solo vistazo ofrece la panorámica del río, la playa, el mar, la desembocadura, la isla de Buda y la Sierra de Montsiá, tierra adentro.
Si las aves y los sistemas dunares son emblemas del Parque Natural, lo mismo se puede decir de su rica fauna acuática. De ahí que sea un territorio propicio para la pesca. Son muchos los pescadores que salen en grupo por el río o las inmediaciones de la costa a hacer sus capturas en los periodos permitidos. Entre otros muchos peces, echan la caña al atún rojo, a las lubinas, a los calamares, a las doradas o al pez más grande del Ebro: el siluro. Esas son las presas más codiciadas por todas las lanchas, botes y catamaranes que navegan a estas horas alrededor de los cruceros fluviales.
De nuevo el guía nos indica: “A su derecha vamos ver el Montículo de las Vírgenes. Ahí están representadas las patronas y vírgenes de todas las provincias de España que atraviesa el río. Comenzando por su lugar de nacimiento, Fontibre, en Cantabria. Y desde ahí pasa por Castilla León, País Vasco, La Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña, primero por Lleida y luego por Tarragona. Por cierto, un recorrido que pueden hacer a pie, siguiendo el Camino Natural del Ebro GR-99”.
Tras esas palabras, oímos la conversación de nuestros compañeros de bancada. Son Laura y Jaume, dos veteranos moteros de la provincia. “Podíamos hacer ese camino”, propone ella. Y él no tarda ni un instante en responderle “¿Andando? ¡No! Si acaso cuando me jubile. De momento, mejor lo hacemos en moto. Mientras tanto y sin darnos cuenta, la Princesa del Ebro ya ha ralentizado su marcha. Suena por tercera y última vez la sirena al emprender la maniobra de atracar en el embarcadero de Deltebre.
El final de la tarde le proporciona una atmósfera distinta a este paisaje medio marino medio fluvial, medio acuático medio terrestre. Sea como sea, todavía merece la pena aprovechar la luz y darse un paseo caminando por la orilla para hacer unas algunas fotos de recuerdo. Aunque aquí va un último consejo. Que nadie se olvide del repelente, porque es un lugar precioso, pero los mosquitos son voraces.
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