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El sueño estival para los de interior de la Península es un playa de arena blanca en la que alternar chapuzones con paseos, un juego de palas y un chiringuito a mano para refrescarse también por dentro. Ese dolce far niente que apetece en cuanto suben las temperaturas está aquí al lado, tan cerca que es posible escaparse por la mañana y regresar a dormir tras una jornada redonda. Un suculento plan que anticipa las vacaciones y el deseo por alargar la gozosa desidia de no tener nada que hacer.
Es una de las playas más conocidas por los valencianos porque la tienen más a mano que ninguna otra. Ubicada entre La Marina, la parte con más marcha del puerto, y la playa de La Malvarrosa, es un arenal repleto de vida. Entre semana, puedes encontrarte con colegiales que disfrutan de un rato al aire libre mientras toman el bocadillo, turistas hambrientos de buen tiempo y sol y gente de la ciudad que disfruta del privilegio de tener mar y lo exprimen durante el ratito del que disponen.
Si algo distingue esta playa es el característico hotel balneario Las Arenas frente a la playa, que fue un famoso balneario en los años 20, 30 y 40 del pasado siglo muy popular entre los valencianos por sus piscinas, y continúa ahora como hotel de lujo. Su enclave marca el inicio de la playa y el paseo marítimo flanqueado por palmeras que enlaza con La Malvarrosa como siamesas y discurre por el paseo Neptuno, en el que siempre hay un trasiego marcado por la ausencia de prisa. La cadencia del relax.
En esta zona, los restaurantes con vistas al Mediterraneo ofrecen una cocina en las que los arroces son el plato fuerte, acompañados de ensaladas y mariscos. Sentado en cualquiera de las terrazas contemplas las historias que se desarrollan ante tus ojos como si fuese una película. Olvídate del móvil y deja volar la imaginación, hay material suficiente como no aburrirte en horas.
Jarana, voley y mucho selfie, porque si hay algo de lo que presumir es de estar en la playa. Fuera de Valencia, es la más famosa. Siempre hay ambiente, lo que es un imán para quienes disfrutan estando en compañía. Aunque su popularidad quizá se deba también a lucir un nombre tan evocador. Y es que en su día, a mediados del siglo XIX, fue una plantación floral de malvarrosas cuando el botánico francés responsable del Jardín Botánico de Valencia, la convirtió en un gran huerto de flores para producir jabones, perfumes y aceites esenciales.
Su club municipal de voley playa, que también es escuela, es un foco de atracción constante. Raro será que no haya partidos con los que pasar el rato para cuando te aburras de tostarte vuelta y vuelta en la clásica tumbona de rayas azules y blancas o en la toalla. Como la playa es muy ancha, también son habituales los grupos dando pases con la pelota en la zona más cercana al paseo, donde la orilla está demasiado lejos como para tumbarse y se molesta menos al resto.
Para comer y tapear hay multitud de bares y restaurantes. ‘Casa Carmela’ no es solo uno de los sitios favoritos del chef Dabiz Muñoz, sino también para los locales que aprecian su paella auténtica con garrafón, rojet y caracoles. Abierta hace más de un siglo, es una institución en donde la paella se toma con cuchara de madera directamente del recipiente. La chef Begoña Rodrigo de ‘La Salita’ (3 Soles Guía Repsol), recomienda ‘La Alegría de la huerta’, un restaurante a pie de playa abierto desde hace 40 años, que dice encarnar el espíritu de los antiguos merenderos de playa. Raciones suculentas y variedad de arroces, tanto caldosos como secos, y fideuá.
La playa urbana de Alboraya, donde la horchata es leyenda, es la continuación natural de La Malvarrosa. Aquí termina, o comienza, la ruta por las tres playas de alrededor de ocho kilómetros, ideal para los que prefieren que el sol les pille en movimiento. Al estar más alejada del centro, está también menos masificada. Aunque los turistas no se resisten a los bares y restaurantes que jalonan el paseo marítimo tras conquistar lo que antes eran casitas de una planta, pintadas cada una de un color, en las que los vecinos sacaban las sillas al caer el sol y charlaban hasta bien entrada la noche.
Ahora las terrazas sustituyen esas tertulias pero el ambiente de barrio sigue latente. Siempre hay algún vecino que te recomienda un lugar para desayunar o refrescarte con una horchata natural de chufa. A Begoña Rodrigo, que es una de las residentes, le gusta tomarse el café en ‘Tres14’, donde todos los bocados son informales y apetecibles. ‘La más bonita’ es otro de esos sitios para los que ya han tomado suficiente arroz y prefieren una ensalada o una hamburguesa.
En su kilómetro de longitud, hay mucha juventud, a los que no les importa irse un poco más lejos que a bañistas de más edad. También multitud de turistas, que disfrutan del panorama desde las terrazas cóctel en mano. A primera hora de la mañana o cuando se pone el sol, los caballos pasean de un centro ecuestre cercano pasean por la orilla, creando una imagen de postal. Las bicis esperan pacientes que sus dueños se den un chapuzón y se recarguen de vitamina D.
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