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Con la llegada de la primavera, el ligero ascenso de las temperaturas y las jornadas más prolongadas de irradiación solar, el Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici hace honor a su nombre. Las “aguas tortuosas” discurren por todos los rincones de esta zona central de los Pirineos leridanos en forma de meandros, riachuelos, cascadas y humedales. A principios de abril, tras un marzo muy lluvioso, la mayoría de los cerca de 200 lagos glaciares que configuran este entorno siguen cubiertos de un blanco manto de nieve y muchos todavía congelados, aunque ya se escucha el rumor que va componiendo el deshielo en la parte más baja de circo glaciar.
Nuestra excursión arranca en el municipio de Espot (Pallars Sobirá), la entrada este del Parque Nacional, el único de Catalunya, con una extensión de más de 14.000 hectáreas, y que es el cuarto más visitado de España. Aquí encontramos una de las paradas de taxis 4x4 que nos dejarán justo a los pies del Lago de Sant Maurici (los vehículos particulares pueden acceder a un parking a medio camino, pero se cierra al completarse su aforo). También está la opción de recorrer andando el trayecto, que nos eleva de los 1.300 metros de altitud de Espot a los 1.900 metros. Son unas dos horas de caminata cómoda por un bosque de piso montano, donde robles, álamos, hayas y avellanos son los protagonistas. No será difícil toparse con pequeños grupos de sarrios (rebecos) hembras -los machos suelen ser más huidizos y solitarios- y donde todavía se practica el pastoreo de ovejas de la raza xisqueta.
En esta época, el paisaje va mutando su piel cada día. Y por eso, aunque se trata de una excusión sencilla y perfecta para hacer en familia, no hay que confiarse. “Todas las salidas en alta montaña tienen su exposición, y ésta es mayor en temporada invernal. Hay que tener mucha preocupación con las placas de hielo, el peligro de aludes, el deshielo de algunas zonas, la brusca bajada de temperaturas en cuanto se oculta el sol, nuestra progresión al caminar no es tan ágil con el espesor de la nieve, no hay que aventurarse a caminar sobre los lagos, pues algunos están represados y no sabemos si debajo de la nieve hay agua congelada o una bolsa de aire, y, además, en el Parque no hay cobertura telefónica”, detalla Blai Pruñonosa, experto guía de montaña de Outdoor Adventour.
La primera parada de esta ruta es el estanque de San Mauricio, una de las estampas más representativas del Parque Nacional. Mide unos 1.100 metros de largo y 200 de ancho, y tiene su origen, como la mayoría de lagos pirenaicos, en la era de las glaciaciones del Cuaternario, cuando se esculpió este paisaje de valles en forma de U, circos, escarpadas crestas y cientos de lagos, algunos de ellos colmatados por sedimentos. En el caso del Sant Maurici ganó capacidad al ser represado a mediados del siglo XX, “por eso no es nada recomendable pasear por encima de la nieve que lo cubre, pues no sabemos si ha sido evacuado y en vez de agua congelada, debajo hay una bolsa de aire y podemos sufrir un accidente”, nos advierte el guía.
Junto al lado sur del lago se levantan dos majestuosas agujas de pizarra plegada y roca calcárea: son Els Encantats, que remontan sus orígenes unos 390 millones de años. Forman parte de la cabecera del río Noguera Pallaresa (afluente del Segre) y su silueta bicéfala está formada por el Pequeño Encantando (Petit Encantant), de 2.738 metros, y el Gran Encantado (Gran Encantant), de 2.747 metros, que atraen cada año a muchos alpinistas. “Cuenta la leyenda, que dos jóvenes vecinos del pueblo de Espot decidieron marcharse de caza el día de la romería a la ermita de Sant Maurici. Siguieron a un sarrio, que les condujo hasta la cima de la montaña y allí, un rayo les petrificó para siempre”, relata Blai.
El camino por la margen derecha del lago discurre por una zona pedregosa, muy húmeda y donde se van intercalando los charcos, el barro y algunos restos de nieve. El robledal y hayedo van dando paso a los abetos y los pinos negros, los grandes resistentes a los duros inviernos. En el sotobosque, el musgo queda mezclado con los matorrales de enebros, arándanos, frambuesas y escobas. En primavera, este trayecto será una explosión de colores, inundado de los tonos rojizos del rododendro, las trompetillas blancas de los lirios de San Bruno o los matices de amarillos de las gencianas, los piornos o las singulares flor de lis. En las cumbres más altas, cercanas a los 3.000 metros, brotarán las plantas supervivientes siemprevivas, saxifragas o las grasillas, que se alimentan de insectos.
Es en este entorno boscoso donde más horas le gusta pasar a Blai. “Vengo de familia vinculada a la biología, por lo que me apasiona desde niño estar horas bicheando. Hace 5 años decidí cambiar de trayectoria profesional. Trabajaba en el laboratorio del hospital del Vall d’Hebron en Barcelona cuando nos pilló la crisis del covid y tras el confinamiento me animé a venirme a los Pirineos”, nos cuenta mientras vamos ascendiendo. La sinfonía del canto de los herrerillos carbonero y capuchino, del carpintero pito negro o del piquituerto -con su peculiar pico torcido que le sirve para sacar los piñones- se solapa con el crepitar de las raquetas al hundirse en la nieve. Es posible que, si no somos muy expertos en ornitología, nos confunda el silbido de una marmota con el canto de una de estas aves, pues se asemejan bastante.
De pronto, esa musicalidad se ve interrumpida por el ensordecedor ruido de la cascada de Ratera, un salto de 8 metros de altura en pleno proceso de deshielo que discurre por los sinuosos canchales. A mano derecha, mirando a la cascada, nos encontraremos con un espectacular ejemplar de abeto de unos 20 metros y centenares de años. “Las lluvias con las que se despidió el invierno y arrancó la primavera, que este año han sido abundantes, nos van a ofrecer una temporada maravillosa en el Parque. La montaña estaba resistiendo mucho en los últimos años, pero no parece que ese vaya a ser un problema ahora”, se felicita el guía, que nos recomienda observar al cielo para ver alguno de los cuatro buitres que habitan en los Pirineos: el quebrantahuesos -con sus impresionantes alas de 3 metros-, el alimoche, el leonardo y el negro. Más difícil, aunque se puede tener un día de suerte, si logramos ver el águila imperial.
Es a partir de este punto cuando las raquetas y bastones se convierten en perfectos aliados para caminar por la nieve. La ruta se hace más empinada y se pierde el sendero, por lo que debemos extremar las precauciones de por dónde pisamos, para evitar caídas, resbalones y hundimientos. No es un tramo muy largo, pero sí que ralentiza la caminata pues la agilidad no es la misma que sobre terreno firme. Pronto cogeremos de nuevo la pista GR-11, que nos conducirá hasta el Lago de Ratera, una laguna natural (no represada) situada a unos 2.200 metros de altitud, que recibe el mismo nombre que un pico cercano con forma de ratón. Desde el lago no lo busquen, pues queda escondido tras las montañas que se presentan enfrente.. Lo que sí podemos observar desde esta panorámica es el refugio de Amitges (a 2.365 metros de altitud y a unos 6 km de distancia), que forma parte de la ruta de Carros de Foc (nueve refugios de alta montaña que se recorren en una ruta circular de 65 km).
Nuestra excursión puede continuar hasta el Mirador de l’Estany, a un kilómetro de distancia, bordeando el lago de Ratera por su margen izquierda hasta la Estanyola de Ratera (una media hora más a ritmo normal). Desde allí contemplaremos el Sant Maurici y Els Encantats desde su lado norte, en una imagen de postal. El regreso al punto de recogida de los taxis-todoterreno se hace más rápido y cómodo, incluso con nieve, pues discurre siguiendo la pista forestal. Esto nos permitirá detenernos con más calma para tomar fotos y deleitarnos con el paisaje.
Después de la ruta, para reponer fuerzas y degustar el territorio, el plan se puede completar con una cata de vinos locales y quesos artesanos del Pallars Sobirá y el Pallars Jussá en el Ecomuseo de los Valles de Àneu. Ubicado en el municipio de Esterri d’Àneu -a unos 15 minutos en vehículo desde la parada de taxis de Espot-, este ecomuseo abrió sus puertas en 1994 y en su sede de Casa Gassia se recrea la vida y hogar de una familia agroganadera pallaresa de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. “Es un viaje en el tiempo”, nos adelanta la sumiller Mariona Boronat, quien nos guiará en este maridaje.
En el comedor familiar, decorado con mobiliario y vajilla de la época, Mariona ofrece una explicación muy detallada y animada de los vinos de la zona maridados con quesos, “poniendo en valor el territorio y la labor de los viticultores, pastores y queseros pallareses”. En nuestra visita, probamos y aprendimos con tres vinos de la Denominación de Origen Costers del Segre: La Presumida del Pallars, un ensamblaje de garnacha blanca y macabeo de la bodega Terrer del Pallars (en Figuerola d’Orcau); el Serrat de Simboi, un garnacha tinta y syrah de alta montaña de la bodega Lo Bocoi d’Àneu (en el mismo Esterri d’Àneu); y Nero, el 100% pinot noir del celler Batlliu de Sort. Entre los blancos, Mariona también suele ofrecer Horitzó, un 70% riesling y 30% garnacha blanca de la bodega Cota 730, ubicada en Rialp.
Sobre la tabla de pizarra, tres quesos elaborados con leche cruda, de menor a mayor curación: Tou dels Til-lers, uno de los primeros quesos de pasta blanda 100% leche de vaca cruda de la quesería Tros de Sort; un mezcla de oveja y cabra, el Mescla, de la quesería Montsent de Rialp, “de dos meses y medio a tres de curación, y que no siempre está disponible pues elaboran según el proceso vital de los rebaños”; y el Serrat, un 100% de oveja, con seis meses de curación, de Casa Mateu en Surp. Otro indispensable, cuando está en temporada, es Morralet de la quesería Gavás, un 100% de cabras que pastorean todo el año en el Alt Pirineu, “ofreciendo un queso con aromas diferentes según la estación del año”, explica Mariona mientras degustamos una armonía, la de vino y queso, que es difícil de superar.
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