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De hecho, esta localidad está en Andalucía. Según las estadísticas, el pueblo donde más llueve en España es Grazalema, en la serranía de Ronda, uno de los maravillosos pueblos blancos de esa ruta. “Aunque cada vez llueve menos. Personalmente, creo que la lluvia es un atractivo, una alegría, aunque antiguamente a nuestros mayores les complicaba la vida, quizá haciéndola más dura”, comenta Ana Zapata, técnico de Turismo del Ayuntamiento de Grazalema. Un ayuntamiento que hace tiempo que presume de ser el más lluvioso.
Esta villa, que le debe tanto al río Guadalete, está en el Parque Natural de la Sierra de Grazalema, reserva de la Biósfera desde 1977; sus cascadas y senderos son un espectáculo gracias a que las lluvias -que habitualmente empiezan en septiembre y acaban en mayo- convierten el entorno en un vergel para los amantes del turismo verde y del agua. En los alrededores de Grazalema, el pinsapo, el único árbol que sobrevivió a la glaciación alpina, es el rey. Pero también los molinos que aportaron supervivencia a la serranía en los siglos pasados.
Además de naturaleza, conviene darse un buen paseo por el casco urbano, declarado Conjunto Histórico. Como ya nos contaba Nacho Corbacho, “destacan diferentes iglesias -como la de estilo barroco de Nuestra Señora de la Aurora-, pero también una calzada medieval y un lavadero público con 16 pilas, que es uno de los rincones más sorprendentes de un pueblo en el que hay huellas de asentamientos prehistóricos, como el dolmen de la Giganta”.
En Galicia era habitual toparse con conversaciones en las que Vigo y Santiago de Compostela se culpaban de ser las ciudades más lluviosas, mientras ahora presumen cada vez más de ello. Pero es un pueblo de Pontevedra, Fornelos de Montes, el más pluvioso. Y lo cuentan en el ayuntamiento de este pequeño municipio, desconocido para mucha gente, entre el caudaloso río Oitavén y la Serra do Suído, donde castaños y robles forman bosques centenarios que dan cobijo a las meigas. Además, el Oitavén es el río por excelencia del pantano de Eiras.
A creer en la magia de los bosques de Fornelos ayuda el hecho de que entre sus árboles y senderos se encuentren los restos de un antiguo acueducto, conocido como acueducto Monte da Cidade, en la senda de la Fraga do Barragán. También hay un castro romano. Pero si, además, quieres seguir alimentando tu espíritu con lugares húmedos de este entorno, lo mejor es patearse la sierra del Suído, donde te vas a topar con una de las cascadas más hermosas de Galicia, la de Fervenza de Casariños.
Ya que estamos en el Atlántico, vamos hacia arriba y a la derecha, persiguiendo los pueblos donde el verde nos estalle ante los ojos y podamos mantener la sensación de que el musgo nos crece en la piel. De Galicia a Asturias. Y aquí hay sus más y sus menos sobre dónde es el lugar más lluvioso -ojo, no se discute cuál es el sitio más húmedo-. Cangas de Onís, Covadonga y Llanes suelen ser muy citados por su pluviosidad, pero es que en este tramo todo es verde, húmedo, rabiosamente hermoso y lleno de misteriosas nieblas que envuelven las montañas.
Son los Picos de Europa enfrentados al mar quienes sirven de barrera para que se formen las nubes, cargadas de lluvia; las paredes rocosas, puntiagudas, retienen la húmedad y el campo verdea incluso en agosto, aunque en los últimos años haya habido semanas de julio y agosto de calor y ausencia de lluvias nunca vistas.
“Sí, los últimos agostos han sido diferentes. Pero la lluvia sigue siendo un placer, como en este mes de junio. Estamos preparados para esos días. Los niños -y adultos- siempre tienen a su disposición lugares como el aula didáctica del Reino de Asturias; el Museo Jurásico, el centro de Tito Bustillo o la visita a las queserías”, explica Oliva, una de esas personas de Turismo con las que es un placer hablar cuando llegas a Cangas de Onís.
Que el turismo de naturaleza y húmedad es ya un valor claro en Cangas de Onís y alrededores es una realidad, pero aunque la gente va buscando una escapada de las tierras secas, “pese a la mentalización y el agradecimiento a la humedad, es inevitable que quienes quieren subir a los Lagos de Covadonga, por ejemplo, sientan frustración si hay niebla o llueve mucho. Pero sí, la percepción que tenemos es que la gente cada vez lo entiende más y mejor”, remata Olivia, quien aconseja no llegar nunca sin una sudadera y un chubasquero.
Cangas le debe mucho a los Picos, pero su brazo de vida es el río Sella, ayudado por su afluente, el Güeña. Los lagos, el parque Nacional de los Picos, el santuario de Covadonga o la leyenda del rey Pelayo -si es que fue rey- forman parte del ADN nacional. Y hay otros placeres, como el descenso del Sella en canoa -conocido internacionalmente- o el queso Gamoneu -camino de ser famoso fuera de España- que alegran la vida a todas las rutas verdes que se emprendan por la zona.
La “muy noble y leal villa de Llanes”, la marinera, disputa a Cangas y Covadonga lo de territorio más lluvioso. Y verde. Pero es que Llanes es mucho Llanes. Los pueblos y aldeas de sus alrededores, a los pies de los Picos de Europa, no tienen desperdicio. Es un concejo extenso, donde es difícil escoger parroquias.
Aunque es hermosa, en verano es mejor esquivar el centro y perderse por pueblos como Colunga, Ribadedeva, Onís, Arriondas, Lastres, Cillorigo, Santa Marina, Cabrales, Peñamellera o Ibio. Aunque Lastres y Colunga son de las que más secretos desvelados tienen -desde las huellas de dinosaurios a las playas de Colunga, de ensueño-, si tienes oportunidad, es mejor dosificarlos todos. Honestamente, no sabemos cuál recomendarte, porque son verdes, con una naturaleza increíble, playas para recordar... Es difícil comer mal en cualquier sitio.
Entrar por el Puerto del Escudo al Valle del Pas y lanzar aquello de “¡qué verde, es increíble”, seguido de “parece un belén, ohhh” a las vista de los invernales de los pastores colgados en las montañas es, todo uno. El valle del Pas es uno de los lugares con mayor pluviosidad de Cantabria -a menudo, el que más-, aunque hay otros pueblos como San Felices de Buelna o Los Tojos que no le van a la zaga. Pero hay que escoger y la Vega del Pas lo merece.
En el valle, con capital en la Vega, además de enamorarte y elucubrar con algún cabañal a la vista en la que te harías una casita -cada día más protegidos esos invernales-, se practica el senderismo y se compran los mejores y auténticos sobaos de la zona, los originarios, el orígen de toda esa industria de referencia basada en la leche y la mantequilla pasiega.
Después de un día triscando por montes y valles, puedes rematar la jornada en uno de los museos más curiosos e interesantes del territorio, el de las Amas de Cría. De esta Vega, no hace aún ni un siglo, salían las mejores amas de cría contratadas para amamantar a los reyes de España o a los duques de Alba.
Los valles Pasiegos, además del verde en cientos de tonos y sus pueblos recogidos, tranquilos, encierran también una colección de casonas y casas palacio para descubrir que son un placer. Es obvio que los grandes señores sabían dónde levantar sus casas. Y otra cosa, además del museo de las Amas de Cría o los palacios, dad las gracias a una mañana y una tarde de lluvia que os permita echar un vistazo al museo de las Tres Villas. Modesto, pero muy curioso y recomendable para explicar a los niños cómo vivían hace muy poco los pasiegos.
Está comúnmente aceptado que Grazalema y algunos de los pueblos húmedos hasta aquí citados es donde más llueve, pero las cosas van cambiando en los últimos tiempos. Un pueblecito de Navarra, de poco más de un centenar de habitantes, Arruazu, tiene que ser incluido entre los sitios donde el musgo reina. Según informes del Instituto Nacional de Meteorología a principios de estos años 20 del siglo XXI, este lugar es de los más lluviosos. O el más.
“Arruazu es un pueblo bonito y agradable, muy accesible desde la autovía de la Sakana. No tenemos un recorrido turístico en el monte todavía. Los últimos años estamos recuperando los pastos de alta montaña, estamos creando nuevas dehesas de bosque autóctono y quitando lo poco que queda de roble americano y pino. Nuestro bosque, que es comunal, y por tanto de libre acceso, está lleno de hayedos y robledales, con fresnos, castaños, bojs y demás flora autóctona. Lo es así en la mayoría del bosque navarro y por supuesto el de nuestro valle, Sakana o Barranca, que está ubicada entre dos sierras con sendos parques naturales: la sierra de Urbasa-Andía y la sierra de Aralar”, responde Gorka Ovejero Ganboa, un notable amante del lugar, entre otras cosas porque es su alkatea -alcalde en euskera-.
Pero Gorka no exagera sobre lo hermoso, pequeño y especial del lugar, donde el gran turismo no ha arrasado. “Desde nuestro pueblo subimos a la ermita de San Miguel de Aralar el tercer domingo de agosto, junto con vecinos de Lakuntza y Uharte Arakil, cada cual desde su pueblo. Se denomina Lakuntzako Pertza y se come la morcilla de la zona. Es una fiesta organizada por el pueblo de Lakuntza al santuario de San Miguel de Aralar, patrón custodio de Euskal Herria, que está ubicada en lo alto de Aralar, perteneciente al ayuntamiendo de Uharte Arakil. Nuestra zona es bastante húmeda y conocida por los aficionados a la micología, que gustan de recoger las setas de primavera, el ontto beltza u hongo negro, el gorringo y una gran variedad de setas”.
Tras estas sugerencias, ¿a quién no le apetece pasear por Arruazu o subirse a sus montes? Navarra es una de esas comunidades únicas, recogidas y con tanto por descubrir… en verde y naturaleza. Gorka termina recomendando hacer la ruta de los dólmenes de Etxarri Aranatz, además del senderismo por Aralar y Urbasa. Y todo en naturaleza rebosante, húmeda y repleta de bosques.
El Pirineo no solo se disfruta con nieve. Si quieres húmedad, pero prefieres ahorrarte las lluvias, Canfranc es uno de los lugares que mantiene el verde dada su privilegiada situación. También a que tiene el honor de ser considerado lugar mítico, con ecos lejanos de las leyendas de frontera; la estación ha dado mucha literatura e historia. Es atracción para el turismo ilustrado, soñando con espías, guerras y literatura, pero también para el disfrute de la naturaleza. Y todo el año.
Como nos cuenta Esmeralda Gayán, “la Estación Internacional de Canfranc, último vestigio de la conexión de Aragón con Francia a través del Pirineo aragonés, alberga en su interior, sueños, misterios, historias de contrabando y espías. Por ella pasaban los judíos que huían de los alemanes en la segunda guerra mundial y en sus vagones viajaba el oro procedente del expolio nazi o el wolframio español”.
Aunque está vinculada a la nieve, Canfranc y sus alrededores -Jaca es el más notable- son un lujo de naturaleza exuberante todo el año para los amantes de la montaña y las rutas senderistas, además de para aficionados del arte románico y gótico. Hay actividades para satisfacer todos los gustos y los Pirineos lo merecen.
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