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Con sus cuatro kilómetros de arenal como referente del turismo de sol y playa en la provincia, Sitges es uno de los rincones preferidos de los barceloneses durante los meses de verano. Sant Sebastià, Ribera, Barra o d’Aiguadolç son algunas de las más codiciadas por su amplitud y marcado carácter familiar, aunque también cuenta con alternativa para quienes prefieren practicar el naturismo en las tres calas que componen la playa de Balmins.
Sin embargo, el antiguo pueblo pesquero cuenta con otros atractivos además de su arena dorada. Desde un casco histórico que combina los diferentes estilos arquitectónicos que se han desarrollado en el municipio -la barroca Parroquia de Sant Bartomeu i Santa Tecla desde la que se tiene una de las mejores panorámicas de Sitges; su ayuntamiento gótico, o el Museo Becardí y el Mercat Vell, de estilo modernista- y que se pueden reconocer en un agradable paseo, hasta las innumerables muestras de la cultura ligada a la localidad, con especial protagonismo al Festival Internacional de Cine Fantástico, que tiene en el Museo del Cau Ferrat uno de sus mejores ejemplos al acoger pinturas de Santiago Rusiñol o Picasso.
La comarca de Berguedà, con su capital, Berga, como principal estandarte, se está convirtiendo poco a poco en uno de los referentes del turismo responsable de la provincia gracias a una reconversión con la conservación del ecosistema y la cultura como punta de lanza. Las pozas que genera el Llobregat a su paso por la localidad y las decenas de actividades disponibles en el embalse, como el barranquismo o los paseos en piragua, hacen que estas aguas sean de las más populares cuando el calor aprieta en este rincón de Cataluña.
Sin embargo, la pasión que se siente en relación a la naturaleza se traslada también a la defensa del legado arquitectónico e industrial de la zona. El monasterio de Sant Llorenç se ha convertido en la sede de uno de los dinamizadores del legado histórico del Berguedà: la Asociación Civitas Cultura. Ellos son los encargados, también, de gestionar las visitas a la a iglesia románica de Sant Quirze de Pedret, que alberga reproducciones de las pinturas prerrománicas que se encontraron en la iglesia y está a tiro de piedra de las mencionadas pozas y de la Vía Verde del Llobregat.
En cuanto a ese pasado industrial, el Museo de las Minas de Cercs muestra por qué muchos empresarios decidieron llevar sus factorías a esta zona de -casi- inagotables recursos hídricos. Siguiendo este vínculo, un antiguo convento y escuela que formó parte de uno de estos núcleos industriales ha vuelto a la vida con 'Konvent', un centro de arte y cultura para artistas de la escena alternativa.
En mitad de la tranquila comarca de Osona, rodeada por paisajes fantásticos por los cuatro costados que van desde la calma del mediterráneo a las alturas del Pirineo, se yergue la localidad de referencia de esta zona de la Barcelona: Vic. Sus calles narran una historia que se remonta dos milenios, cuando el imperio Romano dominaba estas tierras y dejaron como testimonio el conocido como Templo Romano. Se trata de un edificio muy singular y desconocido hasta hace no mucho tiempo, ya formaba parte del castillo medieval de los Montcada y no se supo de su existencia hasta que se llevó a cabo una obra a finales del siglo XXI. También merece la pena acercarse a la catedral, de estilo neoclásico y con elementos románicos, góticos y barrocos, o pararse a admirar las diferentes iglesias y conventos que salpican el trazado de Vic.
Su marcado carácter comercial es uno de los elementos distintivos que ha marcado su historia y que aún se puede palpar hoy en día. Como ejemplo paradigmático el mercado que se celebra cada martes y sábado en la Plaza Mayor, donde decenas de comerciantes venden sus productos de proximidad -mención especial merecen los dedicados a la trufa, producto insigne del municipio-, y charcuterías y colmados centenarios en los que hacerte con embutidos singulares como la botifarra d’ou o el salchichón trufado.
En cuanto a sus restaurantes, no extraña que estando rodeados de algunos de los productos más populares de Cataluña hayan aparecido restaurantes que los tratan de la mejor forma para hacerlos subir de nivel. Tal es el caso de ‘Thymus’, regentado por Jordi Coromina -propietario también de ‘L’Horta’ (Recomendado por Guía Repsol)-, donde la huerta asume el protagonismo y los comensales queda entusiasmado gracias a la técnica aplicada y el empleo de encurtidos y fermentados. En caso de buscar una velada más desenfadada, en ‘El Gravat’ son especialistas en tapas creativas, como su taco de pollo asado con trufa o la serviola con mantequilla de trufa y rúcula, que no dejan indiferente a quien las prueba. Aprovecha y pon el broche de oro a la jornada con un buen trago en la terraza de ‘Vermutería del Clot’, done siempre encontrarás una novedad en su carta de vermús.
A estos tres municipios del Alt Penedès les une la tranquilidad del interior catalán y una naturaleza de cuento por la que discurren los ríos Mediona-Bitlles, Lavernó y Anoia formando el conocido como Camí del Riu. Es en el primero, Sant Quintí de Mediona, donde los bañistas de agua dulce encuentran su destino estival favorito en los famosos pèlag -término empleado en la zona para denominar a las pozas que se crean en el río- del entorno. Pero la diversión no queda en el medio acuático ya que el parque de ‘Les Deus Aventura’ anima a toda la familia a subir a los árboles para cruzar sus puentes tibetanos y tirolinas que se distribuyen por el bosque, o llevar a cabo una ruta espeleológica por la gruta de Les Deus, sumergiéndote en la profundidades de la roca calcárea tan propia de la zona.
En el caso de Mediona, además de estas virtudes naturales, el castillo medieval románico del siglo X aporta una dosis de historia a la jornada. De los restos que aún se conservan entre la espesa vegetación destaca la capilla del siglo XII de la iglesia de Santa María, cuya ampliación se llevó a cabo en estilo gótico, en la que se llevan a cabo exposiciones y conciertos, o el ábside templario del siglo XIII.
Además y para quienes quieran descansar en un espacio en el que cultura y entorno se den la mano, ‘HD Riudebitlles’, ya en Sant Pere de Riudebitlles, el artista David Ribas gestiona uno de los alojamientos rurales más encantadores de la comarca, con tres habitaciones en las que sus obras se intercalando con una nutrida biblioteca y a apenas unos metros de los pèlag del municipio y diversos molinos que merecen una visita.
A menos de una hora de la capital de la provincia se ubica Granollers, una ciudad ecléctica en la que las diferentes etapas por las que ha pasado la ciudad se combinan en su trazado. Existen tres tipos de recorridos para conocer a fondo el legado de cada una de estas vidas del municipio: la ruta medieval, con La Porxada y la iglesia de Sant Esteve como elementos que mejore representan esta edad, aunque ambos han sido rehabilitados; la ruta modernista, en la que se puede apreciar la impronta del arquitecto Manuel J. Raspall en varios inmuebles, y la ruta de los bombardeos, que deja entrever los estragos, aún hoy en día, de la Guerra Civil en sus calles.
Como reclamo turístico singular, los mercadillos de Granollers son conocidos en toda la provincia por su variedad. Uno de los más populares es el mercado de anticuarios que se organiza el segundo y el último sábado de cada mes en la plaza Plaça Josep Maluquer i Salvador, en el que se pueden encontrar desde jueguetes y objetos de coleccionismo hasta mobiliario vintage.
Merece la pena dejarse seducir por alguno de los tres restaurantes más carismáticos del pueblo, ‘La Fonda Europa’, ‘El Trabuc’ y ‘Taberna d’en Grivé’ (todos Recomendado por Guía Repsol), y degustar alguna de sus recetas de gastronomía catalana típica como sus diferentes cap i pota, paellas con personalidad propia o platos en los que la trufa cobra protagonismo. No olvides probar el rajol, postre típico del municipio a base de hojaldre, crema de cacao y relleno de trufa y praliné de avellana, que hará las delicias de los más golosos.
Las aguas termales que brotan en el Caldes de Montbui han articulado la vida de sus habitantes desde tiempos de la presencia romana en la comarca. Fueron ellos quienes crearon una estación termal aquí en el siglo II a.C. -de la que aún queda una de sus piscinas-, aunque fue entre los siglos XVII y XVIII cuando los balnearios comenzaron a ser más populares en la zona. De hecho, hoy en día siguen siendo motivo de peregrinaje al municipio los tres que mantienen sus puertas abiertas ‘Broquetas’ -con una nostálgica pátina art déco-, el ‘Vila de Caldes’ y las ‘Termes Victòria’.
Aunque esta no es la única de las virtudes de estas aguas que brotan a 74 grados del caño de la Font del Lleó desde hace 500 años. Aquí los peleteros, los toneleros y los fabricantes de cestas reblandecían sus materiales gracias al calor del agua e incluso los carquinyolis, un biscote típico del pueblo, como los de la mítica pastelería ‘Casabayó’, se valen de estas aguas curativas para su dulce elaboración.
Caldes de Montbui también se ha ganado buena fama para los amantes de la gastronomía gracias a establecimientos como ‘Mirko Carturan’, ‘Robert de Nola’ o ‘Ca Na Madrona’, donde degustar platos que beben de la tradición catalana aunque con un punto de vanguardia.
Si te gusta lo medieval, Mura te traslada de un plumazo a la época. Su casco antiguo, lleno de casas antiguas y pequeñas plazas, parece estar ambientando una película de caballeros en cada calle. Como imprescindible se alzan la Iglesia de Sant Martí, de estilo románico y con tres naves, y la ermita de Sant Antoni, a un paseo de 200 metros del municipio.
Tras el paseo, nada mejor que adentrarse en el Parque Natural de Sant Llorenç del Munt y el Obac que rodea la localidad y dejarse maravillar por el paisaje. Sus senderos llevan a diferentes fuentes y saltos de agua que refrescan la caminata y, si las precipitaciones lo permiten, crean alguna poza en la que darse un chapuzón.
Son dos pueblecitos, en un único municipio, de La Garrotxa barcelonesa. El más grande de ellos es Rupit y desde su llegada, cruzando el puente colgante que atraviesa la riera, ya enamora al visitante. Ya en su trazado, los aires del medievo se respiran en cada esquina gracias a la conservación del casco histórico. A lo largo de sus empinadas calles se suceden las casas de época -ya que muchas se construyeron entre los siglos XVI y XVIII- y coquetas plazas como la Mayor o la Cavallers que no aumentan esta sensación de anacronismo. Además, desde aquí parten varias rutas de senderismo como la del Salt de Sallent, que lleva hasta el salto de agua más alto de toda la comunidad autónoma.
Pruït, en cambio, es mucho más pequeño aunque destila el mismo encanto. Como puntos imperdibles están su plaza y la Iglesia de Sant Andreu, de estilo románico y construida en el siglo XII, o, ya a las afueras, la ermita románica de Sant Llorenç Dosmunts.
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