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Para conocer Cadaqués hay que querer ir a Cadaqués. La llegada a este pequeño pueblo de la Costa Brava, recóndito y aislado del mundo por vía terrestre hasta finales del siglo XIX, es toda una aventura. Son 13 kilómetros de zigzagueante carretera (la GI-614), con curvas a derecha e izquierda atravesando la sierra de Rodes, un bosque mediterráneo donde se suceden los cipreses, alcornoques, olivos y càdec (enebros rojos). Casi a mitad de camino, en un costado de la vía, se hace obligada una parada –mejor al atardecer– para quedar atrapados durante unos segundos con la postal de la bahía de Roses, teñida de dorado, mientras se pone el Sol tras los Pirineos.
Hay que tener cuidado durante este trayecto, pues de entre los arbustos florecidos de saúco, de vez en cuando, aparece un jabalí que cruza sin miramientos. Poco antes de la llegada, a ambos lados de la carretera, el paisaje de viñas escalonadas en paredes de piedra seca de pizarra rememora ese lustroso pasado vinícola que tuvo la zona. Son los viñedos de cabernet sauvignon, merlot, moscatel de Alejandría, garnatxa negra y picapoll de la familia Martín Faixo, que desde hace dos décadas elabora los únicos vinos cadaquenses dentro de la DO Empordà.
Además de sus casitas blancas de techos de teja árabe, sus calas de aguas cristalinas y su enclave privilegiado dentro del Parque Natural del Cap de Creus, Cadaqués puede presumir de ser el primer punto de la Península en recibir los rayos de sol cada mañana. "Aquí decimos que nos levantamos antes no para ver amanecer, sino para tener más tiempo para no hacer nada", comenta con socarronería Mercè Donat, guía oriunda de Rutes Cadaqués.
A primera hora, uno de los lugares más concurridos estos días de otoño es el 'Casino Societat L'Amistat', un edificio neoclásico de 1870, en cuya entrada se concentra un pequeño grupo de paisanos tomando café. Otros, confundidos todavía entre turistas del norte de Europa, desayunan a pie de mar, en las terrazas del 'Maritim Bar' (de 1935) y 'Bar Boia' (1946), dos históricos que aún resisten en la playa Gran y Esportal, de arena gruesa y grava, y que en verano "se pone imposible para estirar la toalla". Separa ambos locales la estatua de un Salvador Dalí, en posición dandi, uno de los muchos homenajes al hijo adoptivo más célebre.
Hay pocos cadaquenses que no presuman de haber conocido personalmente al peculiar artista o incluso contar con un familiar que en su día invitó a un suquet en casa al megalómano de Figueras. El abuelo de Mercè Cabrisas, Rafael, era coetáneo de él. En la pastelería 'Can Cabrisas', que hasta hace pocos años mantenía el nombre original de 'La Mallorquina', cuelga un retrato a carboncillo de Dalí con un tap dolçe en el ojo. "Se trata de un bizcocho suave, al estilo genovés, con forma de tapón de cava, que se cubre con azúcar glas y esencia de canela", asegura Mercè, cuarta generación de panaderos-pasteleros que conserva la receta del dulce. Ella no ha tenido que compaginar este oficio con el de músico para completar el sueldo, "como sí le tocó a mi bisabuelo, abuelo y padre". En verano, en la plaza Doctor Trèmols, se hacen colas a las puertas de este pequeño local para comprar taps –"un día de agosto podemos vender entre 3.000 y 3.500"-, que en muchos restaurantes del Alt Empordà se sirven flambeados con ron.
Muy cerca, en el escaparate de 'Es Fornet' (Carrer Miquel Rosset, 2) se exhiben cocas de vidre con ametllas (almendras) y pinyons (piñones). Su propietario, David Arbat, sostiene que "lo más tradicional en el pueblo son los burilles, que siguen preparando muchas abuelas y madres en casa". Se trata de un pestiño muy aplanado, con toques de matalauva, anís y limón, que compiten en este local con los carquinyoles del Ampurdá, "que se suelen mojar en garnatxa". Mientras, en la 'Pastisseria Quer' (Avinguda Caritat Serinyana, 13) huele desde bien temprano a panes recién hechos. Los elaboran los hermanos Sergi y Eduard en un horno de piedra, de unos 80 años, directamente sobre la suela. "Mi tatarabuelo fue quien puso el obrador original en marcha a finales del siglo XIX, en la vecina localidad de Port de la Selva. Ahora trabajamos con harinas autóctonas de las Marismas de Aiguamolls de l'Empordà", comenta Sergi mientras coloca en la vitrina unas roques del Cap de Creus cubiertas de chocolate de Vic.
Octubre y noviembre son dos meses ideales para recorrer el pueblo sin los agobios de un turismo que multiplica en verano por 10 la población de 2.700 habitantes habituales. En la plaza del Doctor Trèmols, donde se suele colocar a vender género Rafael Linares, uno de los últimos pescadores, arranca el paseo. "Hasta 1910, Cadaqués se encuentra aislada por tierra. Era como vivir en una isla, pues la única puerta de entrada y salida era el mar. Por eso, hasta principios del siglo XIX la ciudad se mantuvo amurallada, para protegerse de la piratería y los corsarios", explica con detalle Donat. De hecho, uno de los episodios que sigue grabado en la memoria colectiva es el ataque perpetrado por el temido pirata Barbarroja y sus 2.500 hombres en el siglo XVI, que provocó una auténtica escabechina y quemó casi todo el pueblo.
Tras la abolición de la piratería, parte de la muralla defensiva fue aprovechada por muchos para construir sus casas –"de ahí cierta inclinación en la parte inferior de muchas fachadas"–. Algunas de las calles, empinadas y estrechas, conservan aún el es rastell, un pavimento de pizarra procedente del Cap de Creus, "que además de captar muy bien la luz, facilita que corra el agua los días de lluvia sin destrozarlo", resalta la guía. Una de las calles más concurridas es el carrer des Call, donde, entre viviendas decoradas con buganvillas fucsias y rojas, se ubican dos tiendas singulares de artesanía local: el 'Colmado' (Carrer del Dr. Callís, 12) y 'Matís' (Carrer de l'Església, 3), esta última con un peculiar diseño circular en su suelo original.
"Ahora casi todo el mundo vive del turismo, pero hasta la década de los años 50 del pasado siglo, la principal ocupación era la pesca artesanal y, en gran medida, la de las anchoas", recuerda Mercè Donat. Aquí hubo una gran conservera, a la que todos llamaban 'La Fábrica', donde trabajaron muchos lugareños. Hoy quedan muy pocas anchoas locales, que son más redondas que las cántabras, que es de donde vienen ahora la mayoría. Una de las cadaquesencas que sigue preparando anchoas al estilo tradicional es Quimeta. "En mi casa tuve comiendo a Antonio Banderas y Melanie Griffith", suelta nada más saludarla en la puerta de la carnicería 'Serraplà' (Carrer del Dr. Callís, 12), donde las vende. "Lo que hace especiales nuestras anchoas es que en la salmuera le echamos también pimienta, algo único en toda la Costa Brava", confiesa.
Ascendiendo por estas callejuelas, donde se mezclan los olores al mar y las algas, a los troncos quemados en invierno en la chimenea y a las siemprevivas (las flores immortelle que tanto apreciaba Gala, la musa de Dalí) con su particular aroma a curri, se llega a la Iglesia de Santa María de Cadaqués. De estilo gótico tardío, cuenta con un impresionante altar, obra de Pau Costa, y labrado en madera maciza de pino, donde destacan una virgen de la Esperanza embarazada y la escultura de dos pescadores, "que soportan sobre sus espaldas el peso del altar, simbolizando que ellos fueron los que costearon con sus jornales la construcción del mismo", explica con sumo detalle Honesto Potrony, el sacristán.
Si se es afortunado, como fue el caso, la visita se realiza acompañado del sonido del órgano que diseñó Josep Boscà entre 1689 y 1691, "el más antiguo de Cataluña que sigue funcionando", y que continúa tocando, con sus más de 80 años de vida y múltiples achaques, la pianista francesa Anne-Marie Rozes. Antes de salir, vale la pena detenerse frente al retablo de Sant Baldiri (1570) y descubrir cómo antes del Concilio de Trento se podía pintar a las vírgenes con sonrisa pícara y seductora y a los angelitos desnudos. "Un milagro que se salvara de la quema de la Inquisición", reconoce el sacristán.
Desde la explanada que hay frente a la iglesia se tiene otra panorámica de Cadaqués. Las antiguas casas de pescadores, "que en su mayoría miraban hacia el interior de la ladera porque sus inquilinos estaban cansados de tanto mar", cautivaron en los años 60 a los arquitectos Peter Harden y Lanfranco Bombelli. "Conservaron sus fachadas blancas, techos con teja árabe, rematados con chimeneas de acabado triangular, los cerramientos de colores azul, rojo y verde, y abrieron grandes ventanales y balcones hacia el Mediterráneo", cuenta Donat.
Antes, a principios del siglo XX, ya habían comenzado a construirse casas de estilo modernista los "indianos", aquellos viticultores que, arruinados por la filoxera, decidieron partir a Cuba para hacer fortuna. De aquella época son la fotogénica 'Casa Blaua' o 'Casa Serinyana' (Riba des Poal, s/n), con una fachada de cerámica vidriada en tonos azul marino; la 'Fonda Miramar' (Av. Caritat Serinyana 1), donde se hospedaron los miembros del grupo surrealista amigos de Dalí; o la 'Torre del Colom' (Av. Víctor Rahola, 11).
A pesar de su aislamiento –o quizá por ello–, Cadaqués atrajo a numerosos artistas, "que encontraron aquí un ambiente de tranquilidad para la reflexión y la creatividad". Picasso, Lorca, Buñuel, Josep Plá, Matisse, Richard Hamilton, René Magritte, André Derain o Marcel Duchamp, al que seguro que enamoró comprobar que su pasión por el ajedrez era compartida por muchos cadaquesencs, que le retaban en largas partidas en el bar 'Melitón'.
Pero sin duda fue Salvador Dalí el más célebre de los vecinos. Aunque nació en Figueres, siempre sintió un vínculo muy afectivo con Cadaqués, de donde era su abuelo y donde veraneaba con la familia desde pequeño. Tras un viaje a Nueva York, ya consagrado como pintor, decidió construirse su casa en la recóndita y apartada calita de Port Lligat, donde vivió junto a su mujer Gala hasta la muerte de esta. Hoy, convertida en Casa-Museo, atrae durante todo el año a decenas de autobuses diarios con excursionistas, "sobre todo franceses", que se mezclan en la arena de este puerto natural con los pocos pescadores que aún faenan en el Cabo de Creus.
"Es cierto que es el principal tirón turístico que tenemos ahora en Cadaqués, y que su imagen se utiliza como souvenir en muchos negocios. Pero en vida, la mayoría de los vecinos le repudiaron. El padre de Dalí, también llamado Salvador, era un reconocido notario de la zona, que en su momento decidió expulsar de la casa familiar al artista y eso dejó huella entre los lugareños. Tampoco ayudó su carácter déspota. Cuentan que incluso los pescadores de la zona preferían tirar el pescado antes que vendérselo a su servicio si era un encargo del artista", sostiene Donat, que ha estudiado mucho su figura.
Decía Dalí que en Cadaqués "las mañanas ofrecen una alegría salvaje y amarga; mientras los atardeceres son morbosamente tristes". Toca regresar al Paseo Marítimo, donde el cielo comienza a mutar del azul intenso a un gris nebuloso que termina fundido a negro, que impide ya distinguir la forma cónica del islote de Es Cucurucuc. En el carrer Viglant, algunos bohemios aprovechan para tomar algo en las terrazas escondidas de 'Can Shelabi' y 'Brown Sugar', donde preparan zumos naturales y bizcochos artesanos. Otros prefieren rematar la noche con una copa en el ambiente intimista que se genera en el 'Café de La Habana' (Carrer del Doctor Bartomeus, 2), donde desde hace 40 años actúa en directo su propietario, el Nanu.
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