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Comenzamos nuestra visita en todo lo alto, en Sagunt, en esa Plaça Major rectangular que se extiende a los pies de la iglesia de Santa María. Estamos en el casco histórico de la localidad y recorrerlo es entender a simple vista cómo una ciudad se va construyendo con lo que hereda de las civilizaciones que la han habitado.
Zocos convertidos en palacios de nobles, una judería a mano derecha, un teatro romano un poco más arriba, en la cima del cerro un castillo andalusí. Y es que por Sagunt, Saguntum o Arse ha pasado todo el mundo: íberos, Ánibal con sus huestes, romanos, visigodos, musulmanes, judíos, cristianos y, ahora, te dispones a hacerlo tú. Estos son los ocho planes que te proponemos para empezar a conocerla.
La subida hasta lo alto del cerro sobre el que se asienta este castillo requiere piernas y seguir el carrer del Castell. La recompensa a tamaño esfuerzo, especialmente durante los meses de verano, merece la pena y se presenta en forma de vistas sobre la comarca de Camp de Morvedre, con el mar Mediterráneo al fondo.
Declarado Monumento Nacional en 1931, entrar en el castillo es entrar en una fortaleza andalusí del siglo XI de casi un kilómetro de longitud. No obstante, por aquí ya habían pasado los íberos, Aníbal y sus ejércitos habían hecho de las suyas allá por el año 218 a.C., los romanos habían disfrutado de la gloria de su imperio, más tarde hicieron lo propio los cristianos y, más recientemente, hasta los ingenieros franceses introdujeron cambios durante la Guerra de la Independencia.
El resultado es una miscelánea visible de construcciones y restos de todas las culturas que en algún momento se asentaron por aquí y dejaron su impronta en este conjunto arquitectónico. No esperes una gran señalización ni muchas explicaciones, es más un totum revolutum de piedras, murallas y vistas.
El espacio, cuya visita es gratuita, se encuentra dividido en siete plazas entre las que destacan la de Armas, donde pueden observarse vestigios de lo que fuera el foro romano, y la de San Fernando, con el Antiquarium Epigráfico, un edificio en el que se conserva una de las colecciones epigráficas más ricas de la península, con lápidas talladas con cincel e inscripciones conmemorativas, tanto latinas como hebraicas.
Mandaba Tiberio, en el siglo I d.C., cuando se terminó la construcción de este teatro en la falda de la montaña sobre la que se asienta el castillo. Sagunto era Saguntum y los romanos, que dominaban el mundo, también necesitaban de lugares para el esparcimiento.
Más de 2.000 años después, a ese teatro original se le puede intuir en los vomitorios y uno lo debe imaginar bajo la polémica restauración que se llevó a cabo a principios de los años 90. A pesar de su declaración como Monumento Nacional en 1986, llevaba siglos en el olvido y hay quien define las obras de rehabilitación como una construcción de un nuevo teatro sobre las ruinas del auténtico. Ganó en comodidad y permitió que se recuperara el uso teatral del edificio, pero se sacrificó la historia y la esencia.
En la actualidad la grada, de forma semicircular, tiene capacidad para unas 4.000 personas y su escenario vuelve a ser un lugar consagrado al espectáculo. Destaca especialmente Sagunt a Escena, el festival de teatro, música y danza que acoge durante los meses de verano.
Limitadas entre el carrer del Castell al este y el del Teatre Romà al oeste, las callejuelas que conforman la judería de Sagunt conservan prácticamente intacto su trazado del siglo XVI. A saber, una entrada que se realiza a través de un arco de piedra, el Portalet de la Sang, que da acceso al carrer Sang Vella, la principal vía de la judería y desde la que parte el resto del entramado aleatorio de suelo adoquinado y de natural empinado. Todo flanqueado por casitas y salpicado por coquetos rincones conseguidos a base de macetas, flores y plantas.
Con simplemente pasear por sus calles se pueden ir observando elementos de una antigua forma de vida que conviven con la actual. Es el caso, por ejemplo, del hueco en la jamba derecha de la puerta del número 38 del carrer del Castell. Ahí se colocaba el cilindro con la mezuzá (pergamino que contiene dos versículos de la Torá).
Ahora bien, si hay un lugar que merece un alto en el camino en la judería es la Casa dels Berenguer. Situado en el número 17 del carrer del Sagrari, se trata de un palacio renacentista, antiguo hogar de esta familia de ascendencia francesa que ayudó al rey Jaume I con la reconquista de Valencia. Hoy es el Centro de Recepción de Visitantes e Interpretación de la ciudad y en su interior podemos contemplar un micvé, o baño ritual judío, en el subsuelo de una estancia abovedada, a la que se accede a través de una escalera con los reglamentarios dos tramos de siete escalones cada uno. En este emplazamiento, y a simple vista desde la calle, podemos contemplar también los restos de un muro del templo de Diana.
Coronando la judería, como una forma de tener una visión de conjunto sobre la que fuera aljama desde el siglo XIII, pero sin pertenecer a ella, encontramos el calvario. Aquí, la ermita del Santísimo Cristo regala una las mejores panorámicas sobre la ciudad.
Fue en 1900 cuando los empresarios vascos Ramón de la Sota y Eduardo Aznar constituyeron la Compañía Minera Sierra Menera y escogieron el Port de Sagunt como lugar desde el que dar salida por vía marítima al mineral que extraían de la mina turolense Ojos Negros. En 1917 vendría la creación de la Compañía Siderúrgica del Mediterráneo, con la que este núcleo urbano dejaría de ser únicamente el punto de partida de la materia prima para convertirse en el lugar en el que se fabricaban hierros y aceros. Se levantaron hornos y talleres, y la necesidad de mano de obra atrajo a ingenieros y obreros. Comenzaba a construirse una ciudad en torno a esta industria, que viviría años de bonanza hasta 1984, cuando la siderurgia tuvo que cerrar al aplicarse el Decreto-Ley de Reconversión Industrial.
Lo cierto es que, aunque ese pasado nos suene ya a algo lejano, es imposible abstraerse de él. Se percibe al divisar el Alto Horno número 2, una robusta torre metálica de más de 60 metros de altura, que en su día se dedicó a la producción de acero. También al toparse con las naves de Talleres Generales (Hornos Altos, 49A) que, con una bonita estética industrial, pero todavía necesitados de alguna que otra remodelación. Se espera que en un futuro se destinen a actividades culturales.
También al adentrarse en la Avinguda 9 d’Octubre. Y es que esta calle es una sucesión de edificios que nos llevan directamente hasta esa época. Prueba de ello es la Ciudad Jardín-La Gerencia (número 7), un micromundo que se erigió aislado del resto de la localidad para alojar a los ingenieros vascos en casas de una arquitectura más propia de su tierra que del Mediterráneo. En la actualidad puede verse por fuera el edificio de las antiguas oficinas de la Gerencia, algunas de las casas que fueron rehabilitadas y pasear por el resto del recinto que se encuentra en un estado de abandono, que nos hace oscilar entre la pena y la fascinación que produce la decadencia.
Justo al lado, en el número 7A, se encuentra el antiguo economato en ruinas; y en el 5, el casino -actualmente en obras-. En el número 1 de la avenida nos espera la Iglesia de Nuestra Señora de la Begoña, de estilo neobarroco y construida a imagen y semejanza de la Basílica de Begoña de Bilbao. Un poco más hacia el interior del Port, en el carrer Casas de la Compañía, aparece el barrio obrero. Comenzó a ver la luz hacia 1917 y su construcción finalizó en 1921 con un buen puñado de casas bajas, de tejados a dos aguas y fachadas blancas, dotadas de un pequeño jardín.
Se podría pensar que entre tanto resto arqueológico y siderúrgico, Sagunt y Port de Sagunt no tendrían nada más con lo que sorprender. Vayamos por donde vayamos, la aparición recurrente de grandes murales nos da una pista de nuestro error, porque aquí la coletilla de “museo al aire libre” es una realidad. ¿Los responsables? Los más de 30 murales y grafitis que despliegan arte y creatividad en fachadas de edificios, muros de colegios, del cuartel de la Guardia Civil, instalaciones deportivas y hasta líneas de autobuses.
Los hay realistas, abstractos, bien de color o en blanco y negro, con mensaje social para hacernos pensar o con una finalidad meramente decorativa. Entre todos dan forma a la Ruta del Urban Art, fruto de Més que Murs, el festival que el Ayuntamiento de la localidad lleva organizando desde 2016.
La iniciativa, que buscaba canalizar el talento y las inquietudes de una generación interesada por el grafiti, ha servido para dar visibilidad a las obras de artistas locales y atraer hasta Sagunt y el Port a creadores nacionales e internacionales. Nombres como el de la valenciana Barbiturikills, la argentina Hyuro, la catalana Elisa Capdevila o Sex, el niño de las pinturas, son solo algunos de los que han ido dejando pedacitos de su arte en este rincón de la costa valenciana. La ruta se puede recorrer al completo utilizando este mapa del Ayuntamiento en Google Maps.
Cuando hablamos de Grau Vell, hablamos del puerto antiguo de Sagunt. Tan antiguo que Sagunt no era Sagunt, si no Arse, y quienes lo poblaban eran los íberos, que ya desde el siglo V a.C. lo utilizaban para su actividad comercial, que consistía en exportar vino.
En la actualidad, llegar al Grau Vell pasa por coger el coche, seguir la Avenida de los Altos Hornos durante unos cuatro minutos, hacer caso a las indicaciones que aparezcan por el camino, atravesar un polígono industrial nada atractivo y confiar en que, en este caso, el destino sea mejor que el trayecto. Spoiler: lo es.
Al llegar al Grau Vell nos espera una pequeña playa nada concurrida, un fortín con su torreón de vigilancia costera del siglo XV y con almacenes del XVIII, que acaban de ser restaurados. Ahora, en verano, el complejo se puede visitar los martes y los jueves entre las 10:00 y las 14:00 horas. Junto al fortín se levantó una pedanía constituida por un puñado de casitas a lo largo de una calle y una plazoleta, con la ermita de la Virgen del Buen Suceso. Nada más. Ni un bar ni una tienda de souvenirs. La vida tranquila y relajada era esto.
Dicen que sus vecinos son casi familia porque la mayoría descienden de un carabinero que se trasladó hasta aquí a principios del siglo XX con su hija. Los Herráiz. Esa doble r, complicada de pronunciar para la gente de la zona, hizo que a él le llamaran el rey y a ella, la reina. Su nombre era María Herráiz y terminó siendo alcaldesa de la pedanía y logrando que el Grau Vell se mantuviera libre de la ley de costas y las casas no se derruyeran. Aquí el tiempo se ha parado: no es posible construir más ni tocar las ya existentes.
La historia nos la cuenta Celia Peris, nacida en Sagunto y guía de la Comunidad Valencia, quien también nos habla de unas baterías antiaéreas de la Guerra Civil que se encuentran al norte del fortín, a diez minutos andando siguiendo el senderito que sale de la carretera y discurre paralelo a la costa.
Ubicada junto a un concurrido paseo marítimo -o, más bien, el paseo marítimo ubicado junto a ella-, los 1.300 metros de arena fina y dorada de la playa de Port de Sagunt son escenario continuo de paseos por la orilla. Lo de refrescarse viene después, al sumergirse en unas aguas cristalinas y limpias, que en los días de bandera verde se presentan como una lámina infinita que se pierde en el horizonte.
En esta playa urbana no falta de nada: desde chiringuitos de esos en los que la cerveza siempre está bien fría y la música algo alta hasta servicio de alquiler de hamacas y sombrillas, pasando por atardeceres de cielos rosados, dunas blancas y mar azul cobalto recortado contra su característico pantalán. Almardá, Corinto y Malvarrosa son las otras opciones de playa que ofrece el municipio, pero llegar hasta ellas requiere del uso de coche.
De sentarse ante una buena mesa, en cualquier momento del día, saben bastante por aquí. Los días empiezan desayunando en el ‘Forn de la Melica’ (Castell, 1). Café y, por ejemplo, tostadas recién sacadas de su horno y coronadas con aguacate, tomate y queso fresco. ¿Pan para llevar? Por supuesto, sobre todo si descubrimos que en esta panadería llevan desde 1924 en el oficio, mantienen las formas de hacer, la tradición y hasta algunos de los ingredientes de las primeras generaciones. Además, llevan 25 años haciendo pan romano.
Maridesa, la dueña, empezó a prepararlo a raíz de una actividad escolar de uno de sus hijos. Se estrenó con el de orégano, el de cebolla y mostaza, y el de aceitunas y aceite de romero. Después, cada año iría sumando alguno más: romero y tomillo, ajo y perejil, cúrcuma y cilantro… Nos explica Maridesa que no hay ninguna receta completa que haya llegado hasta nuestros días, pero que trabaja combinando las harinas, los ingredientes y las especias a los que tuvieron acceso los romanos cuando se expandieron por el mundo y dándoles formas geométricas y de elementos de la naturaleza, que era lo que ellos acostumbraban hacer.
Además, en septiembre, aunque espera ampliarlo a otros momentos del año, también prepara pan judío (matzá) a base de harina de trigo sarraceno, de garbanzos y de arroz; orejas de Hamán, rellenas de mermelada de higos y con nuez picada, hechas al horno en vez de fritas. Lo próximo que está preparando es el jalá.
El arroz, en cualquiera de sus formas, se toma en la ‘Tasca Bacco’ (Illa de la Toja, s/n), junto a la playa. Llevan en torno a 16 años trabajando en lo de darnos de comer bien. Muy bien. De su cocina se ven salir propuestas como el arroz con carabineros, rape y alcachofas, o la estrella de la carta: el a banda. No se les ocurre quitarlo porque siempre hay quien lo reclama. También gustan, y mucho, los caldosos, sobre todo a Javier Perelló, quien nos cuenta que, además del menú del día y de una carta fija en la que no faltan las carnes ni los pescados, los viernes y sábados por las noches incorporan unas sugerencias en base a lo que encuentra en el mercado. Todo de proximidad y de temporada.
Las tardes son para la horchata o el helado. O ambas. ¿Por qué no? La primera se toma en la ‘Horchatería El Paseo’ (Passeig Marítim, 5), donde se prepara artesanalmente y con ingredientes naturales, y se sirve líquida o granizada. Hay quien la acompaña de sus fartons, hechos en el día y con la posibilidad de probarlos rellenos de crema o de chocolate. Los helados, por su parte, nos esperan en la heladería ‘Véneta Gelato Italiano’ (Mediterrani, 105), donde no se cansan de acumular premios nacionales e internacionales. ¿Uno de los responsables? Su sabor de galleta de la abuela.
Irse de vacío en un destino así no se contempla como una opción. Por eso volvemos al origen, volvemos a Sagunt, para visitar ‘Las Delicias del Duc’ (Castell, 7), una tienda gourmet especializada en quesos y productos artesanos. Quesos de Acehúche, de Morella, de Cádiz..., embutidos, mieles, patés; vino tarongino, elaborado con naranja sanguina, que se identifica por su característico color rojo y cuyos campos de cultivo se encuentran precisamente en Sagunt; crema de ron con horchata de El Faro del Delta, o el Licor Cremaet Socarrat. Entra y sírvete. O siéntate en su terraza y prepárate para ser feliz.