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Hace 20 años, poco antes de morir, el escritor gaditano Fernando Quiñones publicaba en El País una columna que titulaba Defensa del Levante. Como los malagueños a su terral o los italianos a los vientos de la Toscana, el poeta animaba a estimar y valorar todo lo bueno que trae consigo el viento que sopla en la provincia gaditana, especialmente en su litoral, durante una media de 165 días al año. Si hay quienes se molestan o se alteran con él o, por el contrario, quienes aprovechan sus ventajas, por ejemplo, para practicar deportes en el mar, no hay duda de que quienes más le temen son aquellos que se dejan caer por la costa en temporada alta.
Cuando salta súbitamente una levantera -como decimos los gaditanos-, teniendo en cuenta que puede durar unos días con intensidades que alcanzan rachas que superan los 110 kilómetros por hora, conviene andar provistos de un plan B para no frustrarse y ver arruinadas las vacaciones. Y no será por planes para descubrir Cádiz a lo largo y a lo ancho, del mar a la montaña… Aquí van cinco refugios para combatir el Levante y buscar grandes alternativas a la primera línea de playa.
Una de las escapadas imprescindibles en Cádiz está en su Sierra de Grazalema. Sí, también en verano. Aunque los datos reflejan que entre estos parajes de quejigos y pinsapos se halla la zona más lluviosa de España, la temporada estival puede ser una época excelente para disfrutar de un entorno que ofrece una amplia variedad de opciones para vivir la naturaleza en toda su dimensión.
Declarado hace 40 años como reserva de la Biosfera por la Unesco, este parque natural repleto de restos arqueológicos que se remontan miles de años atrás, grutas y laberintos subterráneos, senderos fluviales y altas cumbres para escalar conecta a los llamados 19 pueblos blancos de la Sierra gaditana. Bellas y pintorescas localidades de casas encaladas que ofrecen manjares gastronómicos e interesantes atractivos turísticos, mientras se disfruta de un paisaje a su alrededor de espeso bosque mediterráneo ideal para oxigenarse y perderse.
A unos 5 kilómetros de Zahara de la Sierra se encuentra la Garganta Verde, un alucinante cañón natural con 400 metros de profundidad que resulta ideal para los espeleólogos más avezados. En su exterior, si se quieren emociones menos extremas que el barranquismo, puede avistarse una de las colonias de buitres leonados más numerosa de Europa y una ermita natural en el arroyo Bocaleones que rinde culto mágico a la naturaleza.
En la Sierra de Grazalema hay 36 kilómetros transitables de vía verde (de Puerto Serrano a Olvera) que discurren por una vía férrea por la que nunca pasó un tren y que suma en total 30 túneles. No solo es una inmejorable opción para huir del temido Levante cuando sopla fuerte en el litoral, sino que es una excelente idea para desintoxicarse con una buena caminata o a golpe de pedal gracias a las empresas de alquiler de bicicletas que hay ubicadas en la zona. Si en cambio se busca una panorámica a vista de pájaro, en Algodonales, a la sombra de la Sierra de Líjar, existen cuatro zonas de despegue y dos de aterrizaje para hacer realidad el sueño de surcar los cielos en parapente o en globo.
Divisar desde el aire este patrimonio natural en toda su dimensión es una experiencia tan recomendable como volver a tocar suelo firme para marcarse una suculenta ruta del queso payoyo. La oveja merina y la cabra payoya son dos de las estrellas de la serranía gaditana. Gracias a ellas se elaboran multipremiados quesos artesanales con denominación de origen que bien merecen una buena cata con vino de la tierra de Cádiz. Ya sea en El Bosque, donde la quesería 'El Bosqueño' cuenta hasta con un museo dedicado al rey de los lácteos, o subiendo más arriba hacia Villaluenga del Rosario, la cuna del payoyo y el pueblo más pequeño de la provincia de Cádiz, hay que probar los quesos frescos, semicurados y curados, pero también los que llaman emborrados (un tratamiento gaditano que consiste en tratar la corteza del queso) en manteca, pimentón o al romero.
Por si fuera poco, la sierra gaditana esconde numerosos tesoros patrimoniales y sorprendentes yacimientos arqueológicos. La antigua ciudad romana de Ocuri, que se remonta al siglo VI a. C., se encuentra en la cima del Salto de la Mora, cerro calizo a un kilómetro del casco urbano de Ubrique. Aunque aún falta mucho por excavar, hay visitas guiadas (también hay actividades infantiles y rutas teatralizadas) por las zonas más atractivas del yacimiento, como una calzada romana que se conserva en buen estado y un impresionante mausoleo convertido en el principal edificio monumental excavado en el histórico asentamiento.
Mientras vigilan a sus nietas en la orilla del lago, Antonio y Pepi disfrutan con los pies en la arena y bajo uno de los muchos fresnos que hay plantados en este arenal de interior. "Arcos ya tenía hace más de 40 años una playita pero era una urbanización privada y como nos colábamos, pues metieron una retro y la desbarataron. Ahora por fin han vuelto a abrirla y está muy bien porque la playa más cercana está a 40 kilómetros y aquí además no sopla el Levante", dice Antonio.
Están en una zona de Arcos, el acceso a la ruta de los pueblos blancos de la sierra gaditana, conocida como El Santiscal, junto al 'Mesón de La Molinera'. Allí desde hace unos cinco años el Ayuntamiento decidió habilitar la que todo el mundo conoce como la playita de Arcos, similar a la que existe en Zahara de la Sierra, otra localidad de la serranía gaditana que ofrece la posibilidad de refrescarse con un buen chapuzón entre las montañas.
Con acceso gratuito y con los servicios propios de cualquier arenal de la costa, jóvenes y mayores disfrutan de una playa artificial en Arcos que sirve de inmejorable zona de recreo, ideal si se trata de evitar una inoportuna levantera, o si lo que se quiere es pasar un día al fresco con un paisaje de interior espectacular. Con facilidades para aparcar y una zona de baño muy bien delimitada, cuenta con 250 metros de orilla –la de Zahara dispone de una superficie de 63.000 metros–, y se encuentra junto al Club Náutico de la localidad arcense, donde se puede practicar piragua, paddle surf, vela, paseos en barca y esquí acuático.
Más abajo del subsuelo de Cádiz dicen que se perdió la Atlántida. La ciudad más antigua de Occidente, 3.000 años bajo los pies nos contemplan, esconde un subsuelo laberíntico que poco a poco han ido sacando a la luz investigadores como el joven e intrépido espeleólogo gaditano Eugenio Belgrano. Con su propia empresa y sus propios medios, se embarcó hace unos años en poner en marcha un recurso turístico que, a través de varios inmuebles históricos, no solo permite descubrir parte de las entrañas de la capital gaditana sino que, incluso, ofrece la posibilidad de participar en un escape room muy poco recomendable para claustrofóbicos.
"Me dedico a buscar cuevas y túneles, pero no me quedo solo en eso, sino que profundizo en hacer el trabajo histórico, quiero saber quién la construyó, de qué época es… Se trata de un trabajo de investigación propio de historiador, porque aquí en Cádiz nadie se había dedicado a eso", cuenta Belgrano antes de iniciar un viaje que arranca en el subterráneo de la conocida como Casa del Pirata, pasa por el centro de interpretación del subsuelo gaditano y sigue con un recorrido por las Catacumbas del Beaterio, un lugar de enterramientos de la antigua orden de beatas terciarias franciscanas del siglo XVII en Cádiz y unos espacios subterráneos que, a menudo, sirven de reunión de la masonería mundial.
Aparte de nichos y fosas comunes, la experiencia muestra los aljibes, cisternas y fresqueras que esconden los bajos de la mítica Gades. Lugares inhóspitos pero con la inquietante belleza que ofrece lo escondido. Con unas visitas en grupo de hasta 25 personas, lo que no se ha dicho todavía es que la experiencia concluye en el mirador del hotel 'Las Cortes', donde se pueden divisar muchas de las decenas y decenas de torres vigía de Cádiz –con especial atención a La Bella Escondida– y algunas de las cúpulas más espectaculares de la ciudad. "Aquí se trata de contemplar Cádiz como quizás nunca la hayas visto", remacha el promotor de un atractivo turístico ideal para quienes no (solo) buscan sol y playa. Aquí puedes consultar toda la información sobre la visita.
Desembocadura del Guadalquivir. Cielo despejado, encanto y aire marinero a uno y a otro lado de la popular –y bulliciosa en temporada alta– zona conocida como Bajo de Guía. La fábrica de hielo que levantaran hace más de sesenta años la cofradía sanluqueña de pescadores es hoy el Centro de Recepción de Visitantes de Doñana. Allí tienen toda la información, además de muchas curiosidades y souvenirs, para permitirnos el lujo de abandonar por unas horas la bella Sanlúcar y cruzar en una barcaza de Cristóbal Anillo hasta la playa aledaña que da acceso desde Cádiz a uno de los espacios naturales más impresionantes de España.
Aparte de poder pasar el día en el arenal, también se pueden visitar los ecosistemas de Doñana en todoterreno y regresar a punto para remojarnos en la salida al mar del mayor río de Andalucía. No es mal plan para seguir enamorándose de la provincia gaditana aunque haya saltado el Levante.
José Anillo, primo hermano del dueño de un negocio que se inauguró en 1984, no deja de dar servicio en todo el día desde hace un cuarto de siglo: "No quiero ni contar las vueltas que doy". Desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, la navegación fluvial es constante en el Bajo Guadalquivir gracias, entre otras cosas, al buque Real Fernando y a las cinco barcazas y pontonas de Cristóbal. Con ellas transportan, además de vehículos y carga pesada, a quienes buscan llegar a la otra margen de la desembocadura, entrar en contacto con la naturaleza salvaje del parque natural o, sencillamente, pasar un día de playa.
"En julio y agosto cruza mucha gente porque hay 28 kilómetros de playa virgen hasta Matalascañas, y después de la punta del Malandar ya es mar abierto", explica el marinero mientras maneja el timón de la barcaza que atraviesa el río. ¿Y se combate bien el Levante? "Aquí hace calor con el Levante pero se nota menos que en otras zonas de la costa e incluso cuando salta, aquí está el agua hasta más limpia", responde, tras plantar su sombrilla y su caña de pescar, Francisco, que ha llegado junto a su familia desde Jerez para pasar el día en una de las playas más singulares de la provincia de Cádiz.
El recoleto acceso por plaza Cordobeses no invita a pensar en las maravillas que esconde este rincón del intramuros almohade jerezano. 'Bodegas Tradición', fundada en 1650 pero recuperada hace apenas 20 años a manos del empresario jerezano Joaquín Rivero, es probablemente una de las experiencias más singulares en torno al sherry del Marco de Jerez. Su apuesta por los vinos muy viejos –es la única que solo produce este tipo de jereces de larga crianza– y la combinación en un entorno único con la impresionante pinacoteca española de los siglos XIV al XIX, dan como resultado una propuesta de lo más singular.
Entre cascos de bodegas centenarios, el visitante lo mismo puede degustar el brandy Tradición solera gran reserva, con 25 años como mínimo de crianza, que deleitarse contemplando atentamente algún lienzo de El Greco, Goya o Velázquez. "Posiblemente esta sea una de las experiencias más diferentes que hay en la provincia de Cádiz", afirma sin dudarlo Eduardo Davis, responsable de ventas internacionales de 'Tradición' y encargado de coordinar las visitas profesionales a una bodega cuyos vinos se encuentran entre los mejores del mundo y en los establecimientos de restauración más afamados.
Antes de acceder a una selección excepcional de las 500 obras que atesora la familia Rivero, una de las colecciones pictóricas más relevantes de España, en 'Bodegas Tradición' hay una pequeña sacristía donde los invitados catan algunos de sus mejores vinos. Una rareza como el fino Tradición –con una media de envejecimiento de 10-12 años, muy lejos de los tres que suele presentar este jerez habitualmente– o el misterioso Palo Cortado VORS (certificado que lo califica como 'muy viejo') de la casa, con unos 32 años de maduración, son solo algunos de los pequeños sorbos que regala la parte final de la visita.
"En la calle, los vinos que ponemos a disposición del visitante para probar ya serían más caros que lo que cuesta esta visita. Pero es que, aparte, es una experiencia saber cómo se hacen, estar entre muros del siglo XVI al XIX, y combinarlo todo con la suerte de que la familia quiera compartir su colección de pintura española", explica con entusiasmo Davis.
En este lugar "de paz donde encontrarse con el jerez y el arte, pase lo que pase fuera", uno puede escapar de la levantera que, de cuando en cuando, salta en la costa gaditana y adentrarse en un recorrido artístico que, además, se cuida muy mucho de no estar masificado. "Siempre aconsejamos –asegura el cicerone de 'Bodegas Tradición'– concertar la visita porque nos gusta que los grupos estén cómodos, que se conozcan, ya que no nos gusta masificar, sino que el guía pueda transmitir casi persona por persona el mensaje de identificación y preservación que mantiene la familia en estos muros".
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