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Armando Ortega tiene 66 años y lleva más de 50 yendo a la Playa Artificial de Cuenca. Ya jubilado, pasa casi todos los días del verano en este complejo de ocio. Se saca un bono de 20 días por 28,90 euros y allí se desplaza muchas mañanas, alternando baños en el río y en la piscina con un par de cervezas, una charla amigable y un buen almuerzo. “Yo es que estoy enamorado de este sitio”, confiesa. “Cuando miras el río, la ribera, los árboles, la vegetación, las piraguas, las rocas allá en lo alto… Esto es inigualable”.
Para José López Martínez, Pepe para todos los conquenses, ‘La Playa’ también fue un flechazo. Cuando llegó a Cuenca en 1961 y vio ese remanso fluvial “me enamoré sin remedio”. Allí empezó como camarero y no paró hasta conseguir la concesión de las instalaciones, que son propiedad del Ayuntamiento de la ciudad. Pepe dejó huella en la ciudad. Según su mujer, Felicidad González, cuando llegó de Madrid -había trabajado en el hotel ‘Palace’ y en el ‘Castellana Hilton’- “cambió los aperitivos de cacahuetes por canapés” y, a partir de ese momento, se convirtió en el hostelero por excelencia de la ciudad.
Durante su extensa trayectoria profesional, abrió y cerró bares, pubs, restaurantes, discotecas y otros locales de ocio, y fue presidente de la Unión Balompédica Conquense durante casi una década. Pero lo que nunca dejó de gestionar fue ‘La Playa’. Todavía hoy, con casi 94 años, se desplaza allí muchos días entre semana en su silla de ruedas. “Los fines de semana no voy porque hay mucho lío y estorbo”, confiesa.
En verano siempre está allí es su hija Mari. María Isabel López González es actualmente la gerente de las instalaciones de ‘La Playa’. La concesión municipal, renovada en 2022 por quince años, tiene un canon anual de 37.816 euros, “cuatro veces más que en el anterior contrato para una temporada que dura menos de cuatro meses”. Pero Mari no se queja. Se siente orgullosa de lo conseguido -“todo lo que ves aquí lo hemos invertido nosotros”-.
Mari habla con pasión de la pista de arena, de los vestuarios, del restaurante, del salón de bodas, del chiringuito, de las piraguas que surcan el Júcar, de las sombrillas, de las tumbonas, de las mesas de los merenderos, del mantenimiento de las dos piscinas, de los arriates con flores que jalonan los senderos de madera… Un complejo pensado para pasar un buen día en plena naturaleza y con amplias posibilidades para disfrutar del agua y del sol.
Y luego está el Júcar, claro. Un río silencioso y hondo, de un color verde profundo -“verde Guardia Civil”, diría el pintor Fernando Zóbel, quien lo representó muchas veces en su geométricas composiciones-, que intimida un poco al principio por la oscuridad y frialdad de sus aguas. La pequeña presa que cierra el complejo permite que el Júcar, que baja a veces atropellado desde la Serranía, se detenga en un remanso de unos 40 metros de ancho. A lo largo, hay un buen baño aguas arriba hasta el llamado Peñote, una roca clavada en mitad del río a unos 200 metros de la franja de arena. Antaño, llegar hasta el Peñote y volver se consideraba la prueba irrefutable de que alguien sabía nadar.
Los nadadores más intrépidos pueden competir con las piraguas e internarse río arriba, cerca de dos kilómetros, hasta el puente de La Grajas, para percibir el perfume de las riberas, refugiarse en la sombra de los árboles o recrearse con la luz del sol que se filtra por la vegetación que flanquea la corriente de agua. El paisaje fluvial es un festival cromático saturado de verdes que, como dejó escrito Gerardo Diego en su poema Romance del Júcar, cambian con la luz: No pienses, agua del Júcar, / que de tan verde te añilas, / te amoratas y te azulas.
El Júcar es el centro de gravedad de ‘La Playa’, pero el paraje que lo rodea es también espectacular. Mirando al río desde la arena, en lo alto se yerguen las rocas que conforman la hoz y se entrevé también la silueta de algunas edificaciones del barrio de El Castillo, en el casco antiguo de Cuenca, así como la cúpula octogonal de la iglesia de San Pedro.
A la espalda del río, el farallón calizo que trepa junto a la carretera que lleva a Villalba de la Sierra y a la Ciudad Encantada ofrece también una visión hipnótica. De esas recias paredes se desgajó en diciembre de 1968, por efecto del hielo, una gran roca que cruzó la carretera y fue a caer en la entonces recién estrenada piscina de ‘La Playa’. El impacto del pedrusco no causó víctimas -en diciembre está cerrada-, pero obligó a reconstruir la piscina.Lo curioso es que la roca no se retiró por completo, sino que su parte inferior sirvió como base para el fondo de la nueva piscina, que es la que ha llegado hasta nuestros días.
Un poco más abajo de ‘La Playa’, pero no muy lejos de la presa que la limita, aparece la Piedra del Caballo -una roca incrustada en el curso del río y cuyo nombre tiene origen en leyendas medievales-, otro de los rincones más reconocibles del Júcar, utilizado desde hace muchos años como zona de baño por los conquenses.
Pero ‘La Playa’ no es solo agua, piedra, paisaje y naturaleza. El restaurante también tiene su aquel. Su punto fuerte es un menú de 25 euros, que incluye un primero -con ocho opciones como una milhoja de sandía, mozzarella, ibérico y tomate seco, o unas fabes con gamba roja-, un segundo -por ejemplo, corvina con lemon grass, lima y coco, y codillo confitado con cremoso de patata, entre nueve posibilidades-, un postre -tarta de queso, piña asada y cuatro opciones más- y bebida. Mari, la gerente, no está en la cocina, pero le gusta comer y tiene mucho que decir en la elaboración de los platos. “Yo no soy cocinera, digo que soy probatera, porque siempre pruebo lo que ofrecemos y aporto mis ideas, que parten de un concepto de cocina sencilla con algunos toques creativos. Una cocina sabrosa y verdadera, y con productos de calidad”.
También hay otras opciones más informales para comer en ‘La Playa’. Al fondo del complejo, en una pradera cubierta con lonas, se sitúa el chiringuito, en el que además de bebidas se pueden tomar ensaladas, bocadillos y algunas raciones. La de forro -careta de cerdo- a la brasa está entre las más demandadas. Y, por supuesto, siempre queda la alternativa del merendero de toda la vida: llenar una nevera portátil con una tortilla jugosa, unos buenos filetes empanados, una sandía y unos refrescos, y comer en una de las muchas mesas de madera dispuestas bajo los frondosos castaños y manzanos que hay en las instalaciones. Eso sí, en fin de semana hay que madrugar para coger sitio en la mejores mesas y evitar la exposición directa al sol. Y todo eso, con una entrada que, para los adultos, cuesta 4,13 euros. ¿No es para enamorarse?
PLAYA ARTIFICIAL DE CUENCA - Hoz del Júcar (Carretera a Villalba de la Sierra, km 2) s/n. Tel. 630 97 98 58.
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