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Para escaparte un par de días del mundanal ruido en esta vuelta al cole, Galicia sigue siendo un destino más que apetecible. Que no te amedrenten los pseudo-meteorólogos, en Galicia no siempre llueve. Y más en las Rías Bajas, esto es, las que comienzan después del Cabo Finisterre en la coruñesa ría de Corcubión y terminan en la ría de Vigo, en Pontevedra. Hay mucho que hacer entre estas rías, pero en esta ruta nos centramos más en el sur, para ganar grados y tranquilidad meteorológica. Que el inicio del otoño, con sus vaivenes, también nos vuelve locos aquí por el norte y seguimos queriendo planes divertidos, de buen saque, de mar y de sol.
Si tienes morriña de mar o quieres llevarte un buen cacho en la memoria para los meses venideros, pásate por la península de Cangas de Morrazo, en Hío (Pontevedra), un trocito de tierra que se adentra en el mar entre las rías de Pontevedra y Vigo. Un paraje espectacular, zona protegida, conocida como la Costa da Vela en la que se puede apreciar claramente el contraste entre la tranquilidad de la ría y el cambio dibujado en acantilados cuando uno se asoma a mar abierto. En su punta más al sur, ya iniciando la ría viguesa y enfrente de las preciosas Islas Cíes, se encuentra el Cabo Home, una zona ideal para marcarse una ruta por los tres faros que coronan la península por senderos tranquilos y rodeados del verde de la tierra y el azul del mar.
Una buena opción para empezar es el faro de Punta Subrido, al que se accede desde el final de la pista forestal que recorre la Costa da Vela. Allí hay un parking donde dejar el coche y comenzar a caminar. Desde el faro de Punta Subrido se aprecian las Islas Cíes y el resto de la costa de la península. Merece la pena bajar a la salvaje playa de Melide, que da a mar abierto, caminando por las sendas entre pinares, y, una vez allí, se puede poner rumbo al faro de Punta Robaleira a seguir con el empacho de buenas vistas. A continuación, la ruta puede cerrarse con el Faro de Cabo Home, desde el que se ve toda la costa da Vela, incluyendo la isla de Ons y el Monte de O Facho. El faro data de 1853 y en 1888 tuvieron que añadirle una sirena debido a las constantes nieblas que fue apodada la Vaca de Fisterra. Además de las vistas, se puede buscar entre las rocas las púas petrificadas de un monstruo marino gigante que aterrorizó a los habitantes de la zona y fue vencido bravamente por el guerrero Oridón.
Si el tiempo lo permite, y todavía quedan ganas de playa, junto al Cabo Home se encuentra la playa de Barra, salvaje y de arena fina está escondida entre pinares que además es de las más conocidas playas nudistas de Galicia.
Si la caminata, las vistas y las playas han despertado el hambre, que seguro que sí, puede ponerse broche a esta ruta con algún pequeño homenaje con marisco y pescado mediante, que para algo llevamos horas admirando el mar. Como opciones proponemos el 'Sol Poniente' en Cangas, un mesón con variedad de marisco y pescado, o, ya adentrándonos en la pequeña Ría de Aldán, el 'Bar Muelle' en Aldán y 'O Con' de Aldán. Informal y auténtico el primero, más elaborado y con una espectacular terraza el segundo.
Conviene aclarar en primer lugar el concepto de furancho. Esta invención gallega nace de la necesidad de las fincas familiares, especialmente en la zona de Pontevedra, de dar salida a sus excedentes de vino. Para ello, entre el otoño y el inicio del verano, abrían una zona al público, marcaban su puerta con una rama de laurel, sacaban unas tapas caseras y el vino a quien quisiera pasarse por allí. Producto rico, ambiente enxebre a más no poder y a precios más que populares, no es de extrañar el éxito y lo concurridas que se volvieron. Los furanchos siguen vivitos y coleando a día de hoy, aunque ya regulados por la propia Xunta de Galicia –que limitó el número de tapas y los meses de apertura– ante la queja de no pocos hosteleros.
Muchos de aquellos locales acabaron transformándose a la hostelería para superar las restricciones de la normativa furanchera, esto es, para poder abrir todo el año y tener una carta más amplia. Una buena zona para acercarte al vino casero, la familiaridad y naturalidad de estos locales pero con más opciones culinarias, en cualquier momento del año y sin necesidad de recorrerse carreteras secundarias en busca de ramas de laurel, es Meaño, en Pontevedra. De hecho, la localidad de Cobas cuenta con una de las mayores concentraciones de este tipo de locales de Galicia. Una vez allí, pásate por 'A Casa de Enrique', 'A Roda', el de 'Ángel', el 'Gardenia'… Hay mucho donde elegir. Pide vino (en cunca –taza–, por supuesto) y empieza a disfrutar.
Es bien sabido –y si no lo sabes, apunta–, que Combarro es uno de los pueblos con más encanto de las Rías Baixas y, si nos apuras, de Galicia. Situado al borde del mar, en el municipio pontevedrés de Poio, sus casas pegadas al mar y sus hórreos –construcciones gallegas de piedra y teja, coronadas con cruces, para guardar el grano de la tradicional lluvia de la región– despiertan pasiones entre foráneos y extranjeros.
Combarro es uno de esos pueblos con encanto, de callejas de piedra y callejones que terminan en el mar, literalmente, que merece la pena visitar y recorrer con calma. Algo que a veces cuesta si te pasas en pleno agosto, rodeado de otros cientos de turistas. Así que aprovecha estos meses en los que todavía se puede pasear en manga corta y piérdete en un Combarro más solitario.
Cuando te canses, te recomendamos la tasca 'A Rosa dos Ventos', una casa de piedra con patio, terraza y vistas al mar y a los hórreos. Aquí te puedes tomar una cerveza Keler 18 (sí, la vasca) y cañas a un euro. Y, si el dueño está de humor y le caes en gracia, puede que te haga una tortilla y una ensalada de su huerta. Todo es probar.
Si te apetece algo más urbanita, sin perder el toque gallego, en pleno centro de Vigo, uno puede irse a picar ostras frescas en un ambiente callejero y acogedor. En la calle de la Pescadería, donde antiguamente estaba el Mercado de la Piedra –y la zona se conoce aún como tal–, hay hoy en día una zona peatonal plagada de puestos donde te venden este manjar recién recogido. La intendencia es sencilla. Compras las ostras frescas a las señoras de los puestos y, a continuación, te vas a cualquiera de los bares de enfrente que cuentan con el "servicio de ostras", esto es, unos platos y unos cuchillos. A cambio, es probable que las acompañes con un buen vinito blanco y puede que con alguna que otra ración.
Es un buen plan mañanero y de aperitivo –recuerda, funciona por las mañanas hasta las 15 horas, tan solo en verano y en fechas señaladas están también con horario de tarde-noche–, para después continuar descubriendo la ciudad.