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Son las siete de la mañana. A pocos kilómetros de Manacor (MA15, salida 44) se sitúa el Globódromo de 'Mallorca Balloons'. Una caseta, un almacén y un pequeño bar, que sirve un café para despejar a los viajeros antes del vuelo. Con las primeras luces del amanecer, los turistas aventureros se introducen en una furgoneta. Por caminos rodeados de campos de cultivo llegan hasta una finca en barbecho, una explanada con las dimensiones de un estadio de fútbol. Se descargan las primeras cestas y una decena de hombres se distribuyen entre ellas. De un saco enorme sacan metros y metros de tela, la expanden por el suelo y poco a poco se ve cómo su forma bidimensional comienza a parecerse a lo que entendemos por globo aerostático.
Junto a cada globo, grandes ventiladores, botellas de gas y quemadores. El aire va dando forma tridimensional a este transporte centenario. Los quemadores transforman el aire frío del interior del globo en aire caliente. Lo que aparece ante nuestros ojos es un gigante como lo fue para Don Quijote un molino de viento. El montaje de los aerostatos, cestas, quemadores, lona... es una de las partes más excitantes del vuelo. Los pilotos involucran al visitante y, de manera voluntaria, se puede ayudar en la preparación. Este trabajo no lleva más de media hora.
Ricardo Aracil, dueño y piloto de 'Mallorca Balloons', se reúne con cada grupo de personas dispuestas a vivir esta pequeña aventura. Ricardo hace alarde políglota y en alemán primero, después en inglés y, por último en español, imparte nociones básicas de seguridad. "Nosotros iremos diciendo cuándo y quién va entrando en la cesta, para compensar el peso. En el aterrizaje las manos deben estar dentro, nunca apoyadas en el borde, por si hay problemas y se vuelca", comenta. "Por las mañanas los vuelos son más tranquilos, hay menos viento. Por las tardes los aterrizajes suelen ser bruscos, pero no pasa nada", tranquiliza con una sonrisa.
'Mallorca Balloons' fue fundada en 1988, siendo los pioneros del globo en la isla y a nivel nacional en viaje en globo para pasajeros. Cuenta con una flota de ocho globos con diferentes capacidades para ofrecer un servicio amplio. Jaros, Javier, Ricardo y Carlos son hoy los pilotos. Dentro de la cesta, el despegue se hace sin apenas darte cuenta, en silencio, solo interrumpido por el ruido del quemador. En el interior, una mezcla entre ilusión y nervios combate con el miedo a las alturas, que rápidamente desaparece por la lenta elevación.
Los viajeros centran su atención en observar cómo el mundo se hace pequeño a sus pies. Imagínense la sensación de surcar los cielos en el último artefacto romántico que queda en nuestros tiempos, y ver cómo la isla de Mallorca se presenta esplendorosa. Javier explica cada movimiento que realiza cogiendo una cuerda u otra. "Estamos subiendo demasiado rápido, y no queremos eso, así que con esta cuerda abrimos la trampilla que tenemos en lo alto del globo", señala. "Ahora queremos girar, estamos mirando hacia el norte, y queremos mirar al sur. Los globos llevan un sistema de ventiles que nos permiten girarlos sobre sí mismos", añade. Desde el despegue hasta el aterrizaje se puede disfrutar de hermosas vistas durante más de una hora.
Cristina Sala, Zandalie Pizarro, Álex, Veselin, Sergio, Galya y Clara disfrutan de un vuelo a cámara lenta, subiendo y bajando merced a pequeñas brisas que te llevan a izquierda y derecha. Estos globos en Mallorca alcanzan una altura de 500 metros. Si la climatología y la ruta de los aviones acompaña, se pueden alcanzar los 850.
El sol ya ha asomado entre las olas del mar y nos muestra una Mallorca de actividad relajante e inspiradora, que invita a dejar de lado las preocupaciones mundanas, con la silueta de La Tramuntana, la bahía de Alcudia con su albufera, El Pla en su máximo esplendor. La cesta es estable y sus movimientos son suaves y agradables. Los globos aerostáticos son aeronaves muy seguras, además de ser respetuosas con el medio ambiente.
Los pilotos con destreza eligen el campo sobre el cual aterrizar, poco a poco dejan escapar el aire caliente por la escotilla superior y el globo desciende. Lentamente, la cesta se posa sobre la tierra y los pilotos mandan bajar uno a uno a sus ocupantes para que no haya incidentes.
El aterrizaje del globo es un recuerdo inigualable, gracias al cual uno se siente como el británico Phileas Fogg en La vuelta al mundo en ochenta días. "¡Ha sido maravilloso! ¿Te ha gustado?", pregunta Cristina al pequeño Álex. El niño, con los ojos como platos, responde tímidamente "sí" y se marcha a ayudar con la enorme tela que descansa en el suelo, tras perder todo el aire. Hemos llegado hasta Vilafranca de Bonany después de recorrer todo El Pla mallorquín.
Después de la recogida de los globos y de cargar las cestas en los remolques, se vuelve al campo base, donde un suculento desayuno a base de pa amb oli repone fuerzas. Ricardo Aracil saca una botella de champán y bautiza a cada viajero. Luego se hace entrega de un diploma con tu nombre como viajero aerostático. Con el título en la mano, piensas en el doctor Samuel Fergusson, en Joe y en su amigo Dick Kennedy, y en cómo atravesaron el continente africano en la novela de Julio Verne, Cinco semanas en globo. En solo una mañana pudimos ser como ellos.
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