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Son las 10.45 de la mañana de un sábado, y aunque el crucero empieza a las 11.30, el embarcadero, a escasos kilómetros de Serradilla, está lleno de turistas ansiosos por subir al barco que recorre una parte de la reserva de Monfragüe, especialmente los niños, que si pudieran saltaban directamente al agua. El calor de este otoño que comienza a despertar no desanima al grupo que se embarcará en cuanto la tripulación, el patrón David Pintado y su segunda, Mónica Mielgo, terminen de preparar la embarcación para la travesía.
Mónica anima el viaje –después de que el patrón haya dado unas pautas de seguridad– contando la historia del parque, explicando por dónde navega el barco y mil y un detalles de la fauna y flora del lugar. Adultos y menores la escuchan con atención porque cada respuesta correcta de sus preguntas tiene premio: una piruleta. Los niños oyen sus palabras mientras miran a babor o a estribor siguiendo sus indicaciones.
A los diez minutos de salir del muelle, alguien pierde una gorra. Revuelo y risas entre los pasajeros. David da la vuelta y Mónica se decide a pescarla para un dueño jubiloso de recuperar algo que le cubra la cabeza en este día. Y con la misma naturalidad, la ayudante del patrón sigue con las explicaciones. Navegamos por el Embalse de José María de Oriol, más conocido como el de Alcántara, dentro de la reserva de la biosfera de Monfragüe, es decir, limitando con el parque nacional pero no dentro porque está prohibido. Este pantano de 91 kilómetros tiene, en el punto en el que nos encontramos, hasta una profundidad máxima de 37 metros.
Mientras en las orillas las encinas y los alcornoques esperan sin miedo la llegada de los meses fríos, el barco surca las aguas tranquilas ante el sobresalto de los niños. "¿Un tiburón de agua dulce? ¿Aquí?" Ahora sí, Mónica tiene la atención de todos. El siluro, que se esconde bajo las profundas aguas del Tajo, no es autóctono de la zona y está generando bastantes trastornos al ecosistema. Algunos guardan silencio durante unos segundos tratando de imaginar al pez que puede sobrepasar los dos metros.
El barco, con capacidad para 54 personas, empezó a navegar en agosto –la empresa también ofrece paseos en Alcántara y Cedillo– y admite mascotas, celebra cumpleaños o reserva para grupos grandes, como el de hoy, que ha recibido a 36 miembros de una misma familia de Majadas de Tiétar. La algarabía infantil se dispara cuando llega el momento de las fotos (siempre sin flash, recordemos que estamos en una reserva). Todos quieren posar en la proa de la embarcación desde donde se aprecian los dos grandes iconos del Parque Nacional de Monfragüe: el mirador del Salto del Gitano y el Castillo. "¿Te gusta el barco?", pregunta un padre a su hijo, que responde rápidamente a grito pelado: "Me ha encantado", como si ya hubiera acabado y sin saber que aún está por venir lo más divertido del trayecto para Diego, que así se llama el entusiasta, y sus primos.
Ha llegado el momento en el que el patrón cede el timón a todo aquel que se anime a dirigir el barco. Manuela, de cuatro años, es la primera y los nervios le dejan la sonrisa congelada y los ojos tan abiertos como el búho que habita Monfragüe. "Rápido, que le toca a otro", se escucha a un adulto, mientras David sujeta por debajo –a veces con disimulo, y otras con fuerza– el timón que ellos se empeñan en girar. "Algunos lo agarran tan fuerte que me cuesta recuperarlo", se ríe mientras intenta frenar la fuerza de Victoria, que con cuatro años ya muestra firmeza y seguridad en los menesteres del mando.
Podemos encontrar "garzas reales, buitres negros, alimoches, buitres leonados, búho imperial, cigüeñas negras, águila imperial, estos dos últimos en serio peligro de extinción", cuenta Mónica antes de adentrarse en las características de cada especie. "Tened en cuenta que en marzo cambia la ruta del barco para proteger el anidamiento de las aves y hacemos la travesía hacia abajo", explica esta orgullosa defensora de la naturaleza. En agosto, se vuelve a este trayecto que limita con el parque.
Durante la travesía, muchos alzan los prismáticos con la ilusión de distinguir en la distancia los animales que cita Mónica. Gritos de sorpresa: "¡Un ciervo!". Corriendo ribera arriba, entre las encinas, se le ve en movimiento a lejos. Ha sido una suerte porque pese a que el otoño es tiempo de berrea, ese es un concierto reservado para las noches. El patrón asegura que "en la última salida del barco, sobre las 19.30 horas, es cuando más animales se pueden ver". El atardecer –"espectacular desde el barco", según Mónica– anima a la fauna a abandonar sus refugios.
El Barco del Tajo, empresa que realiza estos cruceros fluviales entre cuatro y seis veces al día, propone otras actividades para conocer las proximidades con excursiones, talleres o recreaciones históricas, entre otros planes. Sin embargo, si deciden conocer el parque nacional visitando su centro de interpretación, sus miradores, castillos o sus buitres, la travesía en barco de casi una hora y media no deja de ser un buen inicio o un fantástico final para despedirse de Monfragüe. Un acierto, en cualquier caso.
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