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Nada más atravesar la apertura que da paso a la cueva uno siente el cambio de temperatura: 20 ºC durante todo el año. Una primavera eterna en las profundidades del monte de San José, solo que aquí dentro las estalactitas y estalagmitas sustituyen a los árboles y a las flores; y un río de aguas cristalinas, espejo para las formaciones de la caverna, recibe al visitante para llevarlo hasta el corazón de la tierra. En ese instante uno ya sabe que todo lo que vaya a pasar ahí dentro es pura magia o literatura, porque es imposible adentrarse en semejante cavidad y no sentirse como los protagonistas de Julio Verne en Viaje al centro de la Tierra.
A veces nuestro planeta hace este tipo de cosas increíbles, se despelleja un poquito y da paso a un enorme acuífero subterráneo, con sus túneles y río incluido. Y, claro, uno quiere verlo, entrar, descubrir qué es lo que se esconde tras la piel terrestre. Poco antes de las 10 de la mañana un grupo de alumnos preadolescentes llega junto a nosotros hasta el embarcadero. Seguimos a la turba para entrar en la caverna y subir a las barcas. Las cuevas reciben muchas visitas de colegios de la comunidad, especialmente en primavera. Hay 11 barqueros que recogen al público con una capacidad de 14 personas cada hora con hasta siete paseos al día en temporada baja; y con alguno más, en temporada alta. "Depende de los días y de las lluvias –a veces las inundaciones obligan a cerrar las instalaciones– se superan las 200.000 visitas al año", según asegura Alba Fas, directora turística del lugar. La algarabía de los alumnos rebota en las rocas de la gruta. Los barqueros esperan pacientemente, como Carontes de un mundo más terrenal, a que las embarcaciones se llenen.
Iniciamos la travesía, que dura unos 40 minutos a lo largo de 1.050 metros (800 metros navegables y 250 por una galería seca) con Juan José Cardona, el guía-barquero, un enamorado de su trabajo, que lleva cinco temporadas: "Yo desde que entré aquí soy feliz yendo a trabajar". Eso se traduce en un alto conocimiento de la historia del lugar. "Siempre mirando hacia delante", recomienda mientras bajamos la cabeza para evitar el bajo techo de un túnel.
¿Cómo suenan las tripas de un cerro? A silencio. Solo el golpe de alguna gota insistente al caer al suelo e, inevitablemente, las ondulaciones que produce el largo remo del barquero al moverse por el río. A veces el eco acompaña a las palabras de Cardona. "Las profundidades del río son variables y oscilan entre un metro de mínima profundidad hasta unos 11 de máxima", asegura mientras añade que la mayor parte de este agua se usa para consumo de la población (80%) siempre después de tratarla y la restante, para el riego.
Uno se deja envolver por la magia de atravesar túneles excavados de forma natural en las entrañas de la montaña pasando de una sala a otra: bóvedas en el techo, lagos en el suelo. Sobrecogedor por inusual. Tras pasar un primer tramo se llega a la Sala de los Murciélagos, donde antes vivían estos animales y de los que hoy quedan muy pocos.
Alba Fas, la directora turística, cuenta que "cada viernes de julio y agosto se celebra en esta sala un pequeño concierto acústico (12-15 minutos) y uno más largo en el embarcadero". Con aforo limitado a seis barcas, este privilegio requiere de la compra anticipada de las entradas. Alba explica que esta actividad, Singing in the cave, es solo una de las muchas que ofrecen. También para los más atrevidos hay expediciones en kayak (solo en temporada baja) con baño incluido. O la posibilidad de celebrar tu boda aquí dentro, que ya puestos a ser originales, por qué no casarse donde debieron unirse otros hace miles y miles de años.
Porque esta caverna ya llamó la atención de nuestros antepasados hace más de 15.000 años y la prueba son las pinturas rupestres que están a la entrada de la cueva, declaradas Bien de Interés Cultural y Patrimonio Mundial de la Unesco. Poco después de traspasar la entrada de la gruta, uno ya especula con lo que debió ser para un clan del Paleolítico guarecerse de las inclemencias exteriores en una caverna que además contaba con agua en su interior. En aquella época, una lotería como una mansión a orillas de un lago.
Juan José capitanea su embarcación sin necesidad del manuscrito que usó Axel para llegar al centro de la Tierra. Cuando alcanzamos la Galería de los Sifones –en el vocabulario de las cuevas es ese túnel cegado por el agua– es donde se recuerda la historia de cómo el municipio tiene mucho que ver en el descubrimiento de las zonas que hoy se visitan en las Cuevas de San José. Y es que esta ha sido una caverna muy del pueblo desde siempre, no solo desde aquel Paleolítico. También la aprovecharon los íberos y después los romanos. Ya en el siglo pasado, los vecinos celebraban su 'Festa de les Flors' a su entrada. Y si hoy podemos visitarla es por el espíritu explorador del ser humano porque en estas fiestas la gracia entre los jóvenes era adentrarse en ella y ver quién llegaba más lejos.
El barquero recuerda con orgullo la valentía de sus paisanos, que hizo posible todo esto. Especialmente, la curiosidad de Herminio Arroyas Martínez, que perdió la vida explorando la Galería de los Sifones, pero que demostró que había mucho más después de la parte hasta entonces conocida. Se fueron descubriendo otros salas hasta que a principios de los años 70, entre pitos y flautas (abrir pasos para las barcas, inaugurar la Galería Seca), se comenzó a visitar tal y como se hace hoy en día. Dato curioso: la primera barca en realizar el trayecto completo se trajo de La Albufera.
Desembarcar en la Galería Seca es percibir 3 o 4 grados más de temperatura y el golpe en la cara de una humedad relativa del 80%, por eso hay ventiladores a lo largo de todo el recorrido. Sin embargo, es fácil olvidarse de las condiciones climáticas ante las formas que van adoptando las paredes de la gruta, como si fuera barro derretido y petrificado en el momento oportuno, dejándose llevar para esculpir figuras caprichosas eternamente inmortalizadas. Así vemos la Cascada de la Flor, un espectáculo en los días de lluvia, porque a su extraordinario diseño se suma la caída de un chorro de agua.
Tras recorrer los 250 metros caminando por el pasillo que marcan las rocas, se alcanza un nuevo embarcadero. Desde esas aguas tranquilas se ve el inicio del túnel oscuro que da paso a la cueva cerrada al público pero ya explorada. ¿Curiosidad? Toda la del mundo y mezclada con ese miedo a lo desconocido. En esa oscuridad abierta de la tierra está escondido el secreto del inicio de este manantial subterráneo. Juan José ha entrado en esta zona, unos 1.950 metros en total, que "se encuentra en estado natural". Fue acompañando a "profesionales, espeleólogos" y cuenta fascinado cómo vio "una sala que es completamente plana y las estalactitas, que son como de cristal, parecen estar todas cortadas de la misma forma".
"Hacía más de 30 años que no se hacían exploraciones y el año pasado se retomaron", asegura Alba Fas. "En principio hay un proyecto de espeleo-turismo en el que llegarías en kayak y luego harías exploraciones. Serían visitas especiales", afirma. Lo cierto es que este tema suscita mucho interés, el hecho de "no saber todavía el origen de la cueva y hasta dónde puede llegar".
De vuelta a la barca, Juanjo explica que "la sala más alta es La Catedral con hasta 12 metros de altura". La recorremos con los ojos puestos en el techo y a la búsqueda constante de estalactitas con formas reconocibles. Hay puntos en los que habría que taladrar el techo unos 120 metros para alcanzar la superficie de la montaña.
Cuando atracamos de vuelta en el embarcadero, el barquero usa otro dato curioso como si no hubiera sido suficiente recorrer el estómago del cerro San José. "El embarcadero fue utilizado como hospital de campaña durante la Guerra Civil". Por eso, según explica después la directora turística, ahora se ha organizado una ruta, llamada XYZ, con la historia bélica del municipio que arranca en este punto.
Una vez fuera, en las proximidades hay que visitar la ermita, a la que se accede subiendo por las escaleras a lo alto del cerro; y al poblado íbero, otra prueba del rico pasado de este territorio. Además, la ubicación privilegiada de las cuevas a las puertas del Parque de la Sierra de Espardá da para ver y hacer mucho más allá de la playa y el sol que ofrece Castellón.
Si antes de abandonar el recinto se decide comer ahí, dispone de dos restaurantes cuyos salones aprovechan parte de la cueva. Curiosos y turísticos, por lo que son muy visitados. Nosotros recomendamos, eso sí, pasar el día en el pueblo de La Vall D’Uxió donde hay ermitas de siglos pasados que bien merecen patearse las calles de la localidad. Y además, obligatorio probar la coca de tomate en la pastelería 'Granell', recomendación directa desde las oficinas de turismo y un acierto comprobado. Abierto desde hace tres décadas por una familia local, cuentan con dos locales y no defrauda.
Recorriendo el pueblo, ya al atardecer y después de haber charlado con bastantes paisanos, uno no puede evitar buscar en cada persona a los hijos de esos aventureros que se adentraron en el interior del cerro San José y que hicieron posible abrir este tesoro natural al resto del mundo. Y, al mismo tiempo, escudriñar miradas o gestos que revelen si llegarán otros que sean capaces de resolver los misterios que aún esconden los túneles de las cuevas. ¿Dónde está el final de esta gruta? ¿Y el nacimiento de su río?