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Lorca fue, junto con Béjar, Sagunto y Tui, la última ciudad en incorporarse a la Red de Juderías de España. En plenas fiestas de Janucá, recorremos una ciudad que reivindica con fervor su pasado sefardí; historias y rincones no le faltan. Carácter y luz, tampoco.
La arquitectura barroca de piedra caliza casi ámbar, los cielos habitualmente de un azul intenso e inmaculado y la impresionante llanura que rodea Lorca hacen del amanecer y el atardecer en esta ciudad un momento mágico. La mañana avanza lenta en las calles de la localidad y la pequeña plaza frente a la iglesia de Santa María resulta un balcón perfecto para pararse a observarla.
"Debajo de nuestros pies se encontraba la mezquita aljama -la mezquita mayor del lugar-", comienza Jay Ruzafa, guía oficial, estupenda anfitriona, y orgullosa lorquina. Se trata de una iglesia-fortaleza, señal del carácter fronterizo de la Lorca medieval, y su portada refleja la "bonanza económica que vivió la ciudad en torno a los siglos XVII y XVIII". A pocos metros de esa portada, una vecina barre la puerta de su casa, escuchando una historia que seguro ya ha oído otras veces, mientras el grupo se adentra en el templo.
Resulta imponente la gran nave donde el gótico levantino, con sus motivos vegetales -hojas de cardo, por ejemplo-, se hace aún más evidente. Allí, en el espacio diáfano con el colorido camarín a la derecha, Jay empieza a relatar algunas de las vidas del lugar. Tras la Guerra Civil entró en una decadencia total, y décadas más tarde fue dañadísima en el desastre de 2011. "Todo sufrió las consecuencias del terremoto, la falla va de Alhama a Andalucía y cruza el pueblo entero", explica Ruzafa; pero lo cierto es que en el caso de Santa María el daño fue de tanta gravedad que en 2011 hubo que acometer obras de emergencia para evitar su colapso.
Donde antes se encontraba el altar mayor ahora se puede apreciar un aperitivo del futuro Museo Medieval de Lorca, próxima funcionalidad del templo, y sobre nuestras cabezas, la crucería gótica luce completamente restaurada. Una escalera de caracol sube al camarín del XVII en el que "se han restaurado las pinturas originales" y desde ahí la panorámica es aún más sobrecogedora. Con esa imagen en la retina, el grupo va saliendo de la nave. De frente otra vez la ciudad de Lorca, con sus casas en primer lugar, sus amplias huertas en segundo, y la sierra de Almenara ocultando el Meditérraneo.
Un par de minutos a pie separan Santa María y San Patricio, el templo más importante de la ciudad, situado en la Plaza de España. Una hilera de árboles cítricos enmarcan una "típica plaza barroca" en la que sería un pecado no sentarse un momento. Bajo sus copas paramos y observamos: a la izquierda se encuentra el Ayuntamiento, antigua Cárcel Real. El edificio, ejemplo del barroco civil que prácticamente define la ciudad, está coronado por las imágenes de la Caridad y la Justicia. "El concejo será para el pueblo lo que es José para el Niño Jesús", entona Ruzafa mientras señala la escultura del santo y su hijo adoptivo en el centro de la composición.
A la derecha se alza imponente el Palacio del Corregidor de 1714, y las Salas Capitulares, "coronadas por San Patricio, que perdió la cabeza en el terremoto", desliza Ruzafa indicando la imagen ya reparada. Casas familiares ilustres del XVIII y XIX quedan a nuestra espalda y, enfrente, la antigua colegiata del XVI que, a pesar de no tener ese título, conserva un poderío del que carece una iglesia al uso. "Es Monumento Histórico-Artístico desde 1941", escuchamos mientras la comitiva se aproxima a la portada del templo.
Antes de entrar, la guía dibuja una imagen pintoresca del lugar: "todos los 17 de marzo (día de San Patricio) en la plaza donde nos encontramos se homenajea al pueblo irlandés, tocando su himno e izando su bandera frente a una representación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado". Se trata de una tradición con más de 50 años de antigüedad y no extraña a los lorquinos, pues el agradecimiento a San Patricio es una constante en su historia. ¿El motivo? Una batalla ganada los musulmanes un 17 de marzo de 1452.
En el interior de San Patricio, la imagen de San Clemente, patrón de Lorca, luce su manto dorado elaborado por las diferentes bordadoras del pueblo y la cruz de cristal de roca refulge en el altar mayor, esta misma tarde se sacará en procesión y Marcos, vecino de Lorca, aguarda ilusionado. Agujeros en la pintura del altar remiten a la Guerra Civil y aquí y allá se observan restos de dibujos, y policromías recuperadas hace muy poco. "Se han podido recuperar murales originales del XVI, antes del terremoto no sabíamos que esto existía", se vuelve a a asombrar la guía, explicando que con cada epidemia se daba una capa de cal a las paredes, tapando las pinturas. Vecinos entran a ver al recién restaurado San Clemente, en la sacristía descansan las ropas del párroco y un gran bote de gel hidroalcohólico aguarda junto al retrato del Papa Francisco. Se trata de un templo vivido, querido por los lorquinos y que, con toda probabilidad, todavía no ha dado su última sorpresa.
De vuelta al resplandeciente sol de la Región, toca acercarnos a la Plaza del Caño. Asoma desde la Plaza de España en una de esas esquinas ante las que hay que parpadear dos veces -"Cuenta el mítico origen romano de la ciudad: Elio y Crota sujetando los escudos de la ciudad y de Castilla"- explica Ruzafa. Frente a esa esquina, la puerta lateral del ayuntamiento constituye un mirador inmejorable de la portada de San Patricio. "La Virgen del Alcázar, primera patrona de Lorca, San Clemente y los obispos" capitanean en una fachada que a estas horas del mediodía parece bañada en oro líquido.
Los edificios amarillos y blancos, los balcones de forja y las cúpulas de pequeñas iglesias asomando entre las fachadas de las casas hacen de callejar por Lorca un placer en sí mismo. Según explica Ruzafa, la depresión económica que sufrió Lorca en los 70 ayudó a mantener el patrimonio, a evitar que se llenara todo de edificios de aluvión. Caminando por sus preservadas calles llegamos a 'Casa Roberto', emblema gastronómico de la ciudad.
La chef Alejandra Rodríguez, de 28 años, ha heredado la profesión de su padre y es tanto su orgullo que se emociona al hablar de su cocina. "Es humilde, de sierra, de aprovechamiento", cuentan, antes del desfile de sabores intensos y elaborados. El contundente paté de cordero segureño al Pedro Ximénez fue su apuesta para la última edición de Gastronomika, la original alcachofa con bombón de foie y aire de trufa fue la elegida para Madrid Fusión. El zaragollo murciano, que no podía faltar, y un espectacular tomate con bonito salado cerraron junto con caldo de azafrán y pelotas -carne picada de pava-, los primeros pases. Tras un arroz y pava al punto perfecto, una carillada de chato murciano con parmetier de patata y boniato -"es la mejor que he probado nunca", se oyó en la mesa- llegó la tortada lorquina: un bizcocho bañado en almíbar, rellena de crema pastelera y cabello de ángel y cubierto de merengue.
Luego subiremos a la fortaleza de Lorca pero, primero, para hacer la digestión, toca una incursión en la Semana Santa lorquina, fiesta de Interés Turístico Internacional desde 2007. "La Semana Santa de Lorca es de celebración, no de recogimiento", resume con tino nuestra guía. Aquí las imágenes aparecen en mantos bordados de jinetes y todo se articula a través de dos cofradías rivales: el Paso Blanco y el Paso Azul. El Museo del Paso Blanco tiene tres zonas principales: la capilla del Rosario -con su Virgen de la Armagura-, el espacio central, con vitrinas que protegen los impresionantes mantos bordados, y una zona VIP donde se encuentra, según el presidente, Ramón Mateos, "la Capilla Sixtina del bordado".
"Enseñar la Biblia a la gente que no sabía leer". Esa fue la motivación primaria de esta celebración que, a día de hoy, resulta verdaderamente impresionante. Los mantos también visten las grupas traseras de los caballos de Mahón, que traen expresamente para las procesiones cada año. El origen de esta tradición se sitúa en el siglo XIX, cuando la desamortización de Mendizábal "dejó la ciudad sin imágenes". Es una historia que cuentan al alimón Jay Ruzafa y el presidente del paso, mientras coloridas escenas bordadas nos retrotraen a diferentes civilizaciones hasta que llegamos a la muerte y resurreción de Jesuscristo: la historia del rey David, la caballería del rey Salomón, el libro del Apocalípsis de San Juan.
Según Ruzafa y Martos, el bordado erudito salió de las iglesias, pasó por las casas de los pudientes y finalmente llegó a las confradías. A día de hoy, 12 bordadoras trabajan a jornada completa para el Paso Blanco, con el objetivo de estrenar un manto cada año. Alguno de los que se guardan en la "zona VIP" del museo, se tardó en bordar casi 20 años. Cuando lo ves de cerca, se entiende todo.
Para conocer la Semana Santa lorquina en conjunto, hay que visitar también la otra perspectiva: el Paso Azul. Aquí también bordan mantos para jinete y caballo, pero el estilo del museo y de los bordados es tan distinto que cualquiera puede distinguirlos. El patio interior del edificio que acoge este museo invita a quedarse un rato más, una de las paredes está cubierta por fotos de vecinos de Lorca disfrazados de civilizaciones lejanas, y hay cuadros del Prado en los caperuzos de los nazarenos. Un manto que lleva saliendo en procesión desde 1904 y todo un relato sobre la cultura egipcia, griega y romana.
Todo esto alberga el Museo Azul de Semana Santa (MASS), donde siempre se encuentran dos o tres exposiciones temporales, y aún se conservan restos de pinturas de cuando el edificio era un convento de franciscanos. También con sus propias bordadoras, la temática del Paso Azul se centra más en otras culturas que en la temática religiosa, como bien muestra uno de los últimos bordados, de 2015, donde se observa a Cleopatra con sus dos conocidos amantes: Julio César y Marco Antonio.
Con la lección bien aprendida, y tras una parada de avituallamiento en la cafetería y obrador 'Blanco y Azul' para merendar una milhoja, un librito o un puñado de chochos blanquiazules, dejamos el centro de la ciudad para subir a la Fortaleza del Sol antes de que atardezca, queremos estar arriba para verlo.
En el mismo recinto, coronando el pueblo, se encuentra el Castillo de Lorca, los restos de la antigua sinagoga y el Parador en el que haremos noche. Al subir por la parte militar del castillo, se puede apreciar un jardín de una naturaleza controlada, donde los más pequeños juegan como si fuera un parque municipal. A la derecha, a orillas del ya seco Guadalentín, una fábrica de curtidos domina una parte de la llanura, "en el lugar donde estaban los curtidores del siglo XV". Jay va explicando la evolución histórica del pueblo, que se entiende mucho mejor en el antiguo patio de armas del castillo. Allí se celebra cada año, por San Clemente, una refriega de moros, cristianos y judíos, en la que cada familia forma parte de una religión y se disfrazan como tal, también para el desfile posterior.
Después de subir a la Torre Alfonsina, "donde también se puede reservar para una cena privada" y contener el aliento ante esa vista de 360º del paraje que rodea Lorca -curiosidad: se trata del segundo término municipal más grande de España, solo después de Cáceres- es el momento de atravesar los restos de la judería y entrar en los restos de la sinagoga, a unos cinco minutos del castillo. Si hay tiempo y paciencia, el camino de vuelta puede ser mucho más entretenido, buscando mariposas, "se trata del primer oasis de mariposas de la Región de Murcia", explica nuestra guía.
Los restos de la judería se encuentran justo bajo el Parador y allí conviene parar, mientras el Sol va cayendo sobre la Sierra de Tercia. Jay explica que en los edificios se intuye la distribución de una casa del siglo XV y, para rematar la explicación toma el relevo Enrique Pérez: "estamos en la parte civil del castillo, se observan 18 casas excavadas -de unas 50 que calculan que hay- y una casa grande que recibe servicio, podría ser la casa del rabino o la posada", cuenta, con esa prudencia tan propia de los arqueólogos. En cuanto a los restos de la sinagoga, descubiertos en 2004, tienen la particularidad de no haber cambiado su estructura. Quizá por eso cuando, en 2013, llegó un rabino de Jerusalén, se le cayeron las lágrimas. "Dejadme solo, he llegado a casa", cuentan que dijo.
Así, llega la hora de recogerse a digerir lo aprendido y lo disfrutado. El Parador, inagurado en 2012, constrasta con la antigüedad que le rodea, se impone como sostenido sobre los restos del barrio judío. Grandes cristaleras, piedra vista y un solar inmenso en mitad de la fortaleza hacen sentir pequeño a cualquiera, pero también protegido. Nos vamos a la cama rumiando una frase que hemos oído durante el día a colación de la cultura sefardí y el terremoto de 2011: "Independientemente de si vas a poder volver o no, lo primero que coges al huir en un momento de peligro son las llaves de tu casa" .
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