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La calma y el agua están aseguradas en la franja noroccidental de Gredos. Incluso en un puente o en vacaciones de verano. Fundamentalmente, aquí uno se cruza con ejemplares de cabra montés que te miran con ojos sorprendidos y echan a correr. Últimamente también se ven algunos ciervos que han llegado desde Cáceres. Con tan pocas personas y tanto espacio por cubrir, a veces resulta que las gargantas, las pozas o las lagunas tienen varios nombres: uno por el que le pone cada cual.
Se llamen como se llamen, la cuestión es que el salvaje oeste acumula muchas de las gargantas y pozas más idílicas y menos transitadas de toda la Sierra de Gredos. Un vergel hídrico que, por otro lado, está repleto de refugios de montaña y viejos chozos de pastores que se han reconstruido. Así, puedes prolongar la aventura enlazando unas gargantas con otras y haciendo noche en la sierra, y así, por la mañana, bajar hasta el coche bañándote de poza en poza.
El Barco de Ávila es el municipio clave para asaltar esta zona, es decir, la cara norte del extremo occidental de la Sierra de Gredos. Es la cabecera de la comarca del Alto Tormes, aunque a su paso por la localidad, el río, más que alto, es ancho. Lo cruza un puente románico de ocho arcos desiguales. Sobre él hubo una torre defensiva que cayó durante las Guerras Napoleónicas; los restos de la muralla del siglo XII o el Castillo de Valdecorneja corroboran que la historia de El Barco no ha sido sencilla. El pueblo está para quedarse a vivir, pero, para ir a las lagunas, es mejor seguir un poco hacia el sur hasta Nava de Barco o Navalguijo, y así ahorrarnos unos kilómetros de trekking.
Las lagunas y los circos glaciares son una de las estampas que más se asocian a la Sierra de Gredos aunque, dadas las dimensiones de este parque regional, tampoco se puede decir que sean una constante de su paisaje. Se concentran fundamentalmente en dos puntos: en la parte central de la sierra, en el Circo de Gredos, a los pies del Almanzor (2.591 metros); y en la zona occidental, al sur de Barco de Ávila y a los pies de La Covacha (2.395 metros). A estas últimas van dedicadas estas líneas.
Las cuatro lagunas de El Barco de Ávila tienen accesos independientes, cada una por su correspondiente garganta, todas repletas de pozas donde parar y darte un baño. Las gargantas y sus pozas sirven sobradamente como destino final de un buen día de monte, especialmente si vamos en familia con niños pequeños. Pero merece la pena empujar un poquito más para alcanzar alguna de estas grandes e impasibles balsas de agua que, rodeadas por paredes de roca que hacen de cajas de resonancia, tienen un embrujo especial.
La Nava de Barco es el pueblo más cercano a las lagunas, aunque si dejamos el coche junto al puente de la Yunta ahorraremos un par de kilómetros. Desde el puente, siguiendo la garganta de Galín Gómez, llegamos a la laguna del Barco, tras salvar 9 kilómetros y 600 metros de desnivel, y un poco más arriba a la laguna Cuadrada. También desde el puente, pero siguiendo la garganta de la Nava, llegaríamos a la laguna homónima tras 7 kilómetros y unos 700 metros de desnivel. Para recorrer la garganta de los Caballeros habría que salir desde el pueblo de Navalguijo para recorrer 13 kilómetros y 800 metros de desnivel. Pero lo mejor de este paraíso es que podemos enlazar todas sus gargantas.
Existe una ruta, a la que popularmente llaman la Ruta de las Cuatro Lagunas de Barco, que nos permite enlazarlas. Se trata de una travesía de 25 kilómetros que arranca en el puente de la Yunta, recorre las gargantas de Galín Gómez y La Nava, e incluye un pequeño desvío para hollar la cumbre de La Covacha. La distancia y el desnivel hacen que solo unos pocos puedan trazarla en un único día. Pero es que, precisamente, la gracia del plan consiste en hacerlo con calma, parando a bañarse y a dormir en alguno de los varios refugios que vamos a encontrar a lo largo del recorrido.
La Ruta de las Cuatro Lagunas de Barco no recorre la garganta de los Caballeros, sino que solo saluda a su espectacular laguna nodriza para, después, cambiar de valle. Cabría la posibilidad de recorrer esta garganta, que en realidad es la más abundante en pozas, si prescindiéramos de una de las otras gargantas de Galín Gómez o La Nava, y si estuviéramos dispuestos a que la ruta total pasara a sumar cerca de 40 kilómetros. Para gustos, los colores: en este paraíso uno puede enredarse sin problemas.
Al inicio de la garganta de La Nava hay un cartel que nos invita a hacer un “viaje al circo perfecto”. Se refiere a que de entre todos los circos glaciares de Gredos, el de La Nava se ha ganado una fama especial por su forma de círculo impecable. En el fondo de este caldero pétreo, a 1.950 metros de altitud, vamos a encontrar una laguna de aguas cristalinas y un azul intenso, que contrasta con un entorno escarpado donde no crece vegetación alguna. No sorprende que al paraje lo llamen el Corral del Diablo.
Este anfiteatro rocoso, de aspecto algo inhóspito, es el premio final a un recorrido en el que, sin embargo, al principio habremos transitado bosques densos de roble, luego paisajes de matorral donde se aparecerá alguna poza y, finalmente, un sendero entre rocas y saltos de agua por el que habrá que ir buscando hitos para no perder el camino. La laguna de La Nava es la más popular entre las cuatro de Barco porque su ascenso es el más corto y mejor indicado. ¿Pero no habíamos venido a jugar?
La dinámica de los paisajes de la garganta de Galín Gómez -o garganta de La Vega- se parece bastante a los de La Nava. Tiene la desventaja de que, al abandonar los bosques y antes de entrar en el reino del matorral, vamos a atravesar un territorio algo incierto donde el camino es confuso y se hace muy útil el GPS. Pero el esfuerzo trae muchas recompensas. Más o menos a mitad de la subida y poco antes de llegar a un pequeño refugio conocido como el Chozo de Anselmo, aparece una poza con cascada que bien valdría como destino final a la ruta.
Si seguimos hacia arriba, a la altura del chozo, el camino se aparta del curso del río porque se vuelve impracticable. Por suerte no dejaremos de verlo y en el receso nos acompaña la imagen y el sonido de la espectacular cascada de la garganta de La Vega y, cuando la superamos, entramos en un paraíso con forma de humedal de alta montaña. Puede que la laguna del Barco -o laguna de Galín Gómez- no sea “el circo perfecto”, pero la aproximación a esta masa de agua, recorriendo un kilómetro de prados con la banda sonora del croar de las ranas, es una de las grandes experiencias de la Sierra de Gredos.
La laguna del Barco, a 1.790 metros de altitud, es la más grande de las cuatro occidentales, aunque con trampa -está represada-. Junto a su orilla hay un buen refugio de tamaño considerable, con chimenea y un par de mesas-cama; es el punto más adecuado para que pernocten los que hagan la ruta completa de las cuatro lagunas. Aunque este circo glaciar es más abierto que el de La Nava, también deja con la boca abierta, especialmente por cómo lo domina la imponente cumbre de la Azagaya. Cuesta creer que en mitad de esa pared de roca haya otra pequeña laguna encajonada en una repisa: la laguna Cuadrada.
La laguna Cuadrada, a 2.080 metros de altitud, es la más pequeña e inaccesible de las lagunas occidentales de Gredos. Por eso también es una de las sorpresas más gratas de la Ruta de las Cuatro Lagunas de Barco. Está de camino a la portilla que sirve de llave de la ruta: el collado que nos permite cambiar de valle, al de la garganta de Los Caballeros, y que da acceso al pico de La Covacha, que con 2.395 metros de altitud es la reina de la zona occidental de Gredos. El tramo entre la laguna Cuadrada y la portilla es duro físicamente y tiene alguna trepada, pero no es peligroso. Una vez en la portilla, subir a la Covacha solo supone un pequeño y sencillo desvío de unos 200 metros.
Desde La Covacha tenemos unas vistas fantásticas a toda la Sierra de Gredos, con los dos picos más altos del Sistema Central a cada lado: el Almanzor, a oriente, y el Canchal de la Ceja, al noroeste. Subiendo, uno se ha ido imaginando que desde la cima se verá una postal fantástica de las dos lagunas que acabamos de dejar atrás. No es el caso. Pero no hay que desesperar: si caminamos un par de decenas de metros por la línea de cumbres en dirección occidental, vamos a tener nuestro merecido premio.
De vuelta a la portilla, si nos vamos a atrever con la gran ruta circular, es hora de poner rumbo hacia la laguna de Los Caballeros, a la que hay que descender por un canchal que hay que tomarse con calma. A gusto propio y del de muchos, es la laguna con más encanto de las cuatro. No es tan grande como la de Barco ni tan perfecta como la de La Nava, pero sigue virgen, sin presa, de manera que su caudal apenas oscila y sus orillas se mantienen verdes, en buena sintonía con los prados que rodean la masa de agua. A 2.000 metros de altitud, es uno de los lugares favoritos de la cabra montés.
La llamada Ruta de las Cuatro Lagunas de Barco, una vez alcanza la laguna de los Caballeros, vuelve a ascender suavemente en dirección la laguna de La Nava. Lo hace a través de un bonito paraje conocido como el Barrerón de las Hoyuelas, un pequeño altiplano donde nace el arroyo Fuente del Ronchito, que es uno de los artífices de la belleza hídrica de la garganta de La Nava. Siguiéndolo, conseguimos una de las estampas más interesantes de su laguna, cuya forma circular luce mejor desde las alturas. Para cerrar el circuito, solo tendríamos que seguir el curso del agua hasta Nava del Barco, pero cabe una bonita manera de complicarse la vida.
La garganta de los Caballeros es una de las rutas más espectaculares de toda la Sierra de Gredos: un festival de pozas de cuento donde muchas son perfectamente accesibles para bañarse. A decir verdad, para disfrutarla no es necesario complicarse la vida, al menos en su tramo final: entre su desembocadura en el río Tormes, junto a Llanos del Tormes, y la zona de baño del merendero de Navalguijo, la garganta discurre en paralelo a una carretera. Sin embargo, el tramo prohibido al coche se reserva las zonas de baño más especiales.
Por eso, desde la repisa en la que estábamos asomándonos a la laguna de La Nava, una vez hemos disfrutado de la estampa de ese “circo perfecto”, podríamos volver a la laguna de los Caballeros para descender toda su garganta, en una ruta de 13 kilómetros que bien merecería un capítulo aparte.