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Nada que envidiar a Hollywood. Con menos fama pero más brillo, Zamora presume cada noche de tener su propio paseo de las estrellas. Eso sí, más reservado, pero mucho más infinito. Sin industria, sin gente y sin luces, la ínfima contaminación lumínica de la provincia de Zamora, fruto de su galopante despoblación, la convierte en el edén terrenal de la España Vaciada para la observación astronómica. Una mina de oro aún por explotar como recurso turístico que, pastores, astrofísicos y miembros de la Agrupación Zamorana de Astronomía, con los pies en la tierra y la mirada en el cielo, tratan de poner en valor con la certificación de Zamora como destino Starlight.
En este contexto, visitamos el pequeño pueblo zamorano de San Agustín del Pozo, de apenas 200 habitantes. Allí, en pleno corazón de la Reserva de las Lagunas de Villafáfila, entre ánsares, cernícalos, avutardas y otras criaturas aladas, anida desde hace 62 años una rara avis llamada Joaquín Tapioles, más conocido por su nombre científico y cibernético: el Pastor Galáctico.
Joaquín cuenta con los dedos de una mano los vecinos que se han acercado hasta su casa para asomarse a lo desconocido. Un hecho que contrasta con el interés suscitado por los foráneos de quienes da fe su libro de visitas. Sus páginas hablan de "una experiencia para enmarcar", como escribe Alen o, en otras palabras, "para no olvidar nunca", como rubrican Isabel y Arturo, junto a los adjetivos "maravillosa", "espectacular", "impresionante" y "apasionante", además de la palabra más repetida: "Gracias".
Gracias por un "viaje espacial" hacia lo ignoto que comienza en el número 2, cerca, curiosamente, de la calle La Luna. El sonido de los carrillones de viento del corral pone la banda sonora de esta bucólica visita junto a los balidos de las ovejas. El ganado reclama atención. Al igual que los planetas giran alrededor del sol, las ovejas orbitan entre la paja del pequeño establo a la espera de que Joaquín atienda al rebaño, menguado por el paso de los años y apremiado por la inminente fecha de jubilación de su galáctico pastor.
Tras unas carantoñas a un cordero lechal, cuya carne conforma uno de los tesoros gastronómicos de Zamora, Joaquín se quita el mono de trabajo para enfundarse el traje espacial imaginario. El observatorio está ahí, en una esquina del corral por donde se pasea un misino blanco entre las numerosas macetas hechas a partir de bidones de plástico. Aquí todo se recicla, se aprovecha o se transforma.
Una pequeña puerta galvanizada da acceso al fascinante habitáculo astronómico. En la planta baja, las cuatro paredes de este reducto que custodian la escalerilla hacia la cúpula constituyen una pequeña exposición universal. Están repletas de fotografías espaciales tomadas por el propio Joaquín con una réflex analógica: una de Saturno, otra de Marte, otra de la constelación del Cisne, del cometa Hale-Bopp, del tránsito de Venus por el Sol con la sombra de un avión volando por delante justo en ese momento, y un largo etcétera.
Junto a ellas, un diploma de la mismísima NASA en agradecimiento a la colaboración prestada por el pastor durante una de sus misiones. "Thank you for making a Deep Impact", le escribieron a este astrónomo amateur desde la ilustre Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio. Justo enfrente, hay un extraordinario mural de la nebulosa Cabeza de Caballo del cinturón de Orión pintado a mano, para variar, por este talentoso y polifacético zamorano.
Tras esta pequeña muestra preliminar, seguimos los pasos de este autodidacta nato que nos guía hacia las estrellas. Subimos los peldaños de la escalera y tras abrir una trampilla en el techo, nos adentramos en la cúpula. Un farolillo rojo ilumina la garita creando una atmósfera sideral. Su tenue luz también alumbra artilugios sorprendentemente no tan desconocidos para los terrícolas, a excepción de un cuaderno lleno de anotaciones de coordenadas ininteligibles. Un telescopio, un ordenador y… ¿un mando de la Super Nintendo? "Ah, sí. Sabía que funcionaba con este tipo de mandos, lo compré por internet. Con él dirijo el telescopio, con la cruceta elijo el movimiento, pulsando el verde voy más rápido y con el azul más lento". Como si de un videojuego se tratase, Joaquín comienza a jugar. La tronera comienza a girar y el espectáculo da comienzo.
Cuando era pequeño, este ganadero ovino de Tierra de Campos se quedó prendado del cielo gracias a los destellos de una noche de verano. "Fue en agosto, tendría unos 10 años. De madrugada, fui a ayudar a mi padre al campo a recoger las ovejas, que se encontraban en las antiguas cancillas de madera, y coincidió que había lluvia de estrellas, debían de ser las Perseidas, y desde entonces me interesó la cosa del cielo. En cuanto pude, me compré unos prismáticos maluchos para observarlo mejor", recuerda Joaquín Tapioles, un bonachón terracampino que representa la tercera generación de una humilde familia zamorana de pastores.
Sin embargo, desde aquella noche en la que se alinearon los astros, metafóricamente hablando, Joaquín no se convertiría en el típico zagal de cayado y zurrón, sino más bien de telescopio y Orión, su constelación favorita. Desde que contempló las lágrimas de San Lorenzo, comenzó a devorar libros y revistas sobre el universo mientras salía a pastar con su rebaño entre humedales y palomares. Un enclave cerealista de orografía plana, pero de amplios horizontes que estimularon a Joaquín a mirar aún más allá. Y, sobre todo, más arriba. Cuando no estaba leyendo, este ovejero zamorano estaba mirando al cielo. Como él mismo sostiene, hay que levantar más la cabeza del suelo.
Resultaba evidente que su afición fuera la comidilla de los lugareños. Su pasión siguió acrecentándose, pero los objetos (celestes) de deseo continuaban a años luz y en 2003 decidió acortar distancias. "Voy a construir un observatorio astronómico en el corral", le espetó un día a su mujer. Dicho y hecho, Tapioles decidió desafiar a la gravedad y a los correveidiles del terruño edificando en medio año su propio bastión a base de ladrillo, hierro y ganas.
¿Será un pájaro? ¿Será un avión? Los vecinos se preguntaban si aquel búnker blanco que comenzaba a erigirse sobre los tejados de barro y uralita de San Agustín del Pozo era un sobrado para curar chorizos o un silo para guardar el pienso. Pero nada de eso. Era una ventana al firmamento. Una atalaya de chapa con vistas al infinito construida paso a paso siguiendo las indicaciones de sus colegas cósmicos de la otra punta del planeta a través de Internet y un viejo ordenador de segunda mano. Así levantó un observatorio astronómico con cúpula semiesférica giratoria de más de tres metros de diámetro, donde también fabricó con rigurosidad y precisión su primer telescopio a fin de observar el cielo en su plenitud. "Si al ojo humano se le dilatan las pupilas unos siete milímetros en la oscuridad, el ojo de este telescopio se abre hasta los 406 milímetros, entonces capta mucha más luz y con mayor resolución", ejemplifica.
Desde entonces, cuando cae la noche, las luces se apagan en las calles de la zona cero de la España Vaciada y se encienden en el universo. Las contadas farolas tintineantes de esta localidad zamorana se atenúan para dar descanso a un pueblo que duerme mientras Joaquín sueña. Despierto. Con un ojo guiñado y el otro puesto en el ocular de su nuevo telescopio llamado Giordano no por casualidad.
"Giordano Bruno era un monje de los siglos XV-XVI y picó a quien le gustaba la ciencia. Tenía un telescopio y había observado que los planetas se movían. Empezó a decir que la Tierra giraba en torno al Sol y no al revés como defendían las teorías de la época. Entonces, claro, la Iglesia dijo que nanai de la China. Lo trataron como hereje. Él no se desdijo y lo juzgaron, lo quemaron en la hoguera. Cuando estaba quemándose vivo, le pusieron el crucifijo y, en vez de mirar hacia el crucifijo, él echó la vista hacia las estrellas".
1. La Laguna de los Peces, en el término municipal de Galende, en la comarca de Sanabria, es una de las mecas del astroturismo en Zamora. Bien es sabido que el Parque Natural del Lago de Sanabria constituye uno de los grandes tesoros naturales de Zamora. Está situado al noroeste de la provincia, en las estribaciones de la sierra de la Cabrera y Segundera, y entre otras formaciones, engloba la Laguna de los Peces, una laguna de origen glaciar alejada a cinco kilómetros del núcleo urbano de San Martín de Castañeda. Una ubicación privilegiada para escrutar el cielo.
2. Los Arribes del Duero, en la frontera con Portugal, conforma otro de los Parques Naturales más valiosos de Zamora. El río Duero atraviesa la roca granítica de la comarca de Sayago formando un gran cañón de hasta 200 metros de altura. Un impresionante escenario para divisar las estrellas debido a su escasa contaminación lumínica.
3. La reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila, donde se ubica el observatorio de San Agustín del Pozo, la Sierra de la Culebra, Aliste o la comarca de Sayago donde se encuentra el observatorio de Sobradillo de Palomares, son otros de los lugares recomendados para el turismo de estrellas durante todo el año o en fechas señaladas de lluvias de estrellas como Las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo (en el mes de agosto) o Las Leónidas (en noviembre).
Para organizar una visita guiada al observatorio de Joaquín Tapioles en San Agustín del Pozo, es necesario ponerse en contacto a través del correo electrónico pastorgalactico@gmail.com.
Asimismo, a solo 20 minutos de Zamora capital, también se encuentra el observatorio del astrofísico Javier Domínguez en Sobradillo de Palomares, en la comarca de Sayago. Puede realizar su reserva vía telefónica (625 86 83 29 o 980 51 22 22) o bien por e-mail: info@observatoriosobradillo.es
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