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“De perdidos, al río” nunca había sido una decisión tan meditada en Zamora. Lejos de ser una propuesta descabellada y tomada como última opción, es la preferencia para muchos zamoranos en el periodo estival. Ante la carencia de mar, los arenales y praderas en entornos fluviales conforman pacíficas zonas de baño en plena naturaleza que son el refugio elegido por cientos de bañistas cada verano para huir del calor, el bullicio y las aglomeraciones.
Eso sí, el censo oficial de playas de la Junta de Castilla y León solo recoge nueve espacios donde oficialmente está autorizado el baño y sus aguas son consideradas aptas para darse un chapuzón: el Lago de Sanabria, Santa Cristina de la Polvorosa, Milles de la Polvorosa, Villanázar, Villardeciervos, Ricobayo, Burganes de Valverde, Camarzana de Tera y Los Pelambres.
Su nombre no alude a las preferencias estéticas de los bañistas en cuanto a su vello corporal, sino que su denominación está más bien relacionada con el pelo animal y se remonta al Medievo. “El término hace referencia al sitio donde antiguamente se curtían las pieles y la zona terminaba llena de pelos”, resume José Antonio. Él es uno de los dos jóvenes barqueros encargados de transportar viajeros de una a otra orilla del río Duero en un peculiar transbordador de madera.
La barcaza es uno de los últimos atractivos de la playa Los Pelambres, popularmente conocida como el Benidorm de Zamora capital. De un lado, el puente de los Poetas; del otro, el puente de Piedra, y, enfrente, la mejor panorámica de Zamora con el susurro del Duero que a tantos literatos ha inspirado. Una estampa de postal de “la ciudad del alma”, como decía Claudio Rodríguez, en la que mejor se aprecia la belleza de la capital del Románico y su skyline, con la silueta de la Torre del Salvador y el cimborrio de la Catedral -la singular cúpula escamada de influencia bizantina- acaparando todas las miradas.
“Esa hilera de rocas sobre el río se llama zuda, aunque también se conoce con el nombre de azud, y el motivo por el cual se construyó era redirigir el agua hacia las Aceñas de Olivares, molinos que aprovechaban la fuerza del agua para moler trigo, curtir pieles y trabajar con metales, entre otras labores”, explica José Antonio. Es precisamente en el muelle de estos antiguos molinos visitables donde podemos subirnos de forma gratuita a bordo de la barcaza y de unas pintorescas barquitas de remo, como si estuviéramos en El Retiro madrileño, pero sin estar de bote en bote.
Una estampa para enmarcar
La otra diferencia con la capital de España es que aquí, todo sea dicho sin remilgos, el tono verde del agua del estanque tira más a un color marrón tierra chocolate. Una realidad defendida por sus bañistas, más paladines del denostado lodo que del cloro. “Mi hija tenía la piel atópica, se ha bañado aquí todos los veranos y se le ha quitado”, explica Teresa destacando el valor terapéutico del barro en ciertas patologías cutáneas.
Candelas, Luca y Lucía juegan en el agua en la zona delimitada por las boyas amarillas. A pocos metros, Francisco y sus nietos dan pan a las ocas y patos que nadan en la orilla, una práctica cada vez más extendida que trata de evitar Pablo, el socorrista. Según recuerda, dar alimento a estos palmípedos está prohibido por el ayuntamiento. Desde lo alto de su silla de vigilancia, el campo de visión permite contemplar una multitud de escenas. Parece un cuento de Teo.
Grupos de amigos, familias y parejas toman algo en el chiringuito con mejores vistas de la ciudad. Dos niños compiten por ver quién llega más alto en los columpios de la zona de recreo infantil. Los más fit modelan sus hercúleos cuerpos en el parque de calistenia. José y Susana disfrutan de una cerveza a la sombra junto a una mesa de merendero mientras hacen un alto en el camino en su ruta de Cádiz a León en autocaravana: “Una vez que pasamos, vimos la playa desde la carretera y nos encantó”.
Tres vecinos de la capital juegan al chinchón en una mesita plegable: “Como no tenemos mar, ¡pues al Duero!”. A lo lejos, un hombre achica agua de una de las barquitas. Y mientras tanto, María Jesús le enseña a sus amigas su nuevo sombrero de paja. Cada día después de comer, la presidenta del barrio ribereño de La Horta coge sus bártulos, cruza el puente de Piedra “con una buena calorina” y, en quince minutos, se planta en primera línea de playa para pasar la tarde junto a sus amigas de Zamora, Salamanca y Torrevieja. Llevan 50 años viniendo a Los Pelambres a tomar el sol, la sombra, darle al palique, reírse y pasarlo bien, como ellas mismas resumen. “Esto es el paraíso”.
Zamora posee el mayor lago de origen natural y glaciar de la Península Ibérica: el Lago de Sanabria. Un tesoro regalado por el hielo hace -al menos- más de 10.000 años en el que poder bañarte y dejarte sorprender por la belleza y majestuosidad del entorno en cualquiera de sus cuatro playas principales: Custa Llago, Viquiella, Los Enanos o El Folgoso, además del paraje conocido como Rocas Negras.
En todas ellas, se recomienda el uso de escarpines, chanclas o cangrejeras para sortear los cantos de la orilla con mayor comodidad, aunque su uso es prescindible una vez te sumerjas bajo la pureza de sus aguas junto a truchas, gobios, bogas, escallos y bermejuelas.
Es, sin duda, el baño más refrescante que te puedes dar en Zamora después de visitar Puebla de Sanabria -uno de los pueblos oficialmente reconocidos como más bonitos de España-, hacer una ruta senderista en el entorno del parque natural, meterte en la boca del lobo en el centro temático de Robledo, viajar en catamarán o surcar las aguas del Lago a bordo de una pedaleta o un kayak y sentir su inmensidad.
De oeste a este, el río Tera atraviesa la provincia por el norte del terruño dejando a su paso un nutrido reguero de playas donde reina la quietud. Tras dejar atrás el Lago de Sanabria, la extensa playa de Los Molinos, en Villardeciervos (declarado Bien de Interés Cultural), constituye una de las alternativas favoritas de los veraneantes de La Carballeda.
Está enclavada en un entorno privilegiado: la Reserva Regional de Caza Sierra de la Culebra, donde se encuentra la mayor concentración de lobo ibérico. Su arena de playa, su dilatada orilla, su amplia zona arbolada de pinos, robles y castaños, sus merenderos y su bar -con ricos pinchos morunos- lo ponen fácil. Además, cuenta con una amplia oferta lúdica, con embarcadero incluido, donde poder echar la caña para pescar o subir a alguna de las embarcaciones de alquiler en la que navegar por el embalse de Valparaíso.
Siguiendo el curso del río Tera, nos adentramos en la comarca de Benavente y Los Valles, donde encontramos La Barca (en Camarzana de Tera), La Rasera (en Burganes de Valverde), El Hoyo (en Milles de la Polvorosa) o Villanázar, además de La Estacada (en Santa Cristina de la Polvorosa), bañada esta última por el río Órbigo. Cinco auténticos remansos de paz y agua dulce en medio de los bosques de ribera y verdes praderas por donde querrás andar descalzo para sentir el frescor del césped bajo tus pies. «De perdidos, al río». De cabeza.
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