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Podría decirse que el viento es uno de los personajes más ilustres de Almería. Como también lo es la lluvia que, cuando se asoma por estar tierras semiáridas, modifica el menú del día y en las casas almerienses se comen migas. O el sol, que para eso pasa aquí el invierno. Con el viento lo que ocurre es que cuando aparece –y lo hace a menudo– más que acompañar, se dedica a hacer todo tipo de fechorías y a alterar al personal. Alguien dijo que Almería era una tierra de dos madres: "la madre que parió al Levante y la madre que parió al Poniente". Y no lo decía sin conocimiento de causa.
Decidir a qué playa ir según el viento sople resulta tan sencillo de entender como de olvidar. Y, aunque siempre podremos preguntar a algún lugareño –suele ser uno de los temas de conversación más recurrentes en esos días–, acudir a apps como Windy o mirar hacia dónde se mueven las hojas de las palmeras nos dará la pista; el placer de ser uno mismo quien tenga las respuestas es mucho más reconfortante. En primer lugar, para entender esto hay que orientarse tomando el Cabo de Gata y su morfología como punto de referencia. Una vez ubicado, es más fácil interpretar el juego de playas y vientos. Aunque nadie nos asegura que a Eolo no le dé por ponerse juguetón y en un mismo día mande a más de un ventarrón a trabajar.
El viento de Poniente, que "dobla los juncos por la ribera" según la canción de Kiko Veneno, trae consigo una brisa fresca y húmeda que baja las temperaturas en los días más calurosos del verano almeriense –aunque decir esto es bastante relativo, pues a nadie se le ocurriría usar la palabra "frescor" para describir esta época del año allí–. Por regla general, se trata de una corriente "jornalera", que al final del día suele dar tregua. Este aire procede del oeste, es decir, de donde el sol se pone y, aunque hace alguna que otra aparición estelar durante los meses más calurosos, sus épocas favoritas para visitar tierras legañosas son el invierno y la primavera.
Si el día ha amanecido con un tozudo Ponientazo, pero, aun así, las ansias de chapotear en el mar son más fuertes que el aire, hemos de tener en cuenta qué lugares nos darán la mejor protección ante el oleaje que provoca. La playa de El Palmer –situada en El Cañarete, la carretera que discurre paralela al mar y que conecta la capital con Aguadulce–, la propia playa de Aguadulce, Roquetas de Mar y su urbanización, Balerma o Adra son buenas aliadas para este cometido. Situadas en el poniente almeriense, son playas urbanas, de arena gruesa y cuentan con paseo marítimo, puestos de salvamento, kioscos, hamacas y chiringuitos.
Pero si nos gustan las playas algo más salvajes, podremos dirigirnos al norte del Cabo de Gata, aunque es posible que esta masa de tierra no sirvan de amparo suficiente, por lo que hay que encontrar los lugares estratégicos, cuyas puntas nos parapetarán especialmente. En esos días, lo mejor es buscar refugio en playas como la de Agua Amarga y aprovechar para comer en 'Los Tarahis' y dar un paseo por este precioso pueblo. O en Los Escullos, con su icónica duna fósil con aspecto de hueso de dinosaurio; La Isleta del Moro o el Playazo de Rodalquilar, una de las más atractivas de la zona y custodiada por el Castillo de San Ramón, una batería construida para defenderse de los ataques piratas y que se encuentra, actualmente, a la venta.
Pero las opciones no acaban ahí. El Parque Natural Cabo de Gata-Níjar cuenta con una considerable retahíla de playas Poniente Free, ejemplo de ello son la playa urbana de San José o Cala Higuera, una pequeña y recóndita playa situada junto a este pueblo, muy recomendable para quienes huyen del bullicio y prefieren practicar submarinismo más que tomar el sol, pues posee unos fondos marinos de extraordinaria belleza, pero en lugar de arena, encontrará piedras, y tumbarse sobre ellas no será tan agradable.
También es recomendable dirigirse hasta escondrijos tan singulares como Cala Cuervo, situada junto al camping 'La Caleta'; El Barronal, la Cala de la Media Luna o Cala Arena, una pequeña playita de unos 55 metros de longitud y 15 metros de anchura, con arena muy fina y flanqueada, por su lado derecho, por la ladera de la Punta Baja, un singular peñón formado por pequeñas columnas basálticas que parecen haber sido cortadas adrede.
Y, por supuesto, no hay que olvidarse de las playas de Mónsul y Los Genoveses. Esta última no solo es la más conocida y extensa de todas cuantas hay en esta zona, sino que, además, cuenta con un área nudista. Subiendo hacia la zona más levantina de la provincia todas aquellas playas que pertenecen a Carboneras, Garrucha, Mojácar y Pulpí; tanto las urbanas como las más salvajes, son ideales para desparramarse bajo el sol sin miedo a que sobrevuelen peligrosas sombrillas, la arena se meta en nuestros ojos y almuerzos, y las olas nos peguen un indeseado revolcón.
Pero, sin duda, son la Playa de los Muertos y la Cala de Enmedio las que merecen una mención especial. La primera pertenece a Carboneras y la segunda, a Níjar. Son conocidas por el característico color turquesa de sus aguas, por su complicado acceso a través de caminos empinados y barrancos, y por su extremada belleza. Tal es así, que la Playa de los Muertos aparece, frecuentemente, en las listas de las más bellas. Aunque, sin duda, si hay un ránking que encabeza y que no hay que olvidar, jamás de los jamases, es el de ser una de las más peligrosas cuando sopla fuerte el Levante. Para quienes busquen un toque más urbano y familiar, siempre podrán acceder a las playas de Retamar; las de la capital o Almerimar, una de las más conocidas del poniente almeriense que, a pesar de ser menos buscado en estas cuestiones, tiene, también, enclaves excelentes.
Pero cuando sopla el revoltoso Levante, ¡ay, cuando éste "pega"! Este tórrido viento procede del lugar por donde el sol sale –o se levanta– y no es como su opuesto, ya que, si entra con fuerza, no descansa al llegar la noche. Es, probablemente, el más temido por los almerienses, incluso cuando está en calma, pues, aunque deja el mar liso como un plato, es la antesala de una enmarañada ventisca que sopla con virulencia y arrastra un insoportable calor. Si bien puede aparecer en cualquier época del año, la primavera y el estío son las épocas que más le gustan para hacer de las suyas. Un veraneante de manual.
Cuando es el Levante el que se ha despertado con ganas de jarana, y, de nuevo, pasar el día en remojo es algo innegociable, hemos de tener en cuenta que la zona de detrás del Cabo de Gata se picará. Por lo que, en este caso, las tornas se cambian. Si el viento que nos azota viene del este, entonces la mejor opción es clavar la sombrilla cual pica en Flandes en playas como la de San Miguel de Cabo de Gata, La Fabriquilla, El Corralete, Torregarcía y, por supuesto, la extensa y rectilínea playa de Las Salinas de Cabo de Gata, ornamentada con la incuestionables siluetas de la iglesia y las montañas de sal al otro lado de la carretera.
Para quienes busquen un toque más urbano y familiar, siempre podrán acceder a las playas de Retamar, las de la capital o Almerimar, una de las más conocidas del poniente almeriense que, a pesar de ser menos buscado en estas cuestiones, tiene, también, enclaves excelentes.
No hay que dejarse en el tintero el otro viento que, de cuando en cuando, se asoma por Almería. El Siroco viene del sur y suele arrastrar consigo una nube de calor y polvo del Sáhara, cubriendo todo con una película rojiza que, si además le da por traer lluvia, se convierte en barro. Cuenta la leyenda que, para invocar este fenómeno, lo mejor es limpiar el coche el día de antes. Aunque, si el día se presenta con una buena levantaera o ponentá, es probable que debas valorar la opción de quedarte en casa bajo palio y refrescarte con métodos más domésticos o salir a tomarte unas tapas, y dejar lo del chapuzón para cuando el día se presente con mejores aires.
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