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Sin duda, uno de los mayores atractivos de Isla Cristina, municipio situado en el litoral occidental de la provincia de Huelva, son sus extensas playas de arena fina y dorada. Se trata de 12 kilómetros continuos, desde Punta del Caimán, en la desembocadura de la ría Carreras, hasta la turística Islantilla, mancomunidad que se comparte junto al vecino Lepe. Estas playas tienen la protección de las dunas, lo que permite sumar al refrescante chapuzón en las frías aguas del Atlántico una visita a este peculiar ecosistema. El barrón, con su apariencia de espiga de trigo responsable de retener la arena en sus raíces de tela de araña, las azucenas de mar -que florece de blanco en pleno agosto- y el cardo marino son las plantas más características que se pueden observar. Si tenemos paciencia, encontraremos algún escarabajo, una escurridiza lagartija y, si hay suerte, nos toparemos con el emblemático camaleón, único de su especie en toda Andalucía.
Al contar con una franja de costa continua, es posible recorrer a pie las diez playas. Hay algunas que cuentan con paseo marítimo, aparcamientos cercanos y todos los servicios, como en el caso de la Playa Central, la de Camino de Santana -bautizada así por Juan Santana, capataz de la finca que debía atravesarse antiguamente para llegar a ella-, o la del Parque Litoral, con casi 150 metros de ancho para extender cómodamente la toalla. Luego están las más marineras, como la de la Gaviota, junto a la barriada de Punta del Caimán, a la que se accede por el pintoresco puente de madera de la Gola. Junto a la vecina Playa de la Gola, aquí está permitida la presencia de mascotas.
Fuera del casco urbano se ubica Playa del Hoyo, con un pinar frondoso, con senderos, mesas, bancos y zona de recreo infantil, y atravesando el cordón dunar por el acceso habilitado, podremos disfrutar de los arroces, pescados y carnes del chiringuito 'El Portugué' (Solete Guía Repsol), en primera línea de arena. La playa de la Casita Azul -por la construcción pintada de ese color que hay a pie de carretera-, Urbasur y La Redondela son las más vírgenes y menos frecuentadas por los forasteros, lo que ofrece un remanso de tranquilidad y desconexión para los días de mayor turisteo.
Por último, está la playa de Islantilla, galardonada con reconocimientos nacionales e internacionales (Q de Calidad Turística, Bandera Azul y Bandera EcoPlayas) y que dispone de un paseo marítimo que recorre sus casi dos kilómetros de extensión. Además de tomar el sol en su arena fina y disfrutar del mar -tanto dándonos un buen baño como practicando deportes náuticos del estilo de vela (hay dos escuelas), buceo, paddlesurf, kitesurf o un parque acuático flotante-, si caminamos dirección Lepe nos encontraremos con la Barriada de los Pescadores. Con rostros y brazos curtidos por el sol y el salitre, los marineros se afanan en sus casetas arreglando aparejos, desenmarañando sus redes y descargando el género que han logrado capturar, sobre todo chocos, lenguados y algún buen ejemplar de raya. En los restaurantes y chiringuitos a pie de playa nos daremos un buen homenaje a base de pescado fresco, gambas blancas, cigalas y alistados de Huelva.
La mutación del paisaje de las marismas a lo largo del día es en sí un espectáculo. Bajamares y pleamares hacen su juego cambiando la policromía y los invitados de esta zona de la desembocadura del Guadiana y la ría Carreras. En las 2.000 hectáreas que ocupan las marismas, entre Isla Cristina y Ayamonte, se suceden los caños, esteros y matorrales, las llanuras fangosas, las barcas de los pescadores fondeadas o clavadas en el arenal, bandadas de flamencos rosas, cigüeñas, cormoranes, pitorras, águilas pescadoras o zarapicos, entre las casi 140 especies que invernan o crían en este singular paraje natural.
A pie, la mejor opción es recorrer el tramo de la Vía Verde Litoral (la que comunica, a través de la antigua línea ferroviaria del pescado, las localidades de Huelva y Ayamonte) que discurre por el norte de Isla Cristina. Partiendo de La Redondela, es interesante acercarse a Huerta Noble, un complejo agro-industrial del siglo XVIII donde está el palomar más grande de Europa, con capacidad para 36.000 nidos de palomas. Ya en medio de las Marismas está el Molino de Mareas Pozo del Camino, uno de los diez molinos harineros que funcionaban hace 300 años en esta costa onubense y que hoy alberga el Centro de Interpretación del Paraje Natural de las Marismas de Isla Cristina (CIMIC). La otra opción es navegar las marismas en un paseo fluvial, visitando en barcos turísticos la lonja, el puerto, las bateas de mejillones y los viveros de almejas.
Subidos en una de esas embarcaciones, cuando la ría se tiñe de estrías doradas y plateadas, se es testigo de esos atardeceres que enamoraron a poetas, como el isleño José Félix Navarro Martín, y letristas de murgas y comparsas carnavaleras. Hay varios rincones en Isla Cristina desde donde divisar estos ocasos, en los que el Sol se despide hasta mañana entre arreboles rosáceos y anaranjados.
Desde el faro, por ejemplo, se puede contemplar la desembocadura de la ría Carreras, con las pequeñas pateras mecidas por el vaivén que provocan los barcos pesqueros que se adentran en el Atlántico a la captura nocturna del boquerón y la sardina. Al fondo, las marismas, con la silueta recortada de Ayamonte y los montes del vecino Portugal. Con la compañía de un seductor cóctel, en 'Zapal Sky Bar' (la azotea del 'Espacio Capitana') se obtiene la perspectiva del atardecer posándose sobre las marismas, con el vuelo raso de los flamencos regresando a sus nidos y las bandadas de gaviotas aprovechando la morralla que han desechado los barcos en el cercano puerto. Por último, recomendamos apostarse a esa hora del crepúsculo en el puente de la Gola, que une la playa de Punta del Caimán y la lengua de arena de la Gaviota, con la silueta a contraluz del faro. Si tienes ganas de caminar, conseguirás capturar la imagen en un remanso de paz en la zona del espigón, donde se abrazan la ría y el océano en el punto que los isleños conocen como El Correntil.
La frenética actividad de la subasta en la lonja se puede vivir en directo de lunes a viernes por las tardes. Es cuando descargan su captura los casi 80 barcos de arrastre y pesca artesanal que comercializan en el puerto de Isla Cristina. “Somos la segunda lonja de España, solo por detrás de Vigo”, explica Jesús Hermoso, jefe de Explotación de una lonja que llega a superar las 11 toneladas anuales de pescado y marisco. “Aquí entran, a lo largo del año, hasta 146 especies distintas, aunque las estrellas de las subastas vespertinas son los mariscos (gamba blanca, cigala, alistado, chirlas -una veintena de dragas hidráulicas se dedican exclusivamente a este molusco bivalvo-), pulpos, chocos, salmonetes, anjovas, jureles, caballas, rayas, sepias, chasca (morralla) para guisos…”.
Por la mañana es el turno de las 27 embarcaciones de cerco dedicadas a la pesca nocturna de sardinas y boquerones. “Es habitual escuchar cómo se mezclan el español y el portugués entre los marineros, pues estamos a escasos 10 km de la frontera”, apunta Hermoso. Y aunque se dice mucho, en Isla Cristina no se pesca atún ya, aunque sí se comercializa. A principios del siglo pasado se capturaban en sus almadrabas el oro azul que impulsó la industria conservera, pero con el paso de las décadas se fueron dejando de calar, priorizando las gaditanas.
A principio de los años 70, el sector del salazón en el litoral onubense atravesaba una severa crisis. Fue en 1973 cuando un grupo de 26 empresarios locales, capitaneados, entro otros, por Juan Vázquez, decidieron asociarse en una única empresa: Unión Salazonera Isleña SA (USISA), que incorporó al poco tiempo la elaboración de conservas a su actividad. Hoy, USISA es una empresa mayoritariamente familiar (el 99 % de las acciones está en manos de la familia Vázquez) y en ella trabaja ya la tercera generación. “Del puerto de Isla Cristina nos abastecemos de caballa, sardinas y boquerones. Trabajamos un volumen total de unas 10.000 toneladas de pescado al año y seguimos manteniendo, a pesar de haber incorporado tecnología puntera, con las técnicas artesanales de pelado y estibado (enlatado) a mano”, señala Sergio Baeza-Herrazti, nieto del fundador y responsable de marketing.
Las instalaciones de USISA se pueden visitar en temporada de verano, previa reserva en su página web, y conocer de primera mano desde el ronqueo de un atún y cómo se elabora la mojama, hasta observar el proceso de las conservas en dos sistemas diferentes (cocción al vapor o en agua) y las sardinas en salazón. “También ofrecemos la posibilidad de hacer talleres de pelado de caballa, fundamentalmente para escuelas de hostelería, cursos de formación y talleres escolares”. Según Sergio, “al público nacional que nos visita le gusta mucho ver el ronqueo, mientras que el internacional quizá se sorprende más con el proceso de las conservas”. Por supuesto, la visita no podía terminar de otra forma que haciendo una degustación de los productos.
Los orígenes de Isla Cristina no se remontan mucho en el tiempo, son más bien recientes, de la segunda mitad del siglo XVIII. Todo empezó en un pequeño puerto, para dar cobijo a pescadores procedentes del Levante, atraídos por los caladeros de sardinas y atún de la zona. El devastador terremoto de Lisboa de 1755 marca el definitivo asentamiento de lo que entonces se conocía como Real Isla de la Higuerita, que cambió su nombre en 1834 por Isla Cristina en agradecimiento a la reina María Cristina de Borbón por la ayuda prestada en una epidemia de cólera que asoló la zona.
Se cree que los dos símbolos que presiden su escudo, el pozo y la higuera del primer poblador de La Higuerita, el guarda José Faneca, se ubicaban cerca del actual Paseo de las Palmeras. Las baldosas amarillas y bancos azules quedan escoltados por las casas bajas de balcones donde lucen las macetas florecidas en plena primavera. Suenan las campanas de la cercana Iglesia Nuestro Padre Jesús del Gran Poder -en cuyo interior se albergan importantes obras artísticas-, mientras algún turista se sienta junto a la escultura del maestro Serafín Soler, leyendo uno de los libros de esos bancos-biblioteca que antes se disponían en este paseo. Otro de los epicentros neurálgicos donde se reúnen los locales es la Plaza de las Flores, donde se celebran actos culturas y lúdicos y que cuenta con algunos de los edificios de estilo modernista más singulares de Isla Cristina, como el casino 'La Unión' (hoy cafetería-bar), la Casa de Gildita -o Antiguo Círculo Mercantil y Comercial, que se reconstruyó en 2004- o la fotogénica fachada de la Casa de Don Justo, del arquitecto Aníbal González, autor de la Plaza de España de Sevilla. Fueron muchos los burgueses isleños, vinculados a la fructífera industria conservera del siglo XIX, que construyeron sus casas señoriales por esta zona del casco histórico.
Calles, plazas y rotondas de Isla Cristina están decoradas con monumentos, como el dedicado a los marineros, el pescador o la mujer estibadora. De las iglesias y capillas, destaca la consagrada a Nuestra Señora de los Dolores, donde se puede observar las esculturas de la Virgen del Carmen, patrona de los hombres de la mar, la Virgen del Rosario, patrona de la localidad, y la Virgen de los Dolores. Y cada viernes, a eso de la medianoche, en la Casa de la Hermandad del Rocío, que este año cumple el medio siglo de historia, se canta la salve rociera en la Plaza de San Francisco.
“Alegre y jovial”, la definen los paisanos a una localidad célebre por su Carnaval, declarada Fiesta de Interés Turístico de Andalucía. Se cree que comenzó a celebrarse a finales del siglo XVIII, con lo que lo convierte en uno de los más antiguos de la región, y ni el Franquismo pudo acabar con él. Durante esos días previos a la Cuaresma, isleños y turistas participan en comparsas, murgas, cabalgatas y concursos de disfraces, con el pito de caña presente siempre en la boca. Además, para los que no puedan participan en el tradicional de febrero, en verano se celebra una pequeña muestra carnavalera y se puede visitar el Museo del Carnaval, ubicado en el patio de viviendas de San Francisco, construido a finales del XIX, y donde se exponen los carteles de las diferentes ediciones, disfraces y las coronas, cetros, diademas y vestidos de las reinas del Carnaval.
En las Marismas dicen que el mar se convierte en oro blanco. Así lo pensó en 1954 el alemán Hans Burghard, que pasó a llamarse para los isleños de la época Juanito el alemán. Este empresario montó unas salinas que abasteció durante décadas a la empresa de cosméticos germana Biomaris. En los años 80, Juanito le propuso a uno de sus empleados, Manuel el del guano, que se quedara con las salinas y la sal dejó de exportarse a Alemania y se quedó en la comarca, para las empresas de conservas y salazón, fundamentalmente. Con el arranque del nuevo siglo, y tras serias dificultades para conseguir un comprador, fue la hija de Manuel, Manuela, quien tomó las riendas del negocio familiar y lo impulsó gracias a la cotizada flor de sal, más baja en cloruro sódico y muy valorada en el sector gourmet. Junto a la sal marina y las escamas, las comercializa sin ningún tipo de lavado, apelmazado o blanqueado bajo la marca Salinas del Alemán.
Como nos contó la compañera Cristina Fernández, en verano se pueden visitar estas Salinas del Alemán, que es cuando transcurre la campaña de la sal, ya que las altas temperaturas permiten la evaporación del agua, aumentar la salinidad y su cristalización. En la ruta por los estanques, entre barachas -montañas de sal-, se observa a los operarios manejar sus robadillos con los que arrastran con suavidad los granos hacia los bordes de las balsas. Para terminar la experiencia, lo mejor es darse un baño en el spa salino de magnesio, como si estuviéramos en el mismísimo Mar Muerto, y embadurnarnos con fango y sal marina para quedar como nuevos.
Otro de los grandes atractivos que atrae a miles de turistas cada año a Isla Cristina es su Club de Golf Islantilla. De 73 hectáreas, con 27 hoyos y tres recorridos para distintos niveles, aquí se celebran grandes torneos nacionales y se puede practicar el novedoso deporte de footgolf (que consiste en meter un balón de fútbol en un hoyo de 52 cm de diámetro).
Atravesando el campo de golf, una gran tirolina para aquellos que quieran un poco de adrenalina. Se trata de la tirolina urbana más larga de Europa, con un trayecto de 325 metros y un desnivel de 24 metros de altura, entre la torre más alta del Centro Comercial 'La Hacienda' y la zona alta del Parque El Camaleón. Además, está adaptada con un sistema de doble cable, lo que permite el uso simultáneo para dos personas.
Por último, para los amantes de la naturaleza, además de este Parque de El Camaleón y la mencionada Vía Verde Litoral, está la conocida como Ruta del Camaleón, un sendero de pinares que discurre de manera paralela al cordón dunar que protege las playas y donde el pino piñero, la retama blanca y los eucaliptos son los protagonistas del paisaje. No será difícil encontrarse con ejemplares de erizos, lagartijas colirrojas, abubillas, urracas, rabilargos y el camaleón común, único saurio arborícola de Europa presente en Andalucía.
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